Por P.A. David Nesher
En cierta ocasión leí una frase que melló mi alma: “Una palabra puede abrir el Cielo… o romper mundos”. Para escribir esta bitácora, hice el esfuerzo de buscar el libro en el que la leí, pero el trabajo no lo encontré. Sin embargo, y más allá de la obra literaria y el autor, me animo a escribir esta enseñanza desde aquellas pautas que el Espíritu Santo ha ido sembrando en mi vida a lo largo del camino ministerial que el Señor me ha hecho transitar.

Por eso comenzaré diciéndote que en las Sagradas Escrituras se encuentra la enseñanza correcta sobre el poder del verbo que la frase compartida nos da a entender. La revelación del Eterno deja bien en claro que en los mundos superiores, no existen las palabras vacías. Por lo contrario, cada palabra que pronunciamos aquí abajo asciende o desciende como una chispa viva, una vibración que deja marcas en los planos ocultos de las distintas esferas celestiales (hebreo: sefirot).
Por lo tanto, debemos aceptar que existen palabras que salvan, porque contienen luz; y hay palabras que, nacidas del ego engreído o el prejuicio egoico, dejan fracturas en la conciencia que sólo el silencio y el amor pueden reparar.
La Sabiduría de la Instrucción divina (Torah) enseña con absoluta claridad que fuimos dotados del habla como reflejo del Creador:
“Y dijo Elokim: Sea la luz. Y fue la luz.”
(Bereshit | Génesis 1:3)
Por esto último, también tú puedes decir: ¡“Sea la luz”!… y la luz será.
Porque la palabra humana es arquitectura de mundos.
En la mente de Israel está bien establecida la idea de que cada letra hebrea no es sólo forma o sonido, sino una energía viva, una hebra del infinito. Cuando las pronuncias con intención pura, alineas tu alma con los códigos de la creación.
Los especialistas en las ciencias del alma aseguran que un abrazo puede sanar un corazón. Sin embargo una palabra pronunciada desde el alma puede devolverle a alguien su raíz ontológica, su certeza y convicción, su aliento de propósito, su misión de fe.
Así, y de igual modo, una palabra dicha con dureza o desdén puede romper un alma en silencio.
Por todo esto, amigo lector, deseo que cada palabra que salga de tu boca sea una plegaria, una nueva creación, una medicina efectiva, un ladrillo de luz que contribuye a la edificación de un mundo más humano.
Me despido solicitándote que medites en lo que el rey sabio Shlomo (Salomón) dejó en sus Proverbios:
“Porque la vida y la muerte están en poder de la lengua, y quien la ama comerá de sus frutos.”
(Mishlé | Proverbios 18:21)
Shalom!
En servicio y amor: P.A. David Nesher