En el Monasterio de Alcobaça, ubicado a 88 kilómetros de Coimbra, en Portugal, se oculta la puerta más estrecha del mundo. Mide 2 metros de alto por 32 centímetros de ancho. Son una dimensiones ridículas, pero tiene una explicación.
La Abadía, es la primera obra gótica erigida en suelo portugués. Su construcción comenzó en 1178 por los monjes de la Orden del Císter. Es considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1989, y el 7 de julio de 2007 fue elegida como una de las Siete Maravillas de Portugal.
Cuenta la historia que en el siglo XVIII el Monasterio de Alcobaça tenía una de las cocinas más grandes del mundo; incluso habían construido un canal que desviaba el río para que pasase directamente por la cocina, y así los monjes podían coger los peces directamente del agua.
El caso es que muchos de estos monjes estaban bastante gordos, y la gula es uno de los denominados Siete Pecados Capitales. Así que el abad decidió construir este peculiar puerta tan estrecha en la cocina con una función muy sencilla: no dejar pasar a los gordos.
El abad ordenó que no se sirviese comida. Entonces, y debido a esta disposición, cada monje tendría que ir a la cocina a buscarla si quería comer, pero solo podía entrar si estaba lo suficientemente delgado como para caber por una puerta de 32 centímetros.
Ni que decir tiene, con esta dieta tan radical los monjes comenzaron a adelgazar enseguida, ya que tenían prohibido comer fuera de la cocina. Lo interesante de esta anécdota espiritual de la historia es que este tratamiento infalible contra la obesidad, hasta hoy, no ha sido superado por ninguna dieta.
Cabe aquí decir que en el siglo XIX, cuando Portugal prohibió las órdenes religiosas y los monjes fueron expulsados del monasterio, este método de adelgazamiento tan efectivo no ha vuelto a utilizarse en el Monasterio de Alcobaça.
Anécdota que nos hacen pensar… ¡Espero que no necesites llegar a tener una puerta de estas características para ingresar a la cocina de tu casa!
Al menos 11 millones de personas murieron en todo el mundo en 2017 como consecuencia de una mala alimentación. Los decesos estuvieron ligados con un alto consumo de azúcar, sal y carne procesada, lo que contribuyó a que las personas desarrollaran enfermedades de corazón, cáncer y diabetes, según un estudio global publicado el pasado miércoles.La investigación, publicada en la revista médica -The Lancet-, ha determinado que entre los 195 países estudiados la proporción de muertes relacionadas con la dieta más alta fue en Uzbekistán, mientras que la más baja en Israel. Estados Unidos se encuentra en el puesto 43, China en el 140 e India en el 118.
El consumo de alimentos más saludables, como frutos secos y semillas, frutas y vegetales frescos, leche y granos enteros fue de media demasiado bajo, con mucha ingesta de bebidas azucaradas, carne procesada y sal, factores que han llevado a que una de cada cinco muertes en el 2017 estuvieran relacionadas con una mala dieta. Todos esos productos mencionados son típicos de la dieta israelí.
Tendencias alimentarias El estudio Carga Global de Enfermedad ha estudiado tendencias desde el 1990 hasta el 2017 sobre el consumo de 15 factores dietarios. Chris Murray, director del Instituto de Evaluación y Métricas de Salud (IHME) de la Universidad de Washington, que ha dirigido el estudio, ha señalado que los hallazgos demuestra lo que muchos habían supuesto por años.
«La mala alimentación es responsable de más muertes que cualquier otro factor de riesgo en el mundo», ha afirmado Murray. «Nuestra evaluación sugiere que los factores de riesgo dietario principales son un alto consumo de sodio, o una baja ingesta de alimentos saludables como granos enteros, frutos secos y semillas y vegetales», ha añadido.
El estudio ha hallado que las personas comen apenas un 12% de la cantidad recomendada de frutos secos y semillas -un consumo promedio de 3 gramos al día en comparación con los 21 gramos recomendados- y que bebían 10 veces más la cantidad recomendada de bebidas azucaradas.
Al estudiar los Mishpatim que conforman el denominado Sefer HaBrit («Libro del Pacto» o «Código de la Alianza») tenemos que entender que todos los mandamientos que aquí se registran fueron dados individualmente, no obstante, los veamos agrupados juntos. Esto es así en cuanto a los miztvot dados en esta sección, así como en también en cualquiera otra parte. Es difícil pues, muchas veces, decir qué mandamiento va primero y cuál le sigue más tarde.
El precepto de no cocinar al cabrito en la leche fue dictado en la Torah hasta en tres ocasiones (Ex. 23:19; Ex. 34:26, Deut. 14:21). Según algunas opiniones, ésta, que es la primera, fue para prohibir comer carne con leche y derivados; la segunda vez fue para prohibir el aprovechamiento de esta mezcla, y la tercera prohíbe cocinar estos dos alimentos juntos [Talmud Pesajim 26].
Respecto de dicha mezcla, los sabios de Israel de todas las generaciones, han intentado encontrar alguna razón por la cual fue exigida esta mitzváh, aquí expondremos algunas de ellas.
De acuerdo a lo que hemos aprendido, en la anatomía de la Torah este mandamiento pertenece a la categoría de leyes denominadas «jukim», que definen los preceptos cuyas razones no nos fueron reveladas expresamente.
El sabio y médico Maimónides ve en este mandamiento un precepto de higiene psíquico-físico; Ibn Ezrá, agregará que por eso es un precepto de piedad.
Muchas tribus primitivas consideraban a la leche como un equivalente de la sangre. O sea que para comer, entonces , un cabrito hervido en leche de su madre, quien lo hacía consideraba que lo comía con la sangre de su madre y la energía vital que ella poseía encerrada. Recordemos que por esa razón la Torah prohíbe consumir sangre.
Por dicha razón, el sabio Abarbanel escribe que los pueblos idólatras antiguos lo hacían con el objeto de activar sobre ellos las fuerzas oscuras de la fertilidad, y por eso Yahvéh ordenó esto a fin de que lo israelitas no imitaran dichas costumbres.
