Haftará de Yom Kipur
Por P.A. David Nesher
Hoy, en el día más sagrado del año, leemos una de las historias más famosas de las Sagradas Escrituras y, a la vez, una de las más malinterpretadas. No es solo la historia de un hombre y un pez gigante. Es un espejo. Un espejo colocado por el Cielo para que, en este día de introspección, nos miremos a nosotros mismos.
Permítanme que les lleve de viaje. Un viaje a Nínive, a un barco en medio de una tormenta, y al corazón de un profeta llamado Jonás.
Estamos alcanzando el momento culminante del día más sagrado del año. Hemos ayunado, hemos orado y hemos confesado nuestras faltas. Buscamos ser confirmados que estamos inscritos en el Libro de la Vida. Pero, ¿qué es exactamente lo que nos garantiza ese sellado? ¿Es la abstinencia o es un cambio genuino en el corazón?
Para responder a esta pregunta, en esta hora de la tarde, la tradición nos pone frente a un espejo llamado Jonás. No es un héroe; es, de hecho, el profeta más renuente y más humano de todo el Tanaj (Biblia Hebrea). Es en su historia, llena de naufragios, grandes peces y una simple calabacera, donde encontramos la definición radical de la compasión divina y el desafío de nuestro propio arrepentimiento.
Antes de seguir, permítanme contarles que, según la tradición histórica judía, su recitación en la congregación trae consigo la bendición de la riqueza y tiene la capacidad de incitar a la persona a la teshuvá (arrepentimiento).
Antes de comenzar la conexión, déjenme que les haga una pregunta a cada uno:
«¿Alguna vez sentiste que estás huyendo de algo? Como si corrieras una maratón sin saber dónde está la meta, o peor aún, por qué empezaste a correr. Sientes una vocecita, un recordatorio de calendario existencial que insiste en que tienes una tarea pendiente, una misión, pero tú, como experto en procrastinación, la pospones para «mañana». Si este planteo te ha sonado familiar, déjame contarte esta historia. No es de Netflix, pero tiene más drama, ironía y giros inesperados que tu serie favorita. Es la historia de todos nosotros, la tuya y la mía. Es la crónica de un alma que se convierte en profeta fugitivo de su propia vida.
El contexto: Una misión de Misericordia Divina.
Jonás ben Amitai recibe una orden directa del Eterno:
«Levántate y ve a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella, porque su maldad ha subido hasta Mí«.
Aquí viene el primer dato crucial: Nínive no era una ciudad cualquiera. Era la capital de Asiria, el imperio más brutal y temido de la época. El enemigo acérrimo de Israel. Los asirios eran famosos por una crueldad refinada: empalamientos, desollamientos, una maquinaria de terror diseñada para aterrorizar a sus vecinos. Eran, en la mentalidad de la época, los «malos de la película». Los asirios eran el enemigo más brutal y temido de Israel, una potencia que pronto devastaría la región.
Y a Jonás, un profeta de Yah, se le ordena ir a salvarlos.
El profeta de Israel tenía que ir a la ciudad más grande del mundo –que también era la ciudad más inmoral– para denunciar públicamente el estado general de corrupción’ y transmitir la advertencia Divina: si los habitantes de Nínive no se arrepienten, la ciudad será destruida.
Esta era la misión imposible del profeta Yoná.
Profeta con nacionalismo recalcitrante.
Jonás vivió en el Reino del Norte (Israel) durante el siglo VIII a.C. Residía en el reino de Israel (también conocido como «las 10 tribus», que se separó un siglo antes del reino de la tribu de Yehudá). La capital del reino de Israel era la ciudad de Shomrón (Samaria).
