Por P.A. David Nesher
«Y la vio Judá, y la tuvo por ramera, porque ella había cubierto su rostro.Y se apartó del camino hacia ella, y le dijo:
(Bereshit/Génesis 38: 15-18)
_ Déjame ahora llegarme a ti: pues no sabía que era su nuera; y ella dijo:
_ ¿Qué me darás por llegarte a mí?
El respondió:
_ Yo te enviaré del ganado un cabrito de las cabras.
Y ella dijo:
_ Dame una prenda hasta que lo envíes.
Entonces Judá dijo:
_ ¿Qué prenda te daré?
Ella respondió:
_ Tu sello, tu cordón, y tu báculo que tienes en tu mano.
Y él se los dio, y se llegó a ella, y ella concibió de él.»
Moisés como escritor del rollo Bereshit (Génesis) de repente se ve obligado por la fuerza inspiradora del Espíritu de Dios a desviar nuestra atención con una trama más corta, aparentemente insignificante, y mucho menos interesante de la familia de Yahudá (forma hebrea de Judá).
Si lo pensamos, la conclusión del capítulo 37 conduciría muy bien nuestra atención a lo que se continúa en el capítulo 39, sin la intervención aparente de la historia de Judá y Tamar. Sin embargo, la historia de Judá es crucial en el diseño divino de la Redención Mesiánica, por lo que el Espíritu Santo hábilmente injerta este relato en la historia de Yosef, permitiendo un tapiz mesiánico con efectos de gran alcance.
Hemos estudiado que en el diseño divino, Yehudá tenía un llamado divino especial y en consecuencia, una gran responsabilidad espiritual sobre su vida. Él había sido elegido para cargar en sus lomos lo que se denomina el Código Sagrado, es decir la Simiente de la Mujer prometida por el mismo Elohim, en Edén, a la humanidad caída (Gén. 3:15). Él era el hijo escogido de Yaakov (de entre los doce hijos que Dios le había otorgado) para ser el ancestro del Mesías. Sin embargo, el relato nos hace notar que Yehudá por un tiempo no anduvo bien espiritualmente, pues está escrito que se «separó de sus hermanos«.
«Aconteció en aquel tiempo, que Judá se apartó de sus hermanos, y se fue a un varón adulamita que se llamaba Hira.«
(Génesis 38:1)
Al leer este pasuk (versículo) surge la siguiente pregunta: ¿A qué se debió esa separación?
Comenzaré respondiendo que las Sagradas Escrituras no hace referencia explícita a la razón de su partida; sin embargo, algunos exégetas del hebreo escritural sostienen que puede ser que esa decisión haya tenido que ver con lo que sucedió con su hermano Yosef, ya que se menciona como un paréntesis entre la venta de Yosef (cap. 37) y la vida de este en Egipto (cap. 39).
Recordemos que Judá fue quien propuso la venta de José como esclavo, y debido a esto, es probable que se sintiera culpable (o que sus hermanos lo acusaran) de la angustia que se apoderó de su padre Yaakov. Los Sabios comentan que Yehudá vio el dolor que eso le causó a su padre, y tal vez no pudo seguir viéndolo sufrir en depresión. Lo cierto es que en este relato notamos que la familia de Jacob se vio grandemente afectada por lo que había sucedido. ¡Ahora faltaban dos hermanos en la familia: José y Judá! Ellos no eran cualquier hijo; en un estudio posterior, consideraremos detalladamente que ellos dos estaban destinados a ser los líderes de la familia (1 Crónicas 5:1-2). Ellos serán los líderes de las Dos Casas de Israel.
Al sumergirnos en el texto desde su contexto hebreo, debemos saber que al decir que Yehudá «se apartó», debería ser mejor traducido como «bajó» , o también «descendió muy abajo» [yarad (ירד)] de sus hermanos. Sucede que esta palabra no solo se usa para referirse a algo físico, sino implícitamente conduce también a algo espiritual. Esto implicaría que Yehudá abrió su corazón para ideas no afines a las del Eterno, e hizo cosas que no estaban bien vistas en Sus ojos.
