Comúnmente se bromea con respecto a lo supuestamente malo y despreciable de los suegros, pero en esta porción el Eterno viene a sanar nuestra alma de este y muchos otros conceptos.
En los doce versículos que componen la primera ascensión se enuncia ocho veces la palabra “suegro” (heb. Kjatán). La gematría de este término es 458, cuyas cifras al sumarlas dan 17 y al sumarlas nuevamente dan 8.
Así mismo, la palabra Yeshúa tiene un valor de 386, cuyas cifras al sumarse dan 17, y por ende, 8 una vez más.
El número 8 (ocho) tiene muchísimos significados en las escrituras, pero principalmente habla de tres grandes ideas:
– Plenitud, abundancia: dado que ocho se escribe en hebreo ‘Sh’moneh’ de la raíz ‘Shah’meyn’ engordar, cubrir de gordura, sobreabundar1. (Chen C.)
–Sobrenaturalidad: la creación se restauró en siete días, siete son las notas musicales y los días de la semana. Por ende, el ocho es aquello que va más allá de lo natural, lo sobrenatural.
– De la mano de lo anterior, tiene que ver con nuevos comienzos y con la redención final de Israel unida a YHVH (por eso celebramos Sheminí Atzéret al octavo día de Sucot). 2 (Nesher D.)
¿Cómo se relaciona todo esto con la parashá Yitró?
Kjatán además de suegro o pariente significa “esposo” y es el término que se le aplica al varón en el marco de una boda.
Por eso es que en esta porción es cuando el Eterno firma su contrato matrimonial con el pueblo.
El mensaje para Israel es que el Eterno quiere ser su esposo, uno que le dé abundancia, que la haga vivir sobrenaturalmente y que la redima de cualquier zona de muerte llevándola a nuevos comienzos mejores que lo que hasta ese momento ha vivido.
En síntesis, Él será un esposo que sea para ella salvación, es decir, Yeshúa.
Este proceso bendito empezó en el Sinaí con la matán (entrega) de la Torah, pero finalizará con las bodas del Cordero en los tiempos finales.
«Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios”. (Apocalipsis 19:7-9 | RV60)
Apeguémonos a Su Torah desde la cercanía que nos da el Espíritu Santo y trabajemos con esfuerzo hasta el día de nuestra boda suprema. ¡MARANATHA Señor Yeshúa!
“Al tercer mes de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, ese mismo día, llegaron al desierto de Sinaí. Partieron de Refidim, llegaron al desierto de Sinaí y acamparon en el desierto; allí, frente al monte, acampó Israel.”
(Shemot/ Éxodo 19:1-2)
Ellos llegaron el rosh jodesh (primer día) del tercer mes, llamado hoy Siván, a partir del Éxodo, que se produjo en el primer mes llamado Av o Nisán. En vez de recurrir al estilo bíblico más común y comenzar esta narración con el versículo 2: Viajaron desde Refidim y llegaron al desierto de Sinaí, la Torah nos dice inmediatamente qué mes era y cuánto tiempo había transcurrido desde el Éxodo. Esto nos da a entender que los israelitas estuvieron llenos de ilusión y expectación en los días y las semanas siguientes, durante la ansiosa espera del día en que finalmente arribarían al Sinaí. Y cuando por fin llegaron y contemplaron la montaña donde recibirían la Torah, acamparon de inmediato, sin siquiera reparar en la comodidad, la comida o el agua.
A los Benei Israel les tomó tres meses confiar en el Eterno y en su líder para llegar a este lugar. ¡Al fin habían llegado!
Ellos vieron la liberación de Yahvéh de la opresión de Egipto. Recibieron Su dirección en el camino que debían de andar. Vieron Su gloriosa victoria en el Mar Rojo. Recibieron el milagroso regalo de parte de Dios de comida y agua, y vieron una batalla librada con oración que terminó en victoria sobre Amalek.
Según el sabio intérprete Rashí, la palabra hebrea que ha sido traducida como “frente a” significa siempre en el lado oriental. Este sabio también explica que la palabra que convencionalmente se traduce a “ desierto” no hace referencia a un desierto de arena, sino que señala a un campo con pastos, el cual no ha sido habitado por el hombre.
En un sentido, todo lo que pasó hasta este momento estaba destinado para traerlos a este lugar. Este era el principio del cumplimiento de lo que Yahvéh dijo: “ y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este Monte.” (Éxodo 3:12)
Sinaí era el lugar donde Moisés se encontró con el Eterno en la zarza ardiente. Toda la nación de Israel podría pronto experimentar lo que Moisés experimentó en la zarza ardiente. Él los podría dirigir a este Monte para esta experiencia debido a que él ya había estado allí. Evidentemente, el pueblo no puede ir más allá que su líder.
La expresión “ISRAEL ACAMPÓ” tiene al verbo en singular, a diferencia de las instancias anteriores. Rashí asegura que esto nos enseña que toda esa inmensa multitud acampó como si fuera una sola persona, con un solo deseo. Para estar a la altura de su vocación más sublime, Israel necesariamente tiene que estar unida como nación. Sólo cuando estuvo unida en su objetivo de oír la palabra de Dios, la nación estuvo en condición de recibir la Torah como Alianza con YHVH.
El verbo ACAMPÓ habla de la conformidad, armonía y hermandad del pueblo de Israel. Antes de esto, el Pueblo había protagonizado muchas peleas entre diferentes grupos, pero ahora habían llegado a un estado de unidad, de manera que está siendo presentado como si todos fueran una sola persona.
Esta unión era necesaria para la entrega de la Torah, alma mater del pueblo hebreo.
Habían pasado 46 días desde la salida de Egipto, cada uno de esos días representa un incremento de kedusháh (santidad) del pueblo. Entendamos que el máximo nivel de santidad es el 50, que son exactamente los días entre Pésaj y Shavuot, (Pascua y Pentecostés), es decir, un grado mayor a los niveles de impureza que Israel traía desde Egipto (grado 50 de la impureza).
Así pueblo de los Benei Israel demostró su mérito para recibir la Torah cuando arribó al Sinaí en una indisoluble unidad; como una sola persona, con un solo corazón. Por ello, Dios correspondió instando a Moshé a que advirtiera al pueblo que no ascendiera la montaña mientras la Presencia Divina permaneciera sobre ella, para que no muriera mucha gente (19:21).
El rabino Mejilta explica que Dios quiso decir que incluso si moría un solo israelita, iba a ser para Él un acontecimiento tan trágico como si hubiera perecido toda una multitud. Por lo tanto, resulta evidente que cuando los Benei Israel están unidos, cada uno se vuelve aún más preciado de lo que ya es.
Es así que tenemos el imperativo de sensibilizarnos ante el hecho de que cada hermano en la emunáh (fe) debe sentirse responsable de alivianar el sufrimiento de todos los demás; tal como Dios no puede soportar la pérdida de una sola persona, así también debemos ocuparnos de las necesidades espirituales y materiales de todos nuestros hermanos.
En relación a la aliyáh de hoy he considerado dos aspectos.
El primero, es tiempo y espacio.
Todas las citas se dan en un punto marcado por esas coordenadas. Moshé sabía con Quién quería encontrarse, por eso dirigió al pueblo a ese lugar. Y llegó en el mes de Sivan. Cuando hay una intención clara, se marcha en dirección definida. No se deambula.
Así, el que quiere ser médico no «visita» otras universidades y facultades, sino sólo donde pueden prepararlo para ser médico. Del mismo modo, los hijos de Israel se encaminaron al Monte, no a cualquiera, donde recibirían la capacitación que deseaban.
El otro tema es el Pacto.
Todo pacto supone al menos dos partes y un propósito. Saber con quién se pacta y qué y para qué se pacta.
Creo que muchos hemos hecho pactos incorrectos y/o con persona incorrectas.
Creo que muchos han pactado con el dios incorrecto y algo incorrecto y ese pacto los ha esclavizado en vez de promocionarlos a un estándar superior. YHVH es un DIOS TODOPODEROSO y Su Pacto es perfecto. Por eso, si después de haber pactado con Él no hay promoción hay que verificar el propósito. ¿Qué pacté? ¿Para qué?
Está parashá es crucial. Es el corazón de la cita que transforma vidas y destinos.
Deseo que concluyamos en el mismo punto de las Sagradas Escrituras, si no, sólo habremos deambulando por un libro de la Biblia.
“…allí acampó Israel frente a la montaña.” – Shemot 19:2
La Torah describe el campamento de los Hijos de Israel frente al Monte Sinaí utilizando la forma del verbo singular וַיִּחַן, lo que significa, “y él acampó.” Rashi explica que la forma singular que se usa aquí denota que los Hijos de Israel acamparon en Sinaí “como un solo hombre, con un solo corazón”, preparándose armoniosamente para recibir la Torah.
Rashi brinda una explicación similar en el versículo “y aquí que Mitzráim marchaba tras ellos” (Shemot 14:10), donde la Torah usa la forma del verbo singular נֹסֵעַ para describir a los miles de egipcios que perseguían a los Hijos de Israel después de que dejaron Egipto. Rashi explica ahí también que los egipcios estaban unidos “con un solo corazón, como un solo hombre” en su persecución de los Hijos de Israel. Sin embargo, existe una diferencia notable entre ambas explicaciones de Rashi. Con respecto a los egipcios, Rashi dice que estaban “con un solo corazón, como un solo hombre”, mientras que con respecto a los Hijos de Israel, Rashi revierte el orden diciendo “como un solo hombre, con un solo corazón”.
Esta distinción atrae la atención hacia una diferencia significativa entre estas dos unidades.
El pueblo de Egipto obviamente era un grupo diverso, como la Torah misma distingue entre el egipcio promedio y los hechiceros, y entre “el que temió la palabra del Eterno” (Shemot 9:20) y los que no lo hicieron. Sin embargo, estaban unidos en su odio por los Hijos de Israel (consulte a Rashi en 14:7). Su sentimiento mutuo de enemistad hacia los Hijos de Israel, “con un solo corazón”, llevó a que sus acciones fueran unificadas y uniformes, “como un solo hombre,” en contra de los Hijos de Israel.
La unidad de los Hijos de Israel en la preparación de la Matán Torah (Entrega de la Instrucción), por otra parte, no era solamente una reacción uniforme a un sentimiento que todos compartían. Más bien, sus sentimientos en común se debían a una unidad incluso más profunda, una unidad inherente que es parte de nuestra misma identidad como israelitas. Esta unidad de los Benei Israel esencial es lo que causó que todos los Hijos de Israel compartieran sentimientos iguales de anticipación y deseo por recibir la Torah, a pesar de sus diferencias individuales.
En otras palabras, porque todos los Hijos de Israel son esencialmente “como un solo hombre” por tanto compartía un anhelo y anticipación en común en el Sinaí; “con un solo corazón” para recibir la Torah
La Torah nos presenta a Yitro como un asesor de gobierno exitoso. Él supo identificar un problema técnico y proporcionar un buen asesoramiento. De esa manera, Yitro aconseja a Moshé que “cambie de bando”; esto es que, en lugar de ser un emisario del Eterno, sea desde ahora un enviado del pueblo para dirigirse a Dios. Moshé aceptó humilde y amablemente su consejo. Y es que Moisés era un alma enseñable, por lo cual su tipo de liderazgo alcanza gran crédito; cuando Yitro le dijo no esta bien lo que haces, Moisés lo escuchó; y además no ocultó tampoco quién le sugirió tal método. Moisés sabía como no inclinarse a las murmuraciones de los hijos de Israel (Éxodo 17:3), pero también sabía escuchar el consejo piadoso de un hombre sabio como Yitro.
Así pues, aconsejado por Yitro, Moshé nombró hombres capaces como jefes de millares, de centenas, de cincuentenas y de decenas. (Éx 18:13-26.). Se organizó a la nación de modo que dispusiera de jefes autorizados para encargarse de casos de menor importancia cuando fuera necesario. En el método de Moisés para administrar, algunos tenían una mayor posición que otros. Pero aún Dios honró el fiel servicio de los jefes sobre diez como a los que sirvieron como jefes sobre mil. Funcionando así, los casos complicados o difíciles, o de importancia nacional, tenían que presentarse a Moisés o al santuario delante de los sacerdotes.
Estos casos difíciles tenían que ver con:
sospecha de la castidad de la esposa (Nú 5:11-31),
derramamiento de sangre después de una disputa (Dt 17:8, 9) y
acusación de sublevación contra un hombre, pero con pruebas confusas o sospechosas (Dt 19:15-20).
Los sacerdotes eran los que debían oficiar en los casos de asesinato no resuelto (Dt 21:1-9).
No había medio para apelar a un tribunal superior, pero si los jefes de decenas no eran capaces de resolver un caso, podían pasarlo a los jefes de cincuentenas, y así sucesivamente, o presentarlo directamente al santuario o a Moisés. (Éx 18:26; Dt 1:17;17:8-11.).
Puesto que los jueces tenían que ser hombres rectos que juzgasen según la ley divina, representaban a Yahvéh. Por lo tanto, el estar de pie delante de los jueces era como estar de pie delante del Eterno (Dt 1:17; 19:17; Jos 7:19; 2Cr 19:6).
Los jueces, y todo el tribunal que ellos conforman, están puesto sobre los ciudadanos autorizado por El Shadai (El Todopoderoso), ya que toda autoridad es puesta por Él, tal como lo enseñaba el apóstol Pablo a las comunidades mesiánicas de Roma:
“Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por permisión de Dios existen.” (Romanos 13:1)
Es muy importante tener en cuenta lo que la revelación divina enseña: lo que el juez dicte tiene que ser respetado como si hubiera venido directo del Cielo. Ahora bien, la única ocasión cuando no se debe obedecer la sentencia de un juez es cuando no sigue las normas de la Torah. Por eso es muy importante que un juez entienda su responsabilidad para juzgar según la justicia de Elohim (El Juez Supremo), y no según sus propios criterios personales.
En esta parasháh quedaba bien claro en la mente de Israel que Yahvéh es siempre el único Juez. Las personas dotadas por Él de autoridad no son más que representantes de Su Justicia. El pueblo del Eterno no está regido por un sistema político que se bastara a sí mismo, que se justificara a sí mismo. Israel es un pueblo libre. Pero no es un pueblo soberano. Es un pueblo que sirve al Señor con cada pensamiento y acción. Un pueblo en el que todo es avodáh (servicio sacerdotal). Un pueblo que ha sido liberado para que sirva con amor al Eterno. Un pueblo que será juzgado conforme a esta avodáh (servicio).
