Por P.A. David Nesher
“Y Moisés reunió a toda la congregación de los hijos de Israel y les dijo: Estas son las cosas que ordenó hacer el Eterno. Seis días trabajarás y en el séptimo descansarás, pues sería día santo, es decir dedicado al Eterno.»
(Shemot/Éxodo 35:1-2)
Al llegar a esta porción denominada Vayakhel notamos que se repite, prácticamente, la misma historia que encontramos en las parashot Terumah y Tetzavé, es decir que se nos habla de nuevo de la construcción del Mishkán o Tabernáculo. Toda las palabras de este pasaje fueron pronunciadas al día siguiente de lo que más tarde conoceríamos como “Yom Kippur”, es decir, estos eventos ocurren desde un 11 de Tishrei.
La expresión «Vayakhel» significa “Y congregó”, y está relacionada con el vocablo “congregación” o “comunidad”. Considerada así nos damos cuenta que la Torah nos está dando aquí una lección estupenda y pretende que nos enfoquemos en sus líneas interesándonos en descubrir todos los poderes mesiánicos que se esconden en un término: congregación.
De aquí aprendemos que para hacer morar la Presencia Divina en el seno del pueblo de Israel, antes debe alcanzarse, en un esfuerzo mancomunado, unidad en el vínculo de la paz y la conciencia de ser una única comunidad o «Kahal». Esta porción nos revela la importancia de crear unidad como parte de nuestro trabajo espiritual por lo que debemos buscar despertar el deseo por la unión que nos permite velar por los demás. La unidad es fundamento de la Shalom (Paz).
Leyendo el libro del Zohar me encontré con la explicación de que la parashá «Vayakhel» revela a los israelitas que cada uno de los seres humanos venimos a este mundo con una falsa vasija (idea) mental; es decir, que creemos que estamos separados los unos de los otros. Así, la tendencia será que cada quien viva su vida, cada quien resuelva cada circunstancia como pueda, cada quien estudie lo que mejor cree que le viene bien, cada quien busque el trabajo que le plazca, cada quien trate de hacer una familia propia, etc. Es decir, cada quien viva a su manera. De este modo, todo eso se convierte en un relativismo personal por medio del cual cada quien establece la manera de medir sus éxitos y fracasos. Así es la praxis de la mentalidad reptiliana que los hebreos habían aprendido en Mitzrayim (Egipto).
Siendo así, y sabiendo que de acuerdo al propósito eterno de Dios revelado, en algún momento los hebreos debían unificarse en la consciencia, para convertirse en un reinado de sacerdotes para el Eterno (Éxodo 19:6), ¿cómo podrían conciliar la vida de cada quien (y su unicidad) en una misma cosmovisión? ¿Cómo podrían unirse cuando tenían una real consciencia de separación, demostrada en el pecado del becerro de oro? La respuesta divina es congregándose.
La parashá Vayakhel explica que los israelitas comprendieron a través de la enseñanza mosaica que los seres humanos, en el diseño divino original, venimos a este mundo a esculpir a Malkut. Venimos a construirla, ese es el objetivo mesiánico de cada vida humana.
¿Qué es Malkut? Es el Reino de la nobleza humana; es el sueño de todo ser humano sobre una vida ideal. Permítanme explicar mejor esto que estoy diciendo. Desde que nacemos queremos Luz, pero como nacemos con la consciencia de separación, confundimos el deseo de Luz con el deseo de cosas materiales, así que comenzamos a crecer y, paralelamente, crece nuestro deseo de más cosas. Por ejemplo: de bebé queríamos un juguete específico, y ya adultos queremos un auto de tal marca y/o modelo, o anhelamos una casa de ciertas características. A eso se le llama agrandar nuestra vasija, que es lo mismo que agrandar nuestra capacidad de deseo. Sin embargo, viene el Eterno, a través de Su Sabiduría en la Torah, y nos dice que todos esos anhelos que tenemos están intentando llenar a una falsa vasija. ¿Cómo podemos saber que esto es cierto? Porque nunca estamos satisfechos.
Lo cierto de esto es que una vez que logramos la casa y el auto, nos sentimos contentos por un tiempo, y luego surge de nuevo la insatisfacción. Cuando esto sucede, aparece un nuevo anhelo o reto y nos movemos hacia donde sea para lograr satisfacer lo que sea que surja como deseo. Mientras estemos en esa etapa, estamos llenando a la falsa vasija. Los sabios llaman a esta falsa dinámica de vida: supervivencia.
