Un famoso productor de películas de Hollywood estaba ocupado en la selección del protagonista de su próximo film. Se encontraba al borde de la frustración porque ninguno de los actores que se habían presentado hasta entonces parecía satisfacerlo completamente. De repente entró al foro un joven mensajero, entregó su mensaje y se despidió con una sonrisa.
El productor registró toda la escena desde la distancia, en silencio. Llamó a su asistente y le ordenó que alcanzaran al joven mensajero y lo hicieran regresar.
_ «Ya tengo al próximo protagonista» – aseguró.
Sus compañeros lo miraron incrédulos. Al casting se habían presentado actores de renombre, algunos ya consagrados, y sin embargo, éste productor se veía entusiasmado por un joven mensajero al que ni siquiera le habían tomado una prueba de actuación.
_ «¿Estás seguro?«- le preguntaron, incrédulos.
«¡Señores, esa sonrisa que acabo de ver vale un millón de dólares! ¡Y no estoy dispuesto a perderla!» – les dijo, como dando por finalizada la discusión.
Mientras tanto su asistente había dado alcance al joven mensajero. Sin embargo, tuvo que esforzarse en convencerlo de que no estaba bromeando cuando le dijo que un productor de películas lo había hecho buscar.
Aquel joven había tomado el puesto de mensajero porque era lo único que pudo conseguir para estar cerca de su íntimo sueño: ser actor de cine.
Un par de años atrás había atravesado todo su país de costa a costa, desde New Jersey en el extremo este, hasta California en el oeste, persiguiendo su ilusión de dedicarse a la actuación.
Hasta ese día solo había conseguido pequeños papeles secundarios en películas de muy bajo presupuesto, y apenas había logrado juntar el dinero necesario para cubrir las lecciones de actuación que estaba tomando.
Ahora, el productor y el mensajero estaban frente a frente. El primero le explicaba al segundo cuál era su convicción y el segundo no podía creer lo que oía. Se estaba reponiendo del shock justo cuando llegaron a la parte donde debían acordar el salario.
-_»Te pagaremos U$ 11.000 dólares«- dijo el productor. No estaba mal por un par de semanas de trabajo, pero el joven mensajero estaba recién divorciado y tenía una pequeña hija a quien pasarle su pensión de alimentos, por lo que tomó coraje, abrazó al productor y, para que nadie más notara que estaba rogando un aumento le dijo al oído:
_ «¿Podrían ser U$ 11.500? Por favor, tengo un hija pequeña a quien alimentar«
_ «¡Hijo, entonces serán U$ 12.500!»
_ «¡Gracias! Muchas gracias! ¡Jamás me olvidaré de esto!» – le prometió el mensajero al oído.
Con las vueltas de la vida, se convirtieron en amigos entrañables.
Aquel productor arriesgado más tarde cayó en desgracia, mientras que el mensajero dueño de la sonrisa del millón de dólares se convirtió en un gran actor, muy afamado.
Estando en ése punto bajo de su vida, el productor recibió un llamado del ahora consagrado actor invitándolo a que lo acompañe a la próxima entrega de los premios de la Academia, los Óscares, al que había sido nuevamente nominado.
El productor no quería ir. La última vez que había asistido a esa gala, una de sus películas competía en varias categorías, ésta vez sin embargo, casi nadie recordaba su nombre. Casi nadie.
Su amigo, el mensajero que había prometido NO OLVIDARSE JAMÁS, estaba cumpliendo su palabra.
– «¡Quiero que camines esa alfombra roja a mi lado!» – le había dicho por teléfono.
Esa noche después de la ceremonia, en el baile que ofrece la Academia para homenajear a todos los nominados y los ganadores, el actor camino mesa por mesa con su mano apoyada en el hombro del desafortunado productor como para devolverle la confianza en sí mismo, diciendo a quién quisiera escucharlo:
– «¡Éste es el mejor productor que hay en la industria, y lo mejor de todo: él es mi amigo!»
El productor recuerda esa noche como uno de los mejores momentos de su vida. Sólo uno de los mejores, porque hubo otros. En otra ocasión, el productor sufrió un derrame que lo llevó directo al hospital.
Una noche, mientras aún permanecía en la Unidad de Cuidados Intensivos, ve a su amigo, al afamado actor parado en la puerta con su sonrisa del millón de dólares instalada en su rostro.
