Por P.A. David Nesher
«Entonces lo llevó (a Avram) fuera y (Dios) le dijo:
(Bereshit / Génesis 15:5)
Mira, por favor, al cielo y cuenta las estrellas, si acaso las puedes contar.
Y añadió:
Así será tu descendencia.»
Avram, junto a sus 318 valientes, acababa de obtener un victoria sobre la alianza de los reyes mesopotámicos más poderosos del mundo conocido. Sin embargo, es evidente que ante lo desconocido que el Eterno le había revelado que le daría, su mente dejaba que el peor enemigo la asaltara: el temor. Es que Avram sin duda fue un héroe, pero también fue un ser humano. Los miedos de posibles conflictos que volvieran a colocarlo en peligro, generaban poco a poco pensamientos de dudas en el patriarca en cuanto al cumplimiento de las promesas hecha por el Eterno en Su llamado.
La realidad era que él aún no tenía un hijo que se convirtiera en una gran nación (Gén. 12:2) y él todavía estaba en medio de un país peligroso y malvado. Avram empezó a tener miedo de lo que pudiera deparar el futuro para él.
En ese momento la palabra hablada de YHVH vino a Abram en una visión. La palabra hebrea para la visión es makjazé y se encuentra sólo otras tres veces en las Escrituras hebreas o TaNak (Números 24:4 y 16, y Ezequiel 13:7). Esta expresión hebrea significa, literalmente, «en la visión» o «mirar fijamente a través de la ventana«, y es la primera vez que se menciona en las Sagradas Escrituras. Esta se trata de una visión específica, no un sueño, que culminó en el pacto del Eterno con Avraham. El estaba despierto y la visión continuaría durante todo el día y hasta la noche siguiente (15:17).
Usando pues este recurso profético de las visiones, Yahvéh se le aparece en plena noche, provocando un diálogo que en su progreso se transformará en una relación de pacto hasta ahora no experimentada por hombre alguno. El desarrollo del encuentro se centrará en los dos intereses fundamentales del proyecto redentor de Yahvéh: descendencia y territorio (simiente y potestad jurisdiccional).
Por ello, el Eterno iniciará la charla de este encuentro otorgándole a Avram seguridad en los dos temores que lo acosan. En cuanto a los posibles conflictos, el Eterno mismo se ofrece como el escudo de Avram. Yahvéh garantiza que Su presencia irá con Avram y será funcionalmente igual al rol del artefacto que a cualquier guerrero lo protegía de toda arma forjada contra él.
El patriarca acepta la protección, pero se anima sinceramente a presentarle al Eterno el problema central: no tiene un hijo, por tanto el galardón ofrecido por Yahvéh no tiene sentido alguno. Eliezer, el damasceno, su criado fiel, será su heredero, acorde con las leyes civiles de su tiempo.
Ante esta queja, Yahvéh, en su paciente benevolencia, le asegura a Abram que no será así. Ese hijo vendrá, más allá de la vejez del patriarca y la esterilidad de su esposa. Y además, en ese hijo vendrá la certeza de un descendencia numerosa que tendrá una característica especial: conocerá el poder de la fe (emunah).
Pero, para poder comprender de una manera pura este pasaje, nos haremos juntos unas preguntas:
- ¿Cuál es el mensaje en lo más profundo de este texto?
- ¿Qué nos dice la Torah entrelíneas?
- ¿Acaso se habla aquí de una bendición relativa al número de descendientes de Abram?
Analicemos rápidamente algunos términos hebreos con el objetivo de desaprender todos los conceptos erróneos con los que hasta hoy hemos leído este pasaje de la Escritura sin lograr bucear debajo de él a fin de disfrutar de la perla de gran precio que en este texto se esconde.
