Por Moisés Franco
Esta ascensión tiene un hilo conductor que atraviesa distintas temáticas: la valoración de la esencia humana. Es decir, el respeto por la imagen divina en el interior de cada ser humano, el cual tiene la vocación o llamado de llegar a ser semejante al Eterno (Bereshit 1:26).
Esto lo vemos desde el respeto por el cadáver de un condenado a muerte; pasando cuidado sobre la propiedad ajena, el evitar que hombres y mujeres usen ropa del sexo opuesto y apartar al ave de su nido antes de tomar a sus pichones o huevos.
Pero en este escrito quisiera ahondar sólo en el primer tema: colgar en una horca el cadáver de alguien condenado a pena capital por sus acciones perversas. Allí el Señor mismo dice: “Pero su cadáver no pasará la noche en la horca, sino deberán enterrarlo ese mismo día. Pues una persona colgada es un insulto para Elohim, no debes contaminar la tierra que YHVH –tu Elohim- te entrega en posesión hereditaria”. (Dev. 21:23| Torat Emet adaptada)
Si bien ese individuo había sufrido la muerte por orden divina, Él no se alegra de ver a alguien hecho a Su imagen envilecido de esa manera. Esto nos enseña que, independientemente de lo malo que pueda haber hecho una persona, sigue siendo alguien con la imagen de YHVH en su interior y por ende tiene una dignidad a ser respetada más allá del castigo que merezcan sus acciones.
Este es un tema fácil de entender, pero difícil de vivir. Lo he notado en dos ámbitos donde me desenvuelvo: en el sistema carcelario y en las asambleas.
En el primero he escuchado de gente que dice: “esos son delincuentes, no merecen nada, deberían matarlos” y cuestionan el derecho al trabajo o cualquier acción que tienda a reconstruir a la persona que está en un penal. Lo cual contradice a la legislación argentina que explícitamente afirma que el sistema carcelario sólo debe privar de la libertad al tránsito, pero no quita derechos humanos. Esto va en sintonía de lo que enseña la Torah.
En cuanto al segundo ámbito, lo he notado al referirnos sobre las personas que han apostatado. Me pasó de escuchar recientemente a varios hermanos burlarse de los errores de pronunciación de una persona que dejó de congregarse con nosotros, pero mientras estaba con nosotros nadie se burlaba, sino que se lo amaba y apoyaba en sus debilidades.
En el momento me di cuenta que estaba mal, pero y si bien traté de evitarlo, no hice mucho para exhortar. Al estudiar esta ascensión el hecho fue traído a mi memoria y me llevó a reflexionar.
El que alguien peque apostatando, ¿da derecho a denigrarlo y a exponer sus falencias teniendo nosotros un aire de superioridad? ¿o será que, como al cadáver del condenado, hay que enterrarlo en el mismo día para que se cubra la vergüenza de Elohim?.
Además, en el caso anterior, ¿qué pasa si esa misma persona retorna al Camino y es reincorporado en nuestra asamblea? Los mismos que a sus espaldas se burlaron seguramente lo abrazarán como si nada hubieran hecho. ¿Esta es la dinámica que espera el Señor o, por el contrario, que condenemos el pecado y disciplinemos al pecador, pero teniendo en cuenta que ese pecador incluso sumido en la mugre sigue teniendo la imagen divina en su interior?
“No te alegres cuando caiga tu enemigo,
ni se regocije tu corazón ante su desgracia,
no sea que el Señor lo vea y no lo apruebe,
y aparte de él su enojo”.
(Proverbios 24:17-18 |NVI)
Esto también lo he observado en mí en algunas situaciones. Antes, cuando alguien pecaba lo miraba con una mirada juiciosa, como si tuviera una peste y yo debiera alejarme de ese ser para no contagiarme. Lo juzgaba desde mi supuesto pedestal de santidad.
El Eterno me hizo ver en un conteo del ómer que eso era incorrecto y en Su bendita gracia me ha permitido irlo cambiando, aunque lo sigo trabajando. Hoy, veo que cuando alguien peca, el resto de la asamblea debe estar a su lado para restaurarlo con humildad, no haciendo foco en su mal accionar sino en el potencial a desarrollar que está siendo obstaculizado por el pecado.
Creo que esta fue la intención del Espíritu al inspirar desde la Torah al apóstol Pablo a decir:
“Amados hermanos, si otro creyente está dominado por algún pecado, ustedes, que son espirituales, deberían ayudarlo a volver al camino recto con ternura y humildad. Y tengan mucho cuidado de no caer ustedes en la misma tentación. 2 Ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros, y obedezcan de esa manera la ley de Cristo. 3 Si te crees demasiado importante para ayudar a alguien, solo te engañas a ti mismo. No eres tan importante. 4 Presta mucha atención a tu propio trabajo, porque entonces obtendrás la satisfacción de haber hecho bien tu labor y no tendrás que compararte con nadie. 5 Pues cada uno es responsable de su propia conducta”.
(Gálatas 6:1-5 |NTV)