Por P.A. David Nesher
“Y Yahvéh dijo a Avram:
Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.”
(Berseshit/Génesis 12:1-3)
Después de cinco años en Harán (o Jarán), el Eterno le recuerda lo que originalmente le había dicho a Abram en la tierra de los caldeos. Cuando leemos el relato que el diácono Esteban hace en el libro de los Hechos, descubrimos que Yahvéh ya se había aparecido a Avram en Ur-Kasdim:
“El Dios de gloria apareció a nuestro padre Avraham cuando estaba en Mesopotamia, antes que habitara en Jarán, y le dijo:
«SAL DE TU TIERRA Y DE TU PARENTELA, Y VE A LA TIERRA QUE YO TE MOSTRARÉ.«
Entonces él salió de la tierra de los caldeos y se radicó en Jarán. Y de allí, después de la muerte de su padre, Dios lo trasladó a esta tierra en la cual ahora vosotros habitáis.”
(Hechos 7: 2-4)
Así pues nos queda claro que Avram ya había recibido su vocación divina en el país donde nació. Al leer el primer libro de las Sagradas Escrituras no encontramos la razón por la que Teraj, el padre de Avram, tomó la decisión de salir de Ur con parte de su familia.
Sin embargo, cuando acudimos al testimonio del libro de Yashar, junto con otros midrashim (enseñanzas), nos enteramos que Teraj había sido el general del ejército del rey Nimrod cuando tuvo a su hijo Avram, y por causa de un mensaje de los astrólogos Nimrod había decidido matar a todos los niños recién nacidos en su reino porque temía que un nuevo rey había nacido que le iba a quitar de su puesto. Por esto, Teraj escondió a Avram en una cueva durante 13 años y con astucia le entregó un niño recién nacido de una de sus siervas, diciendo que era Avram. De este modo Avram pudo sobrevivir el primer ataque contra su vida. Esta fue la primera de las diez pruebas que tuvo que pasar nuestro padre.
La segunda prueba que cuentan los midrashim fue cuando Avram no quiso adorar a los dioses de madera y piedra que su padre Teraj servía. También desafió la idolatría del rey Nimrod y por eso fue puesto en la cárcel durante diez años y luego echado en un horno de fuego junto con su hermano Harán. Yahvéh lo liberó milagrosamente de esa prueba pero su hermano fue consumido por las llamas.
Entonces, pareciera ser que por causa de todo esto Teraj tomó la decisión de salir de Ur para tener paz en su familia. Su plan era ir hasta la tierra de Kenáan, pero nunca llegó. Se quedó por la mitad, en Jarán, en la parte sur-este de lo que hoy es Turquía. La obediencia parcial de Avram no quitó la promesa de Yahvéh. En lugar de esto, significaba que la promesa estaba “en espera” hasta que Abram estuviera listo para hacer lo que el Señor dijo.
Es que es muy difícil dejar el propio país donde uno tiene todas sus relaciones. Es muy difícil salir de su pueblo, y todavía más, salir de la casa del padre de uno. Pero eso es lo que le pidió el Señor a Abram. A partir de estas palabras se descubre un doble fracaso por parte de Abram. Hay tres cosas que le fueron ordenadas por el Eterno. En primer lugar, él tenía que dejar su tierra y a las personas que vivían allí. Con respecto al primer requisito Abram obedeció, pero en referencia a los dos últimos fracasó. En segundo lugar, él tenía que separarse de su padre y de la casa de su padre. Pero en lugar de dejar a su padre y a su familia, llevo a su padre Teraj y su sobrino Lot con él. En esto no fue obediente. Teraj significa retardo, y Abram estaba atascado en Harán.
Los estudiosos no saben bien si el Eterno repitió su llamado a Avram en Jarán, o es que simplemente Avram tomó la decisión de salir por causa del llamado que había recibido ya estando en Ur, antes de que su padre había tomado la decisión de salir de allí. Lo cierto, es que ahora vemos como Avram obedece el llamado de salir de su tierra y de su familia. Sin embargo, aún lleva consigo a su sobrino Lot, cuyo nombre significa “velo”, que con el tiempo le causará muchos problemas.
