Pastor Moisés Franco
“ Éste será un estatuto perpetuo para ustedes: El que rocíe el agua de la purificación también deberá lavar sus vestidos. Quien toque el agua de la purificación será impuro hasta el anochecer.»
(Bamidbar 19:21 |RVC)
El que purifica se torna impuro, ¡qué ejemplo tan claro de amor en servicio al prójimo! Un pasaje que visto desde los ojos del cristianismo puede pasar desapercibido por tratarse de un ritual, para esta religión, obsoleto, pero es todo lo contrario.
Indudablemente este mandato es un código encriptado de la obra mesiánica, de lo que nuestro amado Maestro hizo por nosotros, tal como dice la segunda carta a los Corintios capítulo 5 versículo 21:
“al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en Él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios.»
Ahora bien, ¿qué lo motivó a hacerlo? ¿acaso el mero sentimentalismo de darle “pena” nuestra condición?
Claramente no, porque de hecho el citado pasaje dice: “para que en él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios.” Pero ¿qué significa esto?
Entiendo que la respuesta es la misma que motivaba al puro a impurificarse con las cenizas de la vaca roja: para que el otro pueda disfrutar de estar en cercanía con el corazón del Eterno, y por ende, anhelante de hacer Su voluntad.
En el mismo capítulo de la carta paulina se nos dice:
“ … y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (…) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo a través de Cristo y nos dio el ministerio de la reconciliación. Esto quiere decir que, en el Ungido (Cristo) Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, sin tomarles en cuenta sus pecados, y que a nosotros nos encargó el mensaje de la reconciliación.«
(2 Corintios 5:15;18-19 | RVC)
Es decir, nos purificó para reconciliarnos, sí, pero también para que fuésemos embajadores al mundo de Su propuesta de reconciliación.
Ahora bien, como notarán, el Eterno me habló enteramente por el quinto capítulo de esta epístola, ya que no sólo me mostró lo recién citado, sino que también me llevó a confrontarme con cómo lo estoy haciendo:
“… es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo bueno o lo malo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo» (v. 10)
Aquí claramente no está hablando de salvación (que es por gracia), sino de los méritos que traerán recompensas en el Mundo Venidero. O sea, no se habla de estar o no con el Señor, sino en qué posición y de qué manera, cosas que evidentemente nos serán reveladas en aquel momento, pero que en el hoy nos alientan a esforzarnos por construir diligentemente nuestro propio bienestar, por así decirlo.
Aquí quisiera cerrar con algo maravilloso, la necesidad de comprender que estos méritos no se deben intentar realizar desde la propia fuerza humana, ya que es imposible que lo meramente humano cobre sobrenaturalidad por sí solo.
“Los que estamos en esta tienda, que es nuestro cuerpo, gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desvestidos, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Pero Dios es quien nos hizo para este fin, y quien nos dio su Espíritu en garantía de lo que habremos de recibir”
(2 Corintios 5:4-5| RVC)
Es necesario hacerlo con el poder de Su Espíritu, que es Su sobrenaturalidad habitando en nuestra naturalidad.
En las traducciones tradicionales dice que el Ruaj haKodesh es las “arras”. Palabra en desuso (al menos en Argentina) que viene a ser la seña que se entrega previo a la firma de un contrato de compra-venta de un inmueble o un automotor, por ejemplo. Es la garantía de que quien la entrega ha de volver para cumplir su palabra.
Si Él nos ha dado al Espíritu Santo no es para dejarlo gimiendo por siempre en esta dimensionalidad, sino para llevarnos en el debido momento con Él y revestirnos de eternidad.
Sin embargo, mientras ese día llega, debemos comulgar con Su Espíritu para realizar diligentemente la obra que tenemos por delante en el Reino de YHVH.
“El que toque algún cadáver, quedará impuro siete días. Al tercer día se purificará con esa agua, y al séptimo día quedará limpio. Pero si al tercer día no se purifica, entonces no será limpio al séptimo día»
(Bamidbar 19:11-12| RVC)
Ya nos purificó al tercer día (con Su resurrección) y el sellamiento con el Espíritu Santo, ahora nos queda aguardar atentamente la purificación que Yeshúa hará en el séptimo y gran día.
Que el Señor de la casa nos encuentre haciendo lo que nos encomendó esforzadamente a fin de demostrar con nuestra vida que la impurificación del Ungido valió la pena (Mateo 24:45-46)
Con amor y en servicio Moisés Franco