Por P.A. David Nesher
Nuestro estudio del Bereshit (Génesis) nos ha traído al capítulo 16. Aquí nuestro entendimiento será entrenado en la comprensión del origen de los problemas que han existidos por siglos en el Medio Oriente a partir del nacimiento de un varón llamado Ismael.
«Y Sarai, mujer de Abram, no le había dado a luz hijo alguno; y tenía ella una sierva egipcia que se llamaba Agar.
Entonces Sarai le dijo a Abram:
He aquí que el Señor me ha impedido tener hijos. Llégate, te ruego, a mi sierva; quizá por medio de ella yo tenga hijos.
Y Abram escuchó la voz de Sarai. Y al cabo de diez años de habitar Abram en la tierra de Canaán, Sarai, mujer de Abram, tomó a su sierva Agar la egipcia, y se la dio a marido Abram por mujer. Y él se llegó a Agar, y ella concibió; y cuando ella vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora.
Y Sarai dijo a Abram:
Recaiga sobre ti mi agravio. Yo entregué a mi sierva en tus brazos; pero cuando ella vio que había concebido, me miró con desprecio. Juzgue el Señor entre tú y yo. Pero Abram dijo a Sarai:
Mira, tu sierva está bajo tu poder; haz con ella lo que mejor te parezca.
Y Sarai la trató muy mal y ella huyó de su presencia.»
(Génesis 16:1-6)
Al considerar este pasaje, el Espíritu de Yahvéh nos revela algunos principios que debemos tener en cuenta a la hora de esperar el cumplimiento profético de las promesas divinas:
El primer principio es el hecho que el vientre de Sarai continúa por un tiempo estéril como una prueba para ver si tanto ella, como Abram aprendían a reclamar en oración las promesas de Dios, y así esperar al Eterno Dios en Su obrar soberano.
El segundo principio, es que había una promesa especifica que Abram ya había recibido en cuanto a que él tendría un heredero, (Génesis 13:14-17 y Génesis 15:45). Por lo tanto, Abram necesitaba solamente ejercer esperanza en el Señor, y con su fortaleza esperar el cumplimiento propicio de dicha promesa.
El tercer principio es que no importa cuánto parezca que una situación no tiene cumplimiento, Abram y Sarai podían disfrutar cada día de la esperanza y el gozo que se obtienen al creer en la promesa de Dios con respecto al heredero. De esa manera, evitarían la ansiedad que produce el preocuparse por el futuro.
El cuarto principio es que el esperar en el Señor fortalece el poder de la fe y desarrolla paciencia. La fe es la certeza y convicción que se apodera de tu mente cuando usted cree en la promesa de Dios al momento de recibirla. La paciencia es la virtud divina que permite la fortaleza y perpetuación de la fe antes de que se cumpla la promesa.
«En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte:
‘Quítate y arrójate al mar,’ y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a suceder, le será concedido.
Por eso os digo que todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis recibido, y os serán concedidas.»
(Marcos 11:23-24)
Cuando uno cree pero no ve la evidencia inmediata de una solución, debe obligarse a practicar la paciencia por medio de la oración de alianza. Es muy importante comprender que el carácter verdadero de nuestra fe está determinado por nuestra paciencia. Una persona paciente esperará en el Señor y así será lento a enojarse con Él, y evitará precipitarse en la búsqueda de soluciones humanas que siempre traen consecuencias lamentables.
La paciencia también le da al creyente un poder maravilloso que le ayuda a mantenerse firme cuando está bajo presión. «Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad.» (Pro 16:32)
Todo lo expresado hasta aquí resaltan las razones por las que Abram y Sarai tendrían que haber esperado el tiempo oportuno de la voluntad del Señor. Ellos solamente tenían que aguardar pacientemente que el tiempo perfecto del Eterno se manifestara y trajera gozo y paz a sus vidas.
Sarai, la esposa de Abram, no le había dado hijos. Ella continuaba estéril aún, y a pesar, de la promesa de Dios de un hijo a Abram (15:4). Pero tenía una esclava egipcia llamada Agar, que Abram recibió de Faraón, mientras estuvo residiendo en Egipto (12:16). El nombre de la sierva es hebreo y significa huir o ser un fugitivo. Eso evidencia que el nombre le fue dado a ella por Abram o por Sarai, porque tuvieron que huir de Egipto. Era un recuerdo viviente de un pasado triste.