Así también, Israel comprendía con esto que Yahvéh anhela que el pueblo que ha experimentado la violencia de la opresión de los poderosos sobre los más débiles cuando estuvo en Mitzrayim (Egipto), no quiera más esta violencia entre ellos, y comprenda su vocación de hacer justicia y practicar misericordia, para organizarse como una nación perfecta.
Finalmente el consejo de gestión se hizo realidad; …“jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez”. Había 600 jefes de mil, 6,000 jefes de cien, 12,000 jefes de cincuenta y 60,000 jefes de diez, en total 78,600 jefes sobre los 600,000 varones en Israel. Esto nos enseña que hubo una estructura de jerarquía con una escala de autoridad que podemos apreciarla en el siguiente cuadro:
Podemos ver claramente que:
Cada uno de los jefes de diez estaba sujeto en obediencia a un jefe de cincuenta.
Cada uno de los jefes de 50 tenía cinco jefes debajo de sí y un jefe encima de sí.
Cada uno de los jefes de 100 tenía dos jefes debajo de sí y un jefe encima de sí.
Cada uno de los jefes de 1000 tenían diez jefes debajo de sí.
Sobre los 600 jefes de 1000 estaban los 70 ancianos que fueron escogidos como gobierno en Israel, el Sanedrín.
La cabeza del Sanedrín fue el sumo Sacerdote Aharón, que estaba sometido a Moshé rabenu.
Entonces: ¿Qué es una Congregación?
A partir de aquí, me siento en la responsabilidad de aclarar que la expresión “asamblea” o “congregación” que se usa en la Torah, en muchos casos significa todo el pueblo; pero así también las Sagradas Escrituras en otros momentos hablan de llevar causas judiciales delante de la asamblea o congregación. Cuando esto ocurre la expresión «asamblea» o «congregación» se refiere a los que representaban al pueblo, es decir, a los Elohim (jueces) [ver: Números 35:12, 24, 25 y Mateo 18:17].
Entonces, así como toda nación necesita este tipo de jueces para que haya justicia y paz en la sociedad, aquellos que somos hijos primogénitos del Eterno, debemos también generar espacios reflexivos que nos permitan revalorizar la autoridad espiritual, y esta delegada en jueces (oficiales de la asamblea que puedan juzgar con justo juicio en la Unción del Eterno).
Los Tribunales de Justicia en las Congregaciones del Mesías.
“Presten atención a sí mismos y a todo el rebaño, entre el cual el espíritu santo los ha nombrado superintendentes, para pastorear la congregación de Dios” (Hechos 20:17,28)
Entendemos que aunque la autoridad seglar no ha conferido a las congregaciones del Mesías poderes para actuar como tribunal, cada asamblea sí puede tomar medidas contra los miembros cuya conducta requiera disciplina espiritual, y hasta puede expulsarlos de la congregación. Por ello, el apóstol Pablo dice a la congregación, es decir, a sus representantes, a los que tienen la supervisión (obispado), que deben juzgar a los que forman parte de la congregación (1Cor. 5:12, 13.)
Al escribir a las congregaciones y a los obispos, tanto Pablo como Pedro recalcan que los presbíteros (ancianos) deben estar muy atentos a la condición espiritual de la congregación y deben ayudar y amonestar a cualquiera que dé un paso imprudente o en falso (2Tim. 4:2; 1Pe. 5:1, 2; compárese con Gál 6:1).
En las comunidades mesiánicas del primer siglo estaba claro que los que causan divisiones (o sectas) tienen que recibir una primera y una segunda amonestación antes de que la congregación intervenga (Tit 3:10, 11.). De ellos, los que persisten en el pecado tienen que ser expulsados. De este modo se disciplina a los transgresores y se les muestra que su proceder pecaminoso no puede tolerarse en la congregación (1Tim. 1:20.).
El apóstol Pablo ordena a los hombres que tienen la responsabilidad de actuar en calidad de jueces en las congregaciones que se reúnan para escuchar problemas de esa naturaleza (1Cor. 5:1-5; 6:1-5.) Al hacerlo, solo deben aceptar la veracidad de la acusación sobre la base de dos o tres testigos, sopesar las pruebas sin prejuicio y no hacer nada movidos por parcialidad (1Ti 5:19, 21).
Es el mismo Yeshúa Rabenu quien mandó a sus discípulos que, si alguno pecaba contra otro, primero se esforzaran por arreglar el asunto entre ellos. Si no lo conseguían y la ofensa era de naturaleza seria, tenía que presentarse a la congregación, es decir, a los encargados de la dirección de la congregación (c.f. Mt. 18:15-17).
Pablo más tarde dijo a los discípulos de la ciudad de Corinto que debían zanjar las desavenencias de este modo y no recurrir a los tribunales seglares. (1Cor. 6:1-8).
Cabe aclarar aquí que cuando el Mesías instruye a sus discípulos a no juzgar, lo hace desde el punto de vista de la relación personal. Él dejó bien claro que en nuestra relación con el prójimo no está permitido juzgar al otro, pero ese no es el caso de un Beit Din (Tribunal de Justicia) oficiando en cada congregación. El contexto de Mateo capítulo siete habla de juzgar sobre los errores que uno ve en el prójimo. Cuando uno señala los errores del prójimo normalmente es una evidencia de que uno mismo tenga esos defectos en mayor escala. El que se molesta por la mota en el ojo de su hermano es el que tiene una viga en su propio ojo. Por lo tanto, de acuerdo con el yugo del Mesías, en la relación personal hay que ser muy cuidadoso de no juzgar sobre lo que uno piensa que son los motivos del prójimo. Normalmente no se sabe la razón detrás de los comportamientos de los demás. Sólo Yahvéh conoce los motivos del corazón y allí no tenemos el derecho de juzgar ni en el nivel personal ni en un tribunal humano. Por ello, el mismo Señor enseña que un tribunal humano sólo puede juzgar hechos concretos, no los motivos, ni las cosas ocultas.
Lo que el hombre hace en secreto será juzgado por el tribunal celestial que todo lo ve. Pero las cosas concretas pueden y deben ser juzgadas por un tribunal humano, siguiendo las normas establecidas por la Torah para ellas.
Delegar responsabilidades le permitió un respiro a Moshé y mejoró la calidad de gobierno sobre el pueblo. También sirvió para prepararlos mentalmente para el sistema de gobierno que tendrían en Canaán.
Si usted, que lee estas líneas se encuentra en una posición de liderazgo, tenga siempre en cuenta que delegar apropiadamente ciertas responsabilidades multiplicará la eficacia y eficiencia del ministerio que el SEÑOR le dio, y a la vez le otorga la oportunidad a otros de desarrollar sus dones y talentos en el área sagrada del servicio al propósito eterno de Dios.
Elevo mi oración rogando que el Eterno levante jueces maduros entre nosotros que puedan juzgar correctamente y poner justicia y paz en el pueblo.
“Y Yitro, sacerdote de Madián y suegro de Moisés, oyó todo lo que Dios había hecho por Moisés y por su pueblo Israel, al que sacó de Egipto.”
(Shemot/Éxod 18:1)
Como estudiantes del Yugo de Yeshúa los primero que debemos preguntarnos es: ¿quién es Yitro? ¿Y por qué que su nombre tiene el mérito de encabezar una parasha de la Torah?
Estos cuestionamientos son necesarios ya que no estamos hablando de cualquier parashá (sección) de la Torah, sino que estamos enfocándonos en la parashá con mayor energía divina, ya que nos relata la revelación de la mente del Eterno, en el monte Sinaí. Entonces, siendo esta Parasháh el objetivo de la salida de Egipto, y el centro de las leyes de Vida de la humanidad, ¿porque está titulada con el nombre de un sacerdote pagano y no con el nombre de uno de nuestros patriarcas o con el nombre de Moshe Rabenu? Entendamos que Yitro era sumo sacerdote de Madián, que como todos los otros países bajo el dominio de Egipto, eran idolatras y especialistas en magia. Siendo así, volvamos a preguntar: ¿por qué Yitro gana el mérito de tener una parasha con su nombre?
Para comprender la razón de estos planteos, aceptemos que esta es la parasha más importante de la Torah, pues es la primera y única vez que Yahvéh se reveló al mundo entero. El mismo nombre que tiene esta porción (Yitro) nos lo revela. Es que Yitro escrito a la inversa se lee Yoter que quiere decir “más”. Con esto la misma Torah nos llama la atención a que es la más importante.
La Torah no nos deja ninguna duda de que Yitro es el suegro de Moshé porque solamente en el capítulo 18 aparece 12 veces la frase “Yitro, suegro de Moisés”. Lo que los Sabios hacen ante esto es ir a la guematria de las palabras “suegro de Moshé” que se dice en hebreo “Jaten Moshé”, lo cual nos da el valor numérico: 803. Entiendo que esta guematría por sí misma no nos dice nada, pero si la reducimos tenemos que 803 nos da 11 y si reducimos el número 11, obtenemos el valor 2 que es la guematría de la letra Bet, código hebreo que representa al nombre Elohim. Este es el primer indicio.
Luego, los Sabios van a la guematria de Yitro, el cual nos da 616, el mismo valor numérico de «Ha Torah» (La Torah).
Además, notamos que esta es la parasha número 17 en el orde de estudio de la Torah. El número 17 es la guematria de la palabra hebrea “Tov” que quiere decir “bueno”. Esto es muy importante tenerlo en cuenta ya que nos indica que esta porción está en relación directa con el potencial creador que vimos en el Bereshit desde el primer día de la Creación, cuando Elohim vio que su Creación y dijo que era buena (Tov). Es por eso que el estudio de la porción Yitró transforma nuestra vida, pues tiene el poder de reestructurar todos los patrones de nacimientos, es decir todo el potencial mesiánico con el que venimos a reparar y a cambiar el mundo desde nosotros mismos, siempre y cuando nos sujetemos al propósito eterno de Elohim.
Con todo lo visto hasta ahora, espero que cada uno de ustedes pueda darse cuenta de que la parashá Yitró no se trata simplemente de un personaje histórico, sino que esconde los códigos de Sabiduría divina que traen mensajes para la elevación de conciencia de los hijos de Israel.
Entonces preguntémonos: ¿Qué nos dice todo esto?
Una de las lecturas es que en el estudio de la Torah, desde el Génesis hasta la última porción de Devarim (Deuteronomio) está la Presencia divina. El pergamino o Jumash (los 5 libros; en griego: Pentateuco) de la Torah son solo la materialización de esta sabiduría. Entonces el efecto que nos hace extraer la Sabiduría de los secretos del Cielo directamente de su fuente original, la Torah, es muy diferente al efecto que nos hace asistir a un curso bíblico, o asistir a un sermón religioso foráneo a la Instrucción divina. Esto se debe a que en el estudio personal y diario de la Torah viene la esencia de Yud Hei Vav y Hei y todo el poder está en las letras hebreas que la componen. Y esto es Emet, es decir, esto es la Verdad.
Por eso, no es casualidad que la última palabra de la Torah es Israel, que es el objetivo final en la consciencia que el Eterno quiere desarrollar en los seres humanos redimidos en Su Pesaj; es un estado superior que nos acerca a la unificación. Solamente aplicar la enseñanza que cada semana recibimos, fuera del dogmatismo, unifica los cuatro mundos en la percepción de cada uno de nosotros. Esta es una de las razones por la cual la parashá en donde se relata la entrega de la Torah le fue dada el nombre de Yitró, un sacerdote pagano, idolatra, hechicero y consejero del Faraón. Lo que nos está diciendo aquí la Torah, es que oculto bajo el nombre de Yitro, está el poder de conexión con el enigma del Monte Sinaí, que permitió a la humanidad la apertura de un canal de conexión entre el alma humana y el Eterno.
En segundo lugar, leemos que con esto Moshé nos está diciendo que estos códigos no son exclusivos para y por una raza, son para el uso de la raza humana en general y de todas las naciones.
Entonces, discernimos que la parasháh Yitro pretende dejarnos un poderoso mensaje. Es que sin Yitró y sus consejos, la Torah hubiese sido revelada de cualquier manera, pero su contenido hubiese quedado encerrado para los hebreos. La presencia e intervención de Yitro en el ritmo de vida del pueblo de Israel a través de sus consejos a Moshé de delegación de autoridad, s la causa que que los “Aseret HaDibrot” [“Diez Enunciados” o “Diez Palabras” (en griego “Decálogo”), mal llamadas “Los Diez Mandamientos”] sean de contenido universal. En otras palabras este nombre Yitro le dio una apertura a la entrega de la Torá que se extiende más allá de los hijos de israel(Bnei israel).
Es que para Yah los justos son personas que viven la Torah en lo interno, en sus convicciones, porque Su Instrucción (Torah) no tiene que ver con una religión, ni con una etnia en particular, sino con un sistema universal. Por eso esta parasha, en donde se revela la Torah, se llama Yitro, pues nos dice el midrash que Yitro era uno de los hechiceros que asesoraban al faraón, un hombre lleno de sabiduría, un hombre lleno de espiritualidad impura, que estaba al servicio de la inclinación al mal creyendo sinceramente que en verdad estaba de lado de los dioses verdaderos, que eran los dioses paganos de Egipto conocidos hasta ese momento. Sin embargo, ante la revelación de Yahvéh, Yitro queda impresionado. Por su nivel intelectual tiene una humilde apertur al cambio y entiende inmediatamente que detrás de las acciones de Moshé hay una presencia Divina Superior, desconocida hasta ese entonces.
Yitró es el sacerdote que actúa por convicción, pero al darse cuenta que sus convicciones son erróneas, tiene la suficiente sencillez y humildad para cambiar. Es entonces cuando se opera una transformación en él que lo lleva a la conversión (teshuváh). La conversión que se operó en Yitro fue la decisión de abandonar su capacidad de manipular a los otros a través de rituales mágicos, de abandonar viejas estructuras, para conocer y ser fiel al Dios único y verdadero, revelado a Avraham, Itsjak y Yaakvo. A ese Dios que está por encima de las otra criaturas celestes. El Dios que nuestro Maestro Yeshúa reveló que está buscando adoradores en Espíritu y en Verdad que lo adoren (c.f. Juan 4: 24)
Si sabemos que cada porción es una continuidad de la sabiduría que nos brinda la anterior, especialmente en el libro Shemot (nombres) entonces debemos prestar mucha atención a los nombres citados en cada porción.