“Y tomó Avram a Sarai su mujer, y a Lot su sobrino, y todas las posesiones que ellos habían acumulado, y las almas que habían hecho en Jarán, y salieron para ir a la tierra de Kenáan; y a la tierra de Kenáan llegaron.”
(12:5)
Las almas que habían hecho es una referencia a que habían ganado personas para la fe de ellos. Según Rashí, Avraham convertía a los hombres y Sará convertía a las mujeres. Según el midrash, Avram convocó asambleas públicas en Jarán, para proclamar la verdad de Un Creador, e instó a servirlo. Luego de los discursos públicos, estaba dispuesto a debatir sus propuestas con cualquier persona que las cuestionara. Así ganó decenas de miles de adeptos que reconocieron la existencia de Yahvéh como el único Boré Olam (Creador).
“Y atravesó Avram el país hasta el lugar de Shejem, hasta el planicie de Moré. Y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y Yahvéh se apareció a Avram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Entonces él edificó allí un altar a Yahvéh que se le había aparecido.”
(12:6-7 )
Abram atravesó toda esa región hasta llegar a Shejem (Siquén), donde se encuentra la encina sagrada de Moré. Shejem era una ciudad pagana y fue el centro cananeo de la idolatría y las prácticas ocultas. Los cananeos tenían santuarios en arboledas de robles y Moré puede haber sido uno de sus centros de culto. Ahora bien, por un lado, el nombre Shejem significa “hombro”, “cerviz”, “nuca”, en relación con levantar una carga o llevar un yugo, y el nombre Moré significa “maestro”. Por otro lado, Abram no había llegado a ser influenciado por los cananeos, ni él a adorar a sus dioses. Por el contrario, el venía con una misión: proclamar que Yahvéh es único y verdadero Dios. Por eso, la primera experiencia espiritual profunda que tuvo Avram después de haber obedecido al Eterno al salir de Mesopotamia, fue una aparición del Eterno en Shejem y Moré. Es sólo cuando nos separamos del mundo y caminamos en obediencia al propósito eterno de Dios que podemos entrar en comunión con Él.
Esta experiencia le marcó tanto que tomó la decisión de edificar en ese lugar un altar. Ese altar representa la primera experiencia en la vida de la fe de todos los que van a ser contados por Dios como hijos, se trata de la entrega del yo. Edificar un altar en la antigüedad significaba que junto al mismo se construía y constituía una yeshivah (escuela) o centro de estudios de la doctrina de la divinidad que en dicho altar se invocaba. Es decir, que nuestro padre Avram hizo un altar desde el que invitaba a muchos habitantes de Kenan a venir a conocer al Eterno.
El altar es un lugar de sacrificio, un animal es ofrecido como representación del hombre. La ofrenda de ascensión (holocausto) simboliza una entrega total. El altar es el lugar donde la voluntad del hombre se somete a la voluntad del Eterno. “No se haga mi voluntad sino la tuya.” “Que no sea como yo quiero sino como tú quieras.” Eran las expresiones comunes que un ofertante daba como oración junto a su sacrificio. Después de esto, la construcción de altares se convirtió en una costumbre de los patriarcas (12:8, 13:18, 22:9, 26:25, 33:20, 35:7).
Un dato curioso para mencionar aquí es que todo el relato de los patriarcas es una anticipación de lo que le pasó a sus descendientes. Esto pone de relieve los incidentes en su vida, tales como la perforación de pozos y sus varios viajes, lo que de otro modo serian poco importantes. Por lo tanto, la primera parada de Abram estaba en Shejem, una indicación de que este sería el primer lugar para ser tomado por sus descendientes, incluso antes de que llegara el momento para que ellos conquisten la tierra prometida.
- La historia posterior a Avraham nos muestra que Shejem llegó a ser un lugar de grandes decisiones para sus descendientes (cf. Génesis 33:18-20, Génesis 28:20-21; 37:12-17; Josué 24:1, 14-27; Jueces 21:19; 1 Reyes 12:1; 12:25).
- Shejem fue elegido como un lugar de refugio (cf. Josué 20:7).