La situación en el reino de Israel no era muy buena desde el punto de vista religioso. Los reyes de Israel, en su afán por alcanzar un mayor éxito comercial y militar, hicieron alianzas con pueblos vecinos, como los fenicios de Sidón (el Líbano de hoy). Estas alianzas tuvieron un impacto cultural y religioso muy negativo. El rey Ajab, por ejemplo, se casó con la princesa fenicia Izebel (Jezabel), que importó y popularizó en Israel el culto al ídolo Ba’al. HaShem envió muchos profetas para advertir a Israel de sus malas acciones, como Eliyahu haNabi o su discípulo, Elishá. El profeta Yoná pertenece a esta «escuela» de profetas. Sin embargo, cuando Dios le habló a Yoná, no le pidió que profetizara a su pueblo.
Con todo este contexto explicado, agregaré que la obstinación de Jonás es el misterio de todo el libro.
- ¿Por qué el profeta no quería ir a Nínive? ¿Adónde huía?
- ¿Cómo pudo un hombre tan grande —y nada menos que un profeta— pensar que era posible huir de Dios?
Rashi explica que la huida de Jonás se debió a que sabía que «los gentiles se arrepienten rápidamente. Si les profetizo y se arrepienten, significará que estoy condenando a Israel , que no escucha las palabras de los profetas».
¿Y qué hace Jonás? Huye. Se sube a un barco con destino a Tarsis, en la dirección opuesta. No huye por cobardía, como a veces se piensa. Los sabios del Talmud y los comentaristas como Rashi y el Malbim nos explican que huye por celo por el honor de Israel. Jonás razona así: «Si estos asirios, estos idólatras y asesinos, se arrepienten al escuchar mi profecía, ¿qué va a decir de mi pueblo? ¡Israel recibe profetas constantemente y no siempre se arrepiente! Esto hará que Israel quede mal parado. Mejor que reciban su merecido«.
Jonás prefiere la justicia rigurosa para el enemigo, antes que la misericordia divina que podría avergonzar a su propio pueblo. Prefiere huir de su misión antes de ser testigo de un perdón que no considera merecido.
Con este fin, Jonás huyó de la Tierra de Israel, pues «la presencia Divina no reposa [sobre un profeta] fuera de la Tierra Santa». Esto le pareció a Jonás una forma de liberarse de esta misión cargada de culpa, ya que Dios no se comunicaría con él.
Cualquier buen patriota israelita desearía ver a Nínive destruida. Y es aquí donde la historia toma un giro crucial: Jonás no huye por miedo a la muerte, sino por miedo a la misericordia.
Él dice:
«Yo sabía que tú eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira, de gran bondad, y que te arrepientes del mal anunciado.»
(Jonás 4:2)
Jonás no podía soportar que la bondad de Yah se extendiera a sus enemigos. Quería el juicio para los demás, y la salvación solo para su pueblo.
La Torá en el barco: Un microcosmos de humanidad.
La tormenta se desata. Mientras Jonás duerme en lo profundo del barco, un símbolo de nuestra tendencia a adormecer nuestra conciencia ante lo incómodo. Los marineros paganos luchan por sus vidas. Ellos, que no conocen al Dios de Israel, rezan cada uno a su ídolo. Hacen todo lo humanamente posible para salvarse. Y cuando echan suertes y la suerte cae sobre Jonás, le preguntan: «¿Quién eres tú?».
Es la pregunta fundamental del Yom Kippur: ¿Quién eres? ¿Cuál es tu esencia, tu misión, tu responsabilidad?
Jonás se identifica:
«Soy hebreo y temo al Eterno, Dios del Cielo, que hizo el mar y la tierra firme«.
En ese momento, estos marineros paganos muestran más compasión que el profeta: se niegan a arrojarlo al mar. Solo cuando la tormenta arrecia y no les queda alternativa, acceden, no sin antes pedir perdón a Yah. El resultado es inmediato: el mar se calma, y los marineros, temerosos, ofrecen sacrificios a Yahvéh, el Dios de Israel. La primera conversión de la historia sucede gracias a la huida de Jonás.
El Gran Pez: La matriz de la Teshuvá.