Maimónides está de acuerdo también con esto y sostiene que mezclar carne roja con leche era una costumbre pagana que tenía lugar durante las celebraciones de los idólatras. Esta idea de Maimónides ha sido confirmada por algunos descubrimientos recientes de la ciencia arqueológica (los escritos de Ugarit). El rito mágico consistía en cocinar un cabrito en leche de su madre y rociar con ella luego el suelo para hacerlo más productivo por medio de las energías que se suponían las divinidades de la fertilidad hacían descender sobre ellos y su hacienda.
Los sabios Abarbanel y Luzzatto consideran este mandamiento como una medida humanitaria destinada a desarraigar la insensibilidad y la crueldad.
El rabbenu Levi ben Guershon ve en ello una finalidad sanitaria; mientras que Recanatti entiende que la mezcla de carne y leche está incluida en la prohibición de la mezcla de las especies en general (en hebreo: כלאים, «quilaím») . Así mismo, casi todos los sabios aseguran que cuando la Torah menciona “leche” no se refiere sólo a la de la madre sino que abarca la de los demás mamíferos kasher.
Ante todas estas interpretaciones, Ibn Hezra entiende que no escapan a lo correcto, pero insistirá en que es vano tratar de buscar motivos específicos, ya que la razón de los חוקים, «jukim» escapa al intelecto humano. No tienen una explicación razonable, sino que deben ser obedecidas tal como un párvulo obedece a su padre, sin preguntar.
Lo que sí se ha aceptado es que la mitzváh enseña que, así como está prohibido derivar cualquier beneficio de la leche cocinada con carne, está asimismo prohibido derivar cualquier beneficio de los primeros frutos (leer el pasuk como contexto). Leído así, logramos captar que en la circunstancia que la Torah menciona la prohibición dos veces, lo hace después de la orden dada sobre las fiestas … como que Yahvéh estuviera diciendo: «Cuando vengas delante de mí en tus fiestas, no hervirás los alimentos en la forma como los gentiles solían hacer.’’
La mezcla de carne con leche deja de ser kasher; y dado que todo lo que consumimos se transforma en sangre y energía para nuestro cuerpo, es de vital importancia respetar la dieta que Yahvéh ha indicado.
La prohibición de la mezcla de la carne con la leche, es mucho más estricta que cualquier otra ley dietética de la Torah. Y no obstante, que la Torah ni siquiera menciona la palabra “comer” en este precepto, aun así, la puerta se nos cierra y no hay manera en que la carne cocinada con la leche esté permitida. Podría parecer muy difícil comprender por qué una mezcla de carne y leche está prohibida, en tanto que cada elemento por separado es permitido. Sin embargo, es obvio que, si la Torah prohíbe cocinar carne y leche juntas, seguramente está prohibido comerlos juntos. Del Meam Loez compartimos el siguiente apunte: «…Jananía, Misael y Azaría pudieron escapar de muchos problemas porque tuvieron cuidado de no comer “alimento prohibido” (Dan 1:8). Aparte de la otra comida no-kasher, que Nabucodonosor sirvió, él acostumbraba siempre servir leche junto con carne. Esto era servido en cada comida (…) Es por esta razón que fue salvado en la cueva de los leones, ya que Daniel había sellado su boca para no comer cualquier alimento no-kasher, Dios selló la boca de los leones para que no pudieran dañarlo…», [Meam Loez, pág 123].
El autor del libro Tzeror Hammor dice que, de acuerdo con los místicos de Israel, la razón sería el no mezclar «fuerzas«. Es decir, que la finalidad sería el no mezclar «fuerzas opuestas» como las culturas paganas pretendían para dominar el Mundo de Arriba. El Eterno está ordenando no mezclar la «fuerza» del rigor con la «fuerza» de la compasión y viceversa; ya que los estudiosos de estos códigos explican que la carne alude al atributo de “rigor” ( מדת הדין – «middat hadin»), por su color rojo proviniendo de un animal degollado y destazado, mientras que la “leche” representa al atributo de “Jésed” (Benevolencia ilimitada), por su color blanco, al provenir de un animal vivo. De tal forma que si se mezclan estas dos cosas se origina un choque espiritual en los dominios celestiales así como en el alma que ingiere la comida. Los seres humanos en la tierra pueden combinar dichos atributos pero sin mezclarlos sabiendo cuándo uno debe comportarse con severidad y cuándo con misericordia.
Por otra parte, en el color rojo de la carne está simbolizada la idea del pecado (o muerte y corrupción), mientras que lo blanco de la leche representa la idea de la absolución (vida), y por eso hay que separar a ambos. Por esta misma razón, el Eterno ha prohibido la relación conyugal mientras la mujer está en sus días de impureza; YHVH no permite que la “vida” (semen del hombre) se mezcle con el flujo menstrual (tejido muerto), la vida es incompatible con la muerte.
Según el intérprete Rashí, la palabra que ha sido traducida como “cabrito”, en hebreo guedí, y significa una cría de cualquier animal, no necesariamente la cabra, o sea que puede ser también de oveja o de vaca. Por ello, cabe aquí aclarar que aunque la Torah se refiere específicamente a “cabrito”, la restricción se extiende a todos los tipos de carne; vacuna, ovina y caprina. No se incluye pescado y las aves. Sin embargo, por una manipulación farisaica, el judaísmo, mediante un decreto del rabinato babilónico, hizo que el pollo y otras aves recibieran el nivel legal de “carne” con respecto a las leyes de «leche y carne». Más nosotros seguimos lo que las Sagradas Escrituras establecen en su códigos, y no tradiciones humanas.
Yendo a partir de lo expuesto a una generalización que permita una praxis eficaz en nuestra vida cotidiana, entendemos que la carne representa muerte, la leche vida, por lo tanto, la persona de alma misericordiosa no mezcla la vida con la muerte, no tolera macular la pureza con la impureza. La persona misericordiosa, especialmente no soporta el dolor de un hijo con su madre, en pocas palabras, un israelita misericordioso no aprueba la injusticia social en el mundo que habita.
