Por P.A. David Nesher
«Y edificó Noé un altar a YHVH, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocaustos en el altar. Y Yavéh percibió el aroma agradable, y dijo YHVH para sí:
(Bereshit/Génesis 8: 20 – 22)
Nunca más volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud; nunca más volveré a destruir todo ser viviente como lo he hecho. Mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán.«
Al meditar en el relato del Diluvio (en hebreo mabul) notamos que la era noájica que se abre en la historia de la Salvación, es diseñada con gran precisión y sutileza divina. Por eso, y para lograr entender el espíritu pedagógico de este texto es esencial saber que Moshé al escribirlo no habla de cosas remotas concerniente a la historia (prehistoria de la humanidad primitiva), sino que responde a cuestiones elementales y con importancia actual para la fe del Israel que en el desierto se capacitaba para conquistar la Tierra Prometida.
Entonces, Moshé, por medio de este relato, se propone conducir a los hebreos a considerar el Diluvio Universal como un castigo purificador de la humanidad, y ahora, se abre una etapa de una Nueva Humanidad de la que Noaj había de ser el nuevo padre.
Los hombres, por el pecado antes del Mabul (Diluvio), habían alterado sus relaciones con el Eterno, y ahora es preciso normalizarlas, una vez que la justicia divina se ha realizado. Justamente, el discurso que Yahvéh tiene en este primer culto post-diluviano presupone como dato una grave perturbación, una degeneración profunda de la creación que había salido “perfecta” de Sus manos. Violencia y muerte caracterizan la vida colectiva de las criaturas, el estado de paz entre ellas había desaparecido.
Esta porción escritural contiene las respuestas que Israel necesita, y que le permitirán una reflexión sobre el tesoro de su fe desde todos los ángulos, y de las conclusiones que de esta historia lograra extraer a lo largo de los siglos y de sus generaciones. La doctrina surgida de la meditación de este texto será digna para la vida de un Pueblo llamado a construir un reinado de sacerdote (Éx. 19: 6).
Por eso, el primer acto de Noaj después de salir del arca fue un ritual de invocación para adorar a Yahvéh través del sacrificio. La gratitud y la admiración de la grandeza de Dios lo llevo a adorarlo a fin de santificar Su Nombre. El Midrash cuenta que Noaj se vistió con las prendas Celestiales que el Eterno había hecho para Adam y que Noaj llevó al arca. Ataviado con estas preciosas prendas, ofreció cuatro sacrificios Oláh (ígneos) sobre un altar construido por sus propias manos:
«Y construyó Noé un altar a YHVH, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocaustos sobre el altar.«
(Génesis 8: 20)
Este fue un principio correcto. Durante un lapso mayor de un año Yahvéh había permanecido en silencio, pero ahora, esta actitud de búsqueda de Noaj produjo agrado a su corazón.
¿Por qué la construcción de un altar y la ofrenda en él ofrecida produjeron respuesta por parte de Yahvéh?
Interesante resultará saber para nuestra búsqueda que esta es la primera mención en la Torah de la palabra altar. En este punto, el huerto del Edén ha sido destruido por el Diluvio. Por lo tanto, los seres humanos ya no contaban con la presencia visible Shekináh a quien podían traer su ofrenda. Así que Noé establece el modelo que finalmente se registra en el libro de Vayikrá (Levítico) y construye un altar.
La palabra hebrea usada aquí para altar es mizbeaj. La misma viene de la raíz zavaj que significa sacrificar. En la mentalidad de los antiguos el altar es una mesa donde se ofrece una “comida” al Eterno. El altar es un lugar de encuentro entre el hombre y Dios. (Ver: Altar: códigos del corazón humano sujeto al Eterno Dios)
Numerosos pasajes de las Sagradas Escrituras muestran que el altar es una elevación de tierra construida por el hombre, lo que explica que el profeta Ezequiel lo califique de “monte de Dios”.
El altar debía ser construido con piedras, pero su característica fundamental era la de ser un promontorio levantado por el hombre y dedicado por éste a Yahvéh. Tomar una simple piedra y ofrecer los sacrificios en ella hubiera significado, para el hombre permanecer al nivel de la naturaleza. En cambio, un altar fabricado por sus manos expresa su deseo de elevarse por encima del estado de naturaleza para alcanzar el nivel del ser humano libre que se consagra al Eterno a partir de aquella base natural.
Noaj tenía que construir ese altar. Tenía que hacer un esfuerzo para poder mostrar al Eterno su amor y sometimiento. Con esto, la Torah deja en claro que cada persona humana tiene la responsabilidad de edificar un altar al Eterno. Cada alma redimida debe constituirse alrededor de un lugar de encuentro íntimo, un sitio donde pueda relacionarse con Yahvéh, como Padre Celestial, por medio de un sacrificio costoso.
Noaj sabía que al levantar un altar a Yahvéh en la Tierra restaurada, como el antepasado de la humanidad futura, estaba haciendo del planeta un lugar dedicado al SEÑOR donde los hombres habrían de colocar sus piedras, las unas sobre las otras, hasta convertir la Tierra entera en una montaña sagrada, el Monte Santo de Dios, símbolo de que la Tierra, por medio del ser humano en propósito, se constituía en el Reino de Elohim.
Recordemos que Noaj era plenamente consciente de la tradición oral que Adam había dado acerca del sistema de culto que con el tiempo sería escrito por Moshé en el libro de Vayikrá (Levítico). Por lo tanto, su ofrenda no fue sólo aceptable porque se utilizaron animales y aves puros, sino también porque Noé ofreció holocaustos sobre ese altar (8:20b). Las ofrendas quemadas eran un acto de adoración voluntaria y expiatoria por el pecado no intencional en general. Ellas eran una expresión de la devoción, el compromiso y la entrega total al Señor.
El holocausto consiste en quemar todo el animal. El animal que es sacrificado sobre el altar representa al ser humano que lo ofrece. De esta manera el sacrificio de holocausto constituye una simbología de entrega total al Eterno. “Toda mi vida es tuya”, es lo que dice el ofertante por medio de su ofrena. «Todo lo que soy y todo lo que tengo te pertenece”, proclama el adorador a los cuatro vientos. “Mi vida no significa nada para mí mismo”, confiesa el que ama a Yahvéh. «Lo único que me importa es agradarte, Yahvéh”. Todo esto, se esconde en el mensaje de la ofrenda de ascensión (holocausto) cuando es ofrecido correctamente.
La palabra traducida aquí como holocausto es la palabra hebrea oláh, que viene de la raíz alá, que significa “subir”. Así que una traducción literal sería “ofrenda de ascensión”.
Una vida entregada totalmente para cumplir los propósitos del Eterno es como un sacrificio cuando sube como un “olor fragante” al Cielo. La expresión hebreo «olor agradable” designa un goce de tipo espiritual. En efecto, el olfato es, de todos los sentidos, el que proporciona las sensaciones más puras e inmateriales. La satisfacción espiritual que la ofrenda de Noaj proporcionó al Eterno se debía al concepto sustancial mismo de “sacrificio” u «holocausto«.
El aroma no vino de la carne quemada de un animal muerto. Nuestro Padre celestial no se deleita en el derramamiento de la sangre y la quema de la carne de un ser inocente. Lo que produce el aroma agradable es el corazón que está detrás de ese sacrificio. En este caso fue el corazón de Noaj. Él estaba dispuesto a sacrificar estos animales