Por P.A. David Nesher
» Se desplazaron desde la Montaña de El Eterno una distancia de tres días,… Y el pueblo comenzó a quejarse en la adversidad a oídos de Yahvéh; y cuando Yahvéh lo oyó, se encendió su ira, y el fuego del SEÑOR ardió entre ellos y consumió un extremo del campamento.»
(Bamidbar/Números 10: 33; 11: 1)
Israel, es verdaderamente un Pueblo privilegiado. Una nación liberada por el Todopoderoso de zona de servidumbre limitante (Mitzrayim/Egipto). Un pueblo limpiado, purificado, apartado y bendecidos por Yahvéh. Privilegiados por ser enseñados por la presencia misma del Eterno. Entrenados con herramientas celestiales para avanzar a la Tierra Prometida. Una nación que habiendo sido ordenado y organizados por el Espíritu mismo del Altísimo, los vemos que están ahora en marcha a Canaán, la Tierra de Promisión. Sin embargo, e inmediatamente de comenzar la empresa divina, el pueblo se quejó.
¿Cómo es posible que una nación tan bendecida aun pueda quejarse? Yahvéh ha hecho mucho en y por Israel; aun así, ellos todavía murmuraban en contra de Él. Por supuesto, sus circunstancias no eran fáciles, pero que pecado es para ellos el quejarse en contra de Dios; ¡borrando así el espíritu de gratitud (alabanza) en sus corazones!
La primera explicación que brindan los sabios del idioma hebreo es que cuando la persona se “desplaza desde la Montaña del Eterno”, es decir, cuando se aleja de la Torah del Sinaí, entonces “comienza a quejarse”.
La Torah le da a la persona la paz necesaria para entender que uno nunca debe quejarse, y por el contrario debe mantenerse agradecido por todo. Pero cuando uno se aleja de las alturas de la Torah, la persona comienza a percibir los faltantes, comienza a “quejarse”.
El pueblo se quejó… y lo oyó Yahvéh:
Este era un simple caso de la ley espiritual de causa y efecto (ley de la siembra).
La queja del pueblo de Israel produjo la ira del Eterno de tal manera que muchos murieron por ello.
¿Por qué la queja es tan grave? Porque viene de los fundamentos del pecado mismo y produce resultados desastrosos. Detrás de la queja hay un desafío del alma humana que duda de la bondad del Eterno. El que se queja mancha la imagen del Eterno, que es bueno para siempre. La queja también daña la imagen del hombre y transmite un espíritu malo sobre su contorno, así terminará irradiándose hacia su entorno, ocasionando caos. La queja tiene la capacidad de afectar negativamente todas las cosas de esta creación. El remedio divino contra la queja es la gratitud o alabanza.
La queja es lo contrario de la gratitud. La falta de gratitud es el primer paso a la idolatría y a todas las pasiones vergonzosas que desde ella se desprenden. Todo esto es el nivel más bajo de la caída del hombre (Romanos 1: 21-32).
La queja es una expresión de la mala inclinación y la gratitud es una expresión de la buena inclinación.
La gratitud es capaz de ver las cosas positivas a pesar de lo negativo, reconocerlas y alabar al Eterno por ellas. La queja sólo ve lo negativo, se molesta por ello y produce amargura y rebeldía contra el Eterno.
La queja y la amargura son contagiosas.
La queja impide el mover de la mano bondadosa del Eterno, la gratitud la activa.
La queja produce muerte, la gratitud produce vida.
La queja produce enfermedades mentales y físicas, las alabanzas producen sanidad mental y física. Así lo dejo escrito el profeta Jeremías:
“Sáname, oh SEÑOR, y seré sanado; sálvame y seré salvo, porque tú eres mi alabanza.”
(Jeremías 17:14).
No se nos ha dicho aquí exactamente de qué Israel se estaba quejando. Lo que sí es claro, es que sus quejas eran, una vez más, solamente la exteriorización del corazón insatisfecho (cruel) que aún conservaban de Mitzraim (Egipto). Es decir que ellos, en realidad, no estaban quejándose por alguna razón mayor o justa, sino porque simplemente ahí es donde sus corazones aún continuaban vibrando, tal y como se habían habituado hacerlo en Egipto.
