Por: P.A. David Nesher
«Toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas, conforme al mandamiento de Yahvéh, y acamparon en Refidim; y no había agua para que el pueblo bebiese.
Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron:
Danos agua para que bebamos.
Y Moisés les dijo:
¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Yahvéh?
Así que el pueblo tuvo allí sed, y murmuró contra Moisés, y dijo:
¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?
Entonces clamó Moisés a Yahvéh, diciendo:
¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán.
Y Yahvéh dijo a Moisés:
Pasa delante del pueblo, y toma contigo de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano tu vara con que golpeaste el río, y ve.
He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo.
Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel.
Y llamó el nombre de aquel lugar Masah y Meriba, por la rencilla de los hijos de Israel, y porque tentaron a Yahvéh, diciendo:
¿Está, pues, Yahvéh entre nosotros, o no?»
(Éxodo 17: 1-7)
En mis encuentros con las Escrituras Sagradas, este relato siempre me ha permitido la profunda meditación en mi amado Yeshúa. Fue el apóstol Pablo quien desde su pluma, guiada por el Espíritu Santo, implantó en mi mente y corazón mi devoción por este pasaje. Él menciona esta historia en su primera epístola a los creyentes de Corinto, cuando dice que los israelitas “todos comieron la misma vianda espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo. Mas de muchos de ellos no se agradó Dios; por lo cual fueron postrados en el desierto” (1 Corintios 10:3-5).
Para entender bien, el profundo mensaje mesiánico de este relato, debemos recordar que cuando Israel vagaba en el desierto se estaba produciendo un ensayo de la fe. Yahvéh los estaba capacitando en el ejercicio de la emuná (Fe) a fin de simplemente confiar en Él para todas sus necesidades materiales. Era un proceso de aprendizaje lento y doloroso. El desierto debía la zona académica que los hiciera transitar de la mentalidad servil que implanta la esclavitud, a la mente de servicio que tiene todo sacerdote. El reinado de sacerdotes que Yahvéh quería formar estaba ya en marcha, y esta «universidad celestial» (el desierto) debía producir seres humanos totalmente mesiánicos, es decir, capacitados para unir lo invisible con la Tierra y provocar reparación (tikún).
Teniendo en cuenta esto, vemos que Israel hizo exactamente lo que Dios mandó, siguiendo la columna de nube y de fuego; pero no había agua para beber. Era el Eterno mismo quien los guió a esa situación. Estaban en la voluntad perfecta de Dios pero en un tiempo difícil. Esto nos enseña que es posible estar completamente dentro de la voluntad de Dios y aún así estar en la temporada de grandes problemas.
Israel acampa en ese punto y ahora altercan con Moisés, no por alimento, sino por agua. De acuerdo a la ciencia, y a la propia experiencia humana, la sed es el apetito más vehemente, por eso es que ellos muestran más ansiedad y seriedad por el agua que por el pan (como lo relata el capítulo anterior). Además, viajar por jornadas les daría a los israelitas tiempo para descansar y refrescarse. En cada parada necesitarían una fuente de agua significante, ya que la gente y los animales requieren grandes cantidades de agua cada día. Era demasiada, por lo tanto, imposible de cargar. Por esto, comprendemos que el Eterno mismo los condujo a esta situación a fin de capacitarlo en el ejercicio del poder de la emuná (fe).
“…Y altercó el pueblo con Moisés…” Frase que describe y destaca que los hijos de Israel “tentaron” al Eterno al poner a prueba su paciencia y despertar su santa ira debido a su continua falta de fe y de gratitud. Toda su historia de peregrinaciones por el desierto es una historia de provocación. Lo que es asombroso para nosotros, es la longanimidad de Yahvéh con los israelitas, que “tentaron y enojaron al Dios Altísimo” (Sal. 78: 56). Repetidas veces “provocaron la ira con sus obras” (Sal. 106: 29), “murmuraron en sus tiendas” (Sal. 106: 25), “se rebelaron junto al mar” (Sal. 106: 7) y “tentaron a Dios en la soledad” (Sal. 106: 14).