- Yosef fue sepultado en Shejem esperando la resurrección de los muertos. Su tumba se encuentra allí todavía hoy, cf. Josué 24:32.
Así que, Shejem representa en la vida de Avraham el lugar de conversión, el lugar donde muere de sí mismo y reconoce a Yahvéh como su único Dios verdadero, invitando a todo ser humano a venir a Él como Fuente. Es el lugar donde el Eterno le prometió por primera vez que su descendencia recibiría esa tierra.
Y de la misma manera como Avraham tuvo esa experiencia, todos los que en el día del juicio van a ser finalmente contados como sus hijos tendrán que tener la misma experiencia. Todos sus hijos tendrán que pasar por Shejem, donde reconocen al Dios único y mueren de sus propias vidas en el primer altar.
Como hemos dicho, Shejem significa “cerviz”, “hombro” o “espalda” y viene de una raíz que tiene que ver con inclinarse para levantar una carga sobre su espalda. Esto nos lleva a pensar en el momento cuando el Mesías se inclinó para llevar sobre sus hombros el madero de tormento sobre el cual iba a ser sacrificado para la redención eterna de todos los hijos de Avraham. Shejem simboliza la muerte de Yeshúa. Fue el primer lugar donde Avraham tuvo que pasar para poder ser el padre de la gran nación y obtener la tierra de Israel. La muerte y resurrección de Yeshúa es la base sobre la cual Yahvéh entrega la tierra a los hijos de Avraham.
También hemos visto que junto a Shejem está la llanura de Moré. Moré significa “maestro” y viene de una raíz que significa “fluir”; “poner”, “echar”, “tirar”; “señalar”; “enseñar”. Es la misma raíz que se encuentra en la palabra Torah. Así que cuando Avram primero tuvo la experiencia profunda de conversión en Shejem al mismo tiempo tuvo la experiencia de lo que implica tener un Moré, un Maestro que le enseñaba la Torah. La Torah (Enseñanza) es algo que marca la diferencia entre lo santo y lo común, lo verdadero y lo falso, luz y tinieblas, vida y muerte, etc. Por lo tanto, el Eterno mismo fue quien le enseñó los mandamientos a nuestro padre Avraham:
“Avraham me obedeció, y guardó mi ordenanza, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.”
(Génesis 26:5)
Más adelante, después de la entrada en la Tierra, los hijos de Israel tuvieron que marcar la diferencia entre la bendición y la maldición precisamente en el valle de Moré.
En el norte tenían el monte Eival, que representa la maldición que es producida por la desobediencia a los mandamientos, y en el sur tenían el monte Guerizim, que representa la bendición por obedecer los mandamientos, cf. Deuteronomio 11:26-32; 27:12; Josué 8:33.
Moré es el lugar donde se reconoce la Torahdel Eterno como el patrón de nuestra vida.
Moré representa también a Yeshúa HaMashíaj como el gran Maestro (Rabino) que enseña a sus seguidores de mentalidad hebrea a vivir según la Torah que fue dada en Sinai, tal como Él mismo lo aseguró en su enseñanza de la montaña:
“No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir. Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla. Cualquiera, pues, que anule uno solo de estos mandamientos, aun de los más pequeños, y así lo enseñe a otros, será llamado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los guarde y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.”
(Mateo 5:17-20:)
Combinando los dos lugares Shejem y Moré, vemos también una conexión entre nuestra aceptación de la muerte del Mesías y la aceptación del Mesías como nuestro Maestro de Torah.
Shejem y Moré representan los dos pasos para ser salvo tal como el apóstol Pablo se lo recordaba a los discípulos de Roma:
“si confiesas con tu boca a Yeshúa por Señor (hebreo Adón; griego Kyrios), y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo; porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación.”
(Romanos 10:9-10)
Tanto el término hebreo Adón como el griego Kyrios significa “señor”, ”maestro”, ”gobernante” y ”jefe”.