En resumen, notemos que se habla de un cabrito, y no de carne, para que aprendamos que este mandamiento no es solamente algo referido a la digestión, sino eminentemente vinculado a la espiritualidad. Por lo tanto, y para finalizar debo señalar que las leyes dietéticas del kashrut, más que al bienestar físico apuntan primordialmente a asegurar el bienestar del alma redimida. El creyente mesiánico debe aceptar que cada alimento, además de ser un nutriente del cuerpo, lo es también del espíritu. Por eso, la emunáh (fe) en el Eterno debe primar ante preceptos de esta índole de forma incondicional.
Nota:
Seguramente varios de ustedes vienen considerando hacer donativos a este ministerio de enseñanza que el Eterno me ha encomendado. Los mismos serán usados en las actividades sociales que la Fundación Monte Santo realiza con los más carenciados de nuestra sociedad. Si esta intención vibra en ustedes los invito a ponerse en contacto conmigo, a fin de conseguir los datos bancarios para llevar a cabo dichas donaciones.
¡Desde ya muchas gracias y que el Eterno recompense esta consciencia de Terumáh!
La persona promedio pasa por lo menos una hora al día comiendo. Es decir que al llegar a los 30 años, has pasado el equivalente a dos años poniendo comida en tu boca. ¿Cómo podemos hacer de esta una experiencia más placentera, productiva y significativa?
El pensamiento hebreo tradicional tiene mucho que decir sobre lo que comemos, cómo comemos, cuándo comemos e incluso por qué comemos. Muchas de estas cosas son las que recomiendan los científicos modernos.
1. Come cuando tengas hambre.
¿Cuándo fue la última vez que entraste a una estación de servicio para llenar el tanque que ya estaba lleno? Probablemente nunca. ¿Pero cuándo fue la última vez que comiste algo sin tener hambre?
Revisar si tienes hambre antes de llevar ese bocado a tu boca, te permitirá mantener tu peso bajo y construir autocontrol. ¿Asistes al segundo evento de la noche y ya cenaste pero aun así tienes el impulso de seguir comiendo?
Al igual que los nutricionistas contemporáneos, también el Rey Salomón advierte contra del consumo innecesario de alimentos:
«El justo come para satisfacer su alma»
(Proverbios 13:25).
2. Siéntate.
¿Se te hace tarde para el trabajo? ¿Tienes que correr tras los niños? ¿Estás haciendo trámites? No hay ningún problema: simplemente ese no es el mejor momento para ingerir tu comida. Aunque pueda ayudarte a ahorrar tiempo, es una mala idea. En su obra maestra Mishné Torah, el Rambam dice que uno nunca debe pararse o caminar mientras come.
La investigación científica moderna también afirma que comer de esta forma engorda y no es sano. De hecho, incluso hay una dieta basada en esta idea. Se llama «The Sit-Down Diet» (la dieta de comer sentado), y sugiere que consumimos menos calorías cuando comemos sentados que al estar parados o caminando. También digerimos mejor cuando estamos sentados y masticamos como se debe.
3. Reconoce.
Tienes hambre y te sientas para comer. Ahora reconoce de dónde viene la comida. Tomarse tres segundos para reconocer los detalles básicos del platillo culinario que tienes frente a ti puede fijar el tono del resto de la comida. Algo tan simple como reconocer verbalmente el trabajo del cocinero, especialmente si es un padre o tu pareja, puede tener un efecto profundo en tu ánimo.
Prestar atención a cada uno de los ingredientes puede hacer la experiencia incluso más sabrosa.
En el judaísmo, cada vez que se consume un alimento se debe recitar una bendición de reconocimiento antes de dar el primer mordisco. Un error común es pensar que la bendición o brajá que se dice antes de comer es una forma de agradecimiento. No es exacto. Mientras que la bendición de Birkat Hamazón que se dice después de la comida menciona el acto de agradecer, la bendición previa no menciona el agradecimiento. Se trata de reconocer que Dios es el Creador de la comida y en esencia pedirle permiso para tomar Su comida.
4. Aleja las distracciones.
No se puede disfrutar completamente una comida mientras respondes e-mails o miras Facebook. Disfrutar la comida es tan importante para el judaísmo que cada una de sus festividades incorpora en la celebración el placer de comer. Pero nos robamos a nosotros mismos de este disfrute cada vez que comemos sin prestar atención.
¿No te importa disfrutar de la comida? Debes saber que comer distraídamente causa que la digestión sea menos efectiva en desglosar el alimento, lo que disminuye el sabor e incrementa la posibilidad de sufrir inflamación, gases y estreñimiento. ¿Quieres bajar de peso? Los estudios demuestran que mientras más te distraes al comer, más kilos aumentas. Actos simples como prestar atención al olor, sabor, apariencia y textura de la comida, pueden ayudarte a mantener el foco en tu comida.
5. Mastica, traga, espera… Repite.
¿Alguna vez devoraste la mitad del plato en un minuto sin ni siquiera darte cuenta? Engullir toda la cena puede desanimarte pero también puede dejarte con grasa extra en tus caderas.
Desconectar el piloto automático de tu cuerpo mientras comes también tiene grandes beneficios espirituales. Al describir las formas de oponerse a los hábitos alimenticios instintivos, el gran sabio iraquí del siglo XIX, Rav Iosef Jaim, en su libro Ben Ish Jai, recomienda algo que puede ayudarte a tener control. Él escribe que no se debe tomar el siguiente bocado hasta que el bocado anterior no se haya tragado por completo.
La experiencia me enseñó que esto es más fácil decirlo que hacerlo. Sin embargo, una vez que lo dominas, este hábito te permite sentirte en control y elevado. En especial si lo llevas al siguiente nivel y dejas los cubiertos en el plato entre bocado y bocado.