Lo cierto, es que la insatisfacción siempre surge cuando nuestra atención no está en lo que tenemos, sino en lo que no tenemos. El pueblo de Israel no parecía darse cuenta de lo que el Eterno estaba haciendo por ellos. Yahvéh no solamente les había otorgado libertad, sino que los había entrenado durante un año para que fueran una nación sacerdotal que recibiría una nueva tierra, desde la que bendecirían a todas las naciones. Ellos estaban enfocados en lo que consideraban que Dios no estaba haciendo por ellos. No podían pensar en otra cosa más que en las «delicias culinarias» de Egipto que habían dejado atrás, un poco más de un año. De alguna manera, sus mentes habían olvidado que el látigo brutal de la servidumbre egipcia era el precio que pagaban diariamente por comer esos supuestos manjares. Ellos desfiguraron el pasado olvidando la enorme injusticia a la que se hallaban sometidos en Mitzrai. Ellos olvidaron los sufrimientos y las penas, quedaron en su memoria únicamente algunos favores, algunas comodidades, los placeres de la comida que gozaban.
Es que cuando no se ve claramente la ganancia de la libertad de la esclavitud, dadas las adversidades del desierto, se pierde la meta de vista. Al fin y al cabo, la libertad es un concepto abstracto e Israel, tanto como la mayoría de los seres humanos, no necesariamente tiene claro de para qué fueron liberados, especialmente cuando la situación se pone difícil. Por ello, los israelitas optaron por una reacción muy primaria, cortoplacista de gratificación inmediata. Pocas personas valoran la espera en nombre de fines más abstractos. La gente, lamentablemente, quiere comer y ya. Quizás todo el mensaje de Moisés, al escribir este relato es eso. Las cosas cuestan y para el pueblo con hambre es difícil entender esa meta.
Es necesario tratar de prever el futuro y el objetivo de la vida, para llegar a éste final aparentemente abstracto y deseado y para esto, es indispensable, muchas veces hacer sacrificios y sobreponerse a las dificultades que representan ser una persona justa, correcta y estar dentro de la la Toráh, para no desenfocarse y perder así el entusiasmo.
El apóstol Pablo remarcará este evento negativo en la peregrinación de Israel cuando escribía a los santos de Corinto lo siguiente:
“Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y fueron destruidos por el destructor. Estas cosas les sucedieron como ejemplo, y fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos. Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres; y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que podáis resistirla.”
(1 Corintios 10:10-13)
Hoy, por medio de este pasaje, Yahvéh quiere que entendamos de una buena vez que nuestros corazones quejumbrosos son desagradables para Él, porque muestran muy poca gratitud por lo que Él ha hecho en el pasado, y revelan la falta de fe por lo que Él puede hacer hoy mismo.
Vemos que los israelitas se quejaron de Yahvéh, y luego Moisés fue se quejó ante Yahvéh. El Eterno le respondió a Moisés positivamente, pero negativamente al resto del pueblo. ¿Por qué? Los israelitas expresaban sus quejas ante ellos, sin la intención de resolver nada. Sin embargo, Moisés llevó sus quejas ante el Eterno, sabiendo que Él tiene la respuesta para resolver cualquier tipo de inconveniente. Muchos de nosotros somos, al igual que los israelitas, somos buenos para hablar de nuestras quejas entre nosotros, pero debemos aprender a llevar todo problema ante el Único que puede hacer algo al respecto, obrando incluso maravillas.
Por todo esto, ruego que el Eterno nos ayude a ver lo positivo y siempre dar gracias por ello. Así no solamente le damos lo que le pertenece sino también nos mantendremos sanos y salvos todos los días. Así también me atrevo a exhortarlos a estar siempre alegres, permitiendo que el entusiasmo que otorga este día multiplique en Uds. su tendencia a las Bienaventuranzas del Mesías.
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