De ello concluyo que es totalmente sabio considerar que, si la porción Bo se cierra teniendo en cuenta el nombre de Amalec, como un enemigo de Israel, a quien el Eterno establece borrar de la memoria. Entonces la forma de hacerlo efectivamente es tener en cuenta la acción necesaria de Yitró.
Concluyo que los nombres no están puestos en la Torah, para que en el caso de tener un hijo, elijamos entre uno de ellos, sino más bien para darnos cuenta qué clase de fuerza espiritual encierra un nombre, en relación a cada situación.
De hecho, en la porción Yitró, podemos ver cómo el Eterno nos quiere acercar a Él, por medio de escuchar debidamente un consejo pertinente.
Para que eso ocurra, tenemos que ejercer el poder del ruego, porque es muy importante la razón por la que debemos realizar un ruego y no malgastar palabras por caprichos egoístas.
Al respecto ya Moshé en el versículo 4 del cap. 17 ruega al Eterno, y podemos ver cómo recibe la respuesta aquí:
«Entonces clamó Moisés a YHVH, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán.«
Shemot 17:4
Si leemos bien vemos como el Eterno le responde en ese momento, revelándole un secreto celestial muy profundo, pero luego por medio de la fuerza llamada Yitró, lo manifestaría de manera práctica para la vida terrenal.
Por otro lado, vemos que la fuerza de separación extrema de la presencia del Eterno es Amalec, que es la fuerza de la duda e incertidumbre.
De manera que Amalec es el pensamiento que dice: “Ni si quiera vale la pena luchar”.
La única manera de contrarrestar esos pensamientos es primeramente entender que tanto Amalec, como Yitró representan a dos estado de la consciencia, opuestos entre sí.
Podemos concluir entonces que cuando debido a las dudas e incertidumbres, nos alejamos de la esencia de la Luz, podemos recurrir a la energía del ruego para volver a unirnos al Eterno y tener verdadera cercanía.
De manera que, el peligro espiritual más grande que debemos enfrentar no es la batalla por conectarnos con el Padre, sino más bien, el peligro más grande que enfrentamos es una ausencia del deseo de luchar. Pues para esto es la fuerza del consejo de Yitró, para que el ruego no se quede en la instancia de habernos vaciado con el cielo, cosa que es necesaria, pero que pierde efecto, si desde ello no podemos encontrar la forma práctica en lo terrenal de aplicar la respuesta celestial.
El hombre que tal cual Adán peca, lo cual provoca su expulsión del Gan Edén, en su mente reprobada dice: “Ni siquiera quiero regresar”. Este tipo de decisiones se basan debido a la fuerza de Amalec, influenciando a los hombres, por medio de la duda y la incertidumbre desde su memoria ancestral torcida.
Por eso es vital entender que, al despertar cada mañana, el peligro más grande que enfrentamos no es nuestra lucha por conectarnos. De hecho, muchas veces por más que nos levantamos cansados, sin embargo, aun así, deseamos al menos intentar seguir conectados; el problema real es no querer siquiera intentarlo.
La guerra espiritual, son las constantes batallas a nivel de la conciencia, para seguir conectados con la fuente de vida, mientras que la fuerza de Amalec trata de convencernos que no deseemos ni siquiera luchar más, por ello, porque todo es en vano.
Y eso podría ocurrir de un momento a otro, porque es la forma que ataca, este Amalec, en el momento menos pensado, por la retaguardia y en la zona de mayor debilidad, con pequeñas o grandes cosas. Precisamente Yitró, es por así decirlo la vacuna, por la cual, por haber rogado al Padre, tal cual Moshé, obtenemos una respuesta posible para un problema visible.
El verdadero peligro de Amalec no es la batalla, en sí misma, sino que es cuando su fuerza de la duda y la incertidumbre se filtran por medio de nuestra memoria, por lo cual decidimos que ni siquiera es bueno intentar luchar para seguir conectados al Padre. Porque si estamos en la batalla, quiere decir que tenemos fuerzas, pero el peligro es como dije ni siquiera intentarlo.
Esto pasa cada día en personas “muy espirituales”, que aparentemente, hacen su trabajo en el alma, pero de repente, Amalec entra en sus pensamientos y abandonan súbitamente la lucha, pierden el control y sienten que ya no tienen energías y ni siquiera desean regresar para conectarse con el Eterno.
Por eso si estamos haciendo nuestro trabajo espiritual (avodá), debemos saber que aun así, Amalec puede infiltrarse.
Porque, aunque estamos trabajando en el alma, pero descuidadamente permanecemos en la famosa “zona de confort”, las dudas y la incertidumbre pueden entrar en nosotros de todos modos.
Desde mi propia vivencia puedo notar que si bien hago el trabajo espiritual a diario, sin embargo, está dentro siempre de mi naturaleza humana falible, la tendencia al mal de la discontinuidad y puede ocurrirme que aun la más pequeña cosa me provoca para perder mi espiritualidad.
Pero si escuchamos el oportuno consejo de un Yitró, podemos encontrar el método, para nunca perder la energía para el impulso de salir de esa naturaleza caída y de la zona de confort.
Entonces, aprendemos que Yitró es la fuerza necesaria para la protección contra la energía de Amalec y destaco dos aspectos entre muchos:
· Por un lado, adquirimos el poder del ruego y la súplica ante el Padre, que nos acerca a la vida.
· Por otro lado, también adquirimos la fuerza para tomar el impulso adecuado, para salir de la tendencia al mal, potenciando debidamente nuestro trabajo espiritual.
Por medio de la fuerza identificada en el consejo de Yitró, podemos ver que el Eterno tiene sus brazos abiertos para nosotros; por lo cual podemos recibir el regalo que consiste en darnos fuerza para esforzarnos en nuestro trabajo espiritual, como así también la posibilidad de un acercamiento a Él, a tal punto que Amalec no pueda entrar en nuestra conciencia.
No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.
Isaías 40:10
Siempre Amalec querrá vencernos, pero siempre habrá un Yitró con un buen consejo, por lo cual debemos estar dispuesto como Moshé a saber escuchar y ser humildes para aplicar el consejo práctico oportuno.
Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: «Todo lo que Yahvéh ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Yahvéh las palabras del pueblo. Entonces Yahvéh dijo a Moisés: He aquí, yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para siempre. Y Moisés refirió las palabras del pueblo a Yahvéh.
(Éxodo/Shemot 19:8-9)
¿Acaso el Eterno no escuchó lo que el pueblo había dicho?
Una vez más vemos el tipo de relación que mantenía Moshé con el Eterno, el profeta tuvo el detalle de humildad de dar el reporte al Eterno de lo que el pueblo había dicho.
Esto me enseña que mientras más cedamos nuestra voluntad ante Abba, más seremos uno con Él, por lo tanto, más nuestras palabras serán sus palabras.
Moshé desde su humildad fue la puerta para todos los hombres que lo sucederían , marcó la senda a seguir para que las palabras del Eterno fueran creíbles en la boca de sus profetas, para siempre.
Moshé descubrió que la única manera de tener una estrecha y especial relación con el Eterno debía sustentarse solo en un cimiento. “LA OBEDIENCIA”.
La única manera de manifestar la verdadera humildad no es con hecho heroicos, con palabras elocuentes u oraciones kilométrica, sino “obedeciendo incondicionalmente”. Desde la verdadera mentalidad hebrea, escuchar humildemente, implica hacer obedientemente.
Esta es la única manera para lograr que nuestras palabras sean las palabras del Eterno. Desde ello nuestras declaraciones tendrán un verdadero asidero de credibilidad. A tal punto es esto, que lo que declaremos, así mismo sucederá.
Para que nuestras generaciones nos crean para siempre, tal cual a Moshé, los primeros que debemos ser coherentes y consecuentes con nuestras palabras, debemos ser nosotros. Es decir que nuestra forma de vivir se debe conformar a nuestras declaraciones.
Porque es imposible hablar mal y vivir bien, así como también lo es, pensar mal y hablar bien .
Mis amados, para que nuestras palabras estén cargadas de “eternidad” es decir, que lo que digamos se cumpla, respondiendo al propósito del Eterno, debemos hablar tal cual Moshé lo hizo, en “OBEDIENCIA y con HUMILDAD”.
Moshé trató siempre de no hablar por su propia cuenta, por ello vivió conforme al propósito del Eterno, es decir que su vida fue tal cual sus palabras.
¿Cómo lo logró Moshé?
Simplemente hablando Torah (Instrucción) todo el tiempo posible, por eso su credibilidad es eterna, tal cual él, así debemos hacer nosotros hoy.
«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa…» (Deuteronomio/Devarín 6:6-96)
Muchas veces cambiamos según las circunstancias, en un mundo donde nadie quiere reconocer que es falible, tratamos la mayoría del tiempo de justificarnos, atribuyendo que nuestros errores son por “culpa” de los demás. Precisamente es esto lo que no nos hace creíbles, no digo que todo el tiempo andemos confesando nuestros yerros. Pero tal vez eso sea el principio para comenzar a vivir la verdadera vida de emunáh (fe) y teshuváh (arrepentimiento).
Debemos tomar verdadera consciencia para que nuestras palabras sean creídas para siempre tal cual Moshé, debemos aprender a rectificar nuestros errores, eso es precisamente vivir coherentemente con lo que declaramos.
Si vivimos como hablamos tendremos seguridad y certeza en nuestro interior, si lo que hablamos es Torah, seremos creíbles al 100%, aunque eso implique muchas veces no caer del todo simpáticos.
Para concluir, la manera en cómo las palabras de Moshé, son creídas para siempre, es porque se esforzó por no hablar por su propia cuenta, cuando eso sucede hablamos Torah, de lo contrario es nuestro “ego” quien edifica nuestra realidad y eso será siempre nefasto y caótico.Aprendamos pues de Moshé y de nuestro Mesías y también acudamos a la ayuda del Consolador (Ruaj Ha Kodesh), de esta manera también nuestras palabras serán creídas para siempre.
«Porque yo no he hablado por mi PROPIA CUENTA; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.» (Juan 12:49)
«¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi PROPIA CUENTA, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras.» (Juan 14:10)
«Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su PROPIA CUENTA, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.« (Juan 16:13 )
A todo ser viviente le agrada el amor, porque fue hecho por y para el amor (Rm. 11:36). A los seres humanos en particular nos impulsa la alegría de sabernos amados, pero debido a nuestra tendencia al mal, no nos gusta respetar las condiciones para preservar y madurar el amor en nosotros.
A un niño no le causa placer que su papá le niegue comer todo el tiempo comida chatarra, pero el amor de un buen padre jamás permitiría que la salud de su hijo se ponga en riesgo voluntariamente por ese capricho.
Pero, más allá de esa tendencia humana a buscar sólo nuestro placer, el mundo actual está fuertemente caracterizado por el hedonismo, es decir por la “actitud vital basada en la búsqueda de placer” (RAE).
Placer no es lo mismo que amor, éste puede ser placentero, pero no siempre. Hoy por hoy se busca el placer del sexo y el enamoramiento, pero no el rigor del compromiso.
En la fe también se da el hedonismo, donde hay gente que busca los beneficios del amor del Eterno sin querer pagar el precio que éste demanda; ¿y cuál es?
En Shemot 19:10 YHVH ordena a Moshé que le diga al pueblo que se purifique y abstenga de tener relaciones sexuales por tres días. Luego, le dice que establezca límites entorno al monte y que advirtiera que cualquier ser viviente (hombre o animal) que los sobrepasara moriría indefectiblemente.
Si Él ama a Israel y le ha transmitido su deseo de convertir a la asamblea en su “especial tesoro”, entonces ¿por qué límites tan rigurosos y que de ser traspasados traerán la muerte?
La relación que el Eterno le está proponiendo a Israel es semejante a la de un matrimonio (Jer. 31:32). Todo matrimonio desde el diseño divino, es una alianza basada en el amor; y por ende deben establecerse ciertos límites de respeto entre los cónyuges para preservar ese amor.
Por eso en distintas cartas apostólicas se habla de que la mujer respete a su esposo y que éste ame y respete a su esposa, incluso de la misma manera en que ama “a su propio cuerpo” (Ef. 5:28).
Sabemos que lo visible proviene de lo invisible (Heb. 11:3) y por ende, si en un matrimonio humano deben darse estas pautas, cuánto más entre Aquel que es el esposo por excelencia y su amada, es decir, Israel.
Proverbios 15:32 dice: “El que rechaza la corrección se desprecia a sí mismo; el que la atiende gana entendimiento” (NVI).
Si entendemos que YHVH es amor (1 Jn. 4:8), entonces debemos confiar en que cada límite que nos marca será para nuestro bien; para que nuestra relación desde lo personal hacia lo comunitario pueda crecer en amor. De esta manera, cada individuo conectado con los límites de su instrucción nos establece, no sólo crece en entendimiento, sino que lo hacen también sus vínculos, y especialmente la familia de la fe que conforma (Ef. 2: 19).
Por eso es tan importante erradicar el pecado de nosotros mismos y de nuestras asambleas. Porque así como la obediencia desde lo individual bendice a todo el cuerpo del Mesías; el pecado contamina las asambleas y estorba su crecimiento.
Justamente, esta es la razón por la cual estamos llamados a ser guardas de nuestros hermanos, conduciéndolos a cumplir los límites que en amor nos ha dado nuestro Dios. “Asegúrense de que a nadie le falte el amor de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause problemas y envenene a muchos” (Heb. 11:15 | NBV)
A decir verdad, como dije al principio, a nadie le gusta obedecer todo el tiempo naturalmente y menos ser disciplinado, pero la disciplina aunque genere aflicción en un principio, es un entrenamiento que “…después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella” (Heb. 12:11 | NVI)
En conclusión, el precio que demanda YHVH para disfrutar de su amor es la obediencia (1 Sm. 15:22). Por ende, tengamos perseverancia en obedecer los límites de amor que nuestro amado nos da, porque son para preservar nuestra vida, son la muestra más clara de cuánto nos ama. Y en caso de pecar, sabemos que tenemos un abogado que nos redime mediante su sangre (1 Jn. 2:1), Yeshúa el Mesías, dado por el mismo Padre, por amor a nosotros.
¡Y llegó el momento esperado! El instante en que el mundo sufriría un cambio histórico, al recibir cada ser humano, las raíces de comportamiento ontológico y moral, para la eternidad.
Por veintiséis generaciones, desde la creación de Adam HaRishón, el Eterno había esperado transmitir a la humanidad la preciosa Torah la cual había precedido la creación del universo. Su Intención eterna había sido que ésta vibre en sus códigos metafísicos en el corazón y la mente de cada ser humano.
