Por P.A. David Nesher
Porque el Señor tu Dios te introduce en una tierra buena, tierra de arroyos, de manantiales y de fuentes que brotan del llano y de la montaña; tierra de trigo y de cebada, de vides, de higueras y de granados, tierra de olivos y de miel.
– Deuteronomio 8:7-8
Aunque los Benei Israel (hijos de Israel) son ampliamente conocidos como el Pueblo del Libro (por estudiar la TaNaK – Torah, Neviim, Ketuvim), los antiguos israelitas eran primordialmente un pueblo de la tierra, mayoritariamente agricultores y pastores. Por ello, en lugar de contemplar solamente la sagrada Torah de Dios, tenían el privilegio de contemplaban la sagrada Creación de Elohim. En lugar de cantar de un libro de oraciones como medio de elevación espiritual, sacrificaban ofrendas de sus rebaños y cosechas, las cuales eran llevadas al Beit HaMikdash.
De hecho, para los antiguos israelitas, las Siete Especies no sólo eran evidencia de la gran abundancia de la tierra prometida a sus ancestros, sino evidencia del infinito amor del Eterno hacia ellos.
Las Siete Especies (en hebreo: שבעת המינים, Shiv’at HaMinim) son intrigantes. Se citan en Ki tavo para traer las Primicias (ביכורים, bikkurim) , asociadas con la celebración de la cosecha de cebada en la festividad de Shavuot, y en la cosecha de trigo en la festividad de Sucot , con ejemplos de los minim en la sucá.
Por eso la Torah misma describe a la Tierra de Israel como “una tierra de trigo, cebada, viñas, higueras y granados; una tierra de aceite de oliva y miel de dátiles” (v.8). Este no es solo un versículo florido. Estas siete especies están específicamente conectadas con la Tierra de Israel, y de hecho existe una mitzvá: llevar la primera de estas frutas al Templo Sagrado de Jerusalén.
Entonces, ¿qué tienen de especial estas siete especies?
Los comentarios ofrecen varias explicaciones. En esencia, estas frutas son únicas porque proporcionan los nutrientes necesarios para el sustento. Algunos comentarios añaden que la Tierra de Israel es el único lugar donde todas estas especies tan diversas crecen de forma natural y en estrecha proximidad.
Los israelitas aprendieron que la misma Torah enseña que tanto el florecimiento, como la fructificación de las siete especies coinciden con el propio desarrollo espiritual de cada miembro de Israel durante la temporada entre Pesaj y Shavuot, mientras se cuenta el Omer durante los 49 días entre Pesaj y Shavuot, preparándolos para recibir la Torah en cada generación. Ambos son parte de una reafirmación anual de la fe en Yah y el aprecio por los dones que se reciben desde Su bendito propósito eterno.
Los siete atributos
Los sabios por los siglos han sostenido que originalmente todos los árboles daban fruto, como también ocurrirá en la Era del Mashíaj. Un árbol sin fruto es síntoma de un mundo imperfecto, pues la función última de un árbol es producir fruto.
Así también aseguran que si «el hombre es un árbol del campo» (Deuteronomio 20:19) y el fruto es el máximo logro del árbol, hay siete frutos que coronan la cosecha humana y botánica. Estos son los siete frutos y granos que la Torah señala como ejemplos de la fertilidad de la Tierra Santa: trigo, cebada, uvas, higos, granados, aceitunas y dátiles.
Por ello, los Sabios cabalistas descubrieron que la frase «la Tierra de Israel» significa «la tierra que pertenece a Israel«; y dedujeron que «la tierra» es una denominación de Nukva de Zeir Anpin, que se traduce como «la compañera de Zeir Anpin«, una de las denominaciones místicas para «Israel».
Estas son las seis sefirot que quedaron arriba, más su Malkut, lo que da un total de siete. Por lo tanto, se convierte en un principio masculino en relación con ella. Esto se puede demostrar por el hecho de que todos los tipos de frutos provienen de la tierra y, por tanto, no son del dominio masculino, sino de este dominio femenino.
