parashá kedoshim

Los demonios saben y confiesan que Yeshúa es «el Santo de Dios»… ¿Qué significa eso?

Por P.A. David Nesher

«Y he aquí estaba en la sinagoga de ellos un hombre con un espíritu inmundo, el cual comenzó a gritar, diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios. Yeshúa lo reprendió, diciendo: ¡Cállate, y sal de él!…«

Evangelio de S. Marcos 1:23-25

De acuerdo a los Sabios del hebreo bíblico, se acepta que todos los mandamientos de la Torah, en un aspecto u otro, revelan la santidad del Mesías. La Parashá (Sección) número 30 Kedoshim comienza con el mandamiento: Sed santos, porque santo soy yo Yahvéh vuestro Elohim (Levítico 19:2) no tiene límite superior, pero la santidad del Mesías excede la de cualquier persona.

Es bien sabido pues, y así aceptado por toda escuela rabínica, que la santidad del Mesías supera incluso a la de Moisés. De esta manera, las palabras “seréis santos” se aplican únicamente al Mesías como Cabeza de un Cuerpo místico que irradia su esencia: Israel. Desde esto, siempre en Israel se entendía que el Mesías participa directamente de la santidad de Elohim. Este concepto explica por qué los Escritos Mesiánico se refieren al Mesías como “el Santo de Dios”. Tanto los apóstoles, como todos los discípulos aplicaron ese título a Yeshúa, y como podemos leer en el texto del Evangelio de Marcos que encabeza esta bitácora incluso los demonios lo reconocieron bajo este título: el Santo de Dios.

Yeshúa es llamado el Santo de Dios porque Su santidad se origina en el Eterno.

Si pensamos esto con respecto a Su persona física, la santidad de Yeshúa resulta de Su concepción y nacimiento. Ningún otro ser humano ha nacido de una mujer en virginidad.

Si lo reflexionamos en cuanto a Su poder espiritual, Su santidad fluye de la bendita Unción del Espíritu Santo que descansa sobre Él sin medida.

En lo que respecta a su conducta ética, sabemos que el Maestro derivaba su santidad de su enfoque diario de imitar al Eterno en una relación filial, y de la obediencia a los mandamientos que el Eterno había revelado en Su Torah. En la medida en que los mandamientos son las definiciones de la santidad, el Mesías también se define por los mandamientos porque Él los guardó. Por lo tanto, Él es el único capaz de cumplir el mandamiento “Sed santos, porque santo soy yo, Yahvéh vuestro Dios” (Levítico 19:2).

Yeshúa reveló con su vida que son los mandamientos de Dios los únicos que definen la conducta santa.

Regresando con nuestra mente a lo expresado al comienzo, sabemos y aceptamos que todos los mandamientos de la Torah, en un aspecto u otro, revelan al Mesías. Cada uno de los preceptos que conforman el Jumash revela algún elemento esencial de la persona y el carácter del Mesías. Los mandamientos son la voluntad y la sabiduría del Eterno. Yeshúa dice:

No se haga mi voluntad, sino la tuya.
(Lucas 22:42)

En otra oportunidad Él dice:

No hago nada por mi propia iniciativa, sino que hablo estas cosas como el Padre me enseñó.”
(Juan 8:28).

Nuevamente aseveró:

He guardado los mandamientos de Mi Padre y permanezco en Su amor
(Juan 15:10).

Estos pasajes enfatizan la única Verdad: ¡existe una relación directa entre los mandamientos de la Torah y la persona del Mesías, porque los mandamientos son una revelación directa de Yahvéh. Todos ellos, tal como si fueran un cuerpo, revelan la piedad compasiva del Eterno, por eso es que Yeshúa dijo:

El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.”
(Juan 14:9).

Es justamente con todo este conjunto de ideas celestiales en su mente que el Maestro se comparó con un hijo aprendiz del oficio de su padre:

El Hijo no puede hacer nada por sí mismo, a menos que vea hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, esto también lo hace el Hijo de la misma manera.”
(Juan 5:19).

En el contexto de Israel, un hijo primogénito, al llegar a los trece años, se ofrecía como discípulo aprendiz a su propio padre con el objetivo de adquirir las habilidades del oficio que este tuviera. Esto lo lograba observando cotidianamente a su padre en su trabajo, e imitándolo cuidadosamente en cada detalle artístico que dicho oficio requería. En forma sujeta, dicho hijo se disponía diariamente y desde muy temprano a un aprendizaje riguroso en el que los trucos de la artesanía de su padre se iban transfiriendo a su mente. De ese modo, dicho hijo sabía que llegaría un día en el que estaría ya capacitado para hacer el mismo trabajo que aprendió de su padre, y causarle la complacencia que toda alma paternal anhela de su legado. Del mismo modo, Yeshúa aprendió Su oficio de Santo por la observación del Padre. Así alcanzó la santidad por imitación del Padre, como está escrito: «Santos seréis, porque santo soy yo Yahvéh vuestro Dios.»

