Por P.A. David Nesher
“Y le dijo: Yo soy Yahvéh que te saqué de Ur de los caldeos, para darte esta tierra para que la poseas.
(Génesis 15: 9-11)
Y él le dijo: Oh Señor Eterno, ¿cómo puedo saber que la poseeré?
Y le dijo: Tráeme una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino.
Y tomó él todo esto, y los partió por la mitad, y puso cada mitad una enfrente de la otra; mas no partió las aves.
Y descendían aves de rapiña sobre los cuerpos muertos, y Abram las ahuyentaba.»
Al comenzar este estudio diré que nos sumergiremos en la investigación de los códigos que conforman un pacto que confirma la perpetuidad de la promesa de la tierra para los descendientes de Avram. Notamos que, por medio de este Bein HaBetarim (traducido al español: Pacto de las Dos Mitades), la promesa de la Tierra de Kenaan para la descendencia singular de Avram es reforzada por el Eterno por medio de un pacto que erradicará toda duda en el alma del patriarca. El Midrash para explicar esto dice:
“La razón por la cual Avram buscó una señal fue el temor que su descendencia pecara y HaShem no les permitiera seguir viviendo en Tierra Sagrada. HaShem le aseguró a Avram – “Aún si pecaran, he preparado un medio para perdonarlos, las korbanot (sacrificios)”. Entonces le demostró a Avram la naturaleza de las futuras korbanot, mediante la preparación de tres bueyes, tres chivos, tres carneros, una paloma y una tórtola en representación de varias ofrendas.«
El intérprete Rashí, en base a esto, dice:
“Tres becerras (bueyes) constituyen una alusión a tres novillos: al novillo ofrecido en el día de la expiación (Yom Kippur), al novillo de la comunidad a causa de un asunto oculto por parte del Sanedrín (Lev. 4:13), y a la becerra desnucada (Deut. 21:1).
Tres cabras en alusión al macho cabrío cuyo servicio era realizado en el interior (Lev. 16:9-15), a los machos cabríos de las ofrendas adicionales (musaf) de las festividades (Núm. 28:22), y al macho cabrío en ofrenda de un pecado (jatat) de un individuo (Lev. 4:32).
Tres carneros en alusión a la ofrenda de culpa certera (asham vadai) (Lev. 5:15, 25; 14:12; 19:21; Núm. 6:12), a la ofrenda de culpa dudosa (asham talui) (Lev. 5:17-19), y a la oveja en ofrenda de pecado (jatat) de un individuo (Lev. 27:35).”
Claro que al leer nosotros el versículo 9 desde una mente postmoderna occidental, la imaginación se enciende más allá de lo real. Entonces nuestros pensamientos son tentados a ver más bien una especie de lista de compras de un hechicero afro-brasileño, en vez de elementos rituales que el verdadero Dios necesita en verdad. ¿Acaso Yahvéh va a cocinar una poción extraña que le quitará todas las deudas a Abram?
Más allá de lo que nosotros podamos imaginar o no, lo bueno es que Abram sí captó la intención del pedido. Él entendió que Yahvéh le estaba diciendo que preparara los elementos necesario de un contrato o alianza para que Él pudiera firmarlo. En aquellos días, y por aquellas regiones, los contratos se hacían partiendo sacrificios animales y poniendo los cadáveres partidos en el suelo. Después ambas participantes del pacto caminaban juntas entre las mitades de los animales, repitiendo los términos del contrato que recibía el nombre de pacto.
Ya he enseñado que un pacto es un acuerdo entre dos partes. Esencialmente un pacto es una alianza permanente entre dos partes, que sella una amistad tan cercana que son como un solo cuerpo, y cada uno es tan responsable del otro como de si mismo.
Según las Sagradas Escrituras existen dos tipos básicos de pactos: el condicional y el incondicional. Un pacto condicional o bilateral es un acuerdo obligatorio para ambas partes para su cumplimiento. Ambas partes se comprometen a cumplir ciertas condiciones. Si alguna de las partes no cumple con sus responsabilidades, el pacto se rompe y ninguna de las partes tiene que cumplir las expectativas del pacto. Un pacto incondicional o unilateral, es un acuerdo entre dos partes, pero solamente una de ellas tiene que hacer algo. No se requiere nada de la otra parte.