Continuemos peregrinando el relato, y notemos de que Yehudá no deja a su familia por mandato del Eterno, como fue el caso de nuestro padre Abraham, sino más bien por influencia de un pagano, llamado Hira. De este modo, y aconsejado por este varón, Yehudá se arrimó a los cananeos, cosa que el Eterno había prohibido a Abraham quien debió buscar esposa para Isaac anhelando una mujer de su familia, y no una cananea (Gén. 24:3, 37; 28:1; Éxodo 34: 15-16; Deut. 7:1-3; Josué 23:7).
Yehudáh sabía muy bien que no le convenía esa acción, sin embargo se casó con una de las hijas de Kenaan (Canaán), el pueblo maldecido y perverso. Tomó por mujer a una hija de Súa, y concibió tres hijos: Er, Onán y Sela.
Ahora observemos esto: Yehudá en lugar de llevar a su esposa a la casa de su padre Yaakov, decidió vivir en la casa del padre de ella. Allí es donde nacieron sus tres hijos, lo que significa que Yehudá aceptó criarlos al estilo de vida cananeo.
El relato nos devela que Yehudáh arregló para que su hijo Er se casase con una joven llamada Tamar.
La Torah nos cuenta que Er fue malvado y que por eso Yahvé lo mató. Entonces Yehudá le ordenó a su segundo hijo, Onán, que se casase con Tamar de acuerdo con la «ley de Yibum” (más tarde conocida como «ley de levirato«) que en el Medio Oriente de entonces obligaba al hermano a casarse con la viuda, sin hijos, del difunto hermano. Onán obedece a disgusto ya que era conciente que el primogénito que naciera que no sería considerados hijo suyo, por lo cual “cuando estuvo con la mujer de su hermano derramó su esperma en el suelo” (Gén. 38:9), a consecuencia el Eterno tomo su vida también.
Sobre Er, la Torah nos cuenta que era malvado y por eso el Eterno lo mató. Sobre Onán la historia relata que tuvo relaciones sexuales con Tamar, pero que realizó un coitus interruptus (método anticonceptivo que consiste en la interrupción del coito antes de que culmine), evadiendo evadiendo con esta acción el cumplimiento divno del precepto del “Yibum”, por ello fue dado a morir ‘también’.
Los comentaristas se dividen al considerar estas dos muertes. Por un lado están aquellos que, desde la exégesis cristiana, sostienen que Onan murió porque derramó su esperma en el piso y aseguran que la palabra ‘también’, estaría señalando que su hermano, Er, murió por la misma razón. Estos, sosteniendo esta idea, aseverarán que este es el texto bíblico que revela que la masturbación está prohibida por Dios. [De hecho la palabra hebrea para masturbación es “onenut” y viene del nombre de Onan, de aquí también, en español, onanismo es sinónimo de masturbación]. En cambio, los segundos intérpretes (Sabios judíos) aseguran que el verdadero problema es el incumplimiento del precepto del “Yibum”, es decir que el pecado de Onan fue el no amar fraternalmente a su extinto hermano, por lo cual no quería que hubiera descendencia de la estirpe de Er, si eran biológicamente suyos.
Más allá de toda lucha hermenéutica, si es evidente que este pasaje enseña que esto no fue agradable para el Eterno y mató a dos de los hijos de ese matrimonio (Judá y la cananita) impidiendo que tuvieran descendencia. Él no quiso tener estos descendientes de los hijos de Kenaan dentro de la genealogía del Mesías. Sólo Él sabe lo que hubiera implicado. Parece cruel el relato de la Torah que dice que el Eterno mató a estos dos hijos. Si lo hizo era bueno, porque al dejarlos vivir hubiera causado un daño irreparable a la descendencia de Yehudá. El plan del Eterno para ellos estaba en gran peligro y por eso intervino de esta manera. Al matarlos evitó un mal mayor.
Después de la muerte de Onán, y de acuerdo a la ley del Yibum, le correspondía a Tamar casarse con Shelá, el hermano menor y tercer hijo de Judá. Pero Judá que no conocía las transgresiones de sus hijos, tuvo miedo de Tamar, a quien consideraba una mujer peligrosa pues pensaba que ella era la causa de la muerte de sus hijos. Entonces, Judá le propuso a su nuera Tamar que se fuese a la casa de su padre hasta que Shelá crezca. Esta actitud de Judá es similar a cuando los seres humanos echan la culpa de sus males a la “mala suerte” o a otras personas, cuando en realidad es el resultado de malas decisiones y el pecado propio. Judá había pecado, al igual que sus hijos; por ello les vino el mal, no por tener por mujer a Tamar.