Shabat Shalom!

Moloc y nuestros Niños

Por P.A. David Nesher

«Yo pondré mi rostro contra ese hombre y lo cortaré de entre su pueblo, porque ha dado de sus hijos a Moloc, contaminando así mi santuario y profanando mi santo nombre. Pero si el pueblo de la tierra cierra sus ojos con respecto a ese hombre, cuando él ofrezca alguno de sus hijos a Moloc, para no darle muerte, entonces yo mismo pondré mi rostro contra ese hombre y contra su familia; y lo cortaré de entre su pueblo, a él y a todos los que con él se prostituyan, fornicando en pos de Moloc.» 

(Levítico/Vayikrá 20: 3-5)

Hoy he posteado en mi cuenta Twitter el siguiente paradigma:

«Los niños no necesitan entender los misterios del Universo para creer en Dios, no les hace falta».

Esto surgió en mi mente ante el hecho de estar en estos días sumergidos en la tarea decodificadora de la Instrucción divina revelada en las líneas del libro de Vayikrá (Levítico).Así, he descubierto que el llamamiento divino vibrante en las líneas de este rollo tiene que ver con el anhelo del Eterno de tener hijos con la actitud de niños. Pero ¡cuidado! no estoy hablando que debemos ser personas inmaduras, con hipersensibilidad infantil, como la mayoría de los occidentales de nuestros días. No, el libro es bien claro en la necesidad de que el alma humana que se acerca al Altísimo lo haga confiando con la sencillez y la pureza de un niño. Es decir que dejemos que el Eterno sea quien nos guíe, tal y como un niño se deja conducir por la instrucción de sus padres. En esos momentos, no había tantas preguntas racionales que pretendieran respuestas del lugar dónde se pretendía llegar. Simplemente con dicha sencillez y llenos de pureza, extendíamos nuestras manos, para que las de nuestra paternidad nos la tomaran fuerte y nos condujeran a un lugar mejor.

Si leemos con cuidado los versículos citados, notaremos que la gran mayoría de los mandamientos de la Torah persiguen el objetivo divino de desarraigar la idolatría del pueblo santo, y de ese modo sacarlos de la esclavitud reptiliana que provoca el materialismo práctico que gobierna al resto de las naciones. Claro, sé que para muchos de ustedes, que se han criado con un concepto monoteísta, es difícil imaginarse cómo era la influencia y la ideología del politeísmo en esos tiempos y esas culturas y los alcances malévolos con los que afectaban a las generaciones. De todos modos, si nos atrevemos a realizar una análisis profundo, discerniremos que los paradigmas diabólicos de la cultura idolátrica aún vibran en nuestros días por medio de la Gran Babilonia que se sienta sobre la gran masa de gente.

En este pasaje, la Instrucción divina deja en claro que quien entrega su hijo a un dios pagano profana el Nombre de YHVH. El Eterno quiere que nuestra descendencia sea para él (cf. Malaquías 2:15). Ese es el propósito suyo con el matrimonio. Al dar uno de los hijos a un demonio escondido detrás de un ídolo, se está yendo en contra total del propósito de la creación del hombre y así se profana el Nombre Santo.

El sacrificio de niños para apaciguar la ira los dioses era una práctica común e todas las religiones antiguas. Para los amonitas, pueblo habitante de Canaán, dar un hijo a Moloc implicaba quemarlo vivo en honor a ese dios falso. Este era considerado el sacrificio más valioso que se podía ofrecer para mantener alejado el mal de sus cosechas y ganados.

La adoración del terrible ídolo Moloc fue mencionado en Levítico 18:21. Moloc era adorado por medio de calentar una estatua de metal el cual representaba al dios, hasta que se ponía al rojo vivo, luego se colocaba un niño vivo en las manos extendidas de la estatua, mientras se tocaban tambores los cuales ahogaban los gritos del niño hasta que moría quemado. Dar un hijo a Moloc implicaba quemarlo vivo en honor a ese dios falso, y desde ese rito sentir seguridad en el destino material.

La pena por adorar a Moloc era la muerte y si la sentencia no era llevada a cabo por Israel, Yahvéh declaró que pondría su rostro contra aquel varón y contra su familia. Él mismo lo enjuiciaría si el sistema legal de Israel fracasaba en hacerlo.

