Por P.A. David Nesher
«El primer día de la semana, maría magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro.
Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: «se han llevado del sepulcro al señor, y no sabemos dónde le han puesto.
Y salieron pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que pedro, y llegó primero al sepulcro.
Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró.
Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí,
y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó.
Porque aún no habían entendido la escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.
Y volvieron los discípulos a los suyos.«
(Juan 20: 1-10)
Al sumergirnos en el estudio y la meditación de los hechos acontecidos en los días de la crucifixión, sepultura y resurrección de nuestro Dueño y Maestro, encontramos que el Evangelio de Juan relata que el sudario, que le fue colocado en el rostro a Yeshúa (Jesús) en su sepelio, no sólo estaba a un lado, aparte de las vendas, sino doblado. Resulta curioso que el autor dedique un versículo entero para decirnos que el sudario fue bien doblado, y que fue colocado en un lugar aparte (posiblemente en donde estuvo tendido).
Antes de considerar bien este asunto, recordemos los hechos inmediatos del relato:
El primer día de la semana, después del Shabat semanal, siendo aún muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y encontró que la piedra había sido removida de la entrada. Ella corrió y le contó a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Yeshúa amaba, y les dijo:
“Se han llevado el cuerpo del Señor del sepulcro, y no sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo salieron hacia el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el relato detalla que el otro discípulo corrió más rápido que Pedro y llegó antes. Estando en la tumba, como se inclinara, vio los lienzos caídos, pero no entró.
Luego, Simón Pedro llegó detrás y entró en el sepulcro y vio las vendas en el suelo. El detalle que se destaca es que el sudario o servilleta que había cubierto su cabeza no estaba junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte (ver Jn 20:1-7).
Ahora bien, preguntémonos: ¿es importante esto para nosotros?… ¡Por supuesto!… ¿Es realmente relevante este detalle para nuestra fe?… ¡Podemos asegurar que sí!… ¿Por qué?… Pues, bien para responder todo esto veamos lo siguiente:
En primer lugar, vemos que todo estaba exactamente igual, excepto el cadáver de Yeshúa, dando a entender que no se trataba de un robo. Un ladrón jamás habría dejado todo tan ordenado. Si hubiera sido un robo, aquello aparecería todo desordenado. Precisamente Juan Crisóstomo, comentando esto en el siglo IV, dice a sus oyentes:
«“Esto era prueba de resurrección, porque si alguno lo hubiera trasladado no hubiera desnudado su cuerpo. Ni si lo hubieran robado, los ladrones no hubiesen cuidado de quitarle y envolver el sudario poniéndolo en un sitio diferente del de los lienzos, sino que hubieran tomado el cuerpo como se encontraba. Ya había dicho San Juan que al sepultarle lo habían ungido con mirra, la cual pega los lienzos al cuerpo. Y no creas a los que dicen que fue robado, pues no sería tan insensato el ladrón que se ocupara tanto en algo tan inútil.»
(«In Ioannem«, pag. 84).
Justamente esto es fundamental para el evangelista, que nos cuenta estos detalles tan interesantes de la tumba vacía, para asegurarnos que la resurrección del Maestro verdaderamente ocurrió, y nada tenía que ver con un plan de hombres.
En segundo lugar, y yendo a nuestro tema, para lograr comprender más profundamente el significado del sudario doblado, consideraremos un poco la tradición hebrea en esa época. Para Israel, una servilleta doblada sobre la mesa tenía un significado muy particular, ya que hace referencia a una costumbre hebrea (y también oriental) sobre un amo y su siervo en los protocolos de una cena.
Resulta que cuando el siervo ponía la mesa de la cena para el amo, se aseguraba de ponerla exactamente de la manera en que su señor le gustaba. La mesa debía estar decorada a la perfección, casi como para un ritual sagrado. Luego el criado tenía que esperar fuera de la vista de los comensales, hasta que el amo hubiera terminado de comer. El siervo no se atrevía a acercarse a la mesa, hasta que el su dueño hubiese concluido. Para hacerlo, debía estar a la espera de una señal…
Si el amo había terminado de comer, se levantaba de la mesa, se limpiaba los dedos, la boca y la barba, y haciendo un nudo con la servilleta, la lanzaba sobre la mesa. El siervo, al ver esto, entendía entonces que era el momento para limpiarla. Entonces, la costumbre de aquella época era que la servilleta anudada significaba que el amo decía: “ya he terminado”, y era el momento para que el siervo ingresara a la sala del banquete, y limpiara el lugar.
