Por P.A. David Nesher
“El día del sábado ofrecerás dos corderos de un año, sin defecto, y una ofrenda vegetal de dos décimas de un efa de harina fina amasada con aceite, con su libación.
Este es el holocausto de cada sábado, además del holocausto continuo y de su libación.»
(Números 28: 9-10)
Reiteradamente, por medio de mis enseñanzas, he explicado que el corazón, en las Sagradas Escrituras, representa el centro del alma, de donde emana todo lo que el hombre piensa, habla y hace. Son justamente los pensamientos del ser humano, la manera en que este intelectualiza lo que de su corazón emana, su deseo o intención (kavaná). Las palabras son la manera en que el hombre expresa sus pensamientos, los cuales como dijimos anteriormente son el resultado del discernimiento intelectual de un deseo que emana del corazón del hombre. Los actos son la labor que hombre emprende en pos de satisfacer ese deseo que emana de su corazón, su discernimiento intelectual del deseo de su corazón le dirigió sobre la manera de satisfacerlo, y por eso el hombre entiende o sabe qué acto es el que necesita hacer para satisfacer el deseo que emana de su corazón.
En resumen de lo que vengo diciendo, el acto físico solo es el resultado de un proceso de discernimiento espiritual dentro del alma del hombre, siendo entonces el acto físico la manifestación de lo que está emanando desde el corazón del hombre, el acto es el medio en que lo espiritual que emana del corazón del hombre se manifiesta en el mundo material.
Toda persona justa en el Mesías debe estar consciente que el valor de su ofrenda física se lo da el corazón con que se está presentado, de allí la importancia en que no solo nuestra educación en la Torá sino el ambiente de nuestras comunidades, deben de ser propicias para cultivar los corazones de los ofrendantes y que estos sean adecuados, y entonces sus ofrendas y oraciones sean gratas delante del Trono Celestial.
Y por otro lado debemos aprender sobre el momento adecuado para cada ofrenda, no antes y no después de lo que la Torá ha instruido, por ejemplo, la ofrenda del Shabat (séptimo día de la semana) es clave para un hijo primogénito de Dios, siendo el Shabat la puerta que une a este mundo con la perfección que viene del Creador de los cielos y la tierra. Por ello, teniendo en cuenta que en ese día nos disponemos a cerrar nuestras manos para no laborar y así buscar esa perfección, nuestra ofrenda de Shabat es de suma importancia, y por eso debe ser dada antes de iniciar mi búsqueda de esa perfección disponible en ese día santo.
Para lograr entender el espíritu profético-mesiánico de este acto ofertorio, deberemos entender el sentido de la acción de sacrificar. “Sacrificar le parecía al hombre tan ‘natural’ como orar; lo primero indica lo que el hombre siente acerca de sí mismo, lo otro lo que siente con respecto a Dios”, escribe el historiador bíblico Alfred Edersheim. Desde que el pecado entró en el mundo, ha traído consigo el dolor de la culpa, el desamparo y el alejamiento de Dios. El hombre es consciente que necesita liberarse de estos males. Es fácil de entender que cuando la gente se encuentra en esa situación desesperada piense que debe recurrir a Dios por ayuda (Romanos 5:12).
Por ello, el mismo Dios Eterno, garantizó el cumplimiento de los tiempos con el advenimiento de la «simiente de la mujer» que acabaría con la serpiente antigua y su simiente, el pecado en el corazón humano (Gén. 3:15). De ese modo reveló que en tiempo oportuno Él mismo manifestaría al Cordero que fue inmolado antes de la fundación del mundo (Ap. 13:8). Entonces la humanidad toda tendría abierto el portal de regreso al Reposo (Shabat) del Eterno e Infinito Dios.
Por ello, cuando se estableció el ritual del tabernáculo en el monte Sinaí, el Eterno ordenó que cada mañana y cada tarde se ofreciera un cordero de un año (heb. kebes) como holocausto por todo Israel (Ex. 29:38-42; cf Nm. 28:4), y dos el sábado de mañana y dos el sábado de tarde (Nm. 28:9, 10). Por causa de su inocencia, paciencia e inofensividad, un cordero resultó ser el mejor animal para representar a quien prometió llevar los pecados del mundo, el Cordero de Dios. Por ello, el cordero desempeñó una parte importante en el antiguo sistema de sacrificios, el cual prefiguraba el ministerio y sacrificio de nuestro Salvador. Este animal, ofrecido en holocausto, representaba el ministerio continuo de Jesucristo en favor de los pecadores. Por cuanto ésta era una «ofrenda encendida«, «ofrenda quemada«, o un «holocausto continuo [diario]» (v. 3), se la llegó a conocer como tamîd: literalmente, «continuo» o «diario«. Este término hebreo para “ofrenda quemada” significa “ofrenda de ascensión” u “ofrenda que asciende”, lo cual es pertinente porque en esta el animal degollado se quemaba sobre el altar y ascendía hacia el cielo a Dios un olor dulce, conducente a descanso (Shabat). La ofrenda quemada se distinguía de las demás en que el animal se ofrecía entero al Eterno después de haber salpicado su sangre alrededor del altar. Los sacerdotes tenían que “hacer humear todo ello sobre el altar como ofrenda quemada, ofrenda hecha por fuego, de olor conducente a descanso (Shabat) a YHVH” (Levítico 1:3, 4, 9; Génesis 8:21).