6. Agradece.
Ahora que estas satisfecho y tu espíritu se recargó, llegó el momento de agradecer. Decir gracias es mucho más difícil cuando quieres ir a otro lugar. Quizás es por eso que la única bendición que ordena la Biblia es la bendición después de las comidas y no antes de ellas.
Agradecer es un valor judío básico. De hecho, los judíos son llamados yehudim que viene de la palabra Yehodot, y significa agradecer. La gratitud impregna toda la experiencia judía, desde las primeras palabras que pronunciamos al despertar, hasta mencionar nuestro agradecimiento tres veces al día en nuestras plegarias.
Sorpresivamente, hace poco descubrieron los beneficios secundarios de sentirse lleno de agradecimiento, entre ellos una mejora en la salud, el aumento de la autoestima e incluso la posibilidad de dormir mejor. Tomarnos los minutos extras para valorar el privilegio de tener saciados nuestros estómagos ahora debe parecernos mucho más fácil.
Aunque no es práctico para cada comida, esforzarse por llegar a estas metas puede ayudarnos a tener vidas más significativas, controladas y saludables.
Shabat representa la idea de la unión. Los seis días de la semana son el paradigma de la diversidad. Representan las seis direcciones de nuestro mundo tridimensional: norte, sur, este, oeste, arriba y abajo. Durante estos días, estamos en una búsqueda hacia el exterior llenos de acción e iniciativa tratando de dominar nuestro entorno.
Shabat, representa el punto interno. Shabat apunta hacia adentro y está lleno de unión y de paz que vienen con esa búsqueda interior. Es por eso que nos saludamos con un “Shabat Shalom!”, es decir, «¡que tengas un Shabat de paz y unión!».
Shabat también representa la conciencia de absorber las bendiciones de los seis días laborales y re-direccionarlas a nuestros hogares y vidas.
Tal vez el trenzado de la jalá que se come en la mesa de shabat, también, represente esta idea de fusión: todo se unifica y trae toda la diversidad a nuestra vida para una unión pacífica y armónica que sólo el Shabat puede lograr.
Muchos jalot son trenzados con seis tiras de masa. Los dos jalot juntas (tres y tres tiras) son simbólicas de los doce panes que se colocaban cada shabat en la mesa en el Templo Sagrado.
La multitud mezclada que había entre ellos empezó a sentir un antojo y los Hijos de Israel lloraron una vez más, diciendo: ¿Quién nos dará de comer carne? Recordamos el pescado que comimos en Egipto sin pagar nada, y los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajo, pero ahora nuestra vida está reseca, no hay nada; no tenemos nada por delante salvo el maná.»
(Números/Bamidbar 11: 4)
Lo normal del mecanismo psíquico de defensa de un ser humano es olvidarse de las emociones negativas, para sólo quedarse con las positivas conformando sus recuerdos. En este episodio los hijos de Israel ya no se acordaban de la esclavitud. Por eso, el planteo lógico-racional que surge de la literalidad del texto es: si habían estado trabajando duramente como esclavos, ¿cómo ahora dicen que comían gratis? El intérprete del hebreo Rashí asegura que aquí se refieren a que pudieron comer gratis en Egipto en cuanto a no tener que cumplir ningún mandamiento divino.
Por eso, los expertos en decodificar la Torah explican que con dicha queja, queriendo comer carne, en verdad pretendían sacarse el yugo de los mitzvot (preceptos), pretendiendo permitir, desde esta actitud negativa, las relaciones prohibidas. Como esclavos, los israelitas crecieron acostumbrados a vivir de la generosidad de Mitzraim (Egipto). Por ello, a un año de su liberación, hicieron escuchar su voz de protesta, porque a partir del momento en que ingresaran a la Tierra Prometida debían trabajar arduamente para obtener la bendición de lo Alto.
Así pues, descubrimos el secreto ontológico que este texto revela: detrás de cada queja prepotente que el ser humano realiza al Eterno, se esconden cuestiones de índole moral, ya que la persona plena está contenta con lo que tiene, no codiciando lo que tiene el prójimo.
El ser humano necesita variar el gusto de la comida para no fastidiarse. Ahora, los hijos de Israel estaban en una situación de tránsito y, por influencia de los extranjeros, consideraron que la Providencia divina les estaba dando una comida de emergencia, para que sobrevivieran durante el paso por el desierto que no debería durar tanto tiempo.
El Midrash explica que el maná cambiaba de sabor, según el deseo de cada uno de los israelitas. Esto lo hace combinando las dos enseñanzas que la Torah tiene al describir cómo era el sabor del maná, según lo que está escrito en Éxodo 16:31b: “su sabor era como de hojuelas con miel”; uniéndolo con lo que se expresa en Números 11:8: “tenía el sabor de tortas cocidas con aceite”.
Así notamos que el maná era un alimento muy refinado, de origen sobrenatural (cf. Salmo 78: 25), el maná adoptaba el gusto que cada uno quería, y verdaderamente podía asumir el gusto de la carne también. Pero el pueblo tenía un “antojo” en su naturaleza pecadora (Yetzer HaRá). Dicho antojo los llevó a exigir prepotentemente el querer comer carne, para caer en definitiva en adulterio espiritual y físico. Esto lo entendemos desde la expresión «empezó a sentir un antojo» o «tuvo un vivo deseo, se traduce de la palabra hebrea ta’avah; (es también usada en pasajes como Génesis 3:6, 1 Samuel 2:16, Job 33:20, Salmos 10:3) y hace referencia al fuerte deseo egoísta de algo placentero, pero quizás pecaminoso.
Esencialmente, sus quejas en contra del maná eran, “No es lo suficientemente emocionante. Es aburrido.” Esta espantosa falta de gratitud no era nada menos que haber menospreciado al Señor mismo (Números 11:20). Yahvéh es nuestro proveedor; el despreciar lo que Él provee es despreciarlo a Él. No es el trabajo del Eterno entretenernos, y nosotros deberíamos ser más que hijos que demandan ser entretenidos y entusiasmados.