Aprovechando esta charla con ustedes, debo decirles que en la literatura rabínica de Israel de todos los tiempos, encontramos que los sabios hablan del “yugo de la Torah”, el “yugo del Reino de los Cielos”, el “yugo de los mandamientos” y el “yugo del arrepentimiento”, y todos estos “yugos” son términos para tomar o aceptar la Torah. Es decir que la palabra “yugo” normalmente representa la Torah.
Así pues nos encontramos con Yeshúa que al llamar seguidores les decía:
«Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí»
(Mateo 11:28).
Aquí Yeshúa se refiere al entendimiento de los hebreos del «aprendizaje» que se puede ver como dos bueyes unidos para arar. Uno mas viejo, el buey más fuerte con más experiencia se coloca en un yugo al lado de un buey joven con menos experiencia. El joven entonces se entera de sus responsabilidades de la edad a través del yugo. El descanso que ofrece Yeshúa es el yugo con el que estamos obligados a él. ¿Cuál es el yugo? ¿Cómo podemos, como el buey más jóvenes, aprender de Yeshúa, el buey viejo? El yugo es la Torah, las enseñanzas de Dios. Como Yeshúa caminó la Torah, nosotros estamos unidos a él para aprender los caminos de Yeshúa a través del yugo de la Torah. Por eso, cuando Yeshúa dice que su yugo es fácil y su carga ligera, hay una referencia implícita al estilo de vida itinerante que llevaba; a esa alusión de no tener dónde reposar la cabeza, situación compensada por la recompensa de recibir las enseñanzas de un maestro de Torah.
Pero aún no está todo dicho. Permítanme peregrinar con ustedes unos niveles más de lo que se esconde en este texto. Para ello leamos lo que se relata a continuación:
“De allí se trasladó hacia el monte al oriente de Betel, y plantó su tienda, teniendo a Betel al occidente y Ai al oriente; y edificó allí un altar a Yahvéh, e invocó el nombre de YHVH.”
(12:8)
Diré que Betel significa “casa de Dios”, “casa del Poderoso”. En el contexto de una mentalidad hebrea la palabra casa puede significa dos cosas:
- Núcleo familiar
- Lugar de habitación
En este caso Betel simboliza tanto la Familia de Dios como el Templo de Dios. Pues bien, la vocación de Avram nos está diciendo que no podemos quedarnos solamente en la experiencia de Shejem y Moré, que representa la conversión al Dios de Israel por medio de Yeshúa HaMashíaj y la aceptación de la Torah dada por Moshé y explicada por el Mesías. ¡El Eterno asegura que hay más!
Ya les expresé que en la mente hebrea se habla de dos yugos, el yugo del Reino y el yugo de la Torah. El yugo del Reino está representado en el significado de Shejem, y el yugo de la Torah está representado por Moré. Estos dos yugos están también expresados en los primeros textos de la confesión del Shemah. En el primer texto del Shemah está escrito:
“Escucha, Israel, YHVH es nuestro Dios, YHVH es uno. Y amarás a YHVH tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas.”
(Deuteronomio 6:4-9 )
Este texto representa el yugo del Reino, el cual implica aceptar al Eterno como nuestro único Dios de manera personal. Por esto está escrito en singular: “amarás, tu, tu, tu, enseñarás etc.”
Ahora, el amor por el Eterno se manifiesta en la obediencia a sus mandamientos. Shejem nos lleva a Moré.
El segundo yugo, el de la Torah, se encuentra en Deuteronomio 11:13-21 donde leemos lo siguiente:
“Y sucederá que si obedecéis mis mandamientos que os ordeno hoy, de amar a YHVH vuestro Dios y de servirle con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, El dará a vuestra tierra la lluvia a su tiempo, lluvia temprana y lluvia tardía, para que recojas tu grano, tu mosto y tu aceite. Y El dará hierba en tus campos para tu ganado, y comerás y te saciarás. Cuidaos, no sea que se engañe vuestro corazón y os desviéis y sirváis a otros dioses, y los adoréis. No sea que la ira de YHVH se encienda contra vosotros, y cierre los cielos y no haya lluvia y la tierra no produzca su fruto, y pronto perezcáis en la buena tierra que YHVH os da. Grabad, pues, estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma; atadlas como una señal a vuestra mano, y serán por insignias entre vuestros ojos. Y enseñadlas a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y escríbelas en los postes de tu casa y en tus puertas, para que vuestros días y los días de vuestros hijos sean multiplicados en la tierra que YHVH juró dar a vuestros padres, por todo el tiempo que los cielos permanezcan sobre la tierra.”
