Al salir del arca Noaj (Noé) entró en un mundo purificado por la Justicia divina; figurativamente era una nueva creación, y por lo tanto, él y su familia tenían la misión de iniciar una nueva humanidad que se conformara a los designios del diseño original de Yahvéh.
Al concluir el Diluvio, el proceso de juicio reveló cuál fue la intención del Eterno al actuar así sobre el planeta. Con la desaparición de lo Nefilim (clones surgidos de la mezcla de ángeles y mujeres cainitas), y de los héroes anti-Mesías, se reafirmó el dominio original de los seres humanos sobre la Tierra.
Por tal motivo, Noaj, al salir del arca, lo primero que hace es reconocer el favor inmerecido de Dios (Su Gracia benevolente) construyendo un altar y ofreciendo en él holocaustos (Gén. 9:20). El agradecimiento por la liberación redentora fluía de tal modo en los corazones de aquellos escogidos que consagraron en este acto de adoración sus vidas al Eterno para asegurarse éxito en el futuro que les esperaba.
El holocausto (hebreo olá) es la ofrenda totalmente dedicada a Dios. Lo que se ofrece, se pone en el altar y se quema en su totalidad convirtiéndolo en humo que sube hasta los cielos, simbolizando la Presencia de Dios. Esta ofrenda indica el reconocimiento del favor inmerecido de Dios y la dedicación total del ofertante al Eterno (Levítico 1: 1-17).
Por esto, el Eterno acepta con agrado la ofrenda de Noaj y decide hacer un pacto de nueva relación con la creación y particularmente con la humanidad, su representante ante aquella.
estableció el nuevo orden dando provisiones básicas por las cuales la vida del hombre se regirá en Tierra después del diluvio:
- Para dar seguridad a todos los humanos prometió que las estaciones del año quedarían restablecidas para siempre, asegurando, por medio de ellas, estabilidad y sustento (Hechos 14: 16-17).
- Instituyó la Ley de Siembre y Cosecha (Génesis 8:22)
- Reiteró el mandamiento de que el hombre se multiplicara.
- Confirmó el dominio sobre los animales dándoles permiso de comer su carne pero no su sangre.
- Estableció la pena capital.
- Hizo pacto con el hombre prometiendo que jamás volvería a destruir la Tierra por medio de un Diluvio (Génesis 8:21).
El Eterno, a través de este pacto, tuvo la bondad de permitirles añadir la carne animal a su dieta. Sin embargo, tenían que reconocer que la vida de todo animal que mataran para comer pertenecía a Dios, y debían demostrarlo derramando la sangre en el suelo como agua. Este era un modo de devolverla a Dios y no utilizarla para propósitos personales. (Deuteronomio 12: 15- 16).
¿Por qué se prohibió comer la sangre?
«… Pero no deberán comer carne con su vida, es decir, con su sangre»
(Génesis 9:4)
Yahvéh aquí es bien claro al decir que la sangre debe ser drenada antes de comer. La sangre es el elemento físico contenedor o sede de la energía vital que la Vida confiere al ser humano y los animales. La sangre está tan enlazada con los procesos de la vida que en la Biblia asegura que el alma está en la sangre.
El Eterno es la fuente de la vida. (Salmo 36:9.) El hombre no puede devolver una vida que haya quitado. “Todas las almas… a mí me pertenecen”, dice Yahvéh. (Ezequiel 18:4.) Por lo tanto, quitar una vida es quitar la propiedad de Dios. Todo ser vivo tiene un propósito y un lugar en la creación de Dios.
Por ello, la sangre es tomada como símbolo de la vida, que solamente el Eterno puede dar. Esa es la razón por la que el ser humano debe entender que la sangre le pertenece a Dios y el hombre no debe tomarla. Esta prohibición permitió preparar la conciencia de la humanidad en el significado de la expiación mesiánica:
«Porque la vida de toda criatura está en la sangre. Yo mismo se la he dado a ustedes sobre el altar, para que hagan propiciación (expiación) por ustedes mismos, ya que la propiciación se hace por medio de la sangre.»
(Levítico 17: 11)
La sangre representa así una vida entregada obedientemente a la muerte (Levítico 17: 10-14). Para ampliar este tema pueden ver también Deuteronomio 12:15-16 y 20-25). La vida de un animal derramada sobre el altar de los sacrificios, fue aceptada por Dios como una muerte sustitutiva por la vida de un pecador culpable, que merecía la muerte, pero que se le permitió vivir por el sacrificio. La sangre de un holocausto mesiánico cubre los pecados. Pero, claro está, que la sangre de los animales podría cubrir, por supuesto sólo figurativamente, los pecados. La realidad representada por la figura fue el sacrificio del Cordero de Dios, Jesús (Yeshúa) el Cristo (Mesías), que se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo (Hebreos 9:26).