Pedir es algo muy bueno, y de hecho es un precepto pedir por las necesidades (Mateo 7:7-11). Pero esta acción debe ser realizada siempre con humildad, y no de manera prepotente, ya que de está manera la persona demuestra faltante y carencia, no percibiendo de buena manera lo que uno ya tiene.
Exigir de mala manera opaca el alma, comenzando la persona a querer comer de más (en este caso carne), y engordar, conllevando a las bajezas más grandes de índole moral.
Cuando uno come de más, no es la cuestión la comida en sí, sino que con este comer de más la persona está manifestando insuficiencia, debiendo la persona trabajar sobre las satisfacción real y verdadera de estar en el camino correcto, sin tener luego que lamentarse por los excesos.
Cuando una persona no muestra agradecimiento por la comida que recibe, desata maldiciones sobre su vida. Por medio de las bendiciones que damos a Yahvéh antes y después de comer, estamos dándole culto por medio de las cosas materiales y somos liberados de todo tipo de codicia.
“Porque no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube y todos pasaron por el mar; y en Moisés todos fueron sumergidos en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los seguía; y la roca era el Mesías. Sin embargo, Dios no se agradó de la mayor parte de ellos, pues quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo, como ellos lo codiciaron.” (1 Corintios 10:1-6)
En este texto se habla de un “alimento espiritual”, una “bebida espiritual” y una “roca espiritual”. Así que el maná y el agua que fueron dados en el desierto eran alimento y bebida espirituales. ¿Cómo es que la Sagrada Escritura llama estas cosas materiales “espirituales”?
Según la filosofía griega que domina a la cosmovisión occidental, algo espiritual no puede ser algo físico. Sin embargo, el maná sí era físico, el agua sí era física, así como la roca era física. Así que la expresión “espiritual” no puede ser entendida desde el punto de vista filosófico, sino tiene que ser entendido desde una mentalidad hebrea. Según el punto de vista de la cosmovisión yahvista, algo espiritual es algo que viene del mundo espiritual, o que tiene la aprobación del Cielo, y que tiene una relación y un punto de contacto con el mundo espiritual. Considerado así, una comida espiritual es una comida avalada, bendecida, entregada y santificada por el Eterno mismo. Nuestra misión sacerdotal mesiánica tiene, entre otras cosas, la función de elevar los elementos meramente naturales a un nivel espiritual para que así puedan rendir culto al Eterno. La comida se convierte en algo espiritual cuando es recibida con una bendición basada en la Palabra de Dios, como está escrito en
“Porque todo lo creado por Dios es bueno y nada se debe rechazar si se recibe con acción de gracias; porque es santificado mediante la palabra de Dios y la oración.” (1 Timoteo 4:4-5)
En todo elemento de la creación, y por ende, en todo alimento que ingiere el ser humano, se halla presente un resplandor de la energía vital de Or EinSof (la Luz Infinita), que es en definitiva la que le da la que da existencia física a ese elemento en particular; incluso una mera roca inherente también tiene esa fuerza dentro de sí. De hecho, si Yahvéh quisiera hacer desaparecer algún elemento físico de la Tierra, no tendría más que quitarle la Energía divina que lo impregna y sustenta, y entonces aquel desaparecería como si jamás antes hubiera existido. Ahora bien, cuando tú, que perteneces al reino humano, ingieres elementos de los tres reinos inferiores de la naturaleza (mineral, vegetal y animal), lo haces parte de tu sangre y de tu carne, y así los elevas a un plano superior. En definitiva, ese es el objetivo de la existencia del ser humano: sublimar la materia. Y por eso los israelitas reclamaron ante Moshé por la falta de alimento acorde a sus deseos egoístas.
Israel tenía que rendirse a esta ansia intensa; no sería cumplida a menos que cooperaran con ello. Teniendo en cuenta esta tendencia hedonista en el alma humana, el apóstol Jacobo, hermano de nuestro Señor Yeshúa, enseñaba a las comunidades hebreas a su cargo, lo siguiente:
«…sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido» (Santiago 1:14)
Por todo lo expresado, debemos pues aceptar que la atracción al pecado está constantemente presente entre nosotros, sin embargo debemos evitar ceder a ella en eligiendo en humildad servir a Yahvéh y su propósito eterno en nosotros.
Notamos que desde los albores mismos de la historia bíblica, cuando el Eterno hubo establecido a Adám en el Huerto de Edén, el primer mandamiento que fue dado al hombre tenía que ver con la comida. Así pues, leemos:
«Dijo Dios: «He aquí que os doy toda planta que porta simiente -que hay en toda la faz de la tierra y todo árbol que contiene fruto portador de simiente, para vosotros será como alimento.»
(Génesis 1:29)
Posteriormente descubrimos que el pecado entró en el mundo por medio de una comida prohibida.
«De todo árbol del huerto comer, podrás comer, empero del árbol del conocimiento del bien y del mal, no habrás de comer de él … « (Génesis 2:16-17)
Con estas palabras se manifiesta la preocupación divina por la alimentación de los seres (Adám y su mujer) a quienes había creado. Por tanto, si el Eterno considera que es importante lo que el ser humano come, debe serlo también para el hombre mismo. Es Yahvéh quien establece lo que es muy importante y lo que no es tan importante para el hombre. Las Sagradas Escrituras enseñan que la comida es muy importante. En la cosmovisión yahvista la comida tiene mucho que ver con la santidad y con el pecado.
Siguiendo esta idea advertiremos en la Torah tres etapas de revelación divina en lo que a la alimentación del hombre se refiere:
Desde la Creación hasta el Diluvio. En esta etapa, los únicos alimentos permitidos al ser humano eran los arriba citados (Gén. 1: 29), es decir, vegetales y frutos.
Desde el Diluvio hasta Moisés: «Todo lo que se mueve, todo lo que vive, para vosotros será para comer, como la verdura y las plantas, a vosotros os he entregado todo. Pero, carne con su vida -su sangre- no habréis de comer» (Génesis 9:3).
