«Entonces Dios abrió los ojos de ella, y vio un pozo de agua; y fue y llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho.”
(Génesis 21:19)
Abraham se había separado de Hagar y la había enviado con provisión para el viaje junto con su hijo Ishmael, ya adolescente de diecisiete años. Quizá parezca despiadado que Abraham, nuestro padre, hiciera tal cosa, pero era exactamente lo que Yahvéh quería, y exactamente lo que tenía que suceder. Las Sagradas Escrituras revelan que carne y sangre no forman el vínculo más fuerte que Dios quiere que respetemos. Hay circunstancias de la vida en las que no podemos hacer más que poner nuestra familia a un lado por la Gloria del Nombre de Dios, y el cumplimiento de Su propósito eterno en nosotros. De la misma manera, Yahvéh quiere que seamos despiadados con la carne:
«…pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.»
(Gálatas 5:24)
En medio de su travesía en el desierto tuvieron problemas por no encontrar agua. Ishmael estaba a punto de morir porque no se encontraba bien. Hagar, de manera egocéntrica, se alejó de él porque no quería verlo morir. Los dos lloraron, pero el Eterno sólo escuchó la voz del muchacho y envió un mensaje a Hagar por medio de un ángel. El ángel no le dijo dónde había agua, sino que tenía que ayudar a su hijo porque él iba a ser una gran nación. En ese momento el Todopoderoso abrió los ojos de Hagar para que viera un pozo de agua y así pudieron sobrevivir la crisis mortal.
Yahvéh, condujo a Hagar e Ishmael, al punto en que ya no podían seguir en su propia fuerza. Ellos, al igual que Abraham, tendrían que aprender a confiar en Él como la Fuente de su vida.
Cuando Yahvéh oyó al joven sollozar, el Ángel de Elohim llamó a Hagar desde el cielo y le dijo:
«¿Qué te pasa, Agar? No temas, pues Dios ha escuchado los sollozos del niño.»
(21:17)
Esta es la segunda vez que el Mesías pre-encarnado había rescatado a Agar. Antes, cuando ella corrió hacia el desierto a causa de su maltrato a manos de Sara, Agar fue encontrada por el Ángel del Señor cerca de un manantial en el desierto (16:7a). Allí, Él fue llamado el Ángel del Señor, el redentor, porque ella todavía estaba bajo el techo y la protección de Abraham. Aquí, Él es llamado el Ángel de Elohim (Dios), porque Hagar era entonces una extranjera para el pacto de la promesa (Efesios 2:12). Pero Él es Dios de toda la humanidad, y le habló amablemente, diciéndole:
«Levántate y tómalo de la mano, que yo haré de él una gran nación. En ese momento Dios le abrió a Agar los ojos, y ella vio un pozo de agua. En seguida fue a llenar el odre y le dio de beber al niño.» (21:18-19)
Muchas enseñanzas fluyen para nuestras vidas desde esta narración de la Torah. Primero, Abraham despidió a Hagar y a su hijo Ishmael a pesar de que le pesaba en su alma. Lo hizo porque el Eterno lo había ordenado. No hay duda pues, que se debe obedecer al Eterno a pesar de que sea doloroso. El camino de la obediencia no es el camino más fácil. La mayoría de las veces nos cuesta y en muchas ocasiones hay que suprimir las emociones personales. Si el Eterno lo ha ordenado, es lo mejor, y simplemente hay que obedecer.
En segundo lugar, aprendemos que Hagar no se ocupó de implantar las promesas del Eterno en el corazón de Ishmael. Ella sabía lo que el Eterno había dicho sobre el futuro de su hijo (17:20), pero cuando vino la crisis no le importó la promesa. En lugar de confiar en lo que el Eterno había prometido, actuó y hablaba en dirección contraria pensando que su hijo iba a morir. Por ende, lo abandonó a que falleciera, pensando de una manera individualista y hedonista. Esa fue la razón principal por las que el Eterno no escuchó su llanto, sino sólo el del joven.
Ahora bien, también será muy importante considerar el hecho de que cuando el ángel le habló a Hagar no le dio la solución del problema. Al contario, él trató con algo más importante: revelar la razón por la que ella no había podido conseguir respuesta del Cielo. La manera de educar y tratar a su hijo impedía la intervención del Eterno en su vida. Su incredulidad y rechazo de la promesa divina obstaculizaba la mano del Eterno en la crisis.
Entonces, cuando ella aceptó lo que le dijo el ángel, de atender solidariamente a su hijo y enfocarse en la promesa divina para su futuro, entonces ella misma habilitó las condiciones para recibir respuesta a su circunstancia, más que solución a su problema. Fue en ese momento, cuando el Eterno abrió sus ojos para que viera que justamente en el lugar donde estaban, había un pozo.
¿Dónde se encontraba la respuesta que solucionó el problema?
En este texto aprendemos que:
✍ En el Eterno siempre están las soluciones para cualquier problema.
✍ Si no tratamos bien a los que nos rodean, el Eterno no puede enviar la ayuda.
✍ Si no creemos y obedecemos lo que nos ha dicho, Él no puede ayudarnos.
✍ Cuando nos arrepentimos de nuestra falta de amor al prójimo y hacemos caso a las palabras divinas, estaremos en condiciones para poder encontrar la solución del problema.
✍ La ayuda divina no está muy lejos. Siempre se encuentra muy cerca del lugar donde estamos, sólo necesitamos sentidos extrasensoriales abiertos para poder percibir lo que está a nuestro alcance.
Clama al cielo cuando estás en una crisis. Analiza primeramente que no hayas maltratado a tu prójimo. Actúa y suple las necesidades de los que están a tu cuidado y el Eterno estará contigo.
Confía en lo que el Eterno te haya dicho y obedece lo que te dice ahora.
Abre tus ojos y mira a tu alrededor. La ayuda está a tu alcance.
Que el Eterno nos haga sensibles para poder percibir los impulsos suyos y actuar según ellos y no según nuestros propios corazones.