Lo primero que Yahvéh señalará en su trato con esta nueva humanidad, establecida en Noaj y sus hijos, será el concepto de la santidad de la vida, y la responsabilidad de cada ser humano de trabajar por la valorización de la misma. Aquí el Eterno se le revelará al hombre como el principal defensor de la vida, y así le mostrará que todo ser humano debe ser un aliado divino en la defensa de la misma.
Toda sangre que es la vida le pertenece al Eterno, pero por sobre todo la sangre del hombre a quien hizo a Su imagen para que se conformen a Su semejanza (Génesis 1: 26; 9:6). Arrancar una vida humana es violar la imagen de Dio en el ser humano que debería ser respetada y reverenciada. La vida, aun la prenatal en todas sus faces, siempre es un milagro, y por lo tanto, nadie debe creer que tiene el derecho de derramar sangre de un semejante inocente. La vida es la herencia que el Eterno le dio al hombre, por lo tanto este está obligado a cuidarla y defenderla en sí mismo y en su entorno.
No se puede derramar la sangre del ser humano impunemente, pues el Eterno pedirá cuenta al hombre o animal que que atente contra la vida de un ser humano:
«El que derrame sangre de hombre, por los hombres su sangre será derramada, porque a imagen de Elohim hizo Él al hombre»
(Génesis 9:5-6).
Así Yahvéh establece la pena capital (o de muerte) para el homicida y la ejecución de este la dejará en manos de las autoridades humanas competentes. Esta medida afirma la santidad de la vida y evita la violencia destructiva innata en el ser humano.
De este modo, el Eterno dejará claro que el hombre tenía el derecho de disfrutar de la vida que Dios le había concedido, y cualquiera que le privara de esa vida sería responsable ante Dios. Esto ya había quedado revelado cuando Dios dijo al asesino Caín: “La sangre de tu hermano está clamando a mí desde el suelo” (Gé 4:10). Debido a este punto de vista de Dios sobre el valor de la sangre, se sabía que la sangre de una persona asesinada contaminaba la tierra, una contaminación que solo podía expiarse si se derramaba la sangre del homicida. Tomando esto como base, la Biblia autorizaba la pena capital para el asesino, la cual se ejecutaba mediante la autoridad debidamente constituida. (Números 35:33; Génesis 9:5, 6.)
Esto prepara el escenario para los fundamentos del Gobierno Civil o humano. Bajo el pacto de Dios con Noaj, la pena de muerte era obligatoria por el delito de asesinato. El objetivo divino de esta pena será castigar al asesino. La gente de hoy se distrae en el debate de la rehabilitación. ¿En verdad, la prisión tiene que rehabilitar al asesino? Aquí, el Eterno revela que esa no es la cuestión. En el Israel antiguo no estaba permitido aceptar ningún rescate para librar de la pena de muerte a un asesino deliberado. (Número 35:19-21, 31.)
En esencia, vemos que el nuevo orden que se estableció por medio de este pacto garantizaba la estabilidad de la naturaleza esencial de todas las cosa. Esto ayudó a garantizar el orden estable para el desarrollo de esa nueva humanidad que estaba comenzando.
Los descendientes de Noaj conocieron que el derecho civil o humano era necesario para la estabilidad de la vida y que la maldad no debe quedar impune, como fue antes que las aguas diluvianas destruyeran el viejo orden. Con este fundamento de lo civil el ser humano desarrolla una conciencia con sentido de responsabilidad total por el sistema y decide tener un interés mucho mayor en el mantenimiento de la justicia y hacer cumplir las leyes. En otras palabras, Yahvéh, nuestro Elohim ha decidido que el ser humano aprenda el valor y el ejercicio de la justicia. Él nos ha entregado pero la responsabilidad se ha dado a nosotros y somos libres de tener éxito o fallar.
Con el tiempo, a través de Moshé, el Eterno reveló en Su Instrucción, que incluso si alguien odiaba a su hermano hasta el grado de desear verlo muerto, o lo calumniaba o daba un falso testimonio contra él con el objeto de poner en peligro su vida, se hacía culpable de la sangre de su prójimo. (Levítico 19:16; Dt. 19:18-21; 1Jn 3:15).