Cuando el texto dice «lo llevó fuera» puede ser entendido al menos en dos planos:
• El primero es el literal: es decir que dice lo que se lee a primera vista, lo llevó fuera de su morada para que pudiera observar el cielo;
• El segundo es el exegético: que revela que lo sacó de sus pre-conceptos, de las ideas previas que él poseía por sus paradigmas religiosos (astrológicos). Lo llevó fuera de lo que le era conocido.
Justamente resulta interesante saber que la palabra hebrea traducida como «afuera» es hajutza (הַחוּצָה ) y aparece aquí por primera vez en el texto bíblico. Por ende, los invito nuevamente a leer bien lo que dice el versículo:
«Y Dios lo llevó afuera y le dijo: Por favor, mira el cielo y cuenta las estrellas. ¿Puedes contar y Dios lo llevó afuera y le dijo: Por favor, mira el cielo y cuenta las estrellas. ¿Pulas? Y Él le dijo: Así es como será tu descendencia«.
¿A dónde lo sacó “afuera” Dios a Abraham?
Literalmente esto significa que el Eterno lo sacó de su tienda para ver las estrellas. Pero, en la aventura de estudiar la Torah debemos saber que existe otra interpretación, es la explicación homilética. Desde ella, y de una manera más profunda, se entiende que en verdad Yahvéh le dijo a Abraham:
«¡Sal de tus cálculos astrológicos!«;
expresado de una mejor manera:
«¡Sal de tus condicionamientos astrológicos donde pudiste ver en las estrellas que nunca tendrás un hijo!»
Toda esta exégesis debe ser unidad a lo que dice el versículo inmediatamente después: «mira al cielo«. Aquí el texto demuestra que el Eterno lo conduce a realizar las mismas acciones que hasta ese momento Avram (así como se llamaba nuestro patriarca entonces) había realizado siguiendo los consejos de la astrología (la ciencia de los caldeos, su lugar de origen). Avram estaba entrenado en todas las artes mágicas de la astrología ya que ella era su religión original. Por lo tanto, sabía confeccionar su carta astral. En su gran sabiduría, Avraham llegó a la conclusión clara de que él y Sarai nunca tendrían hijos. Los astros, desde sus signos, le presagiaban que él y su esposa no tendrían descendencia. El destino trazado en el estudio de las estrellas determinaba que sería su siervo Eliezer el que heredaría sus posesiones. Pero Dios lo llevó fuera de esta visión del mundo. Evidentemente el texto nos muestra que de acuerdo a su carta natal, él no iba a tener un hijo; pero Avraham sí tendrá un hijo, según el diseño divino…
Es decir, Dios le ordenó a Avram que ya no se guiara por lo que había aprendido a través de dogmas y tradiciones humanas. El Eterno lo sacó de sus pre-conceptos, de las ideas previas. Lo llevó fuera de lo que le era conocido. Abram necesitaba un cambio mental en Abram para poder cambiar su futuro. Este varón no debía seguir conduciéndose en el Camino de la fe guiándose mentalmente por lo que su ciencia y conocimiento le decía, sino que el Eterno anhelaba que él anduviera por los caminos de la enseñanza de Verdad, que es lo que Yahvéh dicta por medio de Su Instrucción.
El Eterno le enseñó algo bien claro al decirle:
«Ya no medites sobre la ciencia ilusoria de las estrellas. Sal de estas creencias, mira el cielo y verás que por encima de toda asignación astrológica estoy Yo, el Eterno y Todopoderoso, y mi Palabra es fiel para cumplirse en tu vida en tiempo y forma. Aprende a esperar en los secretos de mi Nombre y mi Instrucción«
El Eterno le responde a Abram enseñándole el gran secreto de la existencia hebrea: NO estamos regidos por los astros, sino que somos trascendentes, nosotros podemos determinar nuestro propio destino por medio de la fe en los mandamientos y promesas de la Instrucción (Torah) divina.
El único que está por fuera de todas las limitaciones, y conoce realmente todo, en todo momento, es Dios, y es Él el que le ha prometido descendencia, digan lo que digan en contra los astros o los hechos materiales.