El pacto abrahámico es un pacto incondicional o unilateral. Por medio de él, Yahvéh, nuestro Dios, hizo promesas a Avraham avinu que no requerían que el patriarca hiciera algo. Pero, a fin de comprender la profundidad de esto, veamos los detalles de este pacto contados en el relato bíblico, y consideremos los códigos lumínicos que vibran proféticamente en él.
En la antigüedad, y especialmente en el oriente, los pactos se hacían con una ceremonia que consistía en los siguientes detalles:
Se mataban animales, partiéndolos a la mitad, desde la cabeza hasta la cola. Este corte dejaba un charco de sangre entre las dos partes. En la ceremonia del pacto, los participantes debían caminar en medio de las partes de los animales, manchando sus vestiduras con la sangre del sacrificio.
Luego de pasar una y otra vez entre las mitades, decían: “¡Que así me sea hecho, si no cumplo con mi parte del pacto!”.
Con estas características rituales, los pactos eran considerados compromisos jurídicos muy serios, se los consideraba un compromiso de vida o muerte, y para siempre. Utilizando esta costumbre, el Eterno quería asegurarle a Avram que su promesa era muy seria, y por eso lo llevó a hacer este tipo de alianza. A esta clase de pacto se lo conocía con el nombre de Bein Habetarim (Pacto de las mitades).
El cortar en dos partes un animal simbolizaba el hecho de que una enfermedad o lesión no solo afecta una parte sino a ambas, y la separación de ambas partes implica la muerte; de manera que los que pactan, se comprometen si fuese necesario a arriesgarse a si mismos con tal de librar al otro de cualquier peligro. Y sobre todo de evitar a toda costa la separación que seria como matar el cuerpo. Este pacto conducía a las partes a mostrar que se comprometían a que no existiera división, sino que lo que había sido partido sería considerado como una unidad perfecta entre ellos.
Por ello, este tipo de pacto exigía tal intimidad entre las partes firmantes que todo el tiempo se veían obligados a buscarse y comulgar para compartir sus pensamientos, evitando así esconder información que pueda afectar la integridad del otro. Es por eso que incluso el Eterno más adelante le revela a Abraham lo que su descendencia sufriría antes de recibir la promesa. De igual modo el Eterno considerará oportuno contarle a Abraham su decisión de traer juicio destructor sobre la alianza de Sodoma y Gomorra.

Pero, al leer con mucha atención este texto, nos encontramos que al principio de este pacto no pasó ninguna parte del compromiso entre los sacrificios partidos. Durante todo el día, según parecía a Abram, estuvo él sentado mirando solitario, sólo ahuyentaba las aves de rapiña que acudían sobre los cuerpos muertos. Esto es lo que parecía al ojo del sentido común de nuestro padre en la fe. Ahora bien, tras la caída del sol, un sueño profundo y un terror de la gran oscuridad sobrecogieron a Abram. Es entonces cuando el Espíritu de la Profecía, que es el testimonio de Yeshúa, comenzó a realizar su magisterio en el alma de Avraham avinu.
La edad de cada animal sacrificado, el largo día de soledad, las aves de rapiña que descendían y el terror que le vino con la noche, todo se aplicaba a lo que Yahvéh le iba a predecir: que durante tres generaciones la descendencia de Abram sería afligida en Mitzrayim (Egipto); pero en la cuarta , cuando la medida de la iniquidad de los habitantes de momento de Canaán alcanzar su plenitud, volverían y entraría en la posesión prometida de la tierra. En cuanto a Avram, iría «a sus padres en paz«.
Entonces fue cuando se realizó el pacto; no como de costumbre, pasando ambas partes entre el sacrificio partido, sino solo haciéndolo Yahvéh, porque el pacto era el de la gracia, en el el cual una sola parte (el Eterno) tomaba todas las obligaciones mientras la otra recibía todos los beneficios.
Yahvéh, para firmar este pacto, se representa a sí mismo con dos emblemas: Un horno humeando, y una antorcha de fuego. Los invito a analizar lo que simboliza cada uno de ellos:
- El horno humeando nos hace recordar la columna de nube que representa la presencia de Dios (Éxodo 13:21-22), el humo en monte Sinaí (Éxodo 19:18), y las nubes de la gloria Shekiná de Dios (1 Reyes 8:10-12).
- La antorcha de fuego nos hace recordar la columna de fuego que representa la presencia de Dios (Éxodo 13:21-22), nos hace recordar la zarza que quemaba sin consumirse, que demostraba la presencia de Dios ante Moisés (Éxodo 3:4), y nos hace recordar el fuego del cielo que, a veces, consumía holocaustos que agradaron a Dios (1 Reyes 18:38, 1 Crónicas 21:26, 2 Crónicas 7:1).
