Autor: Moisés Franco
En el mes lunar de Adar, el número doce del calendario hebreo, el Eterno Dios nos da consignas clave: alegrarnos por la belleza que surge de nuestro interior en propósito y en esa alegría y por medio de ella ser imitadores del Mesías.
Es decir, ser personas que representen a YAHVÉH, el Verdadero Dios, aquí en la tierra y que trabajen junto a Él para hacer volver al mundo a su diseño original. Como lo declaró en el Sinaí, ser un reino de sacerdotes, una nación santa. Es decir, gente apartada del pecado para un fin especial (eso es ser santo) que se deja capacitar por Su instrucción para reinar, traer orden a la Tierra.
Esto mismo es lo que hizo Jesús (Yeshúa en su forma original), porque fue el Cristo, que en hebreo se dice “Mashiaj” (español Mesías) y significa “ungido”. Esto significa “ser capacitado” para transformar la realidad conforme al propósito y voluntad del Dios de Amor.
Según Efesios 4:11-16 toda persona que conforma la Iglesia de Cristo está llamada a ser parte de un cuerpo que es en todo como su cabeza. Un cuerpo que trabaja en sintonía con las directivas y mentalidad de quien lo domina y que manifiesta su poder en la creación.
La pregunta es ¿cómo llegamos a eso? El Señor a través de Su Espíritu Santo nos da esa respuesta en el mismo pasaje antes citado:
“Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo.
De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo.
Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas.
Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo.
Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro”.
(Ef. 4:11-16, versión NVI)
La respuesta indica dos fundamentos elementales e interdependientes (es decir, que se necesitan mutuamente):
- La instrucción del Eterno (torah en hebreo y mal traducida como “ley”) administrada por los cuatro ministerios que Él constituyó (apóstoles, profetas, evangelistas y pastores maestros). Cabe destacar que las Sagradas Escrituran hablan de que fueron constituidos cuatro tipos de hombres “dones” con el objetivo de “capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo”. Es decir que se necesitan esos cuatro tipos de seres humanos entregados como regalo a la iglesia para poder edificar el cuerpo mesiánico que el Eterno quiere, cuatro y no menos, como muchos afirman al negar por ejemplo la existencia de apóstoles y profetas en los tiempos actuales (que dicho sea de paso carecen de fundamentos bíblicos para sostener este error).
- El Amor perfecto, que es Dios mismo según la primera carta de Juan 4:8.
Entonces instrucción eterna administrada por los cuatro ministerios y sumergida en YAHVÉH (el Amor perfecto) conforman una humanidad que es “en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo.”
Si estamos de acuerdo en que esos dos elementos son necesarios para el cumplimiento del propósito eterno, cabe advertir sobre aquello que busca que eso se cumpla.
Obviamente que muchos dirán “las tinieblas” o “satanás”, y es válido pero hasta cierto punto. Si el Señor es dueño de todo e omnipotente, nada puede impedir el cumplimiento de su voluntad, el adversario no puede “oponerse a Él”, sino que se opone a los seres humanos haciendo que éstos sean quienes se rebelen contra el diseño original.
¿Cómo lo hace? Activando nuestra falsa imagen, el ego, o en lenguaje escritural la “carne” en nosotros. Para activar esto en nosotros el enemigo usa una estrategia descripta en el mismo capítulo de Efesios: los “pensamientos frívolos”, éstos son todos aquellos que no están relacionados con “las cosas de arriba” (Mt. 16:23) y que se describen en 1 Juan 2:16:
«Esto es lo malo del mundo: desear cosas sólo por complacer nuestras malas pasiones; dejarnos atraer por lo malo que vemos y sentirnos orgullosos de las cosas que tenemos. Pero nada de eso viene del Padre, sino del mundo.» (versión PDT)
Por eso, para concluir, debemos ser imitadores de Cristo Jesús como las mismas Sagradas Escrituras nos exhortan en Efesios 5:1-2, de esa manera seremos en todo semejantes a Él. Para eso debemos dejarnos capacitar (ser ungidos, es decir mesías) a fin de tener la misma mente de Él: amor en servicio, descripta en Filipenses 2:5-8:
“Piensen y actúen como Cristo Jesús. Esa es la misma manera de pensar que les estoy pidiendo que tengan. Cristo era como Dios en todo sentido, pero no se aprovechó de ser igual a Dios. Al contrario, él se quitó ese honor, aceptó hacerse un siervo y nacer como un ser humano. Al vivir como hombre, se humilló a sí mismo y fue obediente hasta el extremo de morir en la cruz” (versión PDT).