En este yugo de la TorAH vemos como el pronombre se va cambiando a una forma plural. En el primer yugo, el del Reino el texto está escrito de una forma solamente personal, singular, “amarás, tu, tu, tu, enseñarás, escribirás etc.”
En este yugo de la Torá vemos que se usa la forma plural “obedecéis, os, vuestro, vuestro, vuestra, vuestra” pero luego, en el versículo 14 va pasando al singular: “recojas… etc.” para luego volver al plural en los versículos 16-19a: “cuidaos…”, después al singular en los versículos 19b-20: “te…” y, finalmente, al plural en el versículo 21.
De esto aprendemos que el yugo de la TorAH nos enseña a vivir nuestra vida privada en obediencia en una relación con el pueblo del Eterno. Por lo tanto no es suficiente vivir solos delante del Eterno. Necesitamos formar parte de un colectivo. Y este es precisamente el resultado del trabajo de la Torah en nuestras vidas.
Uno no puede amar al Eterno y aborrecer al hermano. Es imposible, porque el amor al Eterno te lleva forzosamente a amar a tu prójimo, primero los más cercanos y luego los que están más allá de los conocidos.
En esto pensaba el apóstol Pablo cuando le escribía a los discípulos de Éfeso:
“Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también vosotros fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.”
(Efesios 4:1-6)
Así mismo a los filipenses les insistía en esto diciéndoles:
“Por tanto, si hay algún estímulo en el Mesías, si hay algún consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y compasión, haced completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito. Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás.”
(Filipenses 2:1-4)
Y a los de Colosas los animaba así:
“Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesús el Cristo, orando siempre por vosotros, al oír de vuestra fe en Jesús el Cristo y del amor que tenéis por todos los santos… Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como el Mesías os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad. Y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, a la cual en verdad fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.”
(Colosenses 1:3-4; 3:12-15)
En todos estos textos vemos la importancia de tener una relación correcta con el pueblo de Dios, valorándolo como la Familia de Dios y el Templo de Dios para cada uno de los redimidos.
La experiencia de salvación con la aceptación del yugo del Reino y el yugo de la Torah es maravillosa, y transforma nuestra vida personal. Pero hay más. Conforme vayamos creciendo en el conocimiento del Eterno por medio de Su Torah revelada por medio de Moshé y el Mesías Yeshúa, entraremos en una dimensión nueva de nuestra vida espiritual, la dimensión de colectivismo y así pasamos de Shejem y Moré a Betel, la familia del Eterno.
Es cierto que tenemos una responsabilidad delante del Eterno de nuestras vidas personales, cada uno será juzgado según su propia obra, en pensamientos, palabras y hechos, pero nuestras vidas no fueron creadas para ser islas separadas en un lago, sino miembros de un cuerpo, un colectivo, una gran familia, la gran familia de los hijos de Avraham.
“… al oriente de Betel, y plantó su tienda, teniendo a Betel al occidente y Ai al oriente; y edificó allí un altar al Eterno, e invocó el nombre del Eterno”
Ai significa montón o ruina. Betel significa casa de Dios. ¡Un montón de piedras no es una casa!
Avram se colocó entre Betel y Ai. Cada día al salir de su tienda por la mañana vio que Ai estaba delante y Betel detrás, porque las tiendas siempre se colocan con la entrada hacia el oriente. Para poder ver la casa de Dios – Betel – tuvo que dar las espaldas al montón de piedras – Ai. De la misma manera nosotros tenemos que escoger entre ser una piedra solitaria, aunque sea parte en un montón de piedras juntas, o ser parte de una casa donde hay orden y disciplina.
