Por P.A. David Nesher
Cada uno de ustedes, tanto como yo, sabe que la vida humana se sostiene sobre las relaciones interpersonales que desarrollamos. La razón de esto es que el Eterno, nuestra Fuente, nos diseñó como seres gregarios y. por ende colocó en nuestras almas la tendencia de necesitarnos unos de otros.
Desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir, nos relacionamos con los demás. Todo hemos notada que a aquella persona que sabe relacionarse de manera sana con los demás, seguramente triunfará en la vida. Muy por el contrario, aquellos que viven en guerra con quienes los rodean, verán seguramente la gran mayoría de sus proyectos en el piso, donde se muerde el polvo del fracaso. Llevarse bien con las demás personas es ciertamente un prerrequisito para la felicidad y la seguridad, ya que toda la humanidad es interdependiente.
Las Sagradas Escrituras dejan bien claro que para avanzar precisamos contar con una extensa red de conexiones. Por eso, es tan importante llevarnos bien con los demás.
Todos, en nuestros diario vivir, conocemos a un ser humano conflictivo. Es ese alguien que allí donde va solo lleva problemas. Pero, seguramente, también conocemos a alguien con quien nos agrada pasar tiempo porque sabe cómo relacionarse exitosamente. Pero no solo es importante llevarnos bien con los demás, también es necesario llevarnos bien con nosotros mismos, es decir ser capaces de manejar nuestro mundo emocional privado. ¿Cómo te llevas con tus propias emociones?
Comparto cuatro actitudes que podemos poner en práctica para mejorar nuestras relaciones interpersonales:
• Elogiar a los demás
¿Cómo nos sentimos cuando nos critican? Mal. ¿Cómo nos sentimos cuando nos elogian? Bien. Dar una palabra de validación hace que empaticemos y conectemos con los demás. Por supuesto el elogio tiene que ser sincero. No tiene sentido elogiar a alguien solo para caerle bien o para conseguir algo de esa persona.
El Eterno, nuestro Dios, no anda a la caza de nuestros errores; si así fuera, ninguno podría “estar de pie” delante de él» (Salmo 130:3). Por el contrario, en su trato para con nosotros, Él es como el minero que remueve pacientemente montones de rocas en busca de piedras preciosas y, cuando encuentra una, se llena de felicidad. Claro, el valor de la piedra en bruto puede parecer insignificante; pero el minero sabe cuánto puede llegar a valer. Del mismo modo, cuando Dios ahonda en nuestro corazón, lo hace con el fin de buscar cualidades preciosas, no errores; y cuando las halla, se siente muy feliz. Él sabe que una vez talladas y pulidas pueden producir algo muy valioso: un fiel y devoto siervo suyo.
Aprendamos del ejemplo de nuestro Abba. Cuando miremos a los demás, en vez de centrarnos en sus defectos (como es la tendencia natural de los seres humanos de hoy), veámoslos como los ve Yahvéh y busquemos sus virtudes (Salmo 103:8-11, 17, 18). Y, una vez que las hallemos, elogiémoslos. ¿Cuál será el resultado? Nuestras palabras ciertamente los reanimarán y los motivarán a esforzarse aún más por hacer lo que es bueno. Nosotros, por nuestra parte, experimentaremos la dicha que produce el dar (Hechos 20:35).
Formarse el hábito de expresar una virtud ajena nos permite construir “conexiones de oro”. Tristemente muchos están acostumbrados a escuchar solamente sus puntos débiles, ya sea en el ámbito familiar, escolar o laboral. Por eso, resulta tan poderoso destacar los puntos fuertes que todos tenemos.
En este mundo ingrato en que vivimos, todos necesitamos sentirnos amados y apreciados. Cuando prodigamos elogios francos, fortalecemos a nuestros semejantes y les elevamos el ánimo. Las alabanzas sinceras les darán motivo para seguir dando lo mejor de sí (Proverbios 31:28, 29).
Las Sagradas Escrituras exhortan a los discípulos de Yeshúa:
“… y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras,…” (Hebreos 10:24).
El mundo sería distinto si toda la gente se interesara en los demás, buscara sus buenas cualidades y alabara sus buenas acciones. No cabe duda de que los elogios tienen un gran poder.
• Ser optimista
El famoso primer ministro británico Wiston Churchill dijo alguna vez:
«Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad»
El optimista no niega la realidad que ve pero sabe que el lugar donde se encuentra hoy no es su destino; cree en un mañana mejor. ¿Por qué? Porque se conoce a sí mismo y es consciente de que en su interior hay un potencial ilimitado que lo conducirá al cumplimiento de sus sueños.