Interesante resultará aquí agregar que la palabra hebrea rib, traducida aquí como «altercó«, a menudo se usa en sentido legal para describir una queja formal. En este caso, la gente presenta su queja ante Moisés, exigiendo que les de agua para beber. Sin embargo, según el salmista, este altercado lo describe como el endurecer de sus corazones igual que se endureció el corazón de Faraón (Salmo 95:8).
Cuando tenemos un problema es mucho más fácil el culpar a alguien que el pensar el problema cuidadosamente y en el espíritu. En esta situación Israel pudo pensar, “Estamos en un desierto; no es de sorprenderse que no haya mucha agua aquí. Necesitamos buscar a Dios para satisfacer esta necesidad.” Pero en lugar de eso, ellos culparon a Moisés y no hicieron nada para ayudar con el problema.
En cambio, Moisés siempre llevaba sus dificultades al Señor (Ex. 15: 25; 32: 30; 33: 8; Núm. 11: 2, 11; 12: 13; 14: 13-19). Por experiencia propia había aprendido a tener confianza implícita en Aquel que lo había llamado a ser el jefe de su pueblo, y siempre que llegaba al límite de la sabiduría humana, encontraba un Auxiliador siempre listo para asistir providencialmente.
Así pues, vemos a Moisés llevando el caso a yahvéh, deseando castigar a todo el pueblo por su rebelión contra él y el Altísimo. Moisés apela al Eterno con el deseo de que haga justicia en ese momento en contra de ese pueblo infiel. Pero vemos a Yahvéh darle a Moisés una extraña orden. Dios le dice:
“Pasa delante del pueblo, y toma contigo de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano tu vara con que golpeaste el río, y ve. He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo.”
¡Sorprendente es el amor perfecto del Eterno! En lugar de descargar Su ira sobre ese pueblo rebelde y terco, Él decide una vez más revelar Su misericordia. Yahvéh le revela a Moisés que desea darle de beber a Su pueblo. Pero, en lugar de darle permiso al líder para castigar a los rebeldes, le dice que golpee la peña. Es decir, Dios le estaba ordenando a Moisés que en lugar de castigar a Israel, golpeara y castigara a la peña. Pero, lo más impactante de esta orden es que Dios le dice, ” yo estaré delante de ti allí sobre la peña.” Yahvéh estaría sobre la peña que iba a ser golpeada por Moisés. El Señor mismo recibiría el castigo que debió recibir el pueblo de Israel. El Eterno revelaba que estaría sobre la peña en sustitución de Su pueblo. ¿No impacta esto tu corazón?
No cabe duda que este era un milagro con propósito. Al golpear la peña Moisés actuó el drama que quizás él no entendió. Yahvéh estuvo en lugar de Israel sobre la peña, para recibir el castigo que este pueblo merecía por sus rebeliones. De la misma manera Cristo estuvo sobre la cruz, en sustitución de Su pueblo, para cargar sus pecados y recibir el castigo que la humanidad merecía. Por ello, el apóstol Pablo escribió de Israel en el Éxodo: «y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo» (1 de Corintios 10:4). El apóstol describe este hecho como una sombra de Aquel que habría de venir, ya que cuando Yeshúa fue golpeado, la Buena Noticia dice que agua viva fluyó para que todos la recibieran.. He aquí un tipo del Mesías, ‘golpeado, herido de Dios, y afligido’ (Isaías 53:4; 1 Corintios 10:4). El Mesías fue golpeado con la vara de Moisés – la maldición de la ley – y a través de Él fluyó agua para satisfacer nuestra sed espiritual de cosas sobrenaturales.