Pues bien, incapaz de tener hijos, Sarai siguió la práctica común de la época. Entonces Sarai le dijo a Abram: el Señor me ha hecho estéril (ver 11:30). Por lo tanto, ve y acuéstate con mi esclava Agar. Tal vez por medio de ella podré tener hijos. Tengamos en cuenta, al leer esto, que Sarai nunca se dirige o habla de Agar por su nombre, sólo por su rol o papel (sieva). Literalmente dice así: «Yo seré edificada». Esta disposición está en consonancia con la legislación de esa época. Si la esposa era estéril, estaba obligada a proporcionar a su marido una sierva a través de la cual pudiera tener hijos. Legalmente, el nacido de una esclava se convertía en hijo de la esposa. De esta manera su semilla no se extinguiría.
Abram al oír esto, llegó a la conclusión de que Dios podría aceptar un poco de ayuda. Seguramente muchos de nosotros nos escandalizamos ante esto, y hasta algunos podrían a llegar a reírse de Abram, pero debemos reconocer que en algún momento u otro de nuestra vida, todos hemos hecho eso. En cualquier caso, Abram escuchó y aceptó la propuesta que le hizo Saray (16:2b). Esta actitud señala un claro momento de debilida en la fe de Abram por causa de la ansiedad. Es una actitud similar a la que encontramos en el capítulo 3 verso 17 donde Adán escuchó a su mujer, y comió del árbol del conocimiento del bien y del mal (2:17, 3:17). Ambos terminaron con consecuencias negativas, pero lo más importante es que Yahvéh no estaba de acuerdo con esto en absoluto.
Sin embargo, Abram escuchó la voz de Sarai y siguió su sugerencia para solucionar el problema rápidamente en vez de esperar a Dios en su actuar soberano. Por causa de esto, ellos tendrían que esperar otros 13 años para recibir el heredero que Dios le había prometido en Su diseño perfecto.
Leyendo esto, encontramos que la propuesta o la recomendación con la que Sarai abordó a Abram encerraba un estado de ánimo negativo. Notamos que no fue una sugerencia que ella dio una vez y nada más. El texto original da a entender que Sarai lo había sugerido una y otra vez, hasta el punto de atosigar la mente del patriarca. Reflexionando profundamente en esto debemos convenir que ninguna mujer normal sugiere al varón a quien ella ama, que adultere con otra mujer, para concretar el sueño de un hijo. Las líneas sagradas nos alumbran con la evidencia de que hubo algo que funcionaba mal en el alma de Sarai en ese momento de su vida. Ella era víctima de un estado de ánimo que la presionaba a pensar erróneamente. Ese marco anímico era la auto-compasión, una de las armas más destructivas del ego humano.
Vale aquí decir que a HaSatán le encanta instigar a los creyentes hasta que lleguen a ser egocéntricos y egotistas ya que él sabe que así no estarán enfocados en la Instrucción divina, sino en sí mismos. Él ha trazado de este modo el lazo por el que consigue como resultado la frustración mental y la auto-compasión del alma humana. Cuando un ser humano entra en la auto-compasión, lo que sigue es que se convierte en un ser hipersensible, expuesto a que todo lo hiera, por lo que hará acciones vehementes para acelerar las soluciones que ansiosamente quiere para sus problemas.
Sin embargo, la auto-compasión solamente intensifica cualquier problema y elimina cualquier posibilidad de solución verdadera. Mientras un ser humano se queda enfocado en sí mismo con resentimiento y resignación, no hay absolutamente ninguna solución para las circunstancias difíciles que esté enfrentando en su vida. Aquel que lamenta su situación siempre agrega arrogancia al problema. Por ello, las personas con auto-compasión, son orgullosos y neciamente se envanecen en cada acción que realizan , por lo que les cuesta hacerse cargo de sus consecuencias.
Sarai estaba llena de la auto-compasión:
«He aquí que el Señor me ha impedido tener hijos. Llégate, te ruego, a mi sierva; quizá por medio de ella yo tenga hijos. Y Abram escuchó la voz de Sarai.»
(Gén. 16:2).
