Autor: Israel Viana
En los últimos cuarenta años, antes incluso de que hiciera pública su carta fundacional el 18 de agosto de 1988, miembros importantes del Gobierno israelí han reconocido en varias ocasiones que, durante los años 80, participaron de manera activa en la creación de Hamás. Un apoyo que poco después se les volvió en su contra, dando comienzo a un conflicto que este sábado vivió uno de los episodios más sangrientos de su historia, con una cifra de muertos que ya supera 1.300 en cinco días.
Para que se hagan una idea, la mayor oleada de violencia en la Franja de Gaza en la última década se produjo en mayo de 2019, en la que se lanzaron medio millar de cohetes y se produjeron varios bombardeos en los que murieron 23 palestinos y cuatro israelíes. El de este sábado, por lo tanto, fue un ataque sin precedentes contra Israel desde que comenzó su guerra contra Hamás a principios de los años noventa. De hecho, nunca este movimiento fundamentalista había sido capaz de llevar a cabo una ofensiva de semejante envergadura.
En la madrugada del sábado al domingo, unos 3.000 jóvenes se encontraban en el Festival Nova, en pleno desierto del Neguev, cerca del kibutz Reim, cuando milicianos de Hamás irrumpieron armados hasta los dientes y asesinaron a 260 personas. Una matanza que coincidía con la festividad judía del Sukkot y que también dejó más de un centenar de secuestrados. «Hamás ha cometido un error de proporciones históricas», declaró al día siguiente el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que en los años en los que se gestó el movimiento fundamentalista, concretamente entre 1984 y 1988, era embajador de Israel ante las Naciones Unidas.
El primer testimonio de esta colaboración de Israel con los fundamentalistas se produjo en marzo de 1981. El general israelí Yitzhak Segev, gobernador de Gaza en aquel momento, reconoció en una entrevista con ‘The New York Times’ algo que en los años siguientes admitieron otros muchos oficiales del Estado judío: que Israel participó activamente en la creación y expansión de Hamas, sobre todo, apoyando con fondos a las mezquitas en las que se adoctrinaba a sus seguidores. El objetivo de esta ayuda económica era crear una fuerza que hiciera de muro de contención del que era su principal enemigo: la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasir Arafat.
«Sin democracia»
Segev describía así la situación en aquellos primeros años 80: «Durante mil años, la vida aquí existió sin democracia. No hay elecciones. La gente tiene miedo unos de otros como si fueran animales. Hay una corriente que apoya a la OLP, puesto que muchos de sus líderes son de aquí. Otra apoya a Jordania y una tercera, a Egipto y el tratado de paz». En medio de estas facciones formadas entre los 430.000 residentes de Gaza, enfrentadas entre sí, la OLP acababa de asesinar al jeque Hashim Huzandar, el «imán de Gaza», por respaldar el programa de paz y al teniente de alcalde de Jabaliya por «colaborar» con Israel. pocos meses
Se estaba produciendo un aumento progresivo de la violencia dentro de Gaza y el citado gobernador israelí de la Franja defendía en ‘The New York Times’ que todos esos asesinatos había sido cometidos por fanáticos extremistas religiosos que actuaban contra la violación de la ley islámica, por la supuesta venta de alcohol y narcóticos en la Franja que se estaba produciendo en la zona, y contra todo aquel que cooperara con la seguridad israelí. A pesar de ello, no tenía reparos en reconocer que la facción de los Hermanos Musulmanes de la que surgió Hamás también recibía ayuda del Estado judío: «El Gobierno israelí me dio un presupuesto que el Ejército entrega a las mezquitas», afirmó el general Segev.
Todos estos fondos, añadía, también se utilizaban para mantener las escuelas religiosas con el propósito de impulsar una nueva generación de palestinos contrarios a los izquierdistas pro-OLP que veneraban a Arafat como si de un dios se tratara. El que sería a partir de 1994 el primer presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) representaba ya a mediados de los 80 la esperanza de su pueblo. «Era más conocido que la bandera palestina; un mártir, un símbolo incluso para quienes no estaban con él», decía un ciudadano palestino el día de su muerte en 2004.
Fronteras de 1967
Sus reclamaciones eran sobradamente conocidas: Jerusalén Este capital del Estado palestino, el regreso de los refugiados y compensaciones para los que no pudieran regresar, vuelta a las fronteras de 1967, control del agua y «la creación de un Estado viable, libre, independiente y con continuidad territorial». Sin embargo, para algunos se trataba simplemente de un terrorista que amasó fortunas puestas a buen recaudo en cuentas suizas y, para otros, el liberador con una rama de olivo en una mano y un fusil en la otra. De lo que no cabía duda es que Arafat fue el líder que había puesto a Palestina en el mapa de la política internacional e Israel quiso quitarse de en medio.
