«No harás lo que se hace en la tierra de Egipto donde habitaste, ni harás lo que se hace en la tierra de Canaán adonde te llevo; no andarás en sus estatutos.»
(Levítico 18:3)
Al estudiar la parasha Ajarei Mot, nos encontramos con que Yahvéh nos ordena que seamos un pueblo apartado. Una nación santa fácilmente distinguible del contexto secular que nos rodea; y de acuerdo a este llamado divino, una de las formas más obvias en las que deberíamos ser diferentes es en el área de la sexualidad.
Mientras los hijos de Israel viajaban de Mitzrayim (Egipto) a la tierra de Canaán, el Eterno advirtió a Su amado pueblo Israel que no imitaran los caminos de los egipcios; Él los instó a que no se volvieran atrás, a la maldad de su pasado, y les dijo que no aprendieran el comportamiento de los cananeos, es decir que también los aconsejo para que no se dejasen seducir por nuevas tentaciones.
De acuerdo a los datos históricos, se sabe que tanto los egipcios, como los cananeos practicaban la inmoralidad sexual como si obedecieran un código legal; es por eso la Torah dice:
“No andaréis en sus estatutos” (Levítico 18:3)
El sabio Rashi explica que la expresión “sus estatutos” se refiere a asuntos grabados en el tejido de la sociedad, tan básicos para la cultura que se observan como si fueran leyes regidoras de una normalidad social. Este exégeta señala los entretenimientos que se encuentran en “teatros y estadios” como un ejemplo de estatutos paganos. En otras palabras, los estatutos del mundo son los que se reflejan en los valores de entretenimiento del mundo. No debemos caminar en ellos. Está bien claro en la revelación divina que el pueblo de Yahvéh es un linaje de personas completamente diferente, por eso que la Torah dice:
“… para que la tierra a la cual os llevo a vivir, no os vomite” (Levítico 20:22).
De igual modo, por medio de los datos históricos, se sabe que en el primer siglo, la inmoralidad sexual se entretejía en la urdimbre y la trama del mundo dominado por el imperio romano. Los devotos de los dioses seguían sus hazañas sexuales mitológicas e imitaban su comportamiento básico en los rituales del templo que, en algunos casos, incluso incorporaron la prostitución sagrada. La cultura romana, a pesar de ufanarse en un discurso filosófico austero de moderación, siempre se entregó a todo tipo de perversidad, lascivia y depredación.
Por causa de todo esto, los apóstoles aplicaron las leyes relativas a los extranjeros en medio del pueblo de Israel a los creyentes gentiles. Justamente el Sefer Vayikrá (Levítico), en el capítulo 18, incluye específicamente a los extranjeros en su jurisdicción:
“Ninguna de estas abominaciones cometerás, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros.” (Levítico 18:26).
Por lo tanto, las leyes que rigen la sexualidad se aplican por igual a los judíos y a los creyentes gentiles temerosos de Dios.
Los apóstoles reforzaron la regla en sus epístolas. En pasaje tras pasaje, los apóstoles exhortaron a los discípulos a vivir vidas apartadas del mundo gentil sexualizado y libres de inmoralidad sexual. Los creyentes gentiles adoptaron las normas judías de modestia, vestimenta y decoro. En medio de la atmósfera sexualmente cargada del primer siglo, los creyentes se destacaron como un pueblo apartado. El apóstol Pedro observó:
“Los otros gentilesse sorprenden de que no corréis con ellos en los mismos excesos de disipación, y os calumnian” (1 Pedro 4:4).
De acuerdo a lo revelado en la Torah (Enseñanza) divina, el Día de la Expiación es una jornada especial para encontrarse cara a cara con Elohim (Dios). En un sentido espiritual, debemos considerarnos en ese día como si estuviéramos en el Lugar Santísimo, cara a cara con el Todopoderoso.
En la porción Ajarei Mot, se nos revela que en el día de Yom Kippur, el Kohen Gadol (Sumo Sacerdote) se encontraba cara a cara con Yah, nuestro Dios. Es por eso que lo primero que traía al Lugar Santísimo era el ketoret (incienso). El propósito del incienso era crear una nube de humo de tal densidad que permitiera que el Kohen Gadol no viera el arca del pacto y muriera. Esto nos sirve para comprender y aceptar que en este mundo, incluso nuestros encuentros más cercanos con Elohim (por medio de Yeshúa) están velados y oscurecidos. El apóstol Pablo se refería a esto al escribir:
«… ahora vemos por espejo, oscuramente» (1 Corintios 13:12)
El apóstol estaba aquí refiriéndose a un espejo de latón tal como se usaba en aquella época. Aunque proporcionaba un reflejo, no era un reflejo nítido y claro como el que brindan los espejos modernos. Si el latón no estaba recién pulido, el reflejo en el espejo se iba haciéndose más tenue.