Desde Moisés hasta hoy: En nuestro capítulo, Levítico 11 y Deuteronomio 14:3-21, donde la Toráh enuncia las normas que tipifican y dividen a los animales, peces y aves, en dos categorías los «hatehorím venatemeím» (los puros y los impuros), permitiéndonos la Torah comer solamente los tipificados como puros, y pidiéndonos rechazar como abominables a todos los impuros.
Ahora bien, esta sucesión de hechos, y las mismas leyes alimentarias que la Torah enuncia, han sido motivo de profundos estudios por parte de los exégetas e intérpretes de la Torah en cada generación.
De limitamos rigurosamente al contexto bíblico, resulta evidente que las leyes alimentarias persiguen una finalidad: convertimos en personas consagradas a la Torah y a la bondad forjando en nosotros un carácter sobrio, y desarrollando en nosotros la moderación en los hábitos alimentarios, para que ello repercuta en nuestras actitudes y nuestras acciones.
En palabras de la Toráh:
«Veanshé kódesh tihiun li ubasár basadéh terefáh lo tojelu laquelev tashlijún otó»
(«Y hombres consagrados habréis de ser para Mí. y carne devorada en el campo no habréis de comer, a los perros habréis de arrojarla.»)
(Éxodo, 22:30)
Además, en Deuteronomio se nos recuerda que, ya que somos un pueblo consagrado por Yahvéh y para Él, por lo que no deberemos comer nada que sea abominable. Y a renglón seguido, la Torah enuncia los nombres y características de los animales, peces y aves que podemos comer, alejándonos de los otros, que deberemos repudiar.
Para lograr una sincera comprensión de todo esto, es necesario recordar que aquellos mandamientos que tratan sobre animales que son comestibles o no, son considerados jukim, lo que implica que no tienen ninguna explicación lógica. Se han intentado dar muchas explicaciones acerca del por qué ciertos animales son considerados impuros y otros puros, pero al fin y al cabo el hombre tiene que reconocer que no entiende del todo la razón por la que el Eterno dio estas instrucciones. Es muy probable que nunca podamos tener una explicación satisfactoria en cuanto a la razón por la que ciertos animales son considerados impuros por Yahvéh. La razón por la que debemos considerar estos animales como impuros es porque la Instrucción divina dice que son impuros. Profundizar más allá de lo escrito, siempre conlleva el riesgo de producir interpretaciones erróneas que pueden llevar a la confusión mental de los escogidos.
Una comida o un objeto que es considerado apto para el uso de un hebreo es llamado kasher, que significa “correcto”, “recto”, “aceptable”, “apto”. La palabra aparece tres veces en las Escrituras, (cf. Eclesiastés 10:10; 11:6; Ester 8:5).
Por lo tanto, la finalidad principal de las leyes alimentarias de la Torah tienden a «kedusháh vetaharáh«, que traducido es «la consagración y la pureza» del alma redimida.
Cabe recordar que las leyes de «kashrut» (alimentación apta para ser comida de acuerdo con nuestra Torah) incluyen el no ingerir sangre animal, ni comer ningún alimento que mezcle carne con leche, en ninguna de las formas posibles. Por lo tanto, el objetivo de las normas del kashrut es en realidad proteger y cuidar la salud espiritual y la pureza interior del ser humano.
Está científicamente comprobado que el ser humano es lo que come. La calidad de la comida que uno ingiere afecta su salud, personalidad y sensibilidad. Los animales que la Torah nos prohíbe contienen características negativas. El consejo divino apunta a que nos abstengamos de comerlos para no incorporar sus características en nosotros.
La sangre contiene la fuerza vital del animal. No conviene ingerir esa faceta tan animal para que forme parte de nosotros.
La mezcla de carne con leche representa la mezcla de la vida con la muerte. No corresponde. Cada uno tiene su lugar.
La calidad de kashrut de los alimentos que comemos y de los cuales el cuerpo se nutre y se desarrolla determina si el cuerpo será un estorbo para el alma o una herramienta sensible por medio del cual el alma se podrá expresar con facilidad.
De este modo para el hebreo, la santidad no se limita a los lugares y momentos sagrados, por que toda la vida en si es sagrada. Incluso la actividad aparentemente frívola como es comer es de por si un acto divino.
Por lo tanto, el kashrut no fue establecidas por razones médicas; es más bien una senda para alcanzar la perfección espiritual, descrita en la Torah como «kedusháh» (o santidad).
Todo el sistema de Torah actúa, en última instancia, conforme a la relación que tenemos con el deseo, lo material, lo sensorial y corpóreo. Al transformar el aspecto animal e instintivo que hay en el hombre logramos forjar el recipiente apto para contener los grados superiores, es decir: lo espiritual por excelencia. Eso es santidad en la cosmovisión divina. Justamente en Vayikrá/Levítico 11, al final de la sección que se dedica a especificar lo que se puede y lo que no se puede comer, concluye con este llamado divino:
«Porque yo soy Yahvéh, vuestro Dios; vosotros os santificaréis y seréis santos, porque Yo soy santo» (Vayikrá/Levítico 11:44)
Ahora, te invito a considerar esta ENSEÑANZA del por qué y para qué de las LEYES DEL KASHRUT:
«Esto podréis comer de todo lo que hay en el agua: todo lo que tiene aletas y escamas en el agua, en los mares y en los ríos, ésos podréis comer.»
(Levítico 11:9)
Dos detalles tenían que ser tenidos en cuenta por los hebreos al comer pescados: que estos tuvieran aletas y escamas a la vez. Estos detalles anatómicos trascendían el aspecto físico de estas criaturas marinas. Por el contrario, poseían un fuerte contenido profético, ya que su simbología establecía la calidad de adoración que un hebreo debía presentar en su diario vivir.