El que fuera responsable israelí de asuntos religiosos en Palestina hasta 1994, Avner Cohen, también admitió en otra entrevista con ‘The Wall Street Journal’ que «Hamas, a mi pesar, es una creación de Israel». Fue «un error enorme y estúpido», agregó. Y es que el principio aplicado por Israel con esta facción fundamentalista fue el mismo que aplicó Estados Unidos en Afganistán, durante la década de 1980, cuando apoyó a Osama Bin Laden y sus guerrilleros en su guerra contra la Unión Soviética. Es decir, el enemigo de mi enemigo es mi amigo, pero por desgracia el resultado fue también el mismo.
Para Israel, el jeque Ahmed Yassin, figura mítica en la historia de Palestina que se mostró muy crítica con el proceso de oposición a Israel de la OLP y que fundó Hamás inspirándose en los Hermanos Musulmanes de Egipto, era algo así como un «guerrillero por la libertad». Era la misma concepción que Washington tuvo en aquellos años 80 de Bin Laden antes de la fundación de Al Qaida. En aquel momento, el Estado judío no se detuvo a pensar ni por un momento el enorme riesgo que suponía apoyar a militantes inspirados por un ideario radical.
La sharía
Yassin consideraba que era tan importante luchar contra Israel como preservar la sharía o ley islámica como columna vertebral de un futuro estado palestino. Así lo reflejaba su carta fundacional, hecha pública el 18 de agosto de 1988. En su preámbulo anunciaba: «Israel existirá y continuará existiendo hasta que el islam lo destruya, tal como ha borrado a otros antes». El artículo 7: «No vendrá el Día del Juicio hasta que los musulmanes combatan a los judíos. Hasta que los judíos se escondan tras las montañas y los árboles y griten: ‘¡Oh, musulmán! Un judío se esconde detrás mío, ¡ven y mátalo!’». Artículo 13 : «Las llamadas soluciones pacíficas y conferencias internacionales no son más que un medio para designar infieles como árbitros en las tierras del Islam. No existe ninguna solución al problema palestino que no sea la Yihad».
Así podríamos seguir durante 36 artículos en los que se delineaba la identidad y se marcaban los objetivos de este movimiento financiado en su gestación por Israel y que llamaba a destruir cualquier vestigio judío en Oriente Medio. Los pretextos se apuntaban en artículos como el 28: «Los judíos buscan socavar las sociedades, destruir los valores, corromper las conciencias, deteriorar el carácter y aniquilar el islam. Están detrás del comercio de drogas y el alcoholismo en todas sus formas para facilitar su control y expansión». O el 32: «Los planes sionistas no tienen fin. Después de Palestina, desearán la expansión desde el Nilo hasta el Éufrates. Después pensarán en seguir expandiéndose y así sucesivamente».
Desde entonces, y gracias al posterior historial de ataques contra objetivos israelíes, la organización ha sido considerada un «grupo terrorista» no solo para Israel, también para Estados Unidos, Canadá, Japón, la Unión Europea y hasta para el vecino Egipto. Mientras que para sus seguidores, así como para algunos países árabes aliados, como Rusia y Turquía, no era más que un movimiento de resistencia legítimo que había nacido como una alternativa a la OLP.
Mujama al-Islamiya
Hamas, por lo tanto, se estableció con el conocimiento expreso y el sostén tácito de Tel Aviv, que concedió en 1979 un permiso oficial a Ahmed Yasin, para crear lo que en un principio se llamó la Mujama al-Islamiya, una supuesta organización caritativa de la que surgió después Hamás. Además, Israel también le permitió desarrollar la Universidad Islámica de Gaza, donde se formaron muchos de los futuros jefes de la organización terrorista e, incluso, sus mejores especialistas en la fabricación de explosivos y armamento.
Durante esos años, de hecho, el propio Segev se reunía habitualmente con Yasin, al que llegó a facilitar tratamiento médico en un hospital de Israel. También se producían encuentros amistosos entre Mahmud Zahar, otro de los fundadores del grupo, con el ministro de Defensa israelí, Isaac Rabin, que sería por dos veces primer ministro del país. Los judíos mantuvieron contacto con ellos, incluso, después de que en 1984 les descubrieran un alijo de armas en Gaza, que el líder religioso justificó porque iban a usarlos contras la OLP.
Dos años después de su fundación, Hamás y el Estados israelí todavía mantenía una relación de conveniencia, hasta que en 1989, la organización protagonizó el primer asesinato de dos soldados israelíes. La acción provocó la sentencia a cadena perpetua de Yasin y la deportación de casi 400 dirigentes del grupo al Líbano.
____________________________
Fuente: ABC – Historia