Por primera vez vio Abram el horno humeando y la antorcha de fuego que pasaban entre las mitades partidas; el resplandor divino envuelto en un nube, del mismo modo que lo vio Moshé en la zarza, y los hijos de Israel en su paso por el desierto, y tal cual como permanecería posteriormente en el santuario sobre el propiciatorio, y entre los querubines.
Todo los detalles de este pacto nos permite entender las razones que hicieron que Avraham fuera único para Yahvéh. Nuestro padre en la fe no sólo reconoció a Yahvéh, como único y verdadero Dios, sino que también entendió que esa verdad debía afectar a todo el mundo por medio de sus generaciones.
Para Avram la revelación celestial era bien clara: Yahvéh creó a la humanidad para que ésta tenga una relación especial de filiación con Él. Si el ser humano ignora al Eterno, se genera un defecto en el universo.
Entonces, Avraham salió y le enseñó a la gente sobre la existencia del Dios Ejad (Uno y Único). Por ello, erigió su tienda en medio de un cruce de las «autopistas internacionales» de aquellos días para que todo el que viajara entre esas dos ciudades pasara por ella, y entonces Avraham le enseñaba.
Después de esta experiencia mística, Avraham no se veía como un individuo que trataba de mejorarse a sí mismo, viviendo placenteramente una espiritualidad personal. Por el contrario, él se sabia el progenitor de un movimiento evangelizador que hará que la existencia del Eterno fuera absolutamente clara en cada detalle de la historia humana.
Entonces, notamos que cuando Avraham se expandió más allá de su ser, Yahvéh actuó de forma recíproca. El Eterno reconfortó a Abraham en el Brit HaBetarim (Pacto de las Mitades) al mostrarle toda la historia del pueblo hebreo.
Por medio de esta experiencia, Yahvéh le reveló incluso los diseños del Templo y la conexión única que este permitiría entre el pueblo y Yahvéh.
Avraham se dio cuenta que el compromiso era seguro: Si te preocupa el futuro del Nombre del Eterno, entonces Yahvéh se ocupará de tu futuro.
Pero Avraham no estaba satisfecho y anticipó la potencial caída del pueblo hebreo que podría llevar al exilio.
¿Puede existir una relación entre Yahvéh y Su pueblo en el exilio?
El Eterno respondió haciendo que Abraham cayese en un sueño profundo, en el cual le mostró que incluso cuando la historia del Pueblo Escogido fuese oscura y desalentadora, la conexión permanecería y eventualmente llevaría a la redención (Génesis 15:12-14).
Ahora necesito señalar el primer hecho yahvista que aquí se revela, y es que Yahvéh nuestro Dios, representado por el horno humeando y la antorcha de fuego, pasó entre las partes de los animales solo; mientras Avram simplemente miraba. El Eterno así mostró que este pacto era un pacto unilateral (incondicional). Avram nunca “firmó” el pacto porque Dios lo “firmó” por los dos. Así que, la seguridad del pacto que el Eterno hizo con Avram, no está basada en lo que Avram fuera o hiciera, sino que está basada en Yahvéh y quien es Él. El pacto no podía fallar porque Yahvéh no puede fallar.
El segundo hecho yahvista que se revela en este texto es que Avram no es capaz de caminar con Yahvéh entre las partes. Sin embargo aparecen un horno y una antorcha. Es decir, dos fuegos diferentes. Esto muestra que alguien está tomando el lugar de Avram para representarlo en este pacto. ¿Quién será? De acuerdo a la enseñanza profética, la antorcha es el Mesías (Isaías 62:1).
De esta misma manera, y para renovar y establecer su pacto incondicional con nosotros, Yahvéh nuestro Padre, caminó entre los pedazos del cuerpo quebrado y sangriento de Yeshúa, y Él mismo “firmó” el pacto por Su Nombre y por nosotros también. Por ello, será importante que aceptemos que un pacto divino no es un acuerdo mutuo entre dos personas, sino una promesa divina asegurada. Nosotros meramente entramos en el pacto por fe; nosotros no “hacemos” el pacto con el Eterno. ¡Somos salvos por gracia! (Efesios 2:8).
Que lindo es saber que nuestro Padre quiere ser uno con nosotros y que sólo debemos descansar en él.