Por todo esto se ha entendido que las siete especies representan diferentes rasgos del alma. En su colección de discursos jasídicos del siglo XX, Shem MiShmuel, el rabino Shmuel Bornsztain de Sochatchov ofrece una interpretación simbólica de las siete especies:
«Y al contemplar el mandamiento de los primeros frutos (bikkurim), se puede decir que su propiedad especial es también que tiene el poder sublime dentro de sí para atraer a una persona a aceptar el yugo del reino de los Cielos sobre sí misma.»
(Shem MiShmuel, Ki Tavo 11)
Desde esta sabiduría los Sabios expertos en sodot (secretos) del texto explican que estos frutos tienen un significado mucho más profundo. Cada uno corresponde a una de las siete sefirot (atributos emotivos divinos):
- Trigo : Jesed —Bondad
- Cebada : Gevurah —Severidad
- Uvas : Tiferet —Armonía
- Higos : Netzaj —Perseverancia
- Granadas : Hod —Humildad
- Olivos : Yesod —Fundación
- Dátiles: Maljut — Realeza
Cada alma posee las siete sefirot Pero para cada persona, uno de estos rasgos es el más dominante, moldeando su camino único hacia Dios . Por lo tanto, estos siete frutos corresponden a nuestro servicio a Dios con nuestros atributos personales, así como con las siete modalidades generales del servicio Divino.
Así pues las «siete especies» con las que se bendice la Tierra de Israel representan las midot (cualidades) de:
- trascendencia,
- vitalidad,
- alegría,
- consciencia,
- acción,
- esfuerzo, y
- calma psíquica.
Ahora los invito a considerar estas siete midot en la simbología de las Shiv’at HaMinim
1) Trascendencia («trigo»): Este es uno de los grandes misterios de la condición humana: ¿Por qué nunca nos conformamos con simplemente existir? Siempre buscamos «más»: descubrir un mundo nuevo, superarnos, llevarlo («eso» significa cualquier cosa en la que estemos involucrados ahora mismo) al siguiente nivel. No satisfechos con saber dónde estamos, queremos saber de dónde venimos y hacia dónde vamos. Insatisfechos con la realidad autodefinida y auto-orientada de nuestra existencia «natural», anhelamos una unión autodestructiva con el Eterno.
2) Vitalidad («cebada»): Nuestro yo trascendente tiene un gemelo: nuestro yo vital, sensorial, animal. Y si bien el yo animal trae consigo una carga considerable de negatividad (egoísmo, codicia, lujuria, vanidad, crueldad…), la individualidad también tiene sus aspectos positivos: una fuerza de voluntad, pasión y energía que el yo más «espiritual» jamás podría reunir. La clave, por supuesto, está en canalizarla hacia donde debe ir.
3) Alegría interior («uvas»): Una persona con alegría interior es un libro abierto. Todo fluye a raudales; su personalidad fluye libremente, sin restricciones ni inhibiciones. La alegría es el ariete que derriba barreras y limitaciones, ya sean internas o externas, imaginarias o reales.
4) Consciencia («higo»): El conocimiento espiritual es más que poder: es la capacidad de involucrarse plenamente en la vida y las acciones propias. Una acción realizada desde la ignorancia es una puñalada en la oscuridad; una acción nacida del conocimiento es enfocada y efectiva. Una acción realizada desde la ignorancia es inconexa, ajena; la acción de un extraño incluso para quien la realiza; una acción nacida del conocimiento es una acción integral: una extensión y un enriquecimiento de la totalidad de quien la realiza.
5) Acción («granada»): Y, sin embargo, hay momentos en que el imperativo es simplemente: ¡Hazlo! La capacidad de actuar porque se requiere, incluso si carecemos de conocimiento y comprensión, incluso si es algo atípico para nosotros, es una característica fundamental —y redentora— del alma humana. La granada representa nuestra capacidad de sobrepasarnos y actuar de una manera que supera nuestro estado espiritual interno. Es nuestra capacidad de hacer y lograr cosas completamente incompatibles con quiénes somos y qué somos en el momento presente.