Lo que no hemos entendido (porque nadie nos los dijo antes), es que cuando en lugar de llenar la falsa vasija llenamos la vasija real, entonces la etapa de supervivencia se llena sola, sin que tengamos que hacer todos los esfuerzos que hacemos (Mateo 6:33).
La pregunta que surge es ¿cómo llenamos la vasija real? ¿De dónde la sacamos?
La Torah, en sus códigos de sabiduría, revela que la vasija real está muy unida a la vasija falsa (el 1 y el 99% de la existencia), y lo único que nos hace falta es “apuntar” al lado correcto. Hacer Teshuváh, es decir, regresar a la Fuente. Esto se logra afinando nuestros anhelos a fin de elevar nuestro deseo. Tenemos que aprender que no queremos la casa ni el auto, sino la satisfacción (la Luz) que ello nos proporciona para sentir que nuestra familia vive en mejor nivel de parnasah (sustento) y shelemut (plenitud).
Por lo tanto, mientras más claro tengamos en nuestro interior que lo que queremos es adhesión con el Creador, y esta meta sea cada vez más clara para nosotros, más Luz entrará a la vasija real (nuestra alma enfocada a la Intención del Eterno). Así pues, todo lo que haremos será perseguir esta Luz Infinita, y procuraremos que las chispas de la misma escondida en las cosas nos sean otorgadas. Ahora bien, ya hemos aprendido que la Luz sólo la obtenemos cuando anhelamos otorgársela a otros. Siendo así, al querer sólo la adhesión con el Creador, nos convertimos en una “máquina” de dar.
Pero, ¿qué tiene que ver todo lo anterior con congregarnos? Líneas arriba, expresé que el objetivo de nuestra existencia en este mundo es construir a Malkut. Sin embargo, el secreto está en que nosotros no estamos aquí para construir nuestro propio Malkut, sino para construir el Malkut de los otros. A eso se le llama Malkut Elokim (Reino de Dios). Por ello, congregarse es encontrarse, es reunirse con gente que tiene nuestros mismos objetivos, porque juntos es como somos más fuertes. Juntos, conseguimos ser unánimes en el esfuerzo de unir los pedazos de la vasija real y manifestarla con el nombre que el Eterno le ha concedido: Israel, Su Esposa.
Para lograr unificarnos, tenemos que vencer a una fuerza opositora llamada división o fragmentación. Si una sola persona quiere levantar un ladrillo, hace mucho más esfuerzo que si tiene a otra que le ayude, ¿cierto? Ese es el principio de ser un equipo. Pues bien, tenemos que lograr ser un equipo en todos los ámbitos de nuestra vida.
La importancia de esto es poder entender que la suma de chispas de luz que se conducen al unísono, es decir que marchan todas juntas, es capaz de ejercer el control de la mente sobre la materia. Es como cuando vemos a un grupo de pájaros que vuelan todos juntos, al mismo ritmo y en la misma dirección. Uno guía al otro, y juntos parecieran que bailaran al ritmo de una misma melodía porque cuando existe una comunidad se crea una conciencia grupal extremadamente fuerte.

Bandada de estorninos en plena danza de unidad
Una persona sola puede quebrarse fácilmente, pero cuando es apoyada por otros entonces entonces se sostiene y enfrenta los problemas con determinación. Así lo expresaba el sabio rey Salomón al escribir:
«Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero !!ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.»
(Eclesiastés 4:9-12)
¿Cuál es la parte difícil de conformar una Comunidad? Tolerarnos. Es decir, aceptar las diferencias en amor, entendiendo que el otro solo me muestra mi parte oscura o la luminosa, todo depende de lo que yo vea en él. Es aceptar que cuando veo en el otro la oscuridad en realidad estoy resonando con mi propia oscuridad interna, pero si veo en él la luz, es mi propia luz la que se está proyectando. Sin embargo cuando pertenecemos a una comunidad con un objetivo egoísta, es decir, de sólo recibir, de ver lo que la comunidad me puede aportar, de cómo puedo aprovecharme de ella para mejorar mi vida, entonces el HaSatán se infiltra a través de ese egoísmo para dividir, separar y destruir. Es así como vemos división entre vecinos, amigos, razas, socios de un club, etc.
¿Por qué la Torah, en su sabiduría, nos explica que la pareja en alianza (matrimonio) es fundamental para el crecimiento personal?
