Resurrección

¿Con Quiénes se Reunió Avraham después de Morir?

Por P.A. David Nesher

«Avraham expiró, y murió en buena vejez, anciano y lleno de días, y fue reunido a su pueblo.»

(Bereshit/Génesis 25:8)

 

El relato escritural de la muerte y sepultura de Avraham avinu es breve y conciso. Sin embargo, este pasaje está lleno de detalles codificados que son normativos de la verdadera fe (emunah).

Leemos que Avraham vivió ciento setenta y cinco años (25:7). Este lapso de vida terrenal en realidad fue el cumplimiento de la promesa que le dio Yahvéh cuando le aseguró que iba a ser sepultado cuando ya fuese muy anciano (15:15). Isaac (en hebreo: Yitz’jak) tenía 75 años, y sus nietos Yaakov y Esav tenían 15 años. Así que él fue capaz de ver a sus nietos crecer. Esto muestra que el libro de Bereshit (Génesis) no se escribió en estricto orden cronológico. Es básicamente cronológico, pero no lo es estrictamente. Por esto debemos entender que al leer las historias notaremos que a veces, cuando una de ellas llega a su fin, vuelve y recoge una nueva línea de la historia, como es el caso de Yaakov y Esav que viene en breve.

De la vida de nuestro padre en la fe aprendemos que una cosa es vivir una larga vida, pero otra muy distinta es vivir una larga vida que también sea satisfactoria. La Torah nos dice que Abraham murió en buena vejez, luego de haber vivido muchos años, y fue a reunirse con sus antepasados (25:8). Literalmente la expresión «buena vejez» o «llenos de días» es un modismo que se usaba para indicar que se llevó una vida bien vivida. Da la idea de satisfecho, lleno de plenitud (shelemut). Esto significa que Avraham avinu vio todos los deseos de su corazón cumplidos. Las Sagradas Escrituras nos aseguran que Abraham logró este nivel de vida simplemente por transitar sus días confiado en la benevolencia ilimitada del Eterno. El modismo indica que en todos sus años, todos sus días, estuvieron dedicados a santificar el Nombre del Eterno. Todo fue aprovechado por Abraham avinu, no solo cada día sino cada instante, todo lleno de integridad, no le faltó ni una parte de un día que no estuviera dedicada al Creador. Por eso es que Avraham estaba viviendo por la fe cuando murió (Hebreos 11:13-16). Esta es la gran idea del Eterno al ofrecernos una vida que confíe plenamente en Él y Su Gracia misericordiosa.

Hasta aquí hay una cosa cierta y segura que podemos comentar. Más allá de una vida consagrada a la búsqueda de la benevolencia divina, y al deseo de conocer al Eterno, todo tzadik (justo) también debe enfrentar su hora de morir físicamente. La vida del ser humano , por más instrumento que sea en las manos y en el propósito de Yahvéh, tiene su límite. No es inmortal.

Ahora bien, al leer este versículo, nos surge un planteo. Si nuestro padre Avraham había salido de su tierra natal y ya no vivía en el lugar de sus parientes ¿cómo es posible que la Torah diga que fue reunido a su pueblo cuando murió?

Sabemos que antes de morir, Avraham había recibido de parte del Eterno la visión de la porción del Olam HaBá (Mundo Venidero) que le esperaba, por eso sabemos que falleció tranquilo y feliz (Hebreos 11: 8-10).

Por esto último, tenemos que aceptar que la expresión “reunido a su pueblo” no quiere enseñar que el alma humana posiblemente sigue existiendo después de la muerte en un lugar desconocido e inalcanzable para los vivos. Eso es un pensamiento griego que se meterá en el judaísmo por medio del rabinato farisaico esotérico del siglo II E.C. Por lo tanto, cuando leemos que nuestro padre fue “reunido a su pueblo” debemos aceptar que no se trata de que su alma se haya reunido al pueblo de los justos que habían muerto antes que él.

Entonces, para entender bien el mensaje que aquí encontramos, debemos saber que esta expresión es un hebraísmo que señala a la antigua manera de enterrar a los muertos, y la cosmovisión que tenían los orientales con respecto a su conexión ancestral.

En primer lugar, debemos saber que las tumbas antiguas tenían lugar para varios cuerpos porque normalmente eran tumbas familiares. Dentro de la tumba, que podía ser una cueva, se solía excavar aperturas en la pared suficientemente grandes para poder introducir allí los cuerpos muertos. En el centro de la tumba había un lugar en el suelo, con un nivel más bajo, llamado “el valle de los huesos secos”. Aquí era la zona mortuoria en donde finalmente se reunían los huesos de los cuerpos ya descompuestos (cf. Ez. 37:1).