El Eterno tenía que tomar medidas disciplinarias de pena de muerte para cortar por lo sano toda esa oscuridad. Una persona influenciada por los espíritus engañadores que producen la idolatría está emocionalmente ligada a esas costumbres malignas y lo único que puede liberarla es que las palabras de la Torah entren en su corazón con el fuego del Espíritu del Eterno.

El Eterno reveló a Su Pueblo que este tipo de práctica era detestable. Por ello, Yahvéh tenía que tomar medidas disciplinarias de pena de muerte para cortar por lo sano toda esa oscuridad. Una persona influenciada por los espíritus engañadores que producen la idolatría está emocionalmente ligada a esas costumbres malignas y lo único que puede liberarla es que las palabras de la Torah entren en su corazón con el fuego del Espíritu del Eterno.

Con estos mandamientos, Israel comprendía tres aspectos fundamentales del Eterno.

  • 1º_ Yahvéh, a diferencia de los dioses paganos, es esencialmente Amor y no necesita ser aplacado (Éxodo 34:6);
  • 2º_  Yahvéh es el Dios de la Vida, por lo que prohíbe el asesinato, y promueve toda práctica saludable que fortalezca y promocione la felicidad de estar vivo (Deuteronomio 30:15-16); y por sobre todo,
  • 3º_ Yahvéh es el Dios de los débiles y muestra especial interés por los niños (Salmo 72:4).

Ahora bien, considerando las características de la cosmovisión pagana, los invito a realizarse estas preguntas:

  • ¿Estamos nosotros practicando o dando nuestra aprobación a los que practican la idolatría de alguna u otra forma?
  • Aunque la idolatría no sea tan salvaje como estamos viendo en este versículo ¿puede haber comportamientos semejantes en la cultura que nos rodea y nos ha formado desde pequeños?
  • ¿Estamos siguiendo ideas de idolatría formadas por el paganismo?
  • ¿Odiamos las prácticas paganas o las aceptamos?
  • ¿Puede el aborto ser semejante a la entrega de un hijo a Moloc?
  • ¿Puede la entrega de los hijos en manos de educadores en guarderías y escuelas que no comparten nuestros valores ser semejante a sacrificar un hijo a un ídolo?
  • Sacrificar un hijo en el fuego de pequeño o darle una educación que no le instruye en la Torah y en el Mesías para que finalmente corra el riesgo de ser quemado en el lago de fuego ¿qué diferencia hay?
  • Si permitimos que nuestros hijos sean influenciados por juegos, juguetes y libros místicos, música con inspiración satánica, juegos virtuales llenos de espíritus malignos y películas llenas de violencia, sexo y magia ¿no estamos arriesgando que sus almas se pierdan para siempre?

Al respondernos sinceramente, y desde la verdad, cada una de estas preguntas, descubrimos que este Moloc sigue siendo hoy tan real como en aquel entonces, ya que representa la perversión por la que erigimos en ídolo lo que no es más que una abominación ante Yahvéh: nuestro amor a las riquezas y obsesión por el placer por placer mismo. Ese Moloc sigue presente hasta el día de hoy y millones lo tienen por dios. Es el materialismo, esa miope noción de que no hay más realidad que lo que puedo ver y tocar.  Lo que puedo tener y acumular. Ese Moloc es el hedonismo, que no permite contrincantes ni competidores en su hegemonía sobre la posesión de nuestras facultades. Ese Moloc es el ego, que se encumbra por encima de todo y de todos, supeditando cualquier norma a su voluntad, y acepta como válida y «absoluta» cualquier opinión relativa surgida en la mente de cada individuo que camina por nuestro planeta.

Meditando sinceramente en la verdad de esta lección, clamemos juntos para que el Eterno nos dé mucha sabiduría y firmeza para que ninguno de nuestros hijos se pierdan. Esforcémonos diariamente en nuestra fe para que podamos presentarnos en el día del juicio diciendo:

 

He aquí, yo y los hijos que el SEÑOR me ha dado ”

(Isa 8:18)

y

“Cuando estaba con ellos, los guardaba en tu nombre, el nombre que me diste; y los guardé y ninguno se perdió

(Juan 17:12)

Apreciado lector, estimada lectora, si hoy tu hijo está en mal camino, ayuna, ora y haz lo que está escrito por mano del profeta Jeremías:

“Levántate, da voces en la noche al comenzar las vigilias; derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor; alza hacia El tus manos por la vida de tus pequeños”

(Lamentaciones 2:19)

¡Que no se pierda ninguno de nuestros hijos! ¡Recuerda que eres el secreto mesiánico para salvaguardar generaciones!

 

Shavuá Tov!