Por P.A. David Nesher
“Estos IGNORAN VOLUNTARIAMENTE, que en el tiempo antiguo fueron hechos POR LA PALABRA DE DIOS, los cielos y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el MUNDO DE ENTONCES PERECIÓ ANEGADO EN AGUA”.
(2 Pedro 2: 5-6)
En los libros del, teológicamente denominado, Nuevo Testamento encontramos muchas referencias al Diluvio universal. Esto nos obliga a considerar cuál era la cosmovisión que tenían las primeras comunidades de discípulos de Yeshúa respecto a este evento.
Evidentemente, tanto los apóstoles, como los discípulos que ellos hacían, tenían el mismo mensaje de proclamación a la hora de advertir.
Lo primero que encontramos es que en el mensaje escatológico del Mesías, este evento tenía mucha importancia a la hora de considerar los días postreros. Primeramente diré que al mencionar que sería como en los días de Noé, nuestro amado Señor estaba mostrando que el libro de Génesis es un relato histórico y genuino.
Nuestro Señor Yeshúa habló claramente sobre esta catástrofe cuando se refirió a su regreso a la Tierra. Podemos leer en lo que Él dijo:
«La venida del Hijo del Hombre será como en tiempos de Noé. Porque en los días antes del diluvio comían, bebían y se casaban y daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no supieron nada de lo que sucedería hasta que llegó el diluvio y se los llevó a todos. Así será en la venida del Hijo del Hombre«
(Mateo 24:37-39)
En segundo lugar, es evidente que en el mensaje de nuestro Amado estaba la conciencia de que al igual que en los días de Noé, Dios tiene preparado un día exacto para castigar eternamente a todos los impíos (Apocalipsis 20:11-15).
Por estos énfasis proféticos del mensaje mesiánicos, sus emisarios o apóstoles también mantuvieron estos lineamientos en el kerigma (proclamación) y la doctrina apostólica con la que guiaban a las primeras comunidades por el mundo conocido.
Podemos ver que la referencia al Diluvio que hacen los escritores neotestamentarios servía a sus lectores como advertencia de que el Eterno es el Justo (Tzadik) Juez de todo el mundo y que castigará inexorablemente el pecado y librará de la prueba a todos los piadosos de la Tierra (2 Pedro 2: 5-9).
Los apóstoles y sus discípulos aseguraban al proclamar que en el tiempo de Noé, Yahvéh destruyó al mundo prediluviano con agua, pero en el futuro lo hará con fuego (2 Pedro 3: 4-14). Ellos sabían que esto será el preludio para establecer un nuevo orden, en el que morará la Justicia.
Para la Asamblea de primogénitos de los primeros siglos el carácter repentino e inesperado del Diluvio ilustra la manera en que ocurrirá la Segunda Venida de Cristo, y enseña que el creyente debe estar preparado en todo momento para aquel día (Mateo 24: 36-42).
Interesante es también señalar que el apóstol Pedro vio un paralelo entre el bautismo en agua del neo-nacido en Cristo y la salvación de Noaj y su familia en medio de las aguas (1 Pedro 3:20-22). Los primeros discípulos interpretaban que el agua simboliza el juicio de Dios sobre el pecado como su resultado la muerte. El bautismo significa que el creyentes se une espiritualmente a Yeshúa en su muerte y resurrección. Al igula que Noaj en el arca, el creyente en el Mesías pasa ileso por las aguas de juicio y muerte para habitar en una nueva creación. En el Gólgota todas las fuentes del gran abismo fueron rotas, y las aguas del juicio subierno sobre el Mesías, ofrecido voluntariamente como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Por ello, ninguna gota de condenación alcanza al creyente pues el Eterno, en Su Hijo ha cerrado la puerta de la vieja naturaleza.
El arca era la única vía de escape que el Eterno proveyó para la humanidad contemporánea de Noaj, y había solamente una puerta para entrar en dicha nave de salvación(6:16). Yeshúa utilizó la analogía de la puerta para enfatizar el hecho de que él es la única entrada en el Reino de Dios. Él dijo: «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos» (Juan 10:9). Teniendo esto en mente el apóstol Pedro proclamo: «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12). Para las primeras comunidades de discípulos estaba bien claro que todos pueden venir al Eterno, pero sí o sí deben hacerlo a través de la única puerta de salvación: Yeshúa, el Mesías.
Interesante es conocer que en los primeros siglos de las comunidades del Mesías se interpretaba la palabra hebrea de Génesis 6:14 zettet, no como «calafatear» sino como «cubrir». Esto es porque en ninguna parte de los Libros del Antiguo Pacto está traducida «calafatear», sino que más bien en todos lados se traduce «hacer expiación.» Los discípulos de los primeros siglos entendía que el arca fue cubierta tanto adentro como afuera para quedar a prueba de agua. De igual modo los hijos del Eterno hemos sido protegidos de la ira de Dios por la perfecta cobertura que viene de Yeshúa, nuestra arca de Salvación. Nuestro abrigo de la ira de Dios se encuentra solamente debajo de la sangre del Mesías. Tal y como el apóstol Juan lo dice:
«pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado«
(1 Juan 1:7)
También el apóstol Pablo asegura:
«Él (Yeshúa) se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras...»
(Tito 2:14)
Nosotros, debemos discernir que en nuestras días existe una urgencia celestial para que más seres humanos entren en el arca. Una vez que se cierre la puerta, nadie más puede entrar.
«Los que entraron eran macho y hembra de cada especie, como le había mandado Dios; y YHVH le cerró la puerta«
(Génesis 7:16)
Hoy, al igual que las primera comunidades tenemos que descansar en la certeza de que hemos sido redimidos «sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (I Pedro 1:19). Esa es la única cobertura que nos protege de la ira de Dios. Desde esta convicción debemos convertirnos como Noaj en pregoneros de justicia, tal y como los primeros discípulos procuraban día a día ser.
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