El Talmud relata que un profeta que se niega a profetizar merece la muerte [Talmud, Sanedrín 89a]. De hecho, si el Eterno no hubiera intervenido, tragándolo primero el pez y luego arrojándolo a un lugar seguro, Jonás habría perdido la vida en el mar. Pero a Jonás esto no le importó. Prefirió morir antes que ser el medio por el cual su pueblo quedara mal visto.
Por eso, dentro del gran pez, Jonás comprendió que no está siendo castigado; está siendo protegido y contenido. Es un útero divino. En esa oscuridad, en ese aislamiento total, Jonás finalmente reza. Su plegaria no es una súplica por salir, sino un canto de agradecimiento por haber sido salvado de las aguas de la muerte. Es en la profundidad, en el vientre del abismo, donde encuentra la cercanía a Yah. Aprende que no se puede huir de la Presencia Divina.
«A los que descienden al abismo, Tú los salvas«.
Nínive y el Poder de la Teshuvá.
Jonás, liberado, va a Nínive. Y pronuncia la profecía más breve y efectiva de la historia: «¡En cuarenta días Nínive será destruida!». No menciona a Dios, no menciona arrepentimiento. Es un mensaje puro de juicio.
Y ocurre lo increíble: la ciudad entera, desde el rey hasta los animales, se viste de saco y se arrepiente. No hay negociación, no hay excusas. El rey decreta: «¡Quizás el Eterno se arrepienta y se apiade de nosotros!».
¡Y Yah lo hace! ¡Perdona a Nínive!
La respuesta de Nínive es uno de los milagros teológicos del libro:
- Desde el rey hasta el más humilde ciudadano, pasando por los animales, todos se cubren de cilicio y ceniza, y cambian radicalmente su comportamiento.
- El suyo es el modelo de Teshuvá que celebramos hoy: no es solo un acto ritual (arrepentimiento de labios), sino un cambio de camino (arrepentimiento de obras).
- Dios ve que ellos se apartaron de su mal camino y revoca su decreto de destrucción.
Y aquí viene el clímax que le da sentido a la Haftará de Yom Kippur: Nínive, una nación pagana, demuestra tener un corazón más abierto y arrepentido que el propio profeta israelita. Dios le demuestra a Jonás que Su amor y Su compasión son universales.
¿Y Jonás? Se enfurece. Su peor pesadilla se ha hecho realidad. Prefiere morir antes que vivir en un mundo donde la misericordia divina es tan amplia que abarca incluso a sus enemigos. Se sienta a las afueras de la ciudad, esperando quizás ver si al final la destrucción llega.
Allí, el Eterno hace crecer una calabacera (o una hiedra, según las traducciones) que le da sombra y lo alegra. Pero al día siguiente, envía un gusano que la seca. Jonás, acongojado por el calor y el viento, se deprime otra vez por la planta.

Y entonces viene la lección final, el golpe maestro de la Haftará:
El Eterno le dice:
«Tuviste lástima de la calabacera, por la cual no trabajaste, que no hiciste crecer… ¿Y no voy Yo a tener lástima de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de doce miríadas de personas que no saben distinguir entre su mano derecha y su izquierda, y mucho ganado?»
(Jonás 4:10-11)
Aplicación a Nuestros Días: Las Cuatro Fugas.
Hermanos, la historia de Jonás no es una anécdota. Es nuestro diagnóstico. ¡Somos Jonás!… Somos Jonás cuando:
- Huimos de la Misericordia Amplia de Yah: Como Jonás, a menudo delimitamos la compasión. Creemos saber quién la merece y quién no. Ponemos límites a la misericordia que pedimos para nosotros, pero la negamos a los demás. Juzgamos a los demás con dureza, pensando que así defendemos el «honor» de nuestra fe o nuestra comunidad. En un mundo polarizado, Yom Kippur nos recuerda que la misericordia del Eterno es más ancha que nuestros prejuicios. Nuestra tarea no es ser guardianes de la justicia retributiva, sino canales de la bondad divina.