Aunque el tiempo había pasado y obviamente Shelá había crecido, Tamar quedó sola, viuda y olvidada, sin la libertad y la posibilidad de ser madre y esposa. Tamar quedó esperando y esperando, pero el día nunca llegó, porque Judá no tenía la intención de cumplir con su palabra.
Fue así que Tamar se enteró que su suegro Judá había quedado viudo y por lo tanto libre. Ahora, la viuda del hijo mayor deseaba tener descendencia, y buscó la manera de engañar a su suegro para que se quedara embarazada por medio de él. A la sazón, se quitó sus ropas de viuda, se arregló y cubrió su rostro con un velo.
Cuando Judá la vio, la confundió con una prostituta y como no la reconoció se allegó sexualmente a ella. Tamar le pidió a cambio su sello, el cordón y el bastón. Más tarde Judá envió como pago un cabrito del rebaño por medio de su amigo, para que éste rescatara sus cosas de la mujer. Pero su amigo no la halló.
Al cabo de unos tres meses le avisaron a Judá que Tamar estaba embarazada. Como Judá no se había percatado que él mismo se había relacionado con ella, la encontró culpable y pidió que la castiguen y la quemen. Pero ella envió a decir a su suegro: «… del dueño de estas cosas estoy encinta«. También dijo: «… mira ahora de quién son estas cosas: el sello, el cordón y el bastón«.
Resaltemos aquí un detalle no menor. Tamar tuvo la posibilidad de proclamar públicamente que su embarazo era fruto de su encuentro con Judá, sin embargo le dio a Judá la oportunidad de reconocerlo y no negarlo. También vemos que Judá tuvo la grandeza, a pesar de la vergüenza, de reconocer públicamente que Tamar tenía razón porque él le había negado a su hijo, por lo que expresó: «Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a mi hijo Shelá«.
Durante el parto se supo que tenía gemelos. «Aconteció que, al tiempo de dar a luz, había gemelos (teomim) en su seno«
Los hijos de Tamar serán los fundadores de la tribu de Judá, de manera que ella aparece como aquella que ha marcado para siempre la línea de la tribu más representativa del judaísmo posterior, como matriarca de la que proviene David, por medio de Farés o Perets (Rut 4:12, 18–22; 1 Crón. caps. 2–4), un antepasado del Mesías Yeshúa (Mt. 1: 3).
Entonces, debemos decir que el escritor, Moshé, ingresó este relato con el fin de destacar la fe y esperanza que esta mujer tenía en el oráculo edénico del Código Sagrado (ver Génesis 3:15).
El relato nos coloca ante una mujer que no se resigna con la injusticia que han cometido con ella, sino que pone manos a la obra para que se le haga justicia desde los Cielos mismos. Ella, discierne que en la descendencia de Yakoov se esconde lo mesiánico, y por lo tanto, anhela ser protagonista de una genealogía que vibrará en el poder de la redención por los siglos de los siglos. ¡Ella, entiende el poder de la vida, según el diseño mesiánico de Dios!
Algunos comentaristas dicen que Tamar es la última de las “matriarcas” antiguas, una mujer que puede y debe compararse a Sara y Rebeca, a Lea y a Raquel.
Ahora bien, frente a la mujer de Potifar, que aparece en el capítulo siguiente de la Escritura (ver Génesis 39), queriendo acostarse con José, sólo por placer hedonista, a pesar de estar casada con otro hombre, Tamar se acuesta por justicia (y a escondidas) con el padre de sus esposos muertos, para darles descendencia (que será descendencia mesiánica). A simple vista, y bajo prejuicios, Tamar parece una prostituta y, sin embargo, desde la declaración profética del mismo Yehudá, ella es más justa que el propio patriarca de la tribu regia. En otras palabras, Tamar no es ejemplar, en el sentido espiritualista de la mente religiosa, pero sí es un ejemplo de moral al servicio de la justicia de la vida y del Tikun Olam (redención del mundo).
