Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la tierra de Egipto.
Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel:
«Ojalá hubiéramos muerto por mano de Yahvéh en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud».
(Éxodo 16:1-3)
Después de un mes de camino, las fatigas del desierto comenzaron a afectar el ánimo del Pueblo de Israel. El relato dice que comenzaron a quejarse, y así siguieron con los ojos puestos más bien en las ollas de carne de Mitzraim (Egipto) que en la promesa de la Tierra Prometida (vv. 2-3). Olvidando la condición de serviles con la que faraón y sus súbditos los trataban, se lamentan de no haber muerto en el imperio de la abundancia, tomando estas murmuraciones como el «leitmotiv» de su peregrinaje a la Tierra de Promisión (ver Números 11: 1-6; 14: 1-4; 17: 6, 28; 20: 2-5; 21: 5). Triste es decirlo, pero desde aquí, surgirá una larga tradición de «murmuraciones» que se extenderán como iniquidad nacional a lo largo de las generaciones de Israel, tornándolos la característica de gente con «dura cerviz» que los profetas denunciarán. El apóstol Pablo, a todo los discípulos de Yeshúa, en el Pacto Renovado, nos recomendará que, considerando estos relatos, evitemos la práctica de la murmuración para no recibir plagas de destrucción en nuestras vidas (1 Corintios 10: 10).
La importancia de las murmuraciones de los israelitas salta a la vista en las numerosas repeticiones del verbo «murmurar» o del sustantivo «murmuración»: nada menos que ocho veces en total en el corto espacio de los vv. 2 al 12. En verdad, como causa de la murmuración se da la falta de alimentos. No obstante, no deja de ser chocante que, poco después de la salida de Egipto, los israelitas temieran morir de hambre (v.3), siendo que poseían enorme cantidad de ganado (12: 38; comparar con 17: 3; 19: 13). Este dato, nos invita a pensar que las murmuraciones se debían en última instancia a la duda o falta de fe en Yahvéh. Aunque inicialmente las murmuraciones están dirigidas contra Moisés y Aarón (v.2), Moisés entiende que en realidad apuntan contra Yahvéh (vv. 7-8).
¡Cómo había cambiado la actitud de los miembros de Israel! La gratitud que sintieron al principio, cuando salieron de Egipto y cruzaron el mar Rojo, los había impulsado a cantar alabanzas a Yahvéh (Éxodo 15:1-21). Pero, debido a las incomodidades del desierto y el miedo a los cananeos, sustituyeron la gratitud por el descontento. En lugar de estar agradecidos al Eterno por haberlos liberado, lo culparon de lo que, equivocadamente, consideraban una privación. Evidentemente el pueblo de Israel se había desenfocado de todo lo que el Eterno estaba haciendo por ellos (transformándolos en una nación de linaje sacerdotal y entregándoles una nueva tierra llena de promisión), debido a que estaban muy concentrados en lo que, supuestamente, Yahvéh aún no hacía por ellos.
Lo cierto es que Yahvéh cubrió las necesidades de los israelitas en el desierto, pues amorosamente les proporcionó comida y agua. Desde aquí podemos ver que en todo el peregrinar de Israel por el desierto, el hambre nunca puso en peligro su supervivencia. Pero el descontento los llevó a exagerar la situación y a murmurar durante toda la travesía por ese desierto. Esta fue la razón principal de que estuvieran cuarenta años hasta que el último de ellos fuera enterrado en las arenas de aquel territorio inhóspito.
Al considerar el caso de Israel por el desierto, vemos una ausencia de adoración y abundancia de murmuración, por eso el tránsito por el desierto fue tan difícil, porque la queja siempre hace el camino más duro.
Las circunstancias difíciles pueden estresarnos y la respuesta natural es quejarnos. La verdad es que los israelitas no querían estar otra vez en Egipto, sino que confrontaban al Eterno por una vida más fácil, sin ningún tipo de situación negativa. Por la presión del momento, no se daban cuenta de la causa de su estrés: duda y la falta de confianza en el Eterno. Solamente enfocaban sus pensamientos en la manera más rápida de escapar de toda circunstancia difícil.
Aceptemos que comenzamos a murmurar cuando la duda nos hace olvidar lo que tenemos, y nos conduce a enfocarnos en lo que no tenemos.
A esta altura de nuestra meditación, sugiero que antes de juzgar a los israelitas desde nuestros prejuicios severos, reflexionemos sobre las cosas que hoy, y cada día, acaparan nuestros pensamientos. Pregúntese cada uno: ¿doy gracias al Eterno por lo que hasta ahora me ha concedido, o siempre estoy pensando en lo que me gustaría tener?
Por favor, no permita que sus deseos aún no realizados, intoxiquen su fe con dudas, haciéndolo olvidar de los regalos que ya ha recibido de parte del Eterno en Yeshúa, Su Hijo: vida eterna que transforma familia y amistades, provee de los recursos diarios y asegura destino infinito en plenitud.
Por esto, cuando usted se encuentre bajo presión, resista la tentación de simplemente buscar cómo salir del aprieto. Más bien, clame a Yahvéh, por sabiduría de lo alto (Santiago 1: 5) y por la fortaleza para identificar y resolver la causa de su estrés.
Los dejo meditando en el consejo paulino que dice:
«Haced todas las cosas sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo, sosteniendo firmemente la palabra de vida,...»
(Filipenses 2: 14-16)