Finalmente, Yahvéh había encontrado un pueblo dispuesto a aceptarla. El grandioso momento de su Revelación fue aguardado ansiosamente por el universo íntegro puesto que con ello se llevaría a cabo el objetivo espiritual de toda la Creación en cada uno de sus planos y dimensiones existenciales.
Cuando llega la hora de presentarse al pie de monte Sinaí para recibir la Torah, los israelitas experimentan un milagro mayor que el éxodo de Egipto y las diez plagas y más maravilloso que la división del Mar de Cañas.
Cuenta el Midrash que los hijos de Israel estaban reunidos al pie de Har Sinaí, varones y mujeres separadamente. Sin embargo, el Eterno provocó que en ese momentos fueran unidos por todas las millones de almas no nacidas aún de sus descendientes y por las almas de los guerim (prosélitos), es decir todos aquellos que aceptarían la Torah en generaciones futuras. Cuando Yahvéh descendió sobre el Har Sinaí en un estallido de fuego, rodeado por una multitud de 22.000 ángeles, la tierra se estremeció, y hubo tronar y relampagueo. Entonces los Benei Israel oyeron el sonido de un shofar tocándose continuamente, creciendo en intensidad hasta que alcanzó el más grande volumen que las personas podían soportar. El fuego de Har Sinai se elevó hasta los mismos cielos, y la montaña humeó como una caldera. Entonces el pueblo tembló de miedo.
El milagro que ocurre en el monte Sinaí fue la revelación de la Luz Infinita de Dios al género humano a través del pueblo de Israel. Este “tercer día” en el Monte es la fecha conocida como «Shavuot», (que en griego se denomina Pentecostés o Quincuagésimo). Este es asimismo un “Jubileo” en miniatura (jubileo de 50 días), ya que 50 días transcurrieron desde la salida de Egipto hasta la revelación del Sinaí. Por esta causa, notamos que en las conversaciones de los sabios del libro El Zohar se nombra a este tercer día, como el «Día del Amor«.
Tal y como hemos estudiado, en Rosh Jodesh Siván (primer día del mes de Siván) los Benei Israel (Hijos de Israel) arribaron al desierto de Horeb. Entonces surgen algunas cuestiones: ¿Por qué fue que YHVH no presentó a Su pueblo la Torah tan pronto como ellos abandonaron Egipto? ¿Por qué Él esperó siete semanas entre Yetziat Mitzraim (Salida de Egipto) y Matán Torah (entrega de la Torah)?
Leyendo el Talmud, descubro que los sabios intérpretes de todos los siglos están en concordancia en que la entrega de la Torah ocurrió en el primer Shabat del mes de Siván. Har (Monte) Sinaí estaba estremecido de excitación ante el trascendental evento a punto de tener lugar sobre él. Todas las montañas estaban en un estado de agitación junto con él hasta que Yahvéh les hizo recobrar la calma.
Sin embargo, los benei Israel fueron despertados por truenos y relámpagos sobre Har Sinaí y por Moshé llamándolos:
«¡El jatán (novio) está esperando que la Kaláh (novia) arribe a la Jupáh!«
Tras este llamado Moshé llevó al pueblo al Har Sinaí como el «amigo» que conduce a la kaláh a la boda. ¡Si así es! En el Monte Sinaí ocurrió una boda. Una especial boda. Una boda «extraterrestre«.
Por eso, y desde este sobrenatural evento, en Israel, la tradición de la «boda hebrea» está íntimamente ligada con el evento de la entrada en el Pacto y la entrega de la Torah. Así pues, Israel es “la novia” y YHVH es “el novio”. Moshé es el “amigo del novio”, mientras que los ángeles son los “testigos de la boda”. La densa nube manifestada sobre el Pueblo, es la “jupáh”, o dosel matrimonial.
De hecho, Tashbetz Katán (nº 467) enuncia lo siguiente:
«Sabed que todas las acciones y practicas de la novia y el novio en su boda son derivadas de matan Torá donde YHVH actúa coma un jatán hacia la kalá, K’Ial Israel.«
El proceso matrimonial tenía las características que ahora les describiré. Ante la propuesta de matrimonio, se interpretaba que la “mujer” o doncella se encontraba ante una manifestación física de la Providencia divina que la redimía de su estado de esclavitud (ser soltera y dependiente de su padre y hermanos varones) para que se pueda casar y conformar una casa profética de bendición para las generaciones que desde esa vasija surgirían para transformar el mundo.
El varón le hacía una propuesta de matrimonio a través de su la presencia física de un “amigo”, que oficiaba como el mediador. Apenas la “mujer” aceptaba la propuesta voluntariamente y el “amigo” pasa la respuesta al “hombre”.
Al igual que el rito actual, Israel, la “mujer” celestial, recién había pasado por la mikvé o “tevilá” (baño ritual) en el cruce del Yam Suf (Mar Rojo), y las siete semanas de marcha, para así ingresar a un nuevo nivel.
El evento es anunciado con toques de Shofar. El «novio”, Yahvéh, sale de su lugar para ir al encuentro de “la novia” (Israel). La “novia” sale de su casa al encuentro del “novio”.
Los dos entran en el primer paso del pacto matrimonial hebreo, llamado «Kidushim» (o «santificaciones«), cuando los dos se consagran, se apartan el uno para el otro. Ya están atados él y ella, por eso este paso también es llamado «erusín», del verbo “aras” (atar). Así y tal cual, los dos están atados, ahora su trabajo será irse apegando en mente y corazón hasta hacerse totalmente Uno.
En ese momento se entrega un contrato matrimonial a la “novia”, llamado “Ketuváh” («Escritura de Alianza» o «Contrato Matrimonial»), donde están estipuladas las condiciones para el Pacto Matrimonial, y en las que queda comprometida la vida íntegra del «novio». Es que en ella el novio considerado a partir de ese momento como esposo, ponía por escrito su compromiso con la novia, sus promesas y aquellos aspectos sobre los cuales él habría de cumplir una vez que vivieran juntos. De no cumplir su nombre (reputación) quedaba seriamente afectado. Por su parte la novia al aceptar la Ketuváh, se comprometía a honrarle, obedecerlo y santificarse en exclusividad para él.
Por eso, la Ketuváh es propiedad pura y exclusiva de la kaláh (novia) y ella debe tener acceso a ella a través del matrimonio. Con este documento en sus manos, ella como esposa podrá meditar en su corazón cada vez que la lea y así fortalecerá sus pensamientos confiando que el pacto hecho con ese varón que la escogió no será por él roto.
En el Rollo de Devarim (Deuteronomio 20:7), vemos que hay un tiempo entre este primer paso de desposorio y el casamiento. Y allí mismo (Devarim/Deuter. 22:23-24), vemos que el primer paso del pacto matrimonial hace que ella sea llamada “la mujer de él”, aunque no hayan consumado el matrimonio todavía.
Después del primer paso (kidushim), la novia va a la casa de su padre para preparar su traje de boda y otras cosas. El “novio” va a la casa de su padre para preparar una vivienda digna para los dos.
Cuando el padre del novio ve que los dos están listos, da permiso a su hijo con un toque de shofar para que vaya a tomar a su esposa. El hijo se va a la casa de la novia y la arrebata para llevarla a la casa de su padre donde se efectuará el segundo paso matrimonial, llamado «Lakaj»que significa “tomar” (Gén 24:3). Inmediatamente comenzará la fiesta matrimonial denominada «Nisuín«, que viene de “nasáh” y signifiva «elevar» (2Crónicas 24:3), debido a que el novio entra al tálamo nupcial con su amada y la hace suya físicamente por medio del acto sexual aprobado por los Cielos para ello. Mientras tanto, los familiares y demás invitados festejan en los patios de la casa de la nueva familia.
Por eso, cuando leí el Pirké de Rabí Eliezer me encontré con este evento registrado del siguiente modo:
«…Y Moshé se puso en camino y llegó al campamento de los israelitas y los despertó de su sueño diciéndoles: ¡Despiértense de su sueño y contemplen. Su Dios desea entregarles la Torah. El Novio desea llevar a la Novia y entrar en la cámara nupcial. El Santísimo, Bendito Sea, fue a encontrarse con ellos para entregarles la Torah!…»
Así pues, en el momento de la entrega de las Tablas al pueblo de Israel interactuaron tres esencias:
la esencia del Supremo,
la esencia de la Torah y
la esencia del pueblo de Israel.
Entonces, debemos aceptar que el objetivo final de la entrega de la Torah es asumir que la Esencia del Supremo se une con la esencia de Israel a través de la observancia de la esencia de la Torah (los 613 mitzvot contenidos en ella), los cuales constituyen la Esencia de Su Voluntad. Por ello es que en el Zohar se lee: «…Dios, la Torah e Israel, forman una Unidad…»
Con todo esto, podemos decir que la Ketuváh (contrato matrimonial) es un documento legal que protege a la mujer, la resguarda en caso de que el esposo falte a sus compromisos y asegura un bienestar para los hijos, además de ser una carga moral para el esposo en caso de que llegara a pensar en incumplir la parte de su pacto.
En otras palabras, un contrato matrimonial es un sinónimo de bendición, de formalidad del amor del varón hacia la mujer.
Cuántos varones no dicen amar a sus parejas, pero a la hora de pensar en un compromiso mayor, respaldado por un contrato matrimonial, simplemente desaparecen. La Torah es un prototipo de dicho contrato matrimonial, de acuerdo a Jer. 2:1-3:
«Vino a mí palabra de Yahvéh, diciendo: Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Yahvéh: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Yahvéh, primicias de sus nuevos frutos. Todos los que le devoraban eran culpables; mal venía sobre ellos, dice Yahvéh.» (Jeremías 2:1-3)
Así es, el Eterno entregó a su pueblo una Ketuváh en el monte Sinaí. Aquel evento sobrenatural, fue nada más y nada menos que un contrato formal en el que Yahvéh se comprometía a ser su Dios, a protegerla, guardarla y preparar una habitación para que Él y ella se hicieran Uno (Ejad).
La historia nos dice que el pueblo a causa de aquel miedo paralizanta falló a la parte de su pacto al adorar el becerro de oro. No supo esperar la segunda parte del proceso matrimonial. Aún así Yahvéh se mantuvo siempre fiel aunque Israel no. Y de tal manera la amó que mandó a su Hijo a renovar dicho contrato para que en un futuro muy cercano, aquellos que somos sus hijos primogénitos, miembros de la Keiláh Santa (Israel) podamos consumar la boda y morar por siempre con Él.
En esto aprendemos que el Eterno todo lo hace a través de pactos, y dada la formalidad de este momento, Él mismo lo firmó (Ex. 31:18) sin intermediarios o mediadores, tal y como una boda lo requiere.
Es por todo lo anterior que no podemos considerar la Torah dada a Israel como abrogada, ya que es justamente el único documento que avala nuestra relación formal con Yahvéh, que consolida la «salida» de Israel del exilio de Mitzrayim (Egipto) y que además nos da un ejemplo muy claro para nuestros días: el verdadero amor espera hasta que se formalice por medio de un Pacto de compromiso matrimonial.
Es muy importante para mí resaltar el hecho de que la Torah no emplea jamás el término “Mandamientos” para señalar a estas declaraciones divinas que Israel vio y recibió allí en el Monte Sinaí.
Siendo fiel a la verdad, debo decir (y remarcar) que la expresión “diez mandamientos” no aparece en las Sagradas Escrituras. Es más, siendo aún más sincero, debo decirte amado lector que los llamados «Diez Mandamientos» por la teología cristiana, en realidad contienen catorce mandamientos (mitzvot). Es justamente a causa de una incorrecta traducción de los eruditos cristianos que hemos heredado impropiamente esta incongruente expresión. Por ello, en este tiempo de transición, es nuestro deber desterrarla de nuestro lenguaje y especialmente de nuestra manera de pensar.
Si vamos al capítulo 34 del Rollo de Shemot (Éxodo), veremos que en el versículo 28 se encuentra la expresión “las Diez Palabras”, que en hebreo se dice: «Aseret Ha-Divrot«, en referencia a las declaraciones divinas que aparecen en Éxodo 20: 2-17. Esta misma expresión hebrea la volveremos a encontrar desde la pluma de Moshé (Moisés) en el quinto libro del Jumash o Pentateuco (cf. Deuteronomio 4:13 y 10:4) Así pues es evidente que es más exacto hablar de las “Diez Palabras” que los “diez mandamientos”. El nombre griego «Decálogo» significa igual: “Diez Palabras”, y por lo tanto puede también ser usado en nuestro léxico como una forma correcta de señalar a este maravilloso pasaje de las Sagradas Escrituras.
Profundizando más en esta expresión, les comentaré que en hebreo, el término Divrot es traducido como «locuciones«, «enunciados«, «menciones«, «frases«, «palabras«, (Nota: el singular de divrot se dice: diveráh,diver y vienen de davar – palabra activay creadora-) Así pues, los mal llamados «Diez Mandamientos» pueden ser llamados «Los Diez Enunciados», «Los Diez Dichos», «Las Diez Palabras», pero jamas «Diez Mandamientos».
Para que ustedes puedan comprender mejor todo esto, diré que un mandamiento supone la existencia de hombres a los cuales es dirigido y que están listos a reconocerlo como tal; por eso, un mandamiento que ninguna persona respete o que todo el mundo viole, cesa de ser un mandamiento. Puede entonces ser relegado al estante de las viejas reliquias. No es así con las Leyes Divinas. El Eterno las designa bajo el nombre de “Palabras” o “Sentencias” «Dichos«. De ese modo, el que éstas sean escuchadas o no no las afecta en su trascendencia. Las Palabras permanecen siendo tal como han sido pronunciadas. Permanecen siendo las Palabras de Dios, que son la expresión de la Única y Absoluta Verdad, inalterable por siempre. Y aún en el caso de que el pueblo de Israel, todo entero, dé la espalda al Creador y a Su Ley, las Palabras del Decálogo permanecerán hasta la Eternidad, sin verse afectadas en nada por esta falta. Ellas son pre-existenciales a todo lo creado, por lo tanto, ellas vibrarán en potestad más allá de la creación misma.
