Por P.A. David Nesher
Comenzaré esta bitácora, compartiéndote una frase del maestro Tzvi Freeman:
«Luchar contra el mal es una tarea muy noble cuando es necesario. Pero no es nuestra misión en la vida. Nuestra tarea es traer más luz».
Después de leerla quedé meditando que desde tiempos inmemoriales el hombre ha contemplado la vida, cuestionado el propósito de la existencia y, como consecuencia, ha intentado entender la naturaleza del mal haciéndose varias preguntas: ¿Cuál es la función del mal? ¿Por qué motivos existe el mal en el universo? ¿Cómo es posible que Dios creara el mal? ¿Es algo real, con sustancia y poder? ¿O no es más que la ausencia de verdad, un vacío de realidad, oscuridad, una negación de la luz? Si es real, ¿cómo pudo Dios permitirlo en su mundo?
Algunos Sabios aseguran que los secretos de la Torah (Instrucción) divina revelan que el mal es oscuridad; nada más que una ausencia de luz. Entonces, si es solo oscuridad, ¿cómo es posible que la oscuridad desafíe a la luz? Y además, ¿cómo podría el Creador, que es bondad y compartir absolutos e ilimitados, crear individuos que alberguen una capacidad tan grande para el comportamiento maligno?
Así, termino deduciendo que ninguna respuesta que encontremos nos satisfará por completo. Y es que el mal está demasiado cerca como para verlo con claridad; es demasiado doloroso como para etiquetarlo. Sin embargo, y por otro lado, sino comprendemos qué es el mal, ¿cómo podemos luchar contra él?
Volvamos entonces a lo revelado por la Instrucción divina. En ella, la metáfora del mal es la oscuridad. Eso simplemente significa la ausencia de verdad. Un vacío de realidad. Como la oscuridad, el mal no tiene poder propio. No tiene vida propia. ¿De dónde, entonces, obtiene el poder de causar tanto dolor en el mundo? Generalmente, de nosotros, de nuestro miedo a él. De que lo consideramos algo que vale la pena negociar.
Sí, así y como lo oyes, el mal está impulsado enteramente por nuestro miedo a ello, por considerarlo un «algo» que exige nuestra respuesta.
Usando otra metáfora diré que el mal es un terrorista, alimentado por nosotros mismos en cada cucharada de preocupación, fomentado con cada mirada de ansiedad e inquietud que generamos; animado y fortificado con cada concesión que hacemos de nuestras vidas para reconocer su amenaza, hasta que, logrando levantarse desde nuestros pensamientos, se coloca contra nosotros hasta que nos haya absorbido suficiente energía para atacarnos descaradamente con nuestros propios instrumentos.
Al haber peregrinado en el estudio de la Torah, podemos notar que este tema se repite a lo largo de muchos relatos. Cuando la serpiente se acercó a Eva (explican los sabios), ella no estaba lista para dedicarle su tiempo. En su mundo, la serpiente bien podría no existir. Así que la serpiente tuvo que preguntar: «¿Es cierto que no se te permite comer de ningún árbol del jardín?«. Por supuesto, la serpiente sabía que era mentira. Pero así, Eva se dio cuenta. La serpiente se convirtió en alguien a quien vale la pena responder. Y, por lo tanto, con el poder de causar problemas.
De igual manera, lo vemos en la vida de Moisés. Él comenzó su carrera como libertador al matar a un capataz egipcio que golpeaba hasta la muerte a un esclavo hebreo. Cuando descubrió que su acción se había hecho pública, el libro de Shemot (Éxodo) nos dice que «Moisés tuvo miedo. Y el Faraón procuró matarlo. Así que huyó». Notemos esta secuencia. Primero, Moisés tuvo miedo. Solo entonces el Faraón procuró matarlo. Sin el miedo de Moisés, el Faraón no tenía poder.
Leyendo una enseñanza del famoso Rav Yeshudá Áshlag, me encontré con que él explica en su obra «Una Introducción al Zóhar» (Título original: «An Entrance to the Zohar») lo siguiente:
“Sabemos claramente que el Pensamiento de Creación de Dios, cuyo propósito era dar disfrute a aquello que Él creó, originó por necesidad el Deseo de Recibir de Él toda la bondad y amabilidad que Él pensó para Su creación. Este Deseo de recibir no estaba contenido en la esencia del Todopoderoso antes de que Él lo creara en sus almas; ya que ¿de quién podría Él haber recibido algo? Por lo tanto, Él creó algo completamente ‘nuevo’ que no estaba contenido dentro de Él. En asuntos espirituales, la diferencia de forma funciona de la misma manera que el filo de una espada separa cosas materiales. La distancia entre estas dos será en proporción a cuán opuestas en forma estén una de otra. Esta diferencia de forma que poseen las almas actúa como el filo de una espada y corta una piedra de una montaña. Fue mediante esta diferencia de forma que las almas se separaron del Creador y se apartaron de Él, para que se convirtieran en algo que fue creado”.
Esta fue la creación de este mundo conocido como el Mundo de la Acción (Olam Asiah) o mundo de la dualidad. En otros términos: el mundo del Bien y del Mal.
Entonces Áshlaj, en su cita, describe al Creador como el máximo grado del deseo de compartir y de bondad, haciendo que el extremo opuesto del deseo de recibir, el cual está separado de Él, sea maligno. Así pues la naturaleza de la separación permite que surja la creación del mal.