En aquellos tiempos existía la costumbre de realizar dos entierros por cada difunto. En el primer entierro, ocurrido apenas fallecía la persona, se colocaba el cuerpo en la cavidad en la pared. Luego se esperaba hasta su descomposición y para entonces realizar la ceremonia del segundo entierro, la que normalmente acontecía un año después del primero. En este segundo entierro sacaban los huesos del cuerpo ya descompuesto y los juntaban apilándolos en el «valle de los huesos secos». En un cementerio del primer siglo de la Era Común, que se encuentra en el Monte de los Olivos, se puede ver que había una costumbre de meter el hueso más grande, el fémur, en una cajita de piedra con inscripciones que identificaban el muerto y que se guardaba como recuerdo. De este modo se simbolizaba que la fuerza del andar que realizó el difunto se sumaba a la energía que dejaron con sus conductas sus antepasados.

En los días del Segundo Templo aún se mantenía la costumbre de repartir la herencia en el segundo entierro cuando los familiares se reunían. Esta será la excusa que le presentará un varón a quien Yeshúa llamó para ser un seguidor de su yugo (cf. Mat. 8:21-22).

Así pues, lo primero que podemos aprender de esto es que la expresión “fue reunido a su pueblo” tiene que ver con la costumbre de reunir los huesos de los familiares muertos en la misma tumba. Recordemos que, al comienzo de esta parashah (sección Yajey Sarah) Avraham enterró a su esposa Sarah en una cueva que había comprado de los hijos de Jet. Justamente, Él será enterrado en la misma cueva por sus hijos Yitzjak e Yishmael (25:9) y de esa manera fue reunido a los huesos de Sarah que era parte de su pueblo. Luego sus hijos Yitsjak y Yaakov fueron enterrados en la misma cueva, junto con sus esposas Rivká y Leah. En total hay seis cuerpos de los patriarcas y sus esposas enterrados en esa cueva. Todavía se sabe dónde está la tumba, porque hasta hoy se ha mantenido la tradición del lugar.

Hay aquí un detalle no menor que se destaca y que no quiero que pasemos de largo. Las Sagradas Escrituras enseñan que el cuerpo muerto tiene que volver a la tierra de donde fue tomado (Gén. 3:19), lo cual significa que la cremación no es una opción para el que teme al Eterno. Por eso, ante un mundo que cada día practica más la cremación, te pido que sigas el ejemplo de tu padre Avraham y no aceptes dicha práctica idolátrica.

Ahora sí, y volviendo al hilo principal de este estudio, debemos entender que en segundo lugar, también tenemos que conocer que en la cosmovisión de los pueblos antiguos, el pasado ancestral era menos que un tren que se movía hacia ellos, y más como una aldea esparcida por un valle. Es decir que ellos se veían a sí mismo más bien enfrentando el pasado, más bien que al futuro. Esto quiere decir que cualquier contemporáneo de nuestros patriarcas vivía sopesando en su conciencia las acciones que había realizado sumándose a aquellas que sus ancestros había hecho. Por esto, la expresión fue reunido a su pueblo” expresaba la idea de ser enterrado en la tumba familiar, así como también reunirse a los rasgos genealógicos en la «aldea ancestral» que comprendía al pasado. Es decir que esta expresión era más una visión de la historia familiar que de la vida en el más allá en sí misma. 

Entonces, después de estas consideraciones, podemos agregar unas pautas más para concluir la idea de que todo ser humano debe enfrentarse con la muerte física. Y es que en este mundo físico se destaca siempre la labor de aquel ser humano que vivió en la justicia divina, disfrutando la benevolencia ilimitada de Yahvéh. Es decir, que la vida fructífera, llena de significado y logros en el propósito eterno de Dios, será la que verdaderamente perdurará en la memoria de las generaciones futuras, ya que ha reparado con su testimonio toda vaciedad que puedan haber producido las malas acciones de sus ancestros. De ahí que sea tan importante cortar con la iniquidad de nuestros padres.

Apreciado discípulo de Yeshúa, anhelo que Aquel que bendijo a Avraham, Yitzjak y Yaakov, hoy te bendiga para que puedas llenar tus días según Su propósito enterno en el Mesías, para que no te permita morir antes de tiempo. Amén.