Por las razones hasta aquí explicadas, nos damos cuenta que las «Aseret Ha-Divrot« (Decálogo) no tienen en sí mismas el carácter de “deber hacer”, sino que más bien son indicaciones para el Camino de justicia que permite la capacitación de tzadikim (“justos”) que se convertirán en un reinado de sacerdotes para Yahvéh. Visto así, debemos aceptar que las “Diez Palabras” determinan el lugar del hombre en el mundo, como vasija que contiene a la Luz Infinita y creadora. Las «Aseret Ha-Divrot« expresan lo que el hombre es y como llega a su meta. El Eterno mismo las ha escrito con su propio dedo sobre las Tablas de Piedra (Éxodo 31:18). Sólo Él, desde Su mundo, puede indicar cuál es la estructura del hombre. Sus normas provienen de otro mundo, porque si fueran sólo de este mundo no serían válidas más allá de la muerte. Con esto, entendemos por qué estas Diez Palabras son la única porción de la Torah escrita por el Eterno mismo, y que justamente este hecho marcará la importancia que YHVH le da a estos enunciados. (Éxodo 31:18)
El Decálogo es en realidad la Carta Magna o Constitución de la naciente nación de Israel. En ella están representados todos los demás mandatos o instrucciones que Abba nuestro dio a nuestros ancestros (y nosotros) para que vivir como hijos suyos, y protegerse de toda adversidad que impone el sistema reptiliano desde las leyes de Causa y Efecto.
“Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis leyes, por los cuales el hombre vivirá si los cumple; yo soy YHVH Adonay”. (Levítico 18:5.)
Así pues, sabiendo ya que en las Escrituras el número diez representa la totalidad, estas diez palabras representan toda la Torah en su máxima expresión esencial.
La Torah misma nos revela que estas diez palabras estaban escritas en dos tablas de piedra. Hemos visto que “piedra”, en hebreo, se dice “EBeN”; que contiene, eternamente, lo inmodificable. Todo aquello que tiene que ver con el hombre, contiene la forma de lo incambiable. Aquello que hace del hombre un ser divino frente al Eterno y frente al mundo, está determinado por Dios en su forma inmodificable.
La tradición histórica enseña que en la primera tabla había cinco palabras y en la segunda había cinco. Las cinco primeras tienen que ver con la relación entre el hombre y el Eterno y las cinco últimas tienen que ver con la relación entre el hombre y su prójimo. En las cinco primeras palabras aparece el nombre YHVH ocho veces, pero en las últimas cinco palabras no aparece. Las diez van desde lo más importante hasta lo menos importante. La primera es la más importante pero la última es la más difícil porque es más fácil controlar las acciones que los pensamientos.
“Dos” Tablas se entregan; a pesar de que forman una Unidad, son “Dos” como la Letra Alef, dividida y unificada; el “cinco” superior se refleja armónicamente en el “cinco” inferior.
La tradición de los sabios también comenta que las letras estaban grabadas atravesando diagonalmente las Dos Tablas, sin manifestarse del lado opuesto como escritura “en espejo”. Así el Eterno revelaba a Israel el gran secreto del propósito eterno: aquello que tiene que mostrarse en el mundo como bilateral, es unilateral en su esencia. Los Dos lados mostraban una Unidad incomprensible para nosotros.
Entonces, ¿cuál es el sentido de estas “Diez Palabras”, de estos “Dos 5”?
Ellas muestran al hombre en su esencia misma. No son leyes morales, ni higiénicas, ni mucho menos sociales. Éstas son sólo sus imágenes. Cuando la Sexta Palabra dice: “No debes matar”, ella significa literalmente “no debes matar a otro ser humano”; pero el principio en sí es “no deber matar” abarca la vida humana en la totalidad de sus expresiones, en todos los niveles. Por ejemplo no se debe avergonzar al prójimo en público. Retar a “alguien” en presencia de terceros cae bajo el principio de “derramar sangre”. Ello puede, por lo tanto, suceder en distintos niveles.
Otro maravilloso mensaje encriptado aquí surge del hecho que la Sexta Palabra se encuentra en la segunda Tabla exactamente frente a la Primera Palabra de la Primera Tabla, es decir, aquella Tabla en la cual el Eterno estableció en cinco Palabras lo que ÉL ES. Entonces el mensaje es que cada uno de los hijos del Altísimo tiene que relacionarse con el hombre, imagen de Dios en la tierra, de la misma manera que con Dios mismo .
Entonces, con esta explicación en nuestra mente, logramos captar porque en las primeras comunidades mesiánica se insistía en lo siguiente:
«Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1Juan 4:20).
Así pues, queda bien claro en la mente hebrea que el ser humano no es sólo una tuerca en la gran sociedad, dentro del gran aparato reptiliano que la domina; así cada israelita lo fue en Egipto (mundo de la forma), donde se lo trató sólo estadísticamente. Donde fue un “número más en la ficha” que archivaba el Faraón y toda la élite que con él manipulaba con maldad a la masa del Imperio.
La Primera Palabra expresa que Dios llevó al pueblo fuera de Egipto. Y justamente allí se encuentra la síntesis del sentido de la Redención: toda la Creación descansa en el hecho de regresar del exilio de Egipto, símbolo del mundo de la dualidad. El concepto “dualidad” abarca la creación, creación de la dualidad. La vuelta del camino 1 -2 al camino 2 -1. Es el milagro expresado en el Éxodo de Egipto. Esta “vuelta” sólo puede venir de YHVH, de la fuerza del “Uno”, de Elohim en su origen, de Yahvéh manifestándose en el mundo, como el Único y Verdadero Elokim. El hombre, como imagen de Yahvéh lleva dentro de sí el deseo (suspiro/anajáh) por esta vuelta. El ser humano tiene en su interior el hambre de Dios, y su anhelo de regresar a Él como fuente. El hombre quiere hacer teshuváh (regreso). Por eso, la busca en todos los terrenos, tiene la necesidad de llevar la creación de vuelta a su descanso.
Las Tablas entonces obligan a ejercer la correcta cosmovisión mesiánica. Cada hombre tiene que ser visto entonces como una imagen-espejo, como una imagen de Dios. Respecto de “humillar a un ser humano o matar en él esta conciencia”, la Torah manifiesta que tal situación es como si toda la creación fuese aniquilada.
Interesante resulta considerar que las Diez Palabras de la creación (cap. 1 de Génesis) comienzan con el “Dos”, es decir con la letra “Bet” de la Palabra Bereshit («En el comienzo«); mientras que las “Diez Palabras” («Aseret Ha-Divrot«) , sin embargo, comienzan con el “Uno”, es decir con la letra Alef de la voz “Anojí” (“Yo”), del versículo:
“Yo Soy YHVH Tú Dios” (Éxodo 20.2).
Precisamente “Anojí” se escribe como (1-50-20-10 = 81), porque aquí termina el mundo de la “dualidad”. Dios mismo ha terminado en este octavo ciclo la liberación de las 26 generaciones de la dualidad. Esta revelación comienza con el “Uno” (el Aleph), tal como la Creación había comenzado con el “Dos” (la Bet).
En este momento, el largo camino a través de los cuatro “ele toldot” (traducidas como “estas son las generaciones”), es decir el Camino de Salvación recorrido por la Luz en las cuatro historias generacionales de la humanidad, ha encontrado su fin, llegó a Su tiempo de Propósito (ET). La humanidad toda ya está libre de las fuerzas del desarrollo, del veneno de “la mordedura de la serpiente”.
El desarrollo dinámico y aplicación vital de estos Diez Enunciados están descritos de forma pragmática en los 613 mitzvot (mandamientos), que tratan con detalle todos los aspectos de la vida, de la nación, y el culto de Israel. Ellos (los mitzvot) completan el significado, y otorgan el método exacto par la aplicación del Decálogo.
Por ello, existen distintos tipos de mitzvot. Unos son para los pensamiento, como por ejemplo creer en que nuestro Abba Yahvéh es Único. Están también los mitzvot de la lengua, que son muy importantes, como la mentira, el chisme y el falso testimonio. Así mismo, nos encontramos con los mitzvot de acción o ejecución, como honrar a los padres o dar tzedakah. Existen los mitzvot de retracción (o de abstenerse), como las leyes dietéticas (kashrut) y el evitar el adulterio. Y por supuestos están los mitzvot de culto al Creador que son los más importantes de todos, pues están llenos de códigos lumínicos que revelan como dominar y sobreponerse a toda asignación astrológica del sistema reptiliano que alimenta al gran dragón escarlata.
Pero esencialmente todos los mandamientos están basados en el amor perfecto de nuestro Abba, según lo define La Escritura misma:
«Solamente de tus padres se agradó YHVH, y los amó, y de entre todos los pueblos escogió a su descendencia después de ellos, es decir, a ustedes, como hoy pueden verlo.» (Deuteronomio 10:15).
Entonces, a esta altura de nuestra investigación, comprendemos y aceptamos que estas Diez Palabras contienen una “alternativa” para este mundo. El hombre está frente a una dualidad. Él puede preferir el camino de las imágenes, seguir el desarrollo, o elegir otro camino, el camino de vuelta de la dualidad a la unidad. El prime camino es el de la muerte ontológica, es decir, el optar por pervertirse egoicamente en sus pensamientos para terminar corrompiendo el mundo. El segundo camino es el de la Vida, o sea, la opción por aceptar el trabajo del refinamiento de conciencia para alcanzar la potestad de reparara y transformar el mundo.
Justamente este principio de la “alternativa ontológica” de la vida se expresa por el número de vocablos de estas “Diez Palabras”: 172. Este número es el valor total de la voz EQeV, (70 + 100 + 2 = 172), que significa “Si”, condicional que encontramos a lo largo de todo el Pentateuco o Jumash.
El hombre está libre, está en el límite, tiene la posibilidad de elegir. Todo está dado por el Eterno; sólo la “actitud” del hombre frente a Él está abierta para que en su retorno se deje guiar por amor, confianza y bondad, sin expectativas de premios y sin tasar mecánicamente sus obras.
El hombre puede lograr la Unidad en esta vida “Si” vive según la estructura divina; pero también puede no querer seguir este camino. Puede permanecer en la corriente del desarrollo material continuo, pero entonces no encontrará la unificación en esta vida, sino sólo después del largo camino lleno de angustias, de muerte, después del camino “inestable y fugitivo” de Caín.
Amado lector, ¡tú debes elegir! … Yo sólo espero que lo hagas correctamente.
Y YHVH dijo a Moisés: Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana;… Y señalarás término al pueblo en derredor, diciendo: Guardaos, no subáis al monte, ni toquéis sus límites; cualquiera que tocare el monte, de seguro morirá. No lo tocará mano, porque será apedreado o asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá. Cuando suene largamente la bocina, subirán al monte… Moisés dijo a YHVH: El pueblo no podrá subir al monte Sinaí, porque tú nos has mandado diciendo: Señala límites al monte, y santifícalo…
(Shemot/Éxodo 19: 10, 12-13; 23
Israel había sido sacado de la esclavitud de Mitzrayim (Egipto) y ahora tenía que pasar por un largo proceso pedagógico, bajo la Instrucción que da la Verdad Absoluta y que permitiera los cambios de paradigmas que garantizarían una mentalidad que los convirtiera en un pueblo verdaderamente libre.
El Eterno había decidido aparecerse a Israel de una forma espectacular, como nunca hombre alguno lo había palpado desde la caída del Gan Edén; y antes de que esto pudiera pasar, el pueblo se debería preparar espiritualmente para alcanzar grados de conciencia metafísica que les permitiera soportar tal esplendor de Su Gloria.
Cuando el Eterno los liberó de la servidumbre de Mitsrayim (Egipto) no los dejó en el aire, sin normas. Y es que la verdadera libertad tiene que ver con normas fijas y límites marcados. Ahora le tocaba al pueblo aprender esta lección.
Como ya se los he enseñado en otra bitácora, la raíz de la palabra “Torah” (traducida correctamente como “Instrucción”), es “yaráh”, que significa “lanzar”, “disparar”, “apuntar”, “marcar”, “señalar” al blanco o propósito. Entender esta raíz de la palabra nos permite aceptar que la Torah pone al alma humana los límites necesarios para el bien de la humanidad y creación toda.
Tenemos que entender y aprehender que la Torah del Eterno marca dónde está la diferencia entre lo permitido y lo prohibido. Así aceptaremos que en la cosmovisión celestialpecar es cruzar los límites marcados por la Torah de Elohim, como está escrito:
“…Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la Torah, pues el pecado es infracción de la Torah…” (1ª Juan 3:4)
Por ello, es necesario explicar que en hebreo la expresión “santificar”, significa «separar y aislar«, que en este caso específico alude a aislar al Monte Sinaí para que el pueblo no se acerque.
En hebreo “Santificar” se dice “lekadesh”, que viene de la misma raíz que “kadosh”, (santo). Esa es la razón por lo que a la Esencia de la divinidad se la denomina “Hakadosh Baruj Hu”, que se traduce: “El Santo, Bendito Es”, porque está aún separado y aislado de la existencia física.
Ahora entendemos bien el por qué, al dar comienzo el Shabat o las Festividades se lleva a cabo el “kidush”, literalmente “santificación”, que significa “separar” a ese día especial del resto de los días de la semana. Y de igual modo, la ceremonia de casamiento recibe la denominación de “kidushin” (“santificación”), porque a través de este acto la “novia” queda aislada, en el sentido de privada, de la posibilidad de contraer matrimonio con cualquier otro hombre, porque queda consagrada, santificada, para su esposo de manera exclusiva.
Es decir, que Yahvéh se aseguró que cada miembro de Israel entendiera y aceptara que lo que santifica son los límites. El monte fue santificado por los límites y la presencia del Eterno que estaba limitada dentro de esos límites (cf. Éxodo 29:43).
Volviendo a nuestro pasaje en cuestión, notamos que al poner estos límites y al traer la pena de muerte al quebrantarlos, YHVH le mostró a Israel que en las dimensiones celestiales, la obediencia es considerada más importante que los sentimientos de toda una masa humana. No dudo de que algunos intrépidos israelitas sintieron el ir más allá de los límites, pero ellos tuvieron que someter sus sentimientos a la obediencia. ¡Es sólo la obediencia la que atrapa la Unción de Dios y desata Milagros!… ¡Todo lo demás es solamente vanidad de vanidades!
Son muchas las persona que, influenciadas por el sistema reptiliano, creen que la libertad implica hacer lo que uno desea; lo que bien le parezca, y que además, le haga sentir bien. Pero para el Creador, la verdadera libertad es encontrar y mantenerse dentro de los límites que Él ha puesto para cada uno. Así entonces se debe aceptar que los límites y las normas estrictas no son para impedir el desarrollo de la libertad, todo lo contrario. La libertad auténtica que el hombre puede experimentar es cuando sepa cuáles son los límites dentro de los cuales puede moverse sin estar en peligro de ser castigado o dañado. Sólo entonces podrá decirse que es dignamente un ser humano.