Para ser parte de una casa hace falta pasar por un proceso de corrección, ser una piedra viva, labrada, y ajustada y colocada en un lugar específico en el edificio. Ya uno no puede hacer lo que le parezca, lo que le plazca. Hay constructores que han sido puestos para edificar una casa del Eterno en todo lugar, esforzándose para que las piedras sean ajustadas y colocadas cada una en su lugar.
Así que ya terminó el tiempo de ser una persona espiritual solitaria. Llegó el tiempo de ser parte de una casa, un cuerpo, y unirse definitivamente a los hermanos.
Por este espíritu velaban y trabajaban los apóstoles del Señor en las primeras comunidades de seguidores de Yeshúa:
“Por tanto, desechando toda malicia y todo engaño, e hipocresías, envidias y toda difamación, desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis probado la benignidad del Señor. Y viniendo a El como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Yeshúa el Mesías. Pues esto se encuentra en la Escritura: HE AQUI, PONGO EN SION UNA PIEDRA ESCOGIDA, UNA PRECIOSA piedra ANGULAR, Y EL QUE CREA EN EL NO SERA AVERGONZADO. Este precioso valor es, pues, para vosotros los que creéis; pero para los que no creen, LA PIEDRA QUE DESECHARON LOS CONSTRUCTORES, ESA, EN PIEDRA ANGULAR SE HA CONVERTIDO, y, PIEDRA DE TROPIEZO Y ROCA DE ESCANDALO; pues ellos tropiezan porque son desobedientes a la palabra, y para ello estaban también destinados. Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; pues vosotros en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois el pueblo de Dios; no habíais recibido misericordia, pero ahora habéis recibido misericordia.”
(1 Pedro 2:1-10)
La Torah no relata que Avram plantó su tienda en Shejem. Pero aquí en Betel sí. Es un lugar donde hay que plantar la tienda. Es un lugar donde hay que afirmar su estancia. Hazte miembro de un colectivo de personas que creen igual que tú y sé fiel a esa comunidad.
El relato nos cuenta que Avram “edificó allí un altar a Yahvéh, e invocó el nombre del Eterno” y este altar representa la entrega total al Eterno dentro de un contexto colectivo, en la congregación de los creyentes, en la casa del Eterno. Invocar el Nombre no significa solamente tomarlo en los labios, sino dar a conocer al mundo entero que Él es el único. Después de haber estado en Mesopotamia y luego en Egipto, Avraham toma sobre sus hombros la tarea de hacer conocer el Nombre del Eterno al mundo entero, para que supieran que El es el único Dios verdadero, fundando Centros de Instrucción (yeshivot) para capacitar a todo ser humano que quisiera obtener su santidad y justicia. Esto será la pauta más importante de la misión que la vocación mesiánica marca. Así es como lo dejó en claro nuestro Mesías:
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Yeshúa el Mesías, a quien has enviado.”
(Juan 17:3)
Avram dio a conocer el Nombre del Eterno en Shejem, Moré, y entre Betel y Ai. De esto aprendemos que lo que más impacta al mundo no es nuestra propia experiencia de aceptación del yugo del reino y de la Torá, nuestra experiencia con el Mesías Yeshúa como Salvador y Señor, sino nuestra convivencia en amor en la congregación de los creyentes, y por sobre todo nuestra proclamación de la buena noticia de Su Reino entre los hombres:
“Un mandamiento nuevo os doy (Moré):
que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado (Shejem), así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos (Proclamó el Nombre) que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros (Betel).”
(Juan 13:34-35)
Amado discípulo de Yeshúa te aconsejo que ya no vivas como una piedra solitaria, sin más bien déjate edificar como una casa espiritual y así proclamar el Nombre del Eterno entre los que te conocen.
Ahora, antes de despedirme de cada uno de ustedes, quiero compartirles un dato muy curioso y lleno de los misterios metafísicos de los Cielos. Existe un fenómeno natural muy interesante en el lugar donde Avram invocó el Nombre del Eterno por primera vez, allí en la Tierra prometida. El nombre hebreo de YHVH está escrito con las letras actuales hebreas, en las montañas en el mismo lugar donde nuestro padre plantó la tienda y edificó altar. Esto se puede ver en las imágenes de los satélites.