Según los secretos del Cielo revelados en la Torah, cuando el Creador creó las almas, en esencia creó la vasija perfecta, es decir un recipiente, con una naturaleza completamente opuesta a la Suya para que así Él pudiera compartir su beneficencia lumínica de amor. El propósito de esta creación, como lo explicó Rav Áshlag, fue llenar las almas con Su Luz. Mientras la Vasija esté llena de Luz, adquiere las características del Creador: bondad y compartir infinitos. Sin embargo, al asumir las cualidades del Creador, la vasija desea compartir sin límite. La pregunta es ¿con quién? Entendemos que la Luz Infinita no tiene necesidad o deseo de recibir nada, así que se hizo un trato en el nivel más alto de la mente divina en el que se crearía un mundo donde las almas pudieran compartir y recibieran sólo la Luz —la beneficencia del Creador cuando fuera merecida— mediante el comportamiento afín con la Luz. Luego de la creación de este mundo, donde una vez hubo Luz, la oscuridad llenó el vacío.
Esta ausencia de Luz, es el mal en sí, al que los Sabios con el tiempo llamaron: el Deseo de Recibir para Sí Mismo.
Entonces, debemos aceptar que cada ser humano en este mundo contiene ambas polaridades del deseo: para compartir y para recibir. Nuestros deseos acumulados crean una vasija cuántica. Cuando tomamos decisiones individuales, afectamos de manera colectiva al todo. Cuando las personas actúan con tolerancia, generosidad y bondad, entonces hay Luz en el mundo; parte de la idea original. Por el contrario, si somos perezosos, intolerantes, odiosos e iracundos (aun en su más mínima expresión) esas cualidades negativas se acumulan y mantienen alejada a la Luz, permitiendo que la oscuridad nuble el mundo.
Así es con el mal en el mundo, así es con las fuerzas destructivas dentro de cada uno de nosotros: cuando nos rebajamos a conquistar el mal dentro de nosotros mismos, terminamos rodando con él en su barro.
Saber esto es sumamente útil. Una vez que descubrimos el secreto del mal, sabemos cómo desmantelarlo. La estrategia es casi idéntica, ya sea el mal que azota el mundo o tu comunidad, o el que se esconde en lo más profundo de tu corazón, acechando para aterrorizarte a la menor oportunidad.
Soy conciente que no es una solución sencilla, porque como humanidad ya hemos alimentado el mal a lo largo de los siglos hasta el punto de que prospera y crece cada día. Al principio, Adán y Eva podrían haberlo ignorado y con el tiempo se habría disuelto en las chispas de luz divina que revelaron en el Jardín. Pero una vez que el mal ha sido alimentado y vive fuera de su bolsa, nunca más podrá ser tratado con tanta facilidad, sino hasta el final del Shabat Milenial.
Sin embargo, nuestra principal arma contra el Mal sigue siendo nuestra indiferencia hacia él.
Lo explicaré del siguiente modo: la existencia del mal es permanente, pero sus efectos son temporales. El mal se vuelve impotente una vez que se ha realizado suficiente bien, porque la bondad aumenta la conciencia general y permanente del Creador. Una vez realizado suficiente bien, el mal no puede nublar el juicio humano. Es importante destacar que no es la conciencia del Creador la que está oculta, sino la propia conciencia del hombre del Creador la que está atenuada. Si bien el mal se crea en forma potencial, el hombre debe materializarlo. Por eso, el primer pecado fue la materialización del Mal por parte del hombre, que lo internalizó. Si el hombre no hubiera pecado, el mal se habría vuelto impotente. El Universo Físico, tal como es hoy, en decadencia, es el resultado de la materialización del Mal. Por eso, finalmente se deconstruye y resucita de forma permanente (esto se llama la Resurrección de los Muertos).
Entonces, para desterrar verdaderamente el mal, debes marchar sobre las nubes y nunca mirar hacia abajo. Como lo aconsejara el apóstol Pablo a los creyentes de Colosas al escribirles:
«Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.»
(Colosenses 3: 1-4)
En otras palabras, debes diariamente escalar más alto hasta alcanzar un lugar de luz que no deje grieta para que el mal se esconda. Elevado a ese lugar, el mal se derrite en la rendición, y termina huyendo de tu vida. Así Santiago se los recordaba a los discípulos del SEÑOR:
«Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.«
Santiago 4:7
De hecho, este es el propósito del mal: ¿por qué un Dios completamente bueno ideó el mal en su mundo? Porque el mal nos obliga a ahondar en nuestro interior, sometiéndonos a Dios para encontrar nuestra fuerza interior, Su Unción, con la que podemos ascender cada vez más, hasta alcanzar una luz brillante y cegadora, una luz que no deja resquicio para que la oscuridad se esconda.
Entonces, por ahora el mal ha cumplido su sentido: exprimir la luz interior del alma humana, una luz que no conoce límites. Ante esa luz, el Mal se derrite, rendido, y desaparece. Pues, en el principio, la oscuridad se creó con un solo propósito: extinguir la luz interior del alma humana. Una luz sin límites.
¡Misión cumplida, el mal se desvanece en la luz que él mismo ha llamado!
Ahora sí, con esto bien entendido, vale la pena terminar la bitácora con la frase que usé al comenzarla:
«Luchar contra el mal es una tarea muy noble cuando es necesario. Pero no es nuestra misión en la vida. Nuestra tarea es traer más luz«.
Shalom a todos! ¡Los amo y los necesito!
P.A. David Nesher