6) Lucha («oliva»): Para la mayoría de nosotros, la vida es sinónimo de lucha. Luchamos por forjar una identidad bajo la pesada sombra de la influencia de nuestros padres y compañeros; luchamos por encontrar pareja y luego luchamos por preservar nuestro matrimonio; luchamos por criar a nuestros hijos y luego luchamos en nuestra relación con ellos como adultos; luchamos por ganarnos la vida y luego luchamos con la culpa por nuestra buena fortuna; y subyacente a todo esto está la lucha perpetua entre nuestro yo animal y nuestro yo divino, entre nuestros instintos egocéntricos y nuestra aspiración de trascender el yo y conectar con lo Divino. Éste es otro de los grandes misterios del ser humano: el hecho de que somos más innovadores e ingeniosos cuando nos enfrentamos a límites y restricciones. Puede ser algo tan benigno como la fecha límite de un proyecto de oficina o tan trascendental como una crisis nacional; estamos en nuestro mejor momento cuando estamos presionados, y nuestro potencial más sublime se exprime en respuesta a condiciones desafiantes, incluso opresivas. Esta es la sexta cualidad del alma, representada por la «oliva»: el poder de convertir el desafío y el adversario en una potente fuerza de transformación y logro. El olivo en nosotros es esa parte que prospera en la lucha, que se deleita en ella, que no la escaparía más de lo que escaparía de la vida misma. Al igual que una aceituna, dicen nuestros sabios, que solo da su aceite al ser prensada, también nosotros solo damos lo mejor de nosotros al ser prensados entre las piedras de molino de la vida y las fuerzas contrarias de un yo dividido.
7) Calma psíquica o perfección («dátiles»): Como todo lo demás, la lucha tiene una contrapartida: las bendiciones de la calma. Aún más profundo que su «oliva» se encuentra el «dátil» del alma: su núcleo de serena perfección que nada —ni las turbulencias del espíritu, ni las vicisitudes de la sociedad, ni los trastornos de la historia— puede perturbar ni siquiera tocar. Y esta fuente de armonía no reside simplemente en lo más profundo de nuestra alma; tenemos el poder de adentrarnos en nosotros mismos, acceder a ella y conectar con ella, para crear un espacio de verdad inmutable y paz perfecta en medio de las tormentas que azotan nuestras vidas. Así canta el salmista: «El tzadik (persona perfectamente justa) florecerá como la palmera datilera» (Salmos 92:13) . El Zóhar explica que existe una especie de palmera datilera que da fruto solo después de setenta años. El carácter humano se compone de siete atributos básicos, cada uno de los cuales consta de diez subcategorías; por lo tanto, el florecimiento del tzadik después de setenta años es fruto de la perfección y calma absoluta, producto de un alma cuyo carácter, en cada aspecto y matiz, se ha refinado y armonizado consigo misma, con el prójimo y con Dios.
Placer desde el principio
El Rebe de Lubavitch ofrece una visión profunda de las siete especies, enseñando que en general, las siete especies se pueden dividir en dos tipos: 1) grano; y 2) fruta de los árboles. El grano es necesario para el sustento. Las frutas, en cambio, no son necesarias, pero aportan placer a la vida. Ambas son importantes y, por lo tanto, ambas están incluidas en la bendición para la tierra de Israel.
En sentido espiritual, la consciencia de «Israel» de nuestra alma también contiene estos dos elementos: necesidad y placer. En Shavuot los israelitas comían juntos y unánimes de las siete especies, pero celebramos los cinco frutos que crecen en los árboles (placer) incluso más que los granos (necesidad).
La lección para nosotros es que incluso cuando una persona se encuentra en las primeras etapas de su crecimiento espiritual (es decir, al nivel de los árboles y de todo lo que crece), ya debe tener el objetivo de servir al Eterno con todas sus fuerzas, lo cual incluye los atributos integrales del deseo y el placer. Porque el servicio de un redimido a Dios no puede ser puramente mecánico o intelectual. Solo cuando el servicio a Yah es verdaderamente placentero puede ser verdaderamente completo.
El Shavuot nos enseña que, desde el principio, debemos proponernos servir al Eterno con los siete atributos Divinos. Cada mañana, al comenzar el día, debemos decidir servir a Yah no solo por rutina y necesidad, sino con placer, entregándolo todo.