_ «¡Vas a estar muy bien, muy pronto!» – le dijo.
Dos enfermeras y un encargado de seguridad llegaron hasta ahí y le ordenaron que abandone el lugar.
_ «¡Ud. puede ser muy famoso afuera, pero aquí dentro hay reglas que TODOS deben respetar, y en éste lugar NO se puede estar!» – le gritaron.
El actor, lejos de intimidarse, miró a su amigo convaleciente y guiñándole un ojo le dijo:
_ «¡Regreso en veinte minutos!»
Exactamente en ese tiempo regresó su amigo con veinte pizzas, se sentó con las enfermeras, los que hacían la limpieza y los encargados de seguridad y las compartió con todos ellos.
Aquel consagrado actor, famoso mundialmente, en lugar de estar en un lugar glamoroso, disfrutando de las regalías de su vida privilegiada, estaba allí, una noche, compartiendo una pizza con trabajadores anónimos para poder ganarse el derecho de estar al lado de su amigo,… simplemente cumpliendo su palabra. Al rato, naturalmente, lo dejaron ingresar.
_ «¡Vas a estar muy bien, muy pronto!» – repitió – «¡Aún te queda mucho por hacer!»
Ese es otro de los momentos más imborrables de la vida de éste productor de Hollywood. El otro momento inolvidable que a éste productor le fascina mencionar es el siguiente:
Cuando la vida lo golpeó fuerte, éste productor tuvo que tomar una de las decisiones más tristes de su vida: Vender su hermosa mansión, donde había vivido por casi veinte años.
Sin embargo, cuando la rueda de la vida completó el giro, la fortuna comenzó a sonreírle nuevamente y sus producciones comenzaron a figurar entre las más exitosas sintió que una excelente manera de completar el ciclo era recuperar su añorada mansión.
Se comunicó con el nuevo dueño varias veces, pero éste, un acaudalado francés, presidente de una gran compañía, que residía en Montecarlo, se negaba sistemáticamente. Un día, compartió esa frustración con su amigo, el dueño de la sonrisa del millón de dólares. Al tiempo, el millonario francés, el nuevo dueño de la mansión finalmente accedió a venderle la propiedad al productor. Cuando éste reingresó por primera vez a su mansión, se encontró con un dibujo de su amigo actor que decía:
«¡De vuelta en casa. Hermoso!»
El ahora nuevamente afamado productor, cuando encontró la ocasión, le preguntó si tenía algo que ver con el cambio de opinión del francés y el actor le confesó que sí, que había volado a Montecarlo y pidió hablar con el multimillonario. Éste accedió a atenderlo solo por quince minutos… ¡mientras se afeitaba!
Allí estaba éste actor, igualmente multimillonario, mundialmente reconocido, en el baño con un desconocido rogándole que le regresara su mansión a la persona que le había dado su primer trabajo importante como actor.
En determinado momento se arrodilló y le pidió por favor que accediera a su pedido.
El francés no terminaba de entender la situación por lo que le preguntó:
_ «¿Ud. me está diciendo que voló desde su casa hasta aquí SOLO para pedirme que le venda mi casa a su amigo?»
_ «¡Eso es exactamente lo que estoy haciendo!» – contestó el actor.
-«Prometo pensarlo«- dijo el francés rico.
Ya era un avance.
Durante todo ese verano el multimillonario francés se congració con sus amistades que había tenido de rodillas en su baño a éste consagradísimo actor.
«¡Él cumplió su palabra. Jamás se olvidó. Él es mucho más que un amigo… él es parte de mi alma!» – dice hoy el productor.
Si hasta aquí te has estado preguntado quién es ese productor, pues se trata de Robert Evans.
Claro, seguramente también quieres saber quién es ese actor….
Pues se trata de actor que más veces ha sido nominado al Oscar en la historia (12 en total)… Ganador en tres ocasiones. Tiene el salario más alto de Hollywood. Posee una de las colecciones privadas de arte más valiosas del mundo (incluyendo varios Renoir, Van Gogh y ¡hasta un Picasso colgado en el baño!).
Su fortuna está valuada en más de mil doscientos millones de dólares… Sin embargo, sus amigos coinciden en que su posesión de más valor es su palabra.
Su nombre: JACK NICOLSON
Para despedirme quiero simplemente decirte que la amistad es un legado de Dios para hacer nuestra carga más ligera.