A esta altura de nuestro peregrinar en la fe, entendemos y aceptamos que la carne del ser humano (lo que en hebreo se denomina el yetser hará = «inclinación al mal«), no quiere límites, como lo enseñara el apóstol Pablo a los creyentes que vivian en Roma cuando les escribió:
“Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz; ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos 8:6-8 )
También ya sabemos que el hombre espiritual, en cambio, no está dirigido por sus impulsos naturales y pecaminosos, sino por los principios que el Eterno ha marcado en su Torah. Un hombre espiritual es un hombre de principios y no de impulsos. ¿Por qué razón cumple los principios marcados por la Torah? ¿Por amor o para cumplir? El que cumple por amor ha llegado a la perfección.
Entonces, ¿está mal anhelar en vivir placenteramente?… ¿Se Opone Dios al Placer?
No, por el contrario, las mismas Sagradas Escrituras revelan que Dios nos creó con la capacidad de experimentar el placer. Varios textos bíblicos hablan de nuestro deleite y placer (por favor lean: Salmo 16; Proverbios 17:22; Proverbios 15:13).
Lo que el Eterno quiere es que a logremos discernir entre los diferentes tipos de «placeres» en este mundo físico, influenciado por HaSatán. Aceptemos que vivimos en un mundo caído donde lo mejor de Dios para nosotros, ha sido pervertido por una sociedad sometida al Sitrá Ajrá (el Otro Lado). Entonces, el hecho de que la sociedad considere una actividad como algo placentero, no significa que sea agradable a Dios. Así lo tenían en cuenta los discípulos de Yeshúa del primer siglo (por favor leer: Gálatas 5:19-21; Colosenses 3:5-10; 1 Corintios 6:12-17). Cuando consideramos estos «placeres» del mundo, nos damos cuenta que en realidad no son saludables para nosotros o no nos favorecen a largo plazo. Nuestro Maestro Yeshúa, dijo que el hijo pródigo se deleitó en el pecado hasta que se le acabó el dinero; luego descubrió que los placeres del pecado son pasajeros (Lucas 15:11-17). Ellos son amigos falsos que nos dejan vacíos y deseosos.
También es importante darnos cuenta que el propósito de nuestras vidas no es el placeren sí mismo. El hedonismo (doctrina ética que identifica el bien con el placer, especialmente con el placer sensorial e inmediato) es una filosofía falsa. Fuimos creados para deleitarnos sólo en Dios (Salmo 37:4) y aceptar con gratitud las cosas buenas que Él provee en nuestro diario vivir. Es decir que lo más importante para nosotros es aceptar que fuimos creados para tener una relación personal con Dios.
Entonces, lo que debemos encarnar en nuestra mente y corazón, es que el placer permitido por Dios es un resultado de la obediencia a los principios marcados por Él en la Torah. El pecado ofrece placer sin límites, sin principios, sin obediencia. Ese placer se convierte a la larga en amargura. En cambio, el placer sometido a los principios de la Torah es duradero y no produce daño ni amargura.¡Los límites que pone el Cielo permiten el placer de la verdadera libertad!
Si analizamos objetivamente nuestros días, notaremos que las culturas del mundo que se rigen por principios bíblicos son las más influyentes en el planeta. En cambio, los países pobres están en dicha calificación porque la gran mayoría de sus habitantes están traspasando los límites divinos y eso produce maldición que resulta en pobreza. Los países que tienen una población que ha aprendido a regirse por principios basados en la Torah, prosperan en todo sentido.
En el pasaje en cuestión, notamos que el Eterno enseñó al pueblo de Israel que hay límites importantes. Al cruzar los límites uno corre el peligro de ser dañado e incluso morir, como en este caso. El pueblo sólo se podía acercar cuando Elohim los invitara, y la trompeta (shofar yovel) señalaba que la invitación estaba abierta. Al sonar de la trompeta ellos podían llegar al límite de la barrera, pero no podían ir más allá.
Aquellos que hemos conducido en ruta, sabemos que en medio de una carretera hay una línea divisoria entre las dos vías. Al cruzar el límite uno corre mucho mayor peligro de tener un accidente. Solo cuando línea divisoria se vuelve trazos blancos, la ley vial nos permite traspasarla usando el criterio personal que garantiza la precaución. Con este ejemplo, entendemos que las divisiones son para proteger la vida y para dar libertad verdadera que garantice un buen destino. Al saber que no hay peligro dentro de los límites marcados, un siente seguridad y puede moverse libremente en el área marcada.
El pecado, es decir, el traspaso de los límites divinos, crea un desequilibrio en la creación, y esto sí o sí trae caos. Muchas de las cosas buenas se convierten en malas cuando son empleadas fuera de los límites marcados en la Torah.
Por ende, aceptemos que quitar los límites no crea libertad, sino confusión y peligro de muerte. Guardar los límites crea libertad y seguridad.
Un ser humano verdaderamente maduro es capaz de negarse un placer a corto plazo, para obtener un placer mayor a largo plazo, que permitirá la trascendencia de su entorno y sus generaciones.
Por lo tanto, mi querido discípulo de Yeshúa, acepta mi consejo: ¡sé celoso para no traspasar los límites en tu vida! ¡Sé una persona de principios celestiales y no de impulsos! ¡Así serás prosperado en todo!
Aquí me quedo, elevando mis plegarias para que el Eterno nos ayude a entender cuáles son los límites y mantenernos dentro de ellos, para nuestra libertad y seguridad.
¡Siempre en servicio de amor para que seas exaltado!
P.A. David Nesher
Ahora te invito a leer también los siguientes estudios para que puedas captar mejor esto que aquí hemos hablado:
“Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Haremos todo lo que Yahvéh ha dicho. Y llevó Moshé a Yahvéh las palabras del pueblo. Y Yahvéh dijo a Moshé:
He aquí, vendré a ti en una densa nube, para que el pueblo oiga cuando yo hable contigo y también te crean para siempre. Entonces Moshé comunicó a Yahvéh las palabras del pueblo. Yahvéh dijo también a Moshé:
Ve al pueblo y consagrarlos hoy y mañana, y que laven sus vestidos y que estén preparados para el tercer día, porque al tercer día Yahvéh descenderá a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí. Y pondrás límites alrededor para el pueblo, y dirás: «Guardaos de subir al monte o tocar su límite; cualquiera que toque el monte, ciertamente morirá. Ninguna mano lo tocará, sino que será apedreado o asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá.» Cuando suene largamente la bocina ellos subirán al monte.”
(Éxodo/Shemot 19:8-13)
El Eterno aparecería a Israel de una forma espectacular; y antes de que esto pudiera pasar, el pueblo debería prepararse para ese momento sobrenatural. La gente de las doce tribus debía estar alistado física y espiritualmente para que este encuentro con la divinidad de Yahvéh les permitiera elevarse al plano de las todas las posibilidades de la existencia misma (el 99%). Una vez que sus almas vibraran en esa dimensionalidades metafísicas, cada uno de los israelitas lograría lo que se conoce como Bilá HaMavet LaNétzaj, que se traduce aproximadamente así: «la eliminación el final del dolor, sufrimiento y muerte para siempre«. Este nivel sería el que tenía Adam HaRishón e Ishá en el Gan Eden, antes de la caída. Es el nivel donde se puede saborear el Árbol de la Vida.
Discerniendo esto, el pueblo de Israel contestó por la tarde el segundo día del tercer mes cuando Moshé había bajado del monte. En la mañana siguiente, el tercer día de siván, Moshé subió de nuevo al monte con la respuesta del pueblo: la propuesta divina había sido aceptada sin discusión ni preguntas.
Me gustaría invitarlos a que noten que el texto señala que Moshé convoca a los ancianos, pero quien responde es el Pueblo en su conjunto, y en unanimidad. De este modo se asegura la participación de todos en la Alianza Matrimonial con el Eterno que estaba a punto de acontecer.
El pueblo contestó a una: “…Haremos todo lo que ha dicho el Eterno…”!
Al llegar a esta expresión, los sabios de la codificación hebrea explican que, para ese momento todos los miembros de Israel habían llegado a la plenitud de pureza de Adam antes de su pecado, al punto de asemejarse a los ángeles. Antes de la entrega de la Torah, YHVH había curado a todas las enfermedades del pueblo así como defectos físicos, [Midrash, Pág 163-164].
Lo primero que se nota al decir «el pueblo contestó a una» es que en ese momento, ya no había mudos entre ellos, evidentemente había sido sanados en la trayectoria hacia Sinaí al revelarse YHVH Rafáh. Así mismo leemos que, en el cap. 20, vers. 18, está escrito que todo el pueblo violas voces (cf. 19:11), lo que muestra que ya no había ciegos entre ellos. Más adelante, en el capítulo 24, verso 7 está escrito que todo el pueblo dijo que iba a escuchar, lo que muestra que tampoco había sordo entre ellos. Evidentemente, las murmuraciones de la primera parte del camino habían quedado atrás y ahora hay una aceptación del diseño del propósito divino para ellos, sin escatimar nada.
Así el Eterno, había preparado a Israel como una Esposa, a fin de «presentársela a sí mismo como una asamblea gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa y perfecta» (Efesios 5:27). Y ahí estaban, al pie del monte Sinaí cerca de tres millones de israelitas, a la espera de escuchar las Palabras celestiales que los elevaría a la misma naturaleza divina que el Adam HaRishón había perdido en su caída (Génesis cap. 3).
La Santidad Verdadera es un Poder divino para poner límites, no una condición de moralidad suprema.
Entonces ya sabemos que en el tercer día del tercer mes (llamado Siván), Yahvéh le comunicó estas palabras a Moshé en la cima del Monte Sinaí. Luego Moshé bajó y habló con el pueblo, y luego subió otra vez con las palabras del pueblo el cuarto día del mes. Esto significa que Moshé tenía que ver que el pueblo se santificara durante el cuarto y quinto días del mes tercero. [A modo de dato, les diré que según la tradición de la exégesis judía la Torah fue entregada el día 6 de Siván]. Aunque fue el día seis del mes, el Eterno está usando la expresión “tercer día” en alusión a la resurrección del Mesías en la cual también manifestó su gloria de una manera extraordinaria.
Un asunto se destaca aquí, y debemos considerarlo con suma atención. El Eterno prometió revelarse a Sí mismo en el Sinaí, pero para ello, Él dijo a Israel: «Guardaos de respetar los límites«. ¡Así es, el Eterno reveló que existían límites que no se podían cruzar! Israel debía de mantener su distancia detrás de dicho límite, y la penalidad por errar en mantener su distancia era la muerte. Cualquier persona o animal que haya sido muerto por acercarse demasiado debía ser tenido como impuro, de tal forma que no se le podría tocar, por lo que ellos debían ser ejecutados con piedras o saetas.
Con esto el pueblo entendió que la santidad (hbr. kedushá) implica reconocer los límites que definen una vida con propósito. Ellos debían aceptar la verdad de que los límites son los que santifican la vida de cualquier ser humano.
Con este método pedagógico Israel comprendió que Santidad (kedushá) significa hacer una división o separación entre una cosa y otra. Es decir que Kedushá es hacer discriminación entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo erróneo, lo conveniente de lo que no conviene. Para lograr esto hay que aprender a definir toda situación. Poner límites es la esencia misma de toda definición.
En el Reino de los Cielos hay muchos límites, como hemos visto en relación con la escalera de Yaakov. Hay niveles, límites. Cuanto más santa sea una persona, más podrá acercarse al Eterno. La santidad tiene que ver con acercamiento alOlam Azilut (Mundo de la Emanación).
El pueblo no podía traspasar esos límites. Es muy grave traspasar los límites que el Eterno marca. Siempre trae graves consecuencias. El pueblo no había aprendido esta lección y el Eterno le insta a Moshé varias veces a advertir al pueblo para que no traspase los límites.
El pueblo sólo se podía acercar cuando Dios los invitara, y la trompeta señalaba que la invitación estaba abierta. Al sonar de la trompeta ellos podían llegar al límite de la barrera, pero no podían ir más allá. La palabra hebrea que ha sido traducida como “bocina” o «trompeta» es yovel, que significa “cuerno”, especialmente cuerno de carnero. Según la tradición, este cuerno está representado por uno de los que Abraham tomó del carnero que fue sacrificado en lugar de Yitzjak.
Un Ser Humano con Límites es un Ser Humano verdaderamente Libre.
Volviendo al hilo de nuestra reflexión, entendemos que si hay algo básico sobre la naturaleza humana, es la de una necesidad de límites. Al poner estos límites y al traer la pena de muerte al quebrantarlos, Yahvéh le mostró a Israel que la obediencia es más importante que sus sentimientos. No dudamos de que algunos intrépidos Israelitas sintieron el ir más allá de los límites, pero ellos tuvieron que someter sus sentimientos a la obediencia.
Así Israel entendió el objetivo de su vocación: ser una nación santa (v.6). Lo que caracterizaba a Yahvéh a los ojos de los hebreos era, sobre todo, su santidad, atributo que significaba, además de la incontaminación y pureza, la idea de trascendencia. Esto pues hacía entender que, si Israel quería trascender los planos históricos-físicos, debía acercarse al Eterno e intimar con Él. Ahora bien, para que Israel logrará con éxito este acercamiento y pudiera gozar de la plenitud de dicha intimidad, debía también santificarse, purificarse espiritual y moralmente, llevando unas costumbres más puras que los otros pueblos.
La propuesta dejaba todo bien claro. Como pueblo escogido, Israel tiene que ser santo:
”Porque yo soy Yahvéh su Dios, ustedes se santificarán; y serán santos, porque yo soy santo. No se contaminen por causa de ningún reptil que se desplaza sobre la tierra.
(Levítico 11.44)
”Me serán santos, porque yo, el SEÑOR, soy santo y los he separado de los pueblos para que sean míos.”
(Levítico 20:26)
Por todo esto, el Eterno será llamado “el Santo de Israel”, es decir, el Ser Trascendente, que, a pesar de Su excelencia, e incontaminación, tiene relaciones íntimas con el Pueblo Elegido, para que este pueda cumplir plenamente su misión en la Historia de la Salvación.
Los hebreos entendieron el llamado divino: es necesario apartarse del pecado e incluso de la rutina diaria para dedicarse a indagar en los secretos del Cielo revelados en la Instrucción (Torah) del Eterno.