- Huimos de nuestra Nínive Personal: Nínive es esa conversación difícil que evadimos, ese hábito negativo que no queremos enfrentar, esa persona a la que debemos perdonar. Es la llamada a crecer, a cambiar, a salir de nuestra zona de confort. Nos subimos al barco de la distracción (el trabajo, el entretenimiento, la rutina) para dormir en la bodega de la indiferencia.
- Huimos de nuestra Responsabilidad Colectiva: Los marineros paganos hicieron todo lo posible antes de echar a Jonás al mar. Nosotros, ¿hacemos todo lo posible por nuestro prójimo, por nuestra comunidad, por el mundo? O miramos para otro lado, esperando que «alguien» actúe.
- Huimos hacia Afuera en Lugar de hacia Adentro: Jonás encontró a Yah en la profundidad del pez, no en la superficie del barco. Necesitamos una gran crisis (el pez) para finalmente volvernos a Dios y cumplir la misión que Él nos ha dado. Yom Kippur es nuestro «gran pez». Es un día de 25 horas de interioridad forzada. Sin distracciones externas (comida, trabajo, placeres), nos vemos obligados a mirar hacia nuestro interior, a esa oscuridad donde, paradójicamente, encontramos la luz más clara de la redención. Yom Kippur nos llama a hacer Teshuvá antes de que el «gran pez» nos obligue a hacerlo. Es nuestra oportunidad de volvernos voluntariamente.
Conclusión: El Mensaje Eterno de Yom Kippur
El Eterno le dice a Jonás, y nos dice a nosotros hoy: «Tu compasión es selectiva. Te duele la planta que te daba sombra, pero no la ciudad llena de vida. Mi compasión es universal«.
El mensaje de Yom Kippur no es que el pecado no importe. ¡Importa tanto que dedicamos un día entero a enfrentarlo! El mensaje es que el arrepentimiento y el cambio son siempre posibles. Para nosotros, para nuestros seres queridos, e incluso para aquellos a quienes consideramos nuestros «Nínives».
«¿Cuántas veces hemos ‘huido a Tarsis’ en nuestras redes sociales, en nuestras quejas, en nuestro silencio cuando debíamos hablar? Jonás nos enseña que no se puede construir un muro lo suficientemente alto para escapar de nuestra propia conciencia, ni de la llamada a ser mejores.»
Hoy, dejemos de huir. Bajemos del barco de las excusas. Entremos en el silencio introspectivo de nuestro «gran pez» personal. Y salgamos, como Jonás finalmente lo hizo, con un mensaje que, aunque nos cueste, debemos proclamar primero a nosotros mismos: Es tiempo de cambiar. Es tiempo de volver a Casa.
El Libro de Jonás nos enseña que la compasión de Dios desborda cualquier frontera que nosotros queramos imponer. Si realmente hemos hecho Teshuvá hoy, si realmente hemos sentido la compasión divina, debemos ser capaces de extenderla a la «Nínive» de nuestros días: a los extraños, a los que piensan diferente, a los que percibimos como amenaza, y a aquellos que no han encontrado su camino.
Nuestro arrepentimiento no es completo hasta que nuestro corazón se ensancha para acoger la misma compasión universal que Dios mostró por una ciudad enemiga.
Que este Yom Kippur, al cerrar este libro con la pregunta abierta, nos inspire a responder con un corazón ensanchado, entendiendo que la plenitud del arrepentimiento se encuentra en la magnitud de la misericordia que estamos dispuestos a ofrecer.
Que seamos todos inscritos y sellados en el Libro de la Vida, no solo para nosotros, sino para que podamos ser testigos y agentes de un mundo más compasivo, un mundo donde las misericordias de Yahveh brille para todos.
Gmar Hatimá Tová. Tzom Kal.