Recordemos que los peces en el agua también simbolizan a Israel y la Torah; así como el pez solo puede vivir en su medio propicio, el agua, también Israel vive solo por medio de la Torah, sumergida totalmente en sus «aguas». Por esto, el mandamiento de comer todo pez que posea aletas y escamas simultáneamente está impregnado de una codificación yahvista que permite al alma hebrea desarrollar plenamente su propósito mesiánico en este mundo. Decodifiquemos pues los detalles divinamente requeridos.
Las “escamas”, simbólicamente hacen referencia al temor al Cielo, es decir a los juicios. Mientras que las “aletas” hacen referencia en su simbología al amor al Eterno.
Las “escamas” protegen al pez, del mismo modo, el temor al cielo protege a la persona de no ir por mal camino.
Las “aletas” permiten al pez avanzar, del mismo modo, el amor al Eterno, hace a la persona progresar en su vínculo con la divinidad.
Dice el Talmud para explicar esto dice: “Todo pez que tiene escamas tiene aletas, pero no todo pez que tiene aletas tiene escamas”. Esto significa que toda persona que se sumerge en el “agua” de la Torah, y por ende desarrolla “escamas” (Temor al Cielo), de seguro que desarrollará a lo largo de su peregrinar el amor al Eterno, ya que tiene una buena base para fundamentar su comunión con Él. Pero quien solo tiene “aletas” (amor al Eterno), no necesariamente tiene “escamas”, es decir temor al Cielo, ya que el amor en el ser humano puede ser un sentimiento fugaz y no fundamentado.
El temor que produce la sumisión a la voluntad del Eterno, conforman la raíz y base del servicio divino. Sin dicho temor no hay crecimiento sólido.
Luego de que la persona humana toma conciencia ante quien está parado, puede construir su espiritualidad edificándola en el amor a Dios.
El IMC (Índice de Masa Corporal) es un indicador de la gordura bastante confiable para la mayoría de las personas. El IMC no mide la grasa corporal directamente, pero las investigaciones han mostrado que tiene una correlación con mediciones directas de la grasa corporal, tales como el pesaje bajo el agua y la absorciometría dual de rayos X (DXA, por sus siglas en inglés).
Como ves en la imagen que encabeza esta bitácora el IMC se calcula dividiendo los kilos de peso del individuo por el cuadrado de la altura en metros, es decir:
IMC = Peso [kg]/ Altura2 [m]
Este índice, también llamado índice Quetelet, y es utilizado por la OMS (organización Mundial de la Salud) para conocer cuán cerca o lejos estamos de nuestro peso ideal.
Su cálculo es sencillo. Solo necesitamos conocer nuestro peso y nuestra altura para establecer una relación entre esos dos datos. En la calculadora que te ofrezco lo hacemos todavía más fácil ya que combinamos esos datos con los de edad, sexo y constitución física.
Debes saber que el IMC es un índice que te conviene conocer, puesto que te dice si estás o no en tu peso ideal.
El IMC debe tenerse en cuenta como un indicador ante posibles problemas de salud como las enfermedades cardiovasculares, la osteoartritis o la diabetes: Cuanto más alto sea el IMC, mayor riesgo existirá de padecer las patologías relacionadas con el sobrepeso y la obesidad.
Ejemplo para calcular IMC:
Una persona cuyo peso es 60 Kg y que mide 1.67 mt de altura su masa corporal es de 21.58 PESO NORMAL
primero multiplicamos la altura por la altura de esta forma 1.67 x 1.67 = 2.78
luego hacemos nuestro peso dividido el resultado anterior 60 ÷ 2.78 = 21.58 de IMC
Al igual que otros índices, el resultado de tu IMC sólo tiene valor si tu edad está comprendida entre los 18 y 65 años, si no estás embarazada y si no eres deportista de alto nivel.
«También habló Yahvéh a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel, y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra a la cual yo os llevo, cuando comencéis a comer del pan de la tierra, ofreceréis ofrenda a Yahvéh. De lo primero que amaséis, ofreceréis una torta en ofrenda; como la ofrenda de la era, así la ofreceréis. De las primicias de vuestra masa daréis a Yahvéh ofrenda por vuestras generaciones.»
(BaMidbar/Números 15: 17 – 21)
El pan especial que comemos en nuestra cena de Shabat se llama «Jalah» (plural: jalot), el mismo tiene su origen en la necesidad que tiene Israel de cumplir este mandamiento perpetuo ordenado en este pasaje de Bamidbar, aún en el exilio.
Este pasaje revela cuan ricos en promesa y ánimo eran los mitzvot (mandamientos) de Yahvéh, con el objetivo de asegurarse siempre el correcto enfoque de la emunah (fe) de Abraham que les había entregado al santificarlos con la Torah.
Con este precepto, el Eterno establece sus mentes en la Tierra Prometida, incluso a pesar que ellos están a una larga distancia de ella todavía. Yahvéh sabe que manteniendo sus mentes enfocadas en Su promesa, ayudará a que ellos puedan auto-valorarse en Su propósito eterno a través del desierto y preparar así sus corazones como la nueva generación que Yahvéh posee para triunfar donde la vieja generación falló.
Esta ofrenda exige la presentación del primer pan hecho con el grano cosechado para el Señor. Era semejante a la ofrenda de paz. Con este “tributo” se indicaba la soberanía y el dominio absoluto del Eterno, a quien se hace partícipe de lo mejor y lo primero, en reconocimiento de que es Él, y solamente Él, quien da a los seres humanos los bienes de la Tierra.
Así se simbolizaba diariamente que todas las bendiciones provienen del Eterno y todo lo que se produce con la labor diaria le pertenece a Él. Esta regulación es señal de esperanza, ya que nuevamente, Yahvéh da por sentada la realidad de que los israelitas de la nueva generación entrarán en la Tierra Prometida.
Con este mitzvá, Yahvéh apunta a garantizar días de refrigerio que Él mismo haría venir para Su Pueblo una vez establecido en Canaán. Así la mente de Israel descansaba plenamente en la gracia inagotable de Dios hacia un pueblo que se manifestaba rebelde y contradictor.
En estos versículos hay tres términos hebreos para considerar:
Reshit– primicias de.