Pero si el amo se levantaba de la mesa, doblaba la servilleta y la ponía junto a su plato, el siervo entendía que no debía acercarse a la mesa. ¿Por qué? Porque la servilleta doblada significaba “aún no he terminado, volveré”.
Con esto en mente, podemos comprender que al ver el sudario doblado, Juan interpretó lo siguiente: “el Maestro volverá”, por eso no entró al sepulcro, respetando esta costumbre tradicional. Yeshúa estaba diciendo a sus discípulos, “podría estar fuera de tu vista ahora, pero regresaré para terminar el banquete que hemos comenzado!” El Mesía, al resucitar y doblar el sudario, quería decir, que Él regresaba pronto y con un mensaje nuevo, lleno del poder de la Resurrección para realizar el Tikún Olam (reparación del Mundo). Es decir, el volvería con un mensaje de Vida Nueva. .
Es decir que el texto evangélico relata una de las experiencias que los discípulos tuvieron con el Mesías Resucitado. No se trata de un aparición, sino literalmente de una de las etapas que los discípulos han tenido que recorrer en el Camino para comenzar a vislumbrar los nuevos horizontes de esperanza que el hecho de la Resurrección abriría en sus vidas. El acontecimiento se insinuaba ya en la tumba vacía, en las vendas que yacían en el suelo y en el sudario plegado en un lugar aparte. Ante estos hechos el apóstol Juan sentía que una certeza se fue apoderando de su corazón, la certeza de la fe: «¡Yeshúa está vivo, está realizando su tarea celestial como Sumo Sacerdote, y luego regresará!«. Al considerarlo así nos damos cuenta que esta convicción llena el corazón de todo creyente verdadero.
Así como la tradición lo indica, lo que Jesús quiso decirnos cuando dobló el sudario fue la promesa de su venida, de que el ascendería a los cielos, pero que aun su labor no había terminado y que regresaría a terminar lo que empezó.
Tan grande fue esta experiencia en la mente y el corazón del apóstol Juan, que siempre lo sostendría en su fe, a tal punto que muchos años después, estando exiliado como preso político en la isla prisión de Patmos, escribió:
“El que da testimonio de todo esto dice: ‘Sí, voy a venir pronto’ ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”
Juan, Simón Pedro, y el resto de los discípulos del primer siglo se estimularon con esta señal entendiendo que somos siervos a las órdenes del Amo. Y así como el siervo no puede sentarse a la mesa hasta que su amo no regrese, nosotros tampoco podemos hacerlo. ¡No podemos dejar de trabajar para el Señor, porque es hasta que el vuelva que podremos sentarnos a la mesa, y no cualquier mesa, sino la de las bodas del cordero! Por lo tanto, procuremos estar preparados para el día de Su Venida. ¡Ya hemos sido advertidos acerca de Su Venida, así que estemos vigilantes, seamos prudentes y mantengamos nuestras lámparas encendidas, porque el novio viene de camino!
Y ahora, antes de terminar esta bitácora, tengo una buena noticia para ti lector que estás leyendo esta bitácora. No sé cual es la tumba en la cual te encuentras pero el mismo Yeshúa que dejó los lienzos puestos allí y el sudario enrollado en la tumba, es el mismo que hoy está dejando tus lienzos puestos allí en tu tumba ontológica y está enrollando el sudario en señal que nunca más volverás a esa tumba en la cual te habían metido por que estabas muerto en delitos y pecados.
En verdad, no sé si tu tumba se llamaba fracaso, soledad, tristeza, angustia, dolor, miedo, desánimo, depresión… pero sin importar el nombre que tenga la tumba ontológica en la cual estas hoy, Yeshúa se encuentra junto a ti en esa tumba y ha llegado no para quedarse y hacerte compañía en esa tumba si no para levantarte de entre los «muertos vivos» (Efesios 2:1).
En este día Yeshúa te dice: «vamos deja esos lienzos con que te cubrieron y abandona ese sudario enrollado para que al verlo todos sepan que estuviste aquí pero que nunca volverás a este lugar. Luego, ven y sígueme y abandonemos esta zona reptiliana de muerte, porque aquel que me levantó de entre los muertos a mí, es el mismo que me ha enviado para levantarte a ti.«
¿Te atreverás a aceptar su invitación para salir de toda tumba ontológica que te había encerrado hasta hoy?