De esta manera, se evitó que la simiente de los hijos de Kenaan se introdujera en la línea genealógica del Mesías, puesto que Tamar, la nuera de Yehudá, se quedó embarazada directamente por medio de él, y no por medio de sus hijos que tenían una madre cananea.
A partir de este evento, Yehudá, un varón inconsistente, deplorable se encontró con el Elohim (Dios) de sus antepasados, y desde esta vivencia, fue quebrantado y logró ver en su simiente la promesa dada a Abraham (Génesis 22:18).
Cuando Yehudá estaba viviendo una vida fuera de foco espiritual, su pecado de fornicación fue utilizado por el Eterno para evitar un mal mayor. ¡Alto!… ¡No te equivoques!… Esto no justifica el pecado, pero sí muestra que el Eterno es suficientemente grande como para utilizar incluso el pecado para que su propósito redentor se cumpla en la vida de una persona. Analizado de este modo, podemos decir que los caminos del Eterno no son fáciles de entender, porque Él toma en cuenta las decisiones malas e incluso los pecados de los hombres, para llevar a cabo su diseño mesiánico en la tierra. Él encaminó este pecado, y lo tornó en bendición para la humanidad; cambió la genética e insertó en esta familia la simiente Divina prometida a Abraham, y confirmada a Isaac y Jacob.
Al finalizar esta bitácora, clama al Eterno, nuestro Abba, que sea derramado sobre nosotros el Espíritu de Sabiduría y de Revelación para un mejor conocimiento de Él a través de Su Hijo Yeshúa HaMashiaj.
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NOTA CURIOSA:
Seguramente les ayudará comprender mejor la actitud de esta mujer si tenemos en cuenta estos datos:
Según el Sefer HaYashar (Libro del Justo) Shem, el hijo de Noé, era el famoso Melquisedec que se apareció a Abraham y a quien nuestro padre dio los diezmos del botín de guerra que obtuvo por la derrota de Quedorlaomer.
En la cronología que aparece en este libro, este mismo Shem tuvo un hijo llamado Elam quien tuvo por hija a Tamar la nuera de Yehudá. Por esta razón, ella no solo conocía la profecía yahvista de la Simiente de la Mujer, sino que discernía muy bien el tiempo en el que estaba viviendo.
De esto se deduce que ella sabía que era de Judá de quien vendría el Mesías, y quien tendría el cetro en Jerusalem (el mandato) hasta que viniera Shilo, quien es el mismo Mesías de Israel quien ahora es nuestro rey (Génesis 49:10). Con esto en mente entendemos que la instrucción que recibió Tamar por parte de su padre Elam quien a su vea era instruido celosamente por Shem o Melquisedec en la Yshivá (Casa de estudios) que él tenía.
Tamar lo que estaba buscando era protagonizar la formación de la descendencia de Judá. Ella anhelaba ser un instrumento humano en las manos del Eterno para traer al Mesías a la Tierra. Ella podría haberlo obtenido por alguno de los hijos de Judá, sin embargo el Eterno no lo permitió así por venir estos de una madre extranjera, tal como era la mujer que tomó Judá. Esta no había instruido a sus hijos en el temor del Eterno y así lo manifestaron al no querer traer la descendencia de donde vendría el redentor para Israel.
Por ello, el Eterno quitó a los dos hijos de Judá por su maldad y también permitió que Judá se endureciera pensando que Tamar era la causante de las muertes de sus hijos y no quiso dar al menor, pero todo esto para que viniera de él directamente la descendencia al unirse a Tamar.
Así que ella lo que estaba buscando como dijo Judá era ser parte de los tzadikim (justos) como se denominaba a los varones y mujeres que por fe anhelaban participar del Código Sagrado: la simiente de la mujer. Por medio de este acto, Tamar hizo justicia por la vida y no se comportó de manera baja al unirse a su suegro como se le ha mal interpretado. Ella usó su astucia y celo por que esto se llevara a cabo y logró conseguir descendencia que traería mucho fruto tanto físico como espiritual para toda la humanidad a través de Israel.
Shalom a su vida amado PA,
gracias por su servicio en amor, que nuestro Abba siga derramando sabiduría sobre usted, que nos edifica con cada bitácora.
Le mando un abrazo! lo amo.