Sarai observa su problema pero no a la luz de la Instrucción y promesa divina. Ella veía su problema con subjetividad. Era verdad, había un problema con respecto al heredero, pero el mismo se encontraba en la subjetividad hipersensible de Sarai y la impaciencia de Abram. Esto fue lo que los aprisiono en un falso enfoque: el problema existente, y no la solución ya dada por Yahvéh en Su Promesa de Pacto.
Si vivimos conscientes de que estamos en el perfecto diseño mesiánico del Eterno, tenemos que descansar en la fe y saber que Él, como nuestro Padre, no nos fallará. Por el contrario, Él nos promoverá si humildemente aprendemos a esperar en Él.
Si no hacemos esto, seguramente caeremos en la tentación de procurar una solución a nuestra manera. Tal vez esto trabajará positivamente por un tiempo, pero, tarde o temprano, se desmoronará trayendo consecuencia muy lamentables. Existe nuestra manera de hacer las cosas, pero también existe la manera de Dios para hacerlas, y la manera de Él siempre trabaja con resultados maravillosos que bendicen generaciones.
Será muy oportuno que ahora recuerden el relato de Génesis 3 verso 6:
«Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió”.
La decisión de Eva de tomar de «su fruto» le estaba diciendo al Eterno, «mi manera es mejor que la tuya». Sarai hizo lo mismo cuando fue con «este fruto» a Abram para que él lo «comiera» (aceptara) para «ayudar» al Eterno en el cumplimiento de Su promesa.
Por eso, cada vez que elegimos nuestra manera de solucionar las cosas en vez de la manera de Dios, realmente estamos diciendo arrogantemente que somos más inteligentes que Yahvéh o que somos una excepción a la regla, ya que esta solución que estamos trayendo será una especie de “ayudita” para el cumplimiento de Su Promesa. Por favor, jamás olviden que: «Hay camino que al hombre le parece derecho, pero al final, es camino de muerte.» (Proverbios 14:12)
Amado discípulo, el Eterno te está diciendo hoy, por medio de esta Palabra: «Mi juicio es mejor que tu juicio, Mi tiempo es mejor que su tiempo.»
Por eso, una de las mejores cosas que podemos hacer hoy en el mundo es separarnos del tiempo humano y sus presiones y ponernos en el “tiempo de Dios” (hebreo «Et«; griego «Kayros»), ya que en él es donde todo transcurre en la correcta manera. ¡Todo ocurre con propósito!
Un principio que es importante que se aprende en las dimensiones eternas es que los “retrasos de Dios” son en verdad oportunidades para el pleno desarrollo integral del hombre. Por lo tanto, la cosa más sabia que puede hacer un escogido es esperar en el Señor y su soberanía sobre las circunstancias. La voluntad de Dios y el tiempo de Dios siempre van juntos y son perfectos.
Como conclusión diré que si vivimos por medio de las promesas, tenemos que esperar hasta que la Fuente de esas promesas la cumpla; y la fuente es Yahvéh quien siempre cumple de acuerdo al tiempo perfecto para nuestras vidas. Si hay algún lector que no tiene aún lo que desea, seguramente es porque no es el tiempo oportuno para que lo reciba. Muchos lo quieren ahora, pero el Eterno dice ¡no!… ¡Aún no!… ¡Espero un poco! Desafortunadamente, muchos creyentes tratan de conseguir el cumplimiento de sus deseos a su propia manera, en el tiempo de ellos, pero, lamentablemente, los resultados que obtengan no serán coherentes con lo que Yahvéh ha diseñado en Su propósito eterno. De este modo se perderán la felicidad perfecta y la satisfacción completa que da esperar la acción del Eterno. Además, ellos tal vez tendrán que vivir con los resultados de esa mala decisión por el resto de sus vidas, como Abram y Sarai lo tuvieron que hacer y como los descendientes de ellos todavía lo están haciendo hoy en día en el conflicto árabe-israelí.
Yahvéh es perfecto en todos Su Camino (2Samuel 22: 31; Salmo 18:30). Su voluntad es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Su tiempo de propósito es perfecto. Por lo tanto, aprende a esperar en Él aunque te resulte difícil, y verás que Él hará (Salmo 37: 5-7).
Con amor y amistad de servicio: P.A. David Nesher