Por P.A. David Nesher
«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como os he amado, que también os améis unos a otros.»
(Juan 13:34)
En estos días, he notado que, al menos en el mundo occidental, a cualquier tipo sentimiento positivo que se despierta entre individuos (especialmente parejas) se le llama amor. Desde la década de los años ´60, del siglo pasado, al acto sexual se le llama “hacer el amor”. Con este paradigma vibrante en los corazones, el placer hedonista se le ha convertido en el único requisito para el amor.
A lo largo de mi carrera pneumoterapeútica me he encontrado con el hecho de que la mayoría de los seres humanos piensan que nuestros sentimientos son independientes de lo que hacemos o pensamos. Ellos sostienen que si los sentimientos que se provocan en el vínculo con otro ser humano son positivos y se suman en fuerza, entonces lograrán amar al otro. Sin embargo, desde la perspectiva de la Instrucción de Yahvéh está bien claro que lo que hacemos está directamente relacionado con lo que sentimos. Son las acciones que decidimos realizar las que evidenciarán al amor. Por ello, las Sagradas Escrituras aseguran que si queremos sentir amor, tenemos que dar amor con nuestras acciones y no esperar que caiga desde el Cielo un «sentimiento mágico» que nos permita entonces amar.
Cuando acudimos a los Evangelios y estudiamos el Yugo (enseñanza) de Yeshúa, descubrimos que Él vino a insistir en la revelación divina de que el amor es una decisión y no un sentimiento hedonista. Demostró con su propia vida que el verdadero amor depende de la libertad, la inteligencia emocional y la voluntad de cada ser humano. Con su propio ser dio muestra que el verdadero amor implica sacrificio, entrega y fidelidad.
Por ello, ante lo que nuestro Mesías enseñó, debemos aceptar que si amar dependiera de sentirnos bien, del placer o de nuestros impulsos, el Eterno no lo habría consagrado como mandamiento primordial para los herederos de la Salvación. Desde el Decálogo de Moisés (Éxodo 20) hasta el mandamiento del amor establecido por Jesús (Marcos 12: 28 – 31) amar es un mandato divino para nosotros y no algo opcional o supeditado a nuestras preferencias. En la cosmovisión mesiánica amar es una decisión. ¿Qué significa que el amor sea una decisión? Significa que no está subordinado a nuestros sentimientos, instintos o preferencias. Significa que es una manifestación plena de nuestra voluntad.
Si el amor estuviese subordinado a los impulsos básicos del ser humano, entonces convertirlo en un mandato por parte del Eterno, sería un absurdo que simplemente lo revelaría como un Dios tirano que obliga a sus súbditos a hacer lo que no pueden. Por ello la frase heredada de los hippies “hacer el amor” para cualquier acto sexual resulta absurda ante la revelación que los códigos de la Torah (Instrucción) del Eterno nos otorga. Desde esta decodificación el alma humana redimida se fortalece en la certeza de que no es el amor el que debe estar subordinado al sexo sino precisamente al revés. Es el acto sexual el que debe estar enmarcado en el amor verdadero, que conduce primeramente a una alianza sobrenatural ante el Eterno, y con los hombres de testigos.
Si el amor estuviese subordinado al sentimiento de bienestar o placer, Yahvéh, nuestro Dios, debería haber hecho una especie de mandato “condicionado”. Algo así como: “Amarás a Dios y al prójimo siempre y cuando te sientas bien y te haga feliz”. Muy por el contrario, Yahvéh, nuestro Abba, consagró el amor como un mandamiento porque depende exclusivamente de nuestra inteligencia emocional y libre albedrío. Es decir que amar el la manifestación más plena de nuestra voluntad. Estar en Yeshúa nos da la capacidad de decidir amar por encima de todo lo que podemos sentir. Es una elección que requiere mucha práctica, pero se puede lograr amar hasta el final de los días, porque así se ha decidido al despertar cada jornada.
A continuación les comparto versículos bíblicos que implantará en sus corazones el hecho de que el amor es una decisión a tomar y no un sentimiento:
«Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros, como nos ha dado mandamiento.»
(1 Juan 3:23)
«El amor consiste en hacer lo que Dios nos ha ordenado, y él nos ha ordenado que nos amemos unos a otros, tal como ustedes lo oyeron desde el principio.»
(2 Juan 1:6)