Evitar el contacto con todo lo que pueda corromper el alma humana es la clave para trascender el mundo ilusorio de la sensorialidad, y penetrar los lugares celestiales para lograr la manipulación de todas las leyes extrasensoriales. Eso es la esencia misa de la Kedushá (Santidad).
Espero que en esta tarde puedas apartarte para romper el estrés del día a través del uso de tu kedushá.
«En el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de Sinaí. Habían salido de Refidim, y llegaron al desierto de Sinaí, y acamparon en el desierto; y acampó allí Israel delante del monte.
Y Moisés subió a Dios; y YHVH lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a Mí.
Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Éstas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.»
(Éxodo 19: 1-6)
El Eterno sacó a los israelitas de la esclavitud con un propósito. Ahora se lo revelaría claramente: el pueblo de Israel sería un pueblo santo, una nación de sacerdotes por medio del cual cualquiera podría acercarse a Dios libremente. El Eterno llama a Su pueblo a la sabiduría de lo alto que es la conocimiento de cómo aplicar la verdad. Esta sabiduría solamente se conseguirá desde la ciencia que se encuentra escondidas en los códigos de la Torah (Instrucción).
Mientras los israelitas eran esclavos en Egipto, Yahvéh santificó para sí a todo hijo primogénito de Israel cuando destruyó a los primogénitos egipcios en la décima plaga. (Éx. 12:29; Núm. 3:13). Por consiguiente, estos primogénitos pertenecían a Yahvéh, eran su propiedad especial, y solo podían utilizarse para servir a Dios de algún modo especial. El Eterno asignó a todos estos varones primogénitos de Israel como sacerdotes o cuidadores del santuario.
El texto (v. 2) remarca que Israel levantó «el campamento de Refidím«. Moshé, al escribir esto, quiere exponer su especial significado etimológico. El nombre Refidim proviene de rifión yadáyim, que se traduce «la debilidad de las manos«, es decir, la fe vacilante, o sea la duda, signo de la deserción del Pueblo.
Ahora bien, los Israelitas levantaron sus tiendas y dejaron ese lugar que encarnaba para ellos una actitud de escepticismo, en donde se preguntaron: ¿está Dios entre nosotros o no? Saliendo de Refidím, se sobrepusieron a tal incredulidad. Las pruebas (y las experiencias) del pasado habían realizado su cometido. El período de la “fe vacilante” cedió el lugar a la convicción y a la confianza, la verdadera emunáh (fe) y fue en ese estado de espíritu con el que abordaron el desierto del Sinaí.
Al leer estos versículos, los comentaristas notan que desde la salida de Mitzrayim y hasta Refidim, allí donde los hijos de Israel acampaban había siempre descontento, perturbación entre el pueblo. Sin embargo, al llegar al monte de Sinaí reinaron en las tiendas de Israel una paz y una profunda armonía. Todos, parecía que formaban un solo cuerpo y una sola voz para obedecer a Yahvéh y a Moisés. Este es el significado de las palabras: «… y acampó allí Israel, frente al monte» (v. 2) en vez de «y acamparon allí los hijos de Israel«, señal de que el pueblo formaba una sola unidad.
Justamente, fue al comprobar esta unidad cuando Yahvéh juzgó al pueblo de Israel merecedor de recibir la Torah. El filósofo judío Rabí Sa’adiá Gaón, demuestra que la Torah representa el agente unificador del Pueblo de Israel. Cualesquiera que sean las oposiciones internas, las divergencias tanto de temperamento, como de opiniones; más allá de todas las querellas y las discordias que se dé entre ellos, la Torah permanece siendo la única plataforma capaz de unir al Pueblo del Eterno. Frente al Monte Sinaí, el Pueblo está compenetrado como un solo hombre.
El Eterno no juzgó al pueblo de Israel apto para recibir la Torah antes del tercer mes de su salida de Egipto. Desde la salida de Egipto, las siete semanas habían sido el período de purificación, necesario para la elevación, con el fin de hacerlos aptos para recibir la Luz Divina.
Es así como el Pueblo, cuya alma había sido mancillada en Egipto por las influencias paganas, debió atravesar las pruebas de los sufrimientos físicos (el hambre y la sed) y de la guerra contra Amalek (la duda), para impregnarse de creencia y de confianza en Dios antes de unirse en cualquier iniciativa con Él, para para una Alianza Eterna.
Es que la unión de amor matrimonial no puede ser sellada sino sobre la base de la creencia y de la confianza. Por ello,eEste trato de Yahvéh para con Israel fue semejante al que se sometía la mujer convertida a la fe de Abraham, que necesita de un período mínimo de tres meses para adquirir el derecho de casarse con un israelita amante de la Torah.
La palabra hebrea bajódesh («en el mes«), debe aquí dividirse en dos, transformándola en Ba-Jódesh («llegó el mes«), esto es, el mes verdadero, el mes solemne de la iniciación sacerdotal de los hebreos, a través de una boda con el Eterno.
Interesante es saber que jódesh (mes) deriva de la palabra jadash (nuevo), dándonos a entender que Israel fue un pueblo nuevo, en todos los sentidos, después de recibir la Torah y sus leyes en el Sinaí.
«Ustedes han visto lo que he hecho a los egipcios, y cómo los he tomado sobre alas de águilas y los he traído a Mí«. (Éxodo 19:4 – NBH)
El Eterno les está diciendo el conocimiento que han adquirido de Mí no se basa en una creencia más más o menos vaga, transmitida dogmáticamente y en forma oral. Más bien, el conocimiento que tienen de Mí se fundamenta en una convicción obtenida desde la experiencia vivida personalmente. Por ello, la salida de Egipto y la Revelación en el Sinaí, son las dos realidades históricas sobre las cuales se fundamenta la fe de Israel. Ellas excluyen toda posibilidad de ser una ilusión, porque ellas han sido vividas y observadas por centenas de millares de individuos.
Por esto es que la Torah repite este argumento, con insistencia (Deuteronomio 11), acentuando el hecho, de que la Doctrina que emana de ella no descansa sobre la especulación filosófica, sino sobre acontecimientos históricos reconocidos y confirmados.
Hay aquí una revelación maravillosa que no podemos pasarla por alto. Esta porción del discurso celestial designa al Todopoderoso, ante todo, como el Dios Dueño de la Historia Universal. Israel había visto y palpado que era con esa cualidad que Él se había revelado desde la salida de Egipto ante los ojos de los hombres, quienes hasta entonces, sólo lo habían reconocido como Creador del Cielo y de la Tierra.
La acción Providencial que había elevado a los hijos de Israel al rango de una nación libre, gracias a una serie de hazañas milagrosas se destaca en la expresión: “…yo os he llevado sobre las alas de águilas”. Un vuelo de águila significa que no ha habido ningún obstáculo ni problema, que se ha pasado por encima de todo, y a una altura en la cual nada de la tierra puede afectar la serenidad del viaje. El texto no quiere decir que la travesía haya sido sencilla y sin traspiés, sino que alude a que el Eterno estuvo con ellos a cada momento, capacitándolos para llegar a esta hora, frente al monte Sinaí.
Debemos entender que esta imagen ilustra la rapidez con la cual los hijos de Israel fueron arrancados de los abismos de la inmoralidad egipcia para ser transportados hacia las alturas mesiánicas; lugares celestiales donde los seres humanos se sienten liberados de las cadenas del mal. Regiones donde flotan en las esferas de la pureza y de la luz.
La liberación de la esclavitud de Mitsrayim significaba para ellos al mismo tiempo, la liberación de la esclavitud de las pasiones y de los malos instintos. Ellos se vieron milagrosamente elevados hacia un mundo ideal “para ser llevados hacia el Eterno”. Por este motivo Israel será invitado a realizar una Alianza de Amor con el Eterno.
“Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes (mamleket kohanim)y un pueblo santo (goy kadosh). Estas mismas palabras les dirás a los hijos de Israel.«
(Éxodo 19:6)
Ahora bien, lejos de ser un privilegio que le confiere derechos o ventajas particulares, la elección trae consigo, para Israel, una tarea claramente determinada: la de ser para la Humanidad un “Pueblo de Sacerdotes” que establecen el Gobierno del Eterno en la Tierra. Así como el sacerdote propiamente tal debe estar más cerca de Dios en los actos de culto, y, como representante de Dios, es el intermediario entre el mismo Dios y el pueblo, así Israel, como primogénito de Yahvéh entre todos los pueblos, es el sacerdote-intermedio entre Dios y la misma humanidad.
Tenemos que reconocer en este versículo una fusión misteriosa de dos grandes conceptos de autoridad espiritual: el reinado y lo sacerdotal.
Los israelitas habían oído hablar de reyes y también de sacerdotes, pero solo un hombre de la antigüedad, Melquisedec, había desempeñado ambos cargos con la aprobación de Yahvéh (Gén. 14:18). Ahora el Eterno ofrecía a la nación la oportunidad de producir “un reino de sacerdotes”. Tal como indicaron posteriormente los escritos inspirados, eso significaba que habría reyes que también serían sacerdotes, o lo que es lo mismo, un real sacerdocio (c.f 1Pedro 2:9).
A lo largo de la historia, el Rey, quien era la máxima referencia, se encargaba de las finanzas del pueblo, era juez supremo y comandante general en jefe del ejército.
Por otro lado tenemos a los Sacerdotes, los cuales eran la máxima referencia en doctrina y emunáh (Fe), siendo ellos los encargados de conectar al rey con la palabra de Yahvéh, tanto en la vida diaria como en épocas de guerra, junto con las obligaciones religiosas diarias en el Templo (sacrificios, incienso, etc).
El sacerdote está llamado a hacer resplandecer el conocimiento y la fe en Dios, gracias a su ejemplo y a su palabra, como lo proclama el profeta Malaquías (2: 7). Debe lucir ante los hombres como “un ángel del Eterno« (en hebreo ki maláj ha-Shem tzeváot hú).
Por sobre todo sacerdote nombrado por Yahvéh representa a los pecadores ante Dios y suplica a favor de ellos mediante ofrendas prescritas. Y por otra parte, también representa a Yahvéh ante el pueblo, enseñándole la Instrucción divina (Lev. 10:8-11; Mal. 2:7; Heb. 5:1).
Mediante sus servicios, los sacerdotes que reciben un nombramiento divino tratan de reconciliar a la gente con Dios.
Por eso, esta unión de oficios mesiánicos (reyes y sacerdotes) resulta para los israelitas bastante sorprendente ya que aparentemente ésta es contradictoria. En la teoría el rey y los sacerdotes forman parte de sistemas totalmente diferentes. Sin embargo, Yahvéh revela que tal es la vocación de Israel en el medio de las naciones. Deberá permanecer siendo la nación apóstol de la verdad y de la virtud.
Desde esta revelación, Aarón y sus hijos (y todos los sacerdotes generacionales) enseñarán a Israel que la santificación del Nombre de Dios (Kidush Hashem), tiene lugar no solo en la “vida practicada en el Templo, sino también en todos los rubros de la vida personal y general del pueblo, ya sea en la política, la economía, el ejército, el arte, la música, etc.«, tal como escribe el rey Shelomo (Salomón) en el libro de Mishlé:
“Tenlo presente (a YHVH) en todos tus caminos”
(Proverbios 3: 6).
Con esta cosmovisión en su mente y corazón, nuestro amado Mesías enseñará a sus discípulos que no falte esta intención en su vida de oración cotidiana, al enseñar a orar así:
«… santificado sea tu Nombre…»
(Mateo 6: 9)
¿Reino de sacerdotes? Sí, así es, gente dedicada diariamente a las cosas sagradas, con una vida centrada y girando alrededor de la santidad.
¿Nación santa? Sí, así es, gente separada, diferente, especial, que se distingue meritoriamente del resto de los seres humanos en palabras y acciones.
Hasta ese momento, ellos solamente sabían que volverían a su casa, según las promesas divinas dadas a Avraham, Isaac y Jacob. Entendían que se establecerían, que construirían una patria en su suelo designado. Eso estaba claro, repetido y memorizado. Nadie podía dudar del ideal nacionalista, de retorno al hogar patriarcal y crecimiento en él. Pero ahora, ¿qué era todo este cuento de santidad, de pactos, de atender voces celestiales, de funcionar como sacerdotes? Más allá de cualquier cuestionamiento, los israelitas estaban ante la Presencia, sin poder objetar en lo más mínimo.
Haciendo una mirada retrospectiva, entendían que había sido necesario caer al subsuelo del pozo de la desconfianza para poder elevarse por encima de toda duda, hasta tener la certeza y la convicción de la experiencia personal.
Precisaron todo esto para darse cuenta de que la finalidad de su existencia nacional estaba íntimamente fundida con la finalidad espiritual del propósito eterno de Dios. El mismo YHVH, la misma Voluntad, buena, agradable y perfecta, manifestándose en todos los planos existenciales de su vida.
La definición del propósito eterno de Dios para Israel quedaba sellada en estas palabras. El camino para ser una nación consagrada, es siendo, sí o sí un reinado de sacerdotes.
El método para su éxito ontológico consistirá en reunir y fusionar las cualidades de Rey y de Sacerdote en cada hijo primogénito.
El secreto será consagrar con amor el nombre de Yahvéh en todos los aspectos de la cotidianidad.
El Eterno reclama así de Su Pueblo que se comprometa a preservar los valores fundacionales.
Reinado de sacerdotes significa que deberían respetar con amor las leyes que recibirían desde la Instrucción (Torah) que se les iba a entregar. Era una invitación divina a la justicia y a respetar al prójimo practicando la misericordia al aplicar la Torah con equidad y amor.
Desde aquí la santidad tendrá una cosmovisión clara y bien práctica, ya que la misma será expresada esencialmente por la perfección moral expresada en un lenguaje sacerdotal.
La revelación de esta función ontológica subraya cuánto degrada al hombre la obscenidad del lenguaje; y relaciona nuestro versículo con el deber de todo redimido, de imponerse el uso de un lenguaje puro y noble que repara y transforma el cosmos (Tikún Olam).
En la concepción de este texto, la santidad, la dignidad sacerdotal y el linaje real deja de ser prerrogativa de una clase determinada y se convierte en la herencia de toda la comunidad de la Alianza. De este modo, Israel es guiado a repensar y reformular su identidad como Pueblo de Yahvéh en la Tierra. Es así, y sólo así, como Israel se transforma en un pueblo especial. Ya no pertenece a Faraón (Paróh) y su imperio de muerte (Mitzrayim), ahora es propiedad única y exclusiva de Yahvéh y Su Reino Celestial.