Jalah– una parte de la masa que se aparta.
Terumá– porción separada.
La palabra jalah se refiere a la terumá, la porción separada, que se aparta para entregar como ofrenda al Eterno. De este modo, el Eterno aseguraba a los Kohanim, servidores que se ocupaban permanentemente de las tareas del servicio divino, tengan lo necesario para su subsistencia sin hacer esfuerzo alguno. Lo que no era así en la porción de la cosecha del granero que recibían, con la que sí debían esforzarse para tener provecho de ella, al tener que colar los granos, molerlos y demás trabajos que debían hacer hasta transformarlos en comida.
La idea es que cada vez que se hornee un jalah (pan), debe retirarse una pequeña porción de masa (torta). Según los códigos de la Torah esto era con el fin de quebrar el “deseo de recibir para sí mismo” presente en la naturaleza egocéntrica del alma humana.
El fundamento de este mitzvá (mandamiento) es que siendo que la vida del ser humano depende de su alimento, y la mayoría del mundo vive a base de pan, quiso Yahvéh meritarnos por medio de una mitzva permanente con nuestro pan. De este modo, nuestro Abba se aseguró que la bendición recaiga en él por medio del cumplimiento de este mandamiento (mitzvá), y que sea un mérito para nuestras almas. De este modo, la masa del pan, elevado a Yahvéh, es el alimento no solo del cuerpo, sino que también del alma.
Este mitzvá (mandamiento) de separar una parte del jalah (pan), tiene la finalidad de traer de regreso la pureza de espíritu que se perdió con el pecado de Adam. Cada miembro de la familia puede hacer la separación de la jalah, pero la mitzvá es principalmente para la mujer, ya que así hacen tikun (rectificación) por el pecado de Java/Eva.
¡Cientos de pensamientos y anhelos embargan el corazón de una madre cuando separa el trozo de jalah al amasar su pan! ¡Incontables bendiciones alberga su alma para sus hijos! Ser madre implica no cesar nunca de interceder por los hijos. Que ellos sean fieles custodios de la Instrucción divina; que se consagren a ella y a las buenas acciones; que cumplan con alegría Sus preceptos; que sean personas bondadosas e inteligentes; que sean íntegros; que eleven el mundo con sus virtudes, etc., etc.
Además, al observar este mandamiento, un varón hebreo, y su familia, revelan su emuná (fe) en el Supremo y expresa su reconocimiento a Él, quien al vestirse en el ropaje de las leyes naturales le ha permitido obtener esa masa, de la cual toma una parte para ofrendar, cuando bien podría utilizarla para beneficio propio. De este modo, cada israelita atestigua a todos los ámbitos celestiales que está rechazando la idolatría (materialismo) como sistema de vida, y que simplemente se fortalece en la emuná (fe).
Interesante es aportar que la expresión traducida “vuestra masa” proviene del hebreo arisotejem, que también significa “cuna”, y “lecho de descanso” (cama). Entonces, la mente hebrea también entendía que este versículo está indicando que desde los primeros instantes de vida de un bebé (desde su cuna) debe ser elevado espiritualmente orientándolo en el camino de la Torah. Y lo mismo, se entendía al referirse a los primeros momentos del día, ni bien uno se levanta d su lecho de descanso, debe elevarse en mente y corazón a una causa espiritual a través de la tefilá (oración de alianza) y la meditación en la Torah. De este modo se garantiza el éxito en toda tarea emprendida en la jornada.
En tiempos modernos, a no estar el Templo restaurado, se separa una parte de la masa del pan y se quema, con el fin de cumplir parte de este mandamiento. En el versículo 21 está escrito que es “por vuestras generaciones”. No es un mandamiento temporal, lo cual se podía haber pensado según el versículo 18.
El mandamiento de la separación de la jalah solamente es obligatorio en la tierra de Israel cuando la Shekiná resida en el Santuario.
Este precepto aplica solamente cuando los israelitas habitan en Israel, pero se practica actualmente en la diáspora con el fin de que el mandamiento no sea olvidado. Antiguamente la jalah fue entregada al sacerdote, pero hoy en día es quemada. Por consiguiente, se separa la “jalah”, y como hoy no existe el Templo se la quema en el mismo horno en que se hornea el pan.Si uno olvida sacar la jalah de la masa cruda, debe ser tomada del pan.
El procedimiento es el siguiente:
Antes de separar el trozo de jalah se recita la siguiente bendición:
(“Bendito eres Tú, Yahvéh nuestro Señor, Rey del universo, que nos ha santificado con Sus mandamientos, y nos ha ordenado separar jalah”).
Por supuesto también se puede proceder a hacer una oración espontánea que resalte al Eterno por liberar una vez más a nuestra familia de malas noticias.
A continuación se separa 1 kazáit (el tamaño de una aceituna grande) de masa. Después de separar la jalah se dice: “Haré zo Jalah” o en español: “Esto es jalah”, y se lo quema en el fuego. La costumbre es incinerarlo en el mismo horno en que se horneará el pan. Esto es cierto en los antiguos hornos a leña. En las cocinas modernas a gas o eléctricas, se lo debe quemar sobre el mechero hasta que se carbonice y luego dejar el mechero encendido unos 15 minutos más para kasherizarlo (purificarlo) o puede también dejarla en el horno hasta quemarse completamente.
Este es un tema que nos hace falta oír a muchos cristianos el día de hoy, normalmente solo vemos como un pecado grave cuando alguien se emborracha o fuma, pero al igual que estos malos hábitos que son pecados porque dañan el cuerpo, también lo es el abuso a la comida, la gula o la glotonería.
«Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día».
(Lucas 21:34)
«Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia».
(Romanos 13:13)
El Eterno nos ha bendecido al llenar la tierra con alimentos que son deliciosos, nutritivos y aún placenteros. Debemos honrar la creación de Dios, disfrutando de estas comidas, y consumiéndolas en cantidades apropiadas, a la vez controlamos nuestros apetitos, en vez de permitir que ellos nos controlen.