El sabio rey Salomón, conociendo el poder que tiene una mente optimista, nos legó un proverbio dice:
“No hay mejor medicina que tener pensamientos alegres. Cuando se pierde el ánimo, todo el cuerpo se enferma.”
(Proverbios 17:22, Traducción en lenguaje actual [TLA]).
Es decir, la clave está en la actitud mental positiva. Puede ser la diferencia entre alcanzar una meta o rendirse; también determinará si un problema grave saca a relucir lo mejor o lo peor de uno.
Seguramente que te encontrarás diariamente con gente que no estará jamás de acuerdo con esta forma de ver la vida. Tal vez ellos te tiente con pensamientos como:
- “¿Para qué voy a fingir que todo está bien?”.
- “Por muy optimista que sea, mis problemas seguirán ahí”.
- “Prefiero ser realista”.
Seguramente estos pensamientos pueden parecer muy razonables, por lo que muchos individuos los sostendrán y defenderán, pero les puedo asegurar que ser positivo tiene muchas (por no decir todas) las ventajas.
Actualmente estamos rodeados de mucho pesimismo, razón por la cual ser optimistas puede abrirnos puertas, permitirnos conectar eficazmente y, sobre todo, transformar cualquier ambiente negativo. Todos necesitamos palabras de aliento que nos impulsen a no tirar la toalla y seguir adelante; y los optimistas poseen esos dichos tan deseados por las masas.
«Si en el día de la aflicción te desanimas,
muy limitada es tu fortaleza».
(Proverbios 24: 10)
¿Qué significa? Que el pesimismo siempre robará la energía que todo ser humano necesita para mejorar su situación.
Aquellos que somos verdaderos creyentes en Yahvéh, debes aceptar que nuestra posición como hijos de Dios en El Mesías, nos hace merecedores de un optimismo insuperable. Para cada hijo del Eterno no hay opción en el pesimismo. La Santa Escritura dice: «A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28). Y es que en Mashiaj cada uno de nosotros es «una nueva criatura» (2 Corintios 5:17), e «hijo de Dios» (Juan 1:12). «Estamos sentado en lugares celestiales con él» (Efesios 2:6), somos «luz del mundo» (Mateo 5:14), «embajadores de Cristo» (2 Corintios 5:20), y «nada puede separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 8:39).
¿Cómo podríamos ser pesimistas si recordáramos esto siempre?
• Escuchar a los otros
Todos los seres humanos necesitamos que alguien nos escuche con atención. Muchas veces nos olvidamos de esto y, cuando nos encontramos con alguien, en lugar de llevar a cabo una escucha activa, solo estamos a la espera de un mínimo espacio para introducir una palabra, una opinión o un consejo. Necesitamos hablar menos y estar abiertos y dispuestos a escucharnos más.
Recordamos que el Eterno nos diseñó seres gregario, que necesitan para convivir en unidad un instrumento divino poderosísimo: el diálogo.
El diálogo derriba los muros de las divisiones y de las incomprensiones, crea puentes de comunicación y no consiente que nadie se aísle, cerrándose en su pequeño mundo. Pero es necesario que aceptemos que no dialogamos cuando no escuchamos suficiente o tendemos a interrumpir al otro para demostrar tener razón. El verdadero diálogo necesita de momentos de silencio en los damos entender a nuestro prójimo que lo acogemos como un don extraordinario de la presencia de Dios, que se llama «herman@».
Escuchar con sabiduría es construir puentes de humanidad para quien sufre el aislamiento, el abandono y la soledad. Saber escuchar pacientemente puede significar una obra de las misericordia de Dios en el corazón del otro. Hará que las personas sean mejores, más humanas, y que se aproximen más a la verdad. Saber escuchar es una manera humilde y simple de amar.
• Ser expresivo
Aquí necesito preguntarle a cada uno: ¿Eres una persona expresiva?
Los expertos aseguran que un discurso, solamente el 7 % es el contenido del mensaje, y el resto del mismo quedará distribuido entre los gestos corporales y la voz. Por esto, debemos asumir que tanto nuestro cuerpo, el tono de tu voz, nuestros gestos y aún lo que callamos puede emitir un mensaje. Todos ellos están interrelacionados ya que interactúan unos con otros, no se pueden separar sin graves consecuencias.
Para conectar con otros, ese mensaje tiene que ser de aprobación y no de condena.
Nuestra forma de expresarnos puede ser una fuente de optimismo o de desánimo.