Por P.A. David Nesher
De acuerdo a lo revelado en la Torah (Enseñanza) divina, el Día de la Expiación es una jornada especial para encontrarse cara a cara con Elohim (Dios). En un sentido espiritual, debemos considerarnos en ese día como si estuviéramos en el Lugar Santísimo, cara a cara con el Todopoderoso.
En la porción Ajarei Mot, se nos revela que en el día de Yom Kippur, el Kohen Gadol (Sumo Sacerdote) se encontraba cara a cara con Yah, nuestro Dios. Es por eso que lo primero que traía al Lugar Santísimo era el ketoret (incienso). El propósito del incienso era crear una nube de humo de tal densidad que permitiera que el Kohen Gadol no viera el arca del pacto y muriera. Esto nos sirve para comprender y aceptar que en este mundo, incluso nuestros encuentros más cercanos con Elohim (por medio de Yeshúa) están velados y oscurecidos. El apóstol Pablo se refería a esto al escribir:
«… ahora vemos por espejo, oscuramente»
(1 Corintios 13:12)
El apóstol estaba aquí refiriéndose a un espejo de latón tal como se usaba en aquella época. Aunque proporcionaba un reflejo, no era un reflejo nítido y claro como el que brindan los espejos modernos. Si el latón no estaba recién pulido, el reflejo en el espejo se iba haciéndose más tenue.
Recordar que no vemos al Eterno claramente debería ayudarnos a mantenernos humildes. Debería hacernos reacios a criticar las teologías de otras personas y sus experiencias con Dios. Es posible que hayan percibido un aspecto del Todopoderoso que nosotros no percibimos, o es posible que hayamos encontrado una revelación que les ha sido negada. Ninguno de nosotros debe ser culpado por no ver la imagen completa. En este mundo, la imagen completa no está disponible. Nuestro Dueño y Maestro Yeshúa les dijo a los teólogos de Su época:
«Nunca habéis oído Su voz, ni habéis visto Su forma»
(Juan 5:37)
Por eso, un verdadero aprecio por la grandeza de Dios excluye la arrogancia religiosa. El apóstol Pablo exclamó:
«Ahora conozco [sólo] en parte, pero entonces conoceré plenamente»
(1 Corintios 13:12).
Nadie de este lado del velo ha aprehendido la verdad absoluta.
“Nadie ha visto a Dios jamás” (Juan 1:18), dijo el Apóstol Juan. Sin embargo, Juan continúa diciendo que el Hijo unigénito de Dios lo ha revelado.
Yeshua dice:
«El que me ha visto a mí, ha visto al Padre»
(Juan 14:9).
Al aferrarnos a Yeshúa de Nazaret, somos llevados espiritualmente con Él (nuestro Sumo Sacerdote) al Lugar Santísimo. En Él tenemos la esperanza de participar en la resurrección de entre los muertos que Él experimentó. El apóstol Pablo nos recuerda que después de la resurrección de entre los muertos, nos veremos «cara a cara«. En ese día, entraremos al Lugar Santísimo del verdadero Santuario, el celestial, y no habrá una nube de humo que oscurezca nuestra vista. Nos veremos cara a cara.
“Tenemos confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Yeshua, por un camino nuevo y vivo que él nos inauguró a través del velo, esto es, de su carne”
(Hebreos 10:19-20).
Sin embargo, esta poderosa verdad nos deja en la peligrosa posición de trivializar la asombrosa santidad y el terror del Dios Todopoderoso. No debemos permitir que este privilegio espiritual que tenemos de accesar directamente al Padre, disminuya nuestra reverencia por Él.
«Y pondrá el incienso sobre el fuego delante de Yahvéh, para que la nube del incienso cubra el propiciatorio que está sobre el arca del testimonio, no sea que muera.»
(Levítico 16:13)