Recordar que no vemos al Eterno claramente debería ayudarnos a mantenernos humildes. Debería hacernos reacios a criticar las teologías de otras personas y sus experiencias con Dios. Es posible que hayan percibido un aspecto del Todopoderoso que nosotros no percibimos, o es posible que hayamos encontrado una revelación que les ha sido negada. Ninguno de nosotros debe ser culpado por no ver la imagen completa. En este mundo, la imagen completa no está disponible. Nuestro Dueño y Maestro Yeshúa les dijo a los teólogos de Su época:
«Nunca habéis oído Su voz, ni habéis visto Su forma» (Juan 5:37)
Por eso, un verdadero aprecio por la grandeza de Dios excluye la arrogancia religiosa. El apóstol Pablo exclamó:
«Ahora conozco [sólo] en parte, pero entonces conoceré plenamente» (1 Corintios 13:12).
Nadie de este lado del velo ha aprehendido la verdad absoluta.
“Nadie ha visto a Dios jamás” (Juan 1:18), dijo el Apóstol Juan. Sin embargo, Juan continúa diciendo que el Hijo unigénito de Dios lo ha revelado.
Yeshua dice:
«El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9).
Al aferrarnos a Yeshúa de Nazaret, somos llevados espiritualmente con Él (nuestro Sumo Sacerdote) al Lugar Santísimo. En Él tenemos la esperanza de participar en la resurrección de entre los muertos que Él experimentó. El apóstol Pablo nos recuerda que después de la resurrección de entre los muertos, nos veremos «cara a cara«. En ese día, entraremos al Lugar Santísimo del verdadero Santuario, el celestial, y no habrá una nube de humo que oscurezca nuestra vista. Nos veremos cara a cara.
“Tenemos confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Yeshua, por un camino nuevo y vivo que él nos inauguró a través del velo, esto es, de su carne” (Hebreos 10:19-20).
Sin embargo, esta poderosa verdad nos deja en la peligrosa posición de trivializar la asombrosa santidad y el terror del Dios Todopoderoso. No debemos permitir que este privilegio espiritual que tenemos de accesar directamente al Padre, disminuya nuestra reverencia por Él.
«Y pondrá el incienso sobre el fuego delante de Yahvéh, para que la nube del incienso cubra el propiciatorio que está sobre el arca del testimonio, no sea que muera.» (Levítico 16:13)
«Y observaréis sus estatutos y mis juicios, pues cumpliéndolos el hombre vivirá por ellos; Yo soy el Eterno.»
(Levítico/Vayikrá 18:5)
Este texto nos muestra que hay vida en la obediencia a los mandamientos. Según el sabio intérprete (exégeta) judío Rashí, esto hace alusión a la vida eterna en el Mundo Venidero (Olam HaBá), ya que en este mundo el ser humano muere en definitiva. Sin embargo, la pregunta que surge es: ¿Hay vida eterna en el cumplimiento de la Torah o hay una larga vida en la tierra? La respuesta es: ambas cosas. En verdad, hay mandamientos que producen una vida larga debajo del sol y hay otros mandamientos que fueron dados para dar vida eterna al hombre. Por ejemplo el mandamiento que nos ordena creer en el profeta como Moshé (cf. Deuteronomio 18:15, 18) es uno de los que dan vida eterna, como está escrito en:
“Ellos respondieron: Cree en el Señor Jesús (Yeshúa), y serás salvo, tú y tu casa.”
(Hechos 16:31)
El apóstol Pablo, escribiendo a los discípulos de Roma enseñaba:
“Pues desconociendo la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el Mesías es la meta de la Torah para justicia a todo aquel que cree. Porque Moshé escribe que el hombre que practica la justicia que es de la Torah, vivirá por ella.