De este modo Eterno enseña así a Avram que la consecuencia de darle demasiada importancia a las predicciones astrológicas, es que el evento previsto se vuelve inevitable. Quien insista en vivir solamente dentro del ámbito de lo natural se vuelve esclavo de él. En cambio, la misión de un llamado y escogido del Señor consiste en romper las limitaciones de lo natural. Si este aprende a vivir de una manera que lo eleve a una dimensión superior, ésta se vuelve real en su vida y rige los acontecimientos futuros.
Justamente los mitzvot (mandamientos) de la Torah existen vibrantes en un plano superior. La raíz de la palabra mitzvá (mandamiento) se relaciona etimológicamente con la palabra “tzavta”, o sea, «cercanía«, ya que el cumplimiento de un mitzvá acerca a Yahvéh. Es decir, que cuando un mitzvá es hecho, este acto físico genera transcendencia, y entonces el destino de una persona es alterado. Un acto que tiene el potencial de elevarnos a una relación directa con la Fuente de todo, ciertamente tiene un poder más grande que el de los supuestos intermediarios de la creación que implanta el sistema reptiliano a través de sus creencias.
Este fundamento de vida que aprendió Avram, será el sostén de la emunáh (fe) de Israel. Con este relato, Moshé pretende que el Pueblo de Dios acepte que todo el propósito de los hijos primogénitos del Eterno es vivir por encima de la naturaleza. Nuestro desafío consiste en elevarnos a la dimensión de la voluntad de Yahvéh, que se manifiesta en este mundo a través del cumplimento de los mitzvot. El éxito consiste en conectarse con la propia Fuente de todo el bien, a través de las acciones que Él mismo nos designó como propicias a este fin. Cuanto más mitzvot hacemos, más canales de conexión son creados uniéndonos al Eterno y preparándonos para recibir Su bendición en Yeshúa Su Hijo.
Esta experiencia mística de Avram involucra el hecho de que Yahvéh lo sacó fuera de este mundo (sistema reptiliano sensorial) y lo elevó en un éxtasis por encima de las estrellas. Este es el significado exacto del verbo «mira» (הַבָּטָה , habatáh): Avram pudo mirar de abajo hacia arriba, desde la cosmovisión divina.
En lenguaje moderno, la segunda interpretación implica «fuera de este mundo» es decir «fuera del cosmos» o «fuera del orden natural establecido«, que representa el infinito, pero en verdad es finito y también sigue las limitaciones de las leyes de la naturaleza. La fe inicial de Avraham en Dios no podía ignorar por completo esas limitaciones, porque, después de todo, se dio cuenta de que el Eterno creó un sistema finito, limitado, con su propio conjunto de leyes. Pero, a la vez, Yahvéh le mostró a Abraham que él puede dejar este mundo por completo, y elevarse más allá de cualquier limitación, con el fin de crear un mundo nuevo, por así decirlo, totalmente influenciado por lo sobrenatural.
Es, en parte, por eso que Yavhéh le habla del número de las estrellas. Porque así como son incontables y por lo tanto inabarcables en su totalidad para el intelecto humano, también el presunto saber de la determinación del futuro por medio del estudio de fuerzas cósmicas es imposible. En resumen, el Eterno le dice a nuestro padre Abraham que confiar ciegamente en mancias es poco menos que ceguera intelectual.
El único que está por fuera de todas las limitaciones, y conoce realmente todo, en todo momento, es Yahvéh, y es Él quien ha prometido descendencia, digan lo que digan en contra los astros o los hechos materiales.