Porque dicho diseño es la manera mas fácil de enseñar a la humanidad la metodología correcta para construir el Malkut de la persona a quien se ama. El hecho de amar a alguien nos facilita la cosa porque nos da el combustible. Cuando un ser humano no sabe lo que es habitar en matrimonio (sea por la razón que sea) es como consecuencia del «midáh keneguev midáh» (medida por medida) que se está pagando, y que debe recibir tikun (rectificación). Tenemos que saber que lo que hay que hacer, en ese caso, es un esfuerzo mayor, que consiste en renunciar al egoísmo para poder construir el Malkut del otro, sin recibir nada a cambio. La misma actitud que existe en una pareja en alianza es la que debe imperar en las almas de los redimidos que se convocan y encuentran en la Mesa de Comunión del atardecer del Shabat.
La historia de la construcción del Mishkán nos enseña que una de las tareas más importantes y difíciles que enfrenta un ser humano, es encontrar una comunidad que funcione armónicamente, ser el líder y construir una nueva congregación o participar en forma proactiva dentro de una comunidad que pueda lograr cohesión y unidad, y desde allí estimularse a transformar el mundo a través de las buenas obras que otorgan los mitzvot (mandamientos) de la Torah.
El asunto, en esta porción, radica justamente en comprender y aceptar secreto de construir el Mishkán (Tabernáculo): un sitio de encuentro en donde todos podamos elevarnos. Nuestras asambleas justamente se convierten en eso cada atardecer de los días sábados, pues muchos de ustedes esperan con ansias la shiur (lección) o catequesis de la semana para estudiarla y meditarla corporativamente. Cada uno de ustedes siente que congregarse es un medio celestial que otorga una visión más clara de la Luz que buscan. Y por eso, contra viento y marea, trabajan todos los días de la semana en la construcción de ese Tabernáculo. Es decir, se enfocan en que debe llegar Shabat, y el mismo debe ser finalizado en asamblea, como la Novia que procura ataviarse para su Novio con las mejores galas.

Así tiene que ser los días de nuestra vida, amigos: desde el primero hasta el sexto día se trabaja en la construcción del Mishkán (en donde quiera que éste se pose). Sólo en Shabbat descansamos, porque ese día el Tabernáculo se eleva a las dimensiones celestiales de Binah, donde todo se renueva y hace posible. Es como si el domingo el obrero comienza a construir un muro del castillo, y el viernes lo termina. Cada semana hay una parte del castillo que construir: a veces no logramos ni poner un ladrillo o nos quedamos a la mitad, pero cada vez vamos afinando nuestra técnica para que podamos concluir la obra con éxito. Sinceramente, aunque la comparación es grotesca, siento este encuentro en Shabbat como si fuera una gallina que se posa en su nido (se asienta para empollar, dándole calor a sus huevos).
Por eso la Torah nos enseña por medio de esta porción (Vayakhel) que el primer paso para formar una comunidad es, antes que nada, tener un objetivo claro y definido que sea común. Luego, basado en eso, se establece el sistema de valores del grupo. Por lo tanto, en función de eso debemos encontrar las personas afines que quieran unirse a esos objetivos y valores, de modo de crear el entorno que nos ayude a lograrlo. Y sobre todo, lo que no puede faltar para poder crear una comunidad es el rigor de Guevurah, porque para que funcione, es necesario crear leyes o un sistema de control, para que ninguno de sus miembros abuse de los recursos o de los otros miembros. Es justamente el rigor de Guevurah lo que permite entender por qué somos talmidim (discípulos) o gente que acepta la disciplina que impone el Maestro que hemos escogido para recibir los códigos de la Instrucción.
El asunto es que bajo estos principios el Creador, nuestro Abba, creó este mundo y nos dio la Torah como el sistema de valores que debemos seguir. Todo lo que tenemos que hacer es imitar este modelo para cualquier cosa que hagamos. De esta manera podremos sentirnos estimulados a perseguir la unificación con el Creador, como la prioridad de nuestra vida, por encima de todos los obstáculos que se nos pueden presentar cada día.
Queridos amigos, la demanda que nos implanta la porción de esta semana es hacer de cada aspecto de nuestra vida, un lugar de congregación para los otros. El lugar de trabajo, las reuniones sociales, la familia, etc., constituyen oportunidades para construir el Mishkán del Eterno, y el Malkut de otro, y esto sólo se puede hacer cuando damos Luz. La Luz no es otra cosa que satisfacción de propósito en la mente y el corazón.