Ahora comprendemos que ley (hajalá) mosaica, con todos sus sacrificios y ofrendas, se dio a los israelitas de antaño para que pudieran acercarse al Eterno y así conseguir y conservar su favor y bendición hasta la llegada de la Simiente de la mujer prometida. El apóstol Pablo, que era judío, lo explica de este modo: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3:24). Lamentablemente, la nación de Israel no respondió a esa tutela, sino que abusó de su privilegio. En consecuencia, sus muchos sacrificios se hicieron repugnantes a YHVH, quien dijo por medio de su profeta: “Suficiente he tenido ya de holocaustos de carneros y de la grasa de animales bien alimentados; y en la sangre de toros jóvenes y corderos y machos cabríos no me he deleitado” (Isaías 1:11).
Teniendo en cuenta estas imágenes proclamadas en la Antigua Alianza, vemos que las primeras comunidades estaban llenas en sus conciencias de estas significaciones. Cristo, nuestro Cordero pascual, ha sido inmolado, decía Pablo a la comunidad de Corinto (1 Cor 5: 7). Y Pedro, en su primera epístola, invitaba a los fieles a recordar que habían sido rescatados de su vano vivir no con oro o plata, que son bienes corruptibles, sino con la sangre preciosa de Yeshúa, Cordero sin defecto ni mancha (1Pe 1: 18-19). Para la Nueva Humanidad conformada en el Mesías, Él era el Cordero del Eterno prefigurado en todos y cada uno de los corderos ofrendados en el altar del Antiguo Pacto.
Los primeros discípulos sabían que la ofrenda es tan importante delante de YHVH que entendían por qué el mismo Yeshúa se convirtió en una para salvar a los hombres del caos. Las primeras comunidades sabían que Él es el Cordero de Dios que quita nuestro pecado (Jn. 1:29) y también, quien sana la tierra. En la cruz del Gólgota, Él era el Cordero a ser sacrificado. Este recordatorio se activaba en cada cierre del ciclo semanal, durante la celebración del Shabat. Los discípulos de los dos primeros siglos, separaban de sus bienes durante las dos comidas del sábado a fin de traer a la comunidad, al iniciarse el primer día, la evidencia de su amor al Eterno y Su Torah como ofertorio. Dichas ofrendas eran usadas muchas veces como instrumentos de la tzedaká (justicia social) que la idea de Shabat les revelaba:
«Cada primer día de la semana, cada uno de ustedes ponga algo aparte, según lo que haya ganado, y guárdelo, para que no se tengan que recoger las ofrendas cuando yo esté allá.»
(1 Corintios 16:2 – RVC)
Hoy, nosotros, los hijos primogénitos que habitamos Su Monte Santo, creemos en el poder de traer nuestras ofrendas de Shabat. Entendiendo que las mismas son actos de adoración a nuestro Abba, el Eterno Dios, por medio de las que ocurren grandes cosas. Al cumplir con estos principios, se revela en todos los cielos lo que hay en nuestros corazones, y nos ponemos en posición para recibir las recompensas correspondientes a nuestra obediencia en el guardar el Shabat.
Así que debemos dimensionar la gran importancia que tiene el acto de honrar al Eterno Dios con la ofrenda encendida de Shabat, ya que el hecho más importante que nos ha sucedido, implicó el sacrificio de dar lo más valioso. Por lo tanto, al hablar de salvación inevitablemente hablamos de ofrenda de Shabat manifestándola materialmente. Nos encanta recibir el beneficio de la cruz, pero debemos entender que fue una ofrenda, un sacrificio con el cual Yeshúa otorgó Reposo (Shabat).
Al ofrendar en Shabat, manifestamos que creemos en que todo el universo opera basado en ciclos. Las mujeres tienen su ciclo mensual, la lluvia pasa por un ciclo; el Eterno creó el mundo basado en ciclos para asegurar su continuidad. Cuando uno de esos ciclos se desequilibra, se crean grandes conflictos. Al celebrar Shabat manifestamos nuestra convicción en que toda la Creación marcha al encuentro de ese «instante eterno» en que todo lo creado entrará en el Reposo de YHVH. En cada Shabat establecemos que nuestro Único Dios está en absoluto control de todas las cosas por medio de Su Mesías-Cordero. De ese modo no ha posibilidad alguna de que las tinieblas establezcan el caos en la Tierra, y desde ella, en el cosmos todo. Por el contrario, el señorío entregado por el Padre a nuestro Dueño Yeshúa realiza diariamente un ministerio continuo en intercesión a favor de los hombres y la creación misma. Dicho ejercicio ministerial garantiza una vivencia de Su Paz (Shalom) en todas las áreas del ser humano, y particularmente aquellas que tienen que ver con su economía. Tu acto de ofrendar proclamamos a todo testigo de nuestro alrededor (ángeles y hombres) que aceptamos lo que YHVH está haciendo por nosotros, aunque no lo merezcamos.
Por todo ello, necesito decirte, a ti que lees esta bitácora, que cuando ofrendas en Shabat entras en el ciclo de libertad financiera que nuestro Abba Eterno diseñó para ti. Si ofrendas estás dando testimonio de lo que recibes cada día de tu vida es de parte del Eterno Dios; entonces las bendiciones te alcanzarán (Dt. 28:1-14). Pero si recibes, y no ofrendas, te sales de ese ciclo y las maldiciones de la Torah te alcanzarán (Dt. 28:15-68).
Gracias por esta sencilla y clara enseñanza.
Bendecido!