El versículo diciendo: «así será tu descendencia«. Con esta expresión el Eterno no se refiere a un número (aunque en otro lugar prometió descendencia abundante) sino que está aduciendo que a partir de este diálogo existirá una cualidad especial en la forma de ser de sus hijos, y generaciones. Se refiere pues a la cualidad de abstenerse del pensamiento humano totalitario, de apartarse de las ideas deterministas, de rechazar la creencia en influencias mágicas que determinan un destino inconmovible; es la cualidad de confiar exclusivamente en que el Eterno es el poseedor del saber último, y por lo tanto, quien tiene la última palabra.
La reacción de Avraham a esta revelación es «Y creyó a Dios«. Este fue el nacimiento de la fe pura, que cree en la capacidad de desafiar las leyes de la naturaleza. Por primera vez, Avram se apropia de una sustancia divina (la fe) que es la respuesta correcta a las promesas del Eterno.
Como resultado de la fe de Avram, YHVH «se lo contó» o le imputó (hebreo kjasháb) su fe por justicia (Romanos 4:1-25; Gálatas 3:6; Santiago 2:23). Esta es la primera aparición de la palabra imputar en las Sagradas Escrituras (La Biblia). El Señor imputa o transfiriere Su justicia a Avram, a fin de que Avram tuviera una posición perfecta delante de Dios. Así pues, queda bien claro que la salvación, ya sea en la TaNaK tanto como en el Pacto Renovado, era, es y será solamente por gracia, y esto por medio de la fe.
Avram, después de haber recibido la garantía del Eterno, creyó que la profecía ciertamente sería cumplida, por lo que ya no tenía por qué temer perderla. Bien entendido tendrán en sus mentes y corazones esta revelación, aquellos discípulos de las primeras comunidades que se sentaban a los pies del apóstol Pablo, quien comentaba este episodio de Abraham de este modo:
«¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia.»
(Romanos 4:1-3)
«Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.»
(Romanos 4:19-25)
«Porque ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe»
(Efesios 2:8-9)
¿Qué sucede una vez que hemos logrado salir afuera, más allá de nuestra visión normal del mundo, y aceptado el hecho que la omnipotencia de Dios va mucho más allá de las leyes de la naturaleza que Él mismo estableció?
La respuesta se relaciona con la capacidad de cambiar nuestra perspectiva del mundo con el fin de lograr el resultado que Yahvéh desea. Abraham comenzó dentro de este mundo. Él reconoció a su Creador, creyó en un solo Dios, pero, avanzó más y más en su fe, hasta que llegó al extremo de dejar este mundo, y comenzar a creerle al Eterno en la cosmovisión que Él le revelara.
Así, Avraham se fue «afuera«, y su salida lo enfrentó a la idolatría astrológica, transportándolo Yahvéh al Reinado de Su Luz admirable. Esta es la cosmovisión que otorga el don divino de la fe. Este regalo permite que el ser humano le crea solo a Yahvéh, que nos brinda Su Presencia y nos enseña, a través de Su Instrucción (Torah) a dejar este mundo y repararlo acorde al diseño original de Su propósito eterno. De este modo se adquiere la cualidad de abstenerse del pensamiento humano totalitario, de apartarse de las ideas deterministas, de rechazar la creencia en influencias mágicamente determinantes; y de confiar exclusivamente en que el Eterno es el poseedor del saber último.
Lo que más me llena de alegría mientras escribo esta bitácora, es darme cuenta que esta promesa, sin duda alguna, hoy es una opción abierta a cualquier persona que quiera trascender las limitaciones del mundo físico a través de su fe en Yeshúa, el Mesías. Simplemente debes disponerte a dejar el paradigma propio de la religión: «creer en Dios«, y llevar todo tu ser al paradigma metafísico de toda existencia humana: «Creer a Dios«. Así, el Eterno entrenará tu vista para que, detrás de las realidades de la vida, veas la visión que tiene para ti. Entonces obtendrás el entendimiento espiritual de que toda bendición no depende de los astros, ni depende del destino. Por el contrario, procede de más arriba, del Padre de las luces, que nos ha amado en Su Hijo unigénito, Yeshúa.