Circuncidar el corazón significa en verdad despojarme del “Yo” (ego) para que reine el Eterno desde Su Instrucción (Torah). Cuando corto el egocentrismo en mí, tengo que sanar mis heridas con su imagen puesta en mí. Yeshúa vino a revelar la imagen del Padre y nosotros tenemos que ser conforme al corazón de Yahvéh, para que dicha imagen se desarrolle en nosotros hasta alcanzar Su semejanza, tal como nuestro Mesías la alcanzó.
La circuncisión (o nuevo nacimiento), en su enfoque espiritual tiene dos fines: vencer a nuestra manera carnal de pensar, en el sentido de la mente humana sin el Mesías, y por otra parte poner fin al sectarismo religioso, al fanatismo dogmático de Babilonia la Grande de tal manera que el ser humano se sienta en libertad para conocer y pertenecer al Dios Vivo Yahvéh, a través de Su Hijo Yeshúa, y defender así la verdadera causa del Evangelio del Reino.
¿Qué quiere decir «circuncidar el corazón»?
Entendemos, por lo que el Espíritu de Dios revela a través de la enseñanza paulina, que «la circuncisión es la del corazón» es decir, que al nacer de nuevo, creemos con el corazón y somos salvos.
Desde ese momento comenzamos a vivir de tal manera que todos los pensamientos y sentimientos se hacen compatibles con el deseo de la Intención que Dios tiene para cada uno en su propósito eterno.
Entre las características que se activan por medio del Nuevo Nacimiento en el Mesías, hay dos que hoy me interesan destacar:
- el saber relacionarse con el entono,
- y el escuchar al prójimo con el corazón.
Ambas son habilidades que el Eterno otorga a sus hijos en la primogenitura que nos comparte por medio del Espíritu santificador de Yeshúa. Ejercitarlas cotidianamente, garantiza que la vida se hace mucho más amena, y así, ellas se convierten en las herramientas que garantizan el éxito y la felicidad en todos los aspectos de la misma (personal, familiar, laboral, social).
Al nacer de nuevo en el yugo del Mesías, comprendes inmediatamente que llevarse bien con tus semejantes requiere alejarte de tus propias críticas y hacer un esfuerzo para entender a la persona sin prejuicios. El Espíritu Santo te hace comprender que llevarte bien con una persona tiene el potencial de hacer que ambos se sientan más felices y plenos.
Si esto te cuesta, te recomiendo que busques oportunidades para hablar con personas de diferentes ámbitos de la vida, y utiliza los siguientes consejos para aprovechar al máximo estas oportunidades.
- Separa un tiempo privado. Si tienes problemas para llevarte bien con alguien cercano a ti, procura pasar tiempo a solas para que sea más fácil centrarte en esa persona.
- Utiliza la escucha activa. Dale tiempo a la otra persona para hablar de sus problemas, sus sentimientos, o cualquier otra cosa que lo esté agobiando. Haz un esfuerzo concertado para evitar distracciones y presta atención a lo que te expresa hasta el final. Esto se conoce como la escucha activa con el corazón, y puede tomar un poco de práctica el poder desarrollarlo. Apaga el teléfono, colócate frente a la persona que está hablando, y de vez en cuando asiente con la cabeza para mostrar que estás escuchando. Practica enfocándote en lo que está diciendo, y no en cómo reaccionar ante sus palabras o cómo planear responder. Es posible que tu prójimo no esté listo para hablar de temas personales, al mismo tiempo en el que estés listo para concentrarte en ellos. Deja que esa persona tenga una conversación más informal si eso es lo que quiere, pero sigue practicando estas técnicas de cómo escuchar y llevarte bien.
- No interrumpas. Escucha hasta asegurarte que tu prójimo coloque su punto final de su relato. El interrumpir revela una falta de aprecio por la otra persona. De hecho, le estamos diciendo que lo que nosotros tenemos que decir es más importante que lo que ellos están compartiendo. Tan importante pareciera ser lo nuestro que ni siquiera podemos darle a la otra persona la oportunidad de completar sus propias ideas.
- Escucha mostrando respeto por el otro e interés por lo que dice. No avasalles, por mucha razón que creas tener. Y permite que el otro tenga siempre una salida digna, no cierres puertas al diálogo. Procura ser siempre asertivo. Ten presente que nadie necesita enemigos y a todos nos viene bien contar con gente que nos aprecie y respete y que se preste, en un momento dado, a defendernos o a colaborar con nosotros.
- Haz preguntas refiriéndote a lo que la otra persona dijo. Establece una conexión y muestra que estás escuchando refiriéndote al punto que acaba de decir. Una pregunta es una excelente manera de hacer esto a medida que involucras a la otra persona y aclaras cualquier cosa que no haya quedado claro.
- Haz una pausa para reflexionar sobre el punto de vista de la otra persona. Resiste la tentación de responder con lo primero que se te venga a la mente. En su lugar, toma un momento para imaginar cómo se siente esa persona. Incluso si piensas que su interpretación de la situación está mal, simula que estás en su posición y tienes la misma idea de lo que está pasando. ¿Podrías verte respondiendo de una manera similar, o al menos sentir la tentación de responder de esa manera?
- No expreses cada desacuerdo que tengas. Llevarse bien no se trata de ganar una pelea, o incluso comunicar cada opinión que tengas. Sé honesto, pero no vocalices de forma automática todos los argumentos o reacción negativa que tengas. Respeta a tu prójimo, permitiéndole mantener una opinión distinta a la tuya.
- Admite tus errores y equivocaciones. Seras más estimado y querido.
A continuación les comparto un Cuadro Comparativo en el que el Lic. Santiago Moll nos muestra las diferencias entre un buen oyente y uno malo:
Por último, destacaré lo que el escritor del Santiago (hermano de Yeshúa) subraya la importancia de escuchar cuando escribe «deberíamos estar prontos para oír, tardos para hablar» (Santiago 1:19). Evidentemente los verdaderos hijos de Dios necesitamos ser alumbrados interiormente e invertir un tiempo considerable para aprender a escuchar a otros y ser capaces de percibir sus sentimientos. Si no aprendemos bien esta lección, encontraremos dificultades en nuestro servicio. Tenemos que hacer lo posible por escuchar.
Es una tragedia que muchos hermanos y hermanas, que leen mis bitácoras y me escriben en consulta, no sólo estén interiormente en tinieblas, sino que además sean incapaces de sentarse a escuchar a otros. Tenemos que aprender a estar calmados y a escuchar lo que otros nos dicen. Tenemos que abrirnos a ellos, permitiendo que sus asuntos entren en nuestro corazón. Debemos primero tener una percepción aguda antes de poder discernir los verdaderos problemas de otros. Sólo entonces podremos brindarles la ayuda apropiada.
Desde todo lo dicho, puedo finalizar diciendo que, cuando estamos circuncidados del corazón, la comunicación con el prójimo es mucho más compleja de lo que asumimos. Descubrimos que escuchar va mucho más allá de esperar tu turno para hablar. Por eso, sellaré esto con una frase que oí a un conferenciante y desde entonces marcó mi estilo ministerial:
«Dos monólogos no hacen un diálogo»
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