La palabra que ha sido traducida aquí como “peña” es el hebreo “tsur” que significa “roca”. Esta roca era el Mesías. En el libro de Números se habla de nuevo de esta roca, a la cual Moisés tenía que hablar, no golpear, para que saliera agua (Números 20:8-11). Esto nos enseña que el Mesías fue golpeado sólo una vez. Ese golpe produjo agua para todo el pueblo de Israel. Pero, si golpeamos a Mashiaj otra vez no podremos entrar en la tierra prometida. Por ello, el autor de la epístola a los Hebreos remarcará:
“Porque en el caso de los que fueron una vez iluminados, que probaron del don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, que gustaron la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, pero después cayeron, es imposible renovarlos otra vez para arrepentimiento, puesto que de nuevo cuelgan en un madero para sí mismos al Hijo de Dios y le exponen a la ignominia pública”
(Hebreos 6:4-6)
Insisto en la esencia de esta revelación. La roca ya había sido golpeada. Una vez que la roca había sido golpeada, ya no era necesario golpearla de nuevo. Cristo sólo debía morir una sola vez por Su pueblo:
“… que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.«
(Hebreos 7: 27)
El Mesías es, pues, nuestra roca, golpeada una sola vez para que nosotros recibiésemos aguas vivas espirituales. Eso es lo maravilloso de nuestro Redentor. Fue necesario golpearlo una sola vez, pero luego sólo se requiere que se le hable para que nos provea de aguas vivas que refresquen nuestras almas. Por eso, se entiende que Moisés, la segunda vez, no sólo desobedeció la orden del Eterno, sino que destruye esa tipología establecida por Yavhéh para enseñarle a Israel cómo sería la obra mesiánica, por lo cual fue castigado con no entrar en la Tierra Prometida.
Volviendo a la cosmovisión paulina del Mesías, el apóstol Pablo llama al agua “bebida espiritual” disfrutada por Israel en el desierto. Él definitivamente asegura, lo que por siglos los sabios habían sostenido, que el Mesías fue la fuente del agua sobrenatural que salvo a los israelitas de perecer en Refidim. El teólogo A. T. Robertson dice: “Los rabinos tenían la explicación que el agua siguió realmente a los Israelitas por cuarenta años, en una forma de un fragmento de roca de quince pies de alto que seguían al pueblo y de la cual ellos tomaban el agua.” Es decir que la provisión de agua en la roca ocurrió desde el inicio y a lo largo de todo su viaje en el desierto (17:1-7; Núm 20:1-13). Pablo llega a la conclusión de que Cristo los seguía a ellos por todo el desierto proveyéndolos de agua para beber. Todos los israelitas en el desierto comieron el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual. Ellos estuvieron tomando de una roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.
Años después, cuando Israel ya estaba instalada en la tierra, recordó la provisión del Eterno en el desierto en la Fiesta de los Tabernáculos, ellos tuvieron una específica ceremonia donde ellos recordaron este milagro del agua de la peña, como un acto de salvación divina. Es justamente en ese exacto contexto festivo que Yeshúa proclamó: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.» (Juan 7:37-38). El agua viva de la cual el Mesías habló era el Espíritu Santo (Juan 7:39); no es un milagro menor que el Eterno traiga el amor y poder del Espíritu Santo de nuestros corazones que lo es el sacar agua de la roca. Después de todo nuestros corazones pueden ser igual de duros.
De Yeshúa, el Mesías, golpeado mana una corriente sobrenatural de vida para siempre. Esta corriente sale en virtud de Su expiación y su gracia, acompañando a los hijos de Dios allí donde peregrinan día a día. El mensaje es claro y maravilloso; cualquiera sea el desierto que los primogénitos transiten, Cristo los seguirá y fortalecerá. La eficacia de la obra en Su sangre, la luz de su gracia, el poder de su Buena Noticia (evangelio), les acompañará en todas sus millares de peregrinaciones. En Él siempre habrá bebida espiritual para fortalecerse y continuar hasta alcanzar el premio del supremo llamamiento de Dios, en Cristo Jesús.