Israel tuvo que aprender y aceptar que su elección tenía designios divinos amplísimos y multigeneracionales. Su destino histórico era preparar, desde su interior, la venida del Mesías, siendo entonces el vehículo de la transmisión de las promesas salvadoras de la humanidad. La voluntad salvífica del Eterno en la historia ha tomado como instrumento oficial de su realización al pueblo hebreo. Los profetas insistirá con sus oráculos celestiales en el sentido mesiánico de esta elección de Israel. De este modo, Israel como colectividad, es un «reino de sacerdotes«, una casta especial en la humanidad con un destino concreto sobrenatural.
Quiera el Todopoderoso que podamos llevar a cabo nuestra misión en este mundo tanto en la vida personal de cada uno de nosotros como en la vida general como Pueblo de Dios, siendo un Reinado de Sacerdotes. Desde esta actitud, deseo también que podamos ver muy pronto el restablecimiento del Reinado de David, prontamente en nuestros días, el cual será eterno bajo el cetro de Siló, nuestro amado Yeshúa, y a Él sea dada la obediencia de los pueblos (Génesis 49:10).
«…Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable;…»
(1Pedro 2: 9)
En amistad y servicio de amor los bendigo: P.A. David Nesher
Recomiendo también Leer y Meditar en estas BITÁCORAS:
«Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde. Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo?¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde? Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes. Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo».
(Shemot/Éxodo 18: 13-16)
“Los hombres llamados por Dios para liderar siempre están en peligro de abarcar más de lo que ellos son capaces.” (Morgan)
Hemos estudiado que Moshé, en virtud de los acontecimientos pasados, había quedado constituido en jefe de la nación y, por tanto, en juez. Ese papel le había sido negado por uno de sus compatriotas (Ex. 2:14) y ahora lo está ejerciendo con todo derecho.
Moshé es el juez de todos los pleitos que entre los israelitas se suscitaban. Estos eran muchos, y sobre todo largos; pues, aparte de que todos los seres humanos sabemos ser elocuentes cuando se trata de defender los propios derechos, resulta que los orientales poseen en esto una elocuencia inacabable. Por esto, toda esta situación se convertía para Moshé en una carga muy grave.
Ahora bien, entendemos que la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad son las tres claves de la convivencia en una comunidad, y las tres provienen de la vida familiar. Desde el deber ser mismo, en las familias, todos deben contribuir al proyecto común, todos deben trabajar por el bien común, sin anular al individuo; sino más bien sosteniéndolo y promoviéndolo. Esto enmarcara la conciencia virtuosa de la justicia, que permitirá a cada varón y cada mujer surgir de su entorno como miembros que aportan respuestas para construir la gran comunidad que los contiene: la nación.
También sabemos, de acuerdo a la revelación escritural, que el alma humana tiene una inclinación a lo bueno y una inclinación a lo malo dentro de sí. Yetzer Hará es el término hebreo utilizado en las Sagradas Escrituras para describir a la inclinación mala. Esta tendencia a lo malo es egoísta y sólo busca sus propios beneficios. El yetzer hará es una fuerza negativa programada en nuestra mente y corazón, conocida como «deseo de recibir sólo para sí» (en hebreo «ratzon atmutz» o «ego» en griego). Por causa del Yetzer Hará surgen conflictos y guerras entre los hombres. Mientras haya una inclinación mala en el ser humano surgirán conflictos entre las personas, y la justicia será reclamada para asegurar el orden social.
Teniendo en cuenta esta fuerza negativa de nuestra alma que se opone a cada esfuerzo que hacemos por cambiar, el sabio Salomón expresó:
“El corazón del hombre piensa su camino; más Yahvéh endereza sus pasos.” (Proverbios 16:9)
Aquellos de ustedes que son padres y tienen más de un hijo pronto se dan cuenta de qué es lo que estoy exponiendo. Innumerables son las veces que han tenido que actuar como jueces cada vez que sus hijos tenían algún conflicto entre ellos que no podían resolver solos. En una familia es normal que los padres tengan que juzgar a sus hijos todos los días para poner orden, paz y justicia entre ellos. Es importante que los padres conozcan la Torah para poder aplicarla en la relación entre sus hijos. No se puede permitir el abuso, la violencia, el hurto, el lenguaje feo y demás comportamientos malignos en los niños. Los padres tienen la responsabilidad de corregir todo comportamiento que no esté de acuerdo con la Torá en sus hijos. Por eso no es bueno dejar a los hijos en manos de otros hasta que los niños hayan pasado varios años en un ambiente de casa dirigida por la Instrucción del Eterno y donde hay una atención personal para cada hijo mucho mejor que en una guardería. La Torah rige y donde hay una atención personal para cada hijo.
EL SISTEMA DE TRIBUNAL DE JUECES ES UN DISEÑO DE GESTIÓN INSPIRADO POR ELOKIM.
Teniendo en cuenta al ejemplo doméstico que expuse en el párrafo anterior, entendemos que el sistema de jueces es un diseño divino necesario tanto en la familia, como en la sociedad. Los conflictos surgen entre las personas que componen una comunidad y generalmente ellas no saben, ni pueden darles por sí solas algún tipo de resolución. Por ello, hace falta un juez que juzgue con justo juicio, y dicte así una sentencia justa.
El derecho y la justicia constituyen el fundamento indispensable de la vida comunitaria del Pueblo de Dios. Este derecho y esta justicia echan sus raíces tanto en la rectitud natural exigida por la conciencia humana sana como en las costumbres recibidas y aprobadas ente los hombres. Lo más fuerte de esto es que en el Pueblo de Dios, es el Eterno quien dirige y juzga. Por lo tanto, las relaciones de los miembros de la comunidad no son solamente naturales. Sin que se orientan también, y por cierto de manera primordial, hacia Yahvéh. Las palabras y las acciones de los hombres son, ante todo, relaciones con Yahvéh y han de enfocarse con la voluntad del Eterno.
Yitró se maravilla de la tarea de Moshé, pero no entiende por qué debe hacerla él solo. La respuesta de Moshé da una clave a este asunto: el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Para conocer el pensamiento, la voluntad y el juicio de Yahvéh, hay que «consultarlo» (hebreo «derash«) y escuchar Su Palabra.
La expresión «derash» significa también buscar e investigar, y deja bien claro, desde la boca de Moshé, que la justicia en Israel se entendía no como una disputa secular, sino como un pleito que debía resolver Yahvéh, desde su paternidad, para lo que se requería de una persona que pudiera establecer ese contacto con lo divino.
Evidentemente la revelación aquí nos enseña que el Eterno habla por medio de los hombres a quienes ha escogido, por un orden, una jerarquía, que es, al mismo tiempo, la jerarquía de la autoridad, de la responsabilidad y del servicio. Dios no se desinteresa, ni mucho menos, de los asuntos de «este mundo». El Eterno está cerca de todos. Está cerca de las personas modestas. A todos los tiene en sus manos. Y, por medio de las personas constituidas en autoridad, resuelve las causas más insignificantes. Pero siempre conforme a un orden de valores.
El juez está puesto sobre los ciudadanos en lugar del Todopoderoso. Lo que el juez dicte tiene que ser respetado como si hubiera venido directo del cielo. La única ocasión cuando no se puede obedecer la sentencia de un juez es cuando no sigue las normas de la Torá. Por eso es muy importante que un juez entienda su responsabilidad para juzgar según la justicia y no según sus propios criterios personales.
Dado el gran número de personas que conformaban la población de las doce tribus de Israel, salidas de Mitzraim (Egipto) es lógico asumir la existencia cotidiana de asuntos y preguntas sobre interpretaciones de la convivencia las cuales debían de resolverse. Aparentemente Moisés era el único juez reconocido de la nación. El trabajo de escuchar cada caso lo tenía ocupado desde la mañana hasta el crepúsculo. La expresión “se sentó Moisés a juzgar…el pueblo estuvo delante de Moisés” es totalmente descriptiva de un proceso judicial de entonces. El sentarse… estar de pie son términos técnicos de la ley semítica, el cual denota al ‘juez’ y al ‘litigante’ respectivamente. Debido a que Moisés conocía al Eterno y a Sus leyes, él era capaz de resolver justamente las disputas entre los hijos de Israel. Pero el llevar toda la responsabilidad sobre sí mismo era una carga masiva.
Yitró (Jetro) observó esto y cuestionó a Moisés sobre el asunto diciéndole: “¡No está bien lo que haces!”. No era que Moisés era incapaz de escuchar los asuntos; no era que a él no le importara los asuntos; no era que el trabajo se pusiera en medio de él, y tampoco era que el pueblo no quería que Moisés escuchara sus asuntos. El problema era simple, era mucho trabajo para que Moisés lo pudiera hacer. Sus energías se gastaban de una manera imprudente, y la justicia era retrasada para muchos en Israel.
Moshé necesitaba delegar. De una manera similar, y seguramente considerando este pasaje de la Torah, los apóstoles insistieron que ellos debían de delegar autoridad de servicio (diakonal) para que ellos no tuvieran que abandonar su vocación magisterial de la palabra del Eterno y la oración por el servir a las mesas (Hechos 6:2-4). Esta actitud apostólica fue tomada del ejemplo sacado de Moisés escuchando humildemente el consejo de su suegro.
Según Yitró lo correcto que Moshé debía hacer primordialmente era ejercer su vocación celestial: orar y enseñar:
“Está tú por el pueblo delante de Dios” (oración intercesora): Este era el primer paso esencial para que Moisés delegara efectivamente. Él debía de orar por el pueblo; Moisés debía de someter los asuntos a Dios. La oración era un aspecto esencial del liderazgo de Moisés en el pueblo.
“Enseña a ellos las ordenanzas y las leyes” (magisterio): Para que Moisés pudiera dirigir y delegar efectivamente, él debía de enseñar la Instrucción de Dios no solamente a aquellos que escucharan los asuntos, sino a aquellos que pudieran tener nuevos asuntos después.
Así Yitró le deja bien en claro a Moshé que la organización que está a punto de construir no significa que delegará en otros la función de mediador con Dios, ni dejará en manos de ayudantes la tarea fundamental de educar en las leyes y de orientar en las decisiones centrales de la vida. Esa tarea le ha sido encomendada por el Eterno a Moshé y permanecerá bajo su responsabilidad.
Si el pueblo conociera la Instrucción de Dios, entonces muchos asuntos pudieran ser resueltos inmediatamente. Pero también, si el pueblo conociera la Torah, ellos no serían desalentados si no pudieran traer el asunto delante de Moshé mismo. Por el contrario, ellos sabrían que las personas que Moisés delegó podrían darles consejo de la sabiduría de Dios.
El anciano Yitró conocía el error mortal presente en el liderazgo: los hombres llamados por Dios para liderar siempre están en peligro de abarcar más de lo que ellos son capaces.
Reuel, el nombre original del suegro de Moshé llamado también Jetro, era un hombre experimentado que aconsejó sabiamente a Moshé, sobre el establecimiento de una estructura gubernamental autóctona que no dependiera únicamente de una persona, pero sí de un aprendizaje de las leyes y la distribución de las mimas entre los diferencias líderes.
Es importante señalar que cuando Moshé fue aconsejado por su suegro Yitró a constituir jueces sobre el pueblo, no era suficiente que los jueces fueran “capaces”, lo que implica tener cualidades de liderazgo y de administración, sino que fueran “temerosos del Todopoderoso”. La cualidad de temor del cielo es sumamente importante a la hora de juzgar de acuerdo a la cosmovisión bíblica. Un juez que no teme al cielo se vuelve corrupto y caprichoso. Además tenían que ser “hombres veraces”, aborrecedores de la mentira. La última cualidad de un juez es que tenga aborrecimiento a las ganancias deshonestas, a la corrupción (Proverbios 10: 2). De esto Moshé aprendió que la delegación falla si el trabajo no es puesto en manos capaces, en hombres piadosos.
Todo este consejo de administración dejaba bien sentado que Moisés debía de cumplir una función esencial como líder: el de desarrollar e implementar nuevos líderes que impartieran justicia y garantizaran la equidad de las relaciones en la nación. Cabe aquí la cita: “No hay mejor arte en el mundo que el de desarrollar la latente capacidad de aquellos que nos rodean al unirlos a un servicio útil.” (Meyer)
El apóstol Pablo, influenciado por este pasaje, le dio el mismo consejo a Timoteo:
“Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2)
La delegación de autoridad es uno de los instrumentos clave y esenciales en el desarrollo de cualquier modelo de gestión. Para que Moisés pudiera efectivamente delegar, él debía aún de supervisar y liderar a aquellos debajo de él. El delegar es el ejercicio de liderazgo, no el abandonarlo.
Yitró le aseguró a Moshé que este sistema judicial sería muy beneficiosos para todos y fortalecería el proyecto celestial de liberación. Primero para Moisés mismo al decirle: “…tú podrás sostenerte”: Esta era la primera recompensa de una delegación efectiva. Moisés podría disfrutar más la vida y sería capaz de hacer su trabajo mejor que antes, evitando el cansancio de resolver cada asunto. Pero también aseveró: “… y también todo este pueblo irá en paz a su lugar”: La segunda recompensa era de que el pueblo podría ser servido efectivamente. Se dice que la justicia retrasada es una justicia negada, y los asuntos en Israel podrían ser prevenidos o resueltos por los mismos individuos (al enseñar la ley de Dios), o resolverse por los líderes puestos por Moisés.
Este método también tenía la ventaja de resolver los asuntos rápidamente debido a que el pueblo no necesitaba esperar en la fila por Moisés. Entre más dura la controversia peor se vuelve el enredo, las palabras son más ásperas, y más espectadores se envuelven en el asunto. Si la gente siente que no se hace justicia a sus reclamaciones y que sus pleitos se postergan indefinidamente, comienzan a dudar de la solidez de la nueva sociedad que están construyendo. Por ello Yeshúa enseñó que apenas aparece un conflicto de convivencia comunitaria debemos de ponernos de acuerdo con nuestro adversario rápidamente (Mateo 5:25).
El relato destaca que Yitró condujo a Moshé a darse cuenta de que la justicia es el punto central del sistema que propone Yahvéh, y de que sino funciona de acuerdo a lo que el Eterno manda (v. 23), el tejido social se derrumba hacia dentro y todo el proyecto social mesiánico queda sin fundamento.
Considerando este consejo, no hay duda que D.L. Moody tenía razón al afirmar: “Es mejor el poner a cien hombre a trabajar que hacer el trabajo de cien hombres.”
Con sinceridad, amistad y servicio de amor: P.A. David Nesher