Además, la justicia que es de la fe, dice así:
NO DIGAS EN TU CORAZÓN: «¿QUIÉN SUBIRÁ AL CIELO?» (esto es, para hacer bajar al Mesías), o «¿ QUIÉN DESCENDERÁ AL ABISMO?» (esto es, para subir al Mesías de entre los muertos). Mas, ¿qué dice? CERCA DE TI ESTA LA PALABRA, EN TU BOCA Y EN TU CORAZÓN, es decir, la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca a Yeshúa por Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo; porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación.”
(Romanos 10:3-10)
Pues bien, considerando todo texto en el contexto correcto de la Instrucción, podemos afirmar que no existe contradicción alguna entre Moshé (Moisés) y Yeshúa (Jesús). Si fuese así, Yeshúa sería un falso mesías. Lo que el escritor a los Romanos enseña en el capítulo 10, es lo mismo que se revela en Levítico (18:5). Hay vida para aquel que practica la Torah, porque ella lleva a la persona humana al Mesías y a la justicia de la fe, la cual está citada en la Torah (cf. Deuteronomio 30:12-14). El problema surge cuando una persona intenta usar aquellos mandamientos que no son dados para vida eterna y cumplirlos en su propia fuerza para así obtener la salvación de su alma por los propios méritos.
Otra enseñanza falsa, que existe dentro de la parte apóstata del judaísmo (como los kabalistas), es que uno tendrá el derecho de entrar en el mundo venidero si las obras buenas pesan más que las obras malas. Esos caminos son engañosos y sumamente combatidos en Los Escritos Mesiánicos por los apóstoles del Mesías. Por ejemplo, permítanme compartirles lo que dice la traducción hecha por Dr. David H. Stern de Gálatas 3:12:
“Sin embargo, el legalismo no está basado en la confianza y la fidelidad, sino en una mala interpretación del texto que dice, EL QUE LAS HACE, VIVIRÁ POR ELLAS.”
Retomando el hilo conductor de nuestro versículo, diré que en el mismo se revela que la obediencia a los estándares de Yahvéh sobre la conducta sexual es esencial para la vida, y mucho más ahora es verdad en nuestros días donde prolifera el SIDA y otras enfermedades sexualmente transmitidas.
Lo que más llama la atención es que en nuestro versículo se habla de» אדם «, «Adám«, traducido como persona humana. Esta idea incluye a cualquier hombre, sea varón, sea mujer, de cualquier confesión. Es decir que la Torah en este caso no está hablando ni a los Kohaním (sacerdotes), ni a los levíim (levitas), ni a Israel, exclusivamente, sino a toda persona humana que quisiera aceptar los enunciados de la Torah. Esta idea tocó su punto culminante cuando los sabios del Midrásh dijeron: «Afilu goi vehosók baToráh Haré Hu que-Kohén Gadól» o sea que «cuando un gentil se dedica a la Toráh, es comparable en mérito al Sumo Sacerdote de Israel«.
Así el Eterno recalca que los mitzvot (mandamientos) son fuente de vida según la predisposición que tenga la persona al cumplir con los mismos. Yahvéh nos enseña que existen distintas motivaciones (entre los distintos grupos de personas) para la observancia de los preceptos de la Torah; pues hay algunos que observan pensando en la recompensa material de los mismos, mientras que otros observan la Torah desinteresadamente, buscando simplemente elevación espiritual.
Por eso, cuando los versículos de la Toráh hablan de la recompensa por el cumplimiento de las mitzvot, dicen: … «para que se prolonguen tus días» … «para que vivas y tengas largos días» … ya que este lenguaje de los versículos implica distintas categorías de «vida«, todas de acuerdo con lo que correspondiere a cada cual de los grupos de personas enunciadas.
Cuando leemos «…el hombre vivirá por ellos«, debemos entender que estas palabras han servido de base inequívoca para la idea enunciada de que los mitzvot (mandamientos) son fuente de vida, y no de muerte: «Vajai bahém, Velo Sheiamut bahém«, es decir para que viva con ellos(los preceptos) y no para que muera por ellos. Por lo tanto, todos los mitzvot pueden ser transgredidos cuando la vida humana está en peligro. Sin embargo, esta ley general está limitada por tres excepciones, a saber:
ejercer la idolatría,
incurrir en derramamiento de sangre, y
incurrir en relaciones incestuosas.
¡Por favor, eniténdalo bien! Un mitzvá (madamiento) es una conexión entre el mundo del ser humano y una Fuerza Superior, Su Fuente, Yahvéh, el Creador. A través de un mitzvá, usted toma parte de su pequeño mundo terrenal y lo hace más elevado.
¿La meta? Obtener de la vida todo lo que la vida debe darle. Y convertir al mundo en lo que el mundo debe ser. Porque la vida debe ser hermosa y el mundo debe ser divino.
«No haréis según la práctica de la tierra de Egipto donde morasteis; ni obraréis conforme al uso de la tierra de Canaán, adonde Yo os llevo, ni actuaréis según sus costumbres. Cumpliréis con mis juicios y mis estatutos guardaréis, siguiéndolos; Yo soy el Eterno, vuestro Dios.»
(Levítico 18:3-4)
En el capítulo anterior hemos estudiado cómo la Torah legisla leyes y promulga mandatos cuya finalidad última era desarraigar las normas y costumbres paganas, en las cuales la humanidad en general, e Israel en particular, estaban inmersos. Pero en este capítulo 18 de Vayikrá (Levítico), la Torah enfrentará a los hebreos con leyes claras y pertinentes todo lo referente a la sexualidad del hombre y de la mujer. Leyes para salvaguardar la moral social e individual, presentadas en un estilo parenético, con la fórmula estereotipada y enfática «Yo Yahvéh» («Yo Soy el Eterno«). Con esta afirmación, el Eterno establecerá una clara separación entre Israel y el resto de las naciones, al declarar este principio: “Me pertenecen, no harán como el mundo hace.”
Este texto muestra que los hijos de Israel han sido llamados a ser diferentes a los demás pueblos del mundo, especialmente cuando los pueblos son tan inmorales como los egipcios y los cananeos. Los persas, por ejemplo, animaban a los varones a realizar uniones maritales con madres, hijas y hermanas, en base de que dichas relaciones tenían un mérito especial delante de los ojos de los dioses.
Israel está sujeta a una vocación que proviene del Mundo de Arriba. Cada miembro de Israel debía ver en estos paradigmas jurídicos las bases de una cultura verdaderamente humana, que los comprometía a ver en estas leyes una obligación moral estrechamente relacionada con la Alianza de Yahvéh que hacía de ellos un pueblo santo diferente de los demás.
Los hebreos hemos sido llamados a comer de una manera integral y diferente, vestir con estilos diferentes, hablar claramente diferenciados, etc. ¿Podemos entonces mirar las prácticas de los demás pueblos y hacer lo contrario? ¿Es eso lo que Yahvéh quiere enseñarnos con esta palabra? Hasta cierto punto esto está bien, pero si vamos a dejar que las prácticas de los paganos determinen nuestra conducta, es posible que dejemos de hacer algo que Yahvéh aprueba e incluso manda. ¡No vamos a dejar de hacer algo bueno sólo porque los demás lo hacen!
Por lo tanto, sigue el versículo 4 diciendo: “…habréis de cumplir MIS estatutos y guardar MIS leyes para andar en ellos.” Dejando así bien claro que no son los paganos los que determinan nuestra conducta, sino la Torah de Yahvéh. En el camino de restauración hay muchos ex cristianos que rechazan todas las cosas que hacen los cristianos. Pero sólo por el hecho de que se hagan ciertas cosas en el mundo cristiano no es una razón suficientemente fuerte para rechazarlo. Por ejemplo, no podemos dejar de leer las Escrituras porque los satanistas las estén leyendo. Esa actitud no es sana y al final llevará a la persona a desviarse del camino recto.
Cuando Dios creó el mundo, bendijo al varón y a la mujer con la capacidad de procrearse y perpetuar su simiente en esta, nuestra Tierra (Génesis 1:28). Sin embargo, cuando la primera humanidad escuchó la enseñanza de la serpiente, le entregó a esta la potestad de manipular la sexualidad como un instrumento de degradación, que conduzca a la humanidad al caos.
Por ello, más adelante la Torah reflejará la ira divina desatada por la actitud perversa asumida por los, «Bené Elohím» («בני אלהים») , aquellos ángeles que violaron su naturaleza, y se unieron por medio de pactos chamánicos con las hijas de Caín, violando así las más mínimas normas de moral sexual, como leemos en los versículos siguientes:
«Vieron los Bené Elohim a las hijas del hombre que eran bellas y tomaron mujeres para ellos, de todas las que preferían.Dijo Yahvéh:¡No contenderá eternamente Mi Espíritu por causa del hombre porque es carne!Serán sus días, ciento veinte años». (Génesis 6: 2-3)
El sabio exégeta judío Rambán ha entendido que en los códigos del versículo 2 estamos frente a un caso de perversión sexual donde: «…los hombres, emulando la conducta de ángeles caídos, tomaban a las mujeres en contra de la voluntad de las mismas, amén de posesionarse de mujeres desposadas«. Así, esta perversión sexual irá en aumento hasta que el Eterno traiga el Diluvio sobre la humanidad.
Por eso, en el capítulo 18 de Levítico, la Instrucción (Torah) divina prevendrá a los hebreos, explicándoles por qué los liberó de los riesgos y peligros que involucraba permanecer en la tierra de Egipto. Este imperio, a pesar de ser una nación que había llegado a la cumbre de la civilización, logrando picos en la ciencia y en las artes, habían permitido en su seno el desarrollo de perversiones y aberraciones, en lo que a la sexualidad se refiere, que lo había conducido a alcanzar lo 40 grados de degradación moral a los que puede llegar la humanidad (ya en el grado 50 no hay manera de regresar al diseño original). A tal punto era esta degradación moral que la Torah, llama Hukót HaTohebot (normas aberrantes) a todos los paradigmas que regían las costumbre egipcias en el área de los sexual.
Lo mismo ocurría en la tierra de Quenahan (Canaán), que el pueblo de Israel se aprestaba a conquistar. El Eterno les revela con estas leyes que ellos corren el peligro de conquistar la tierra, pero a la vez, «ser conquistado» por las costumbres y normas aberrantes de los pueblos que la habitaban. Cosa que en realidad ocurrió (Véase el libro de Jueces 2:11 y subsiguientes).
Entendamos que la misma religión que estos pueblos practicaban, rindiendo culto a dioses de la fecundidad, pretendía santificar los actos sexuales desordenados, fomentando así la inmoralidad entre sus adeptos y seguidores.
Así nuestro capítulo Levítico 18 enunciará todas las uniones prohibidas entre hombre y mujer, ya sea por consanguinidad, o por la perversión que pueden generar las mismas. Por lo tanto, la existencia misma del pueblo de Israel dependerá de la capacidad que demuestre para cortar en forma clara y nítida con un pasado atentatorio contra la idea del ser humano creado por Dios para desarrollarse en nombre de Él, y lograr su bienestar rechazando perversiones y aberraciones. Para ello será necesario constituir una familia sana, que es el núcleo básico de toda sociedad. En cuanto al futuro del pueblo, dependerá de su capacidad, de desarrollarse de acuerdo con las normas de la Torah.
Los israelitas debían mantenerse puros y apartados para Yahvéh. Él no quería que su pueblo fuera absorbido por la cultura y/o el ambiente que los rodeaba: «… ni actuaréis según sus costumbres«, les ordenó. El término «costumbres«, por supuesto, hace alusión a las perversiones sexuales vigentes en esos pueblos, y que la Torah enuncia en nuestro capítulo.
A nosotros, de igual manera, la sociedad occidental post-moderna puede presionarnos a que nos conformemos a su manera de vivir y de pensar. Sin embargo, si cediéramos ante la presión nos confundiríamos, y no sabríamos a cuál grupo pertenecemos. Además perderíamos nuestra efectividad para servir a Dios, que es al fin y al cabo nuestra vocación esencial.
Tristemente, aquellos que se llaman hoy en día cristianos a menudo toman el estándar de su conducta sexual de parte de los estándares que marca el sistema de cosas imperante, rechazando la Instrucción del Señor. Claramente ellos saben que debieran de ser diferente del mundo en su moralidad sexual, y deberían de seguir el estándar bíblico para la conducta sexual trazada por el Creador. Es paradójico, en las congregaciones primigenias, a cuyos miembros se los señalaba burlonamente como cristianos, un argumento que ellos daba para mostrar la veracidad del Evangelio del Reino era: “Pueden saber que esto es Verdad absoluta al ver a nuestras vidas, especialmente en la conducta sexual.” Hoy, ese mundillo que dice vivir como aquellos, autodenominándose cristianos dice: “No me mires a mí, mira a Jesús.”
Por eso, es mejor que tú, que has salido de la Gran Babilonia (el cristianismo) obedezcas al Eterno y no permitas que la cultura de este sistema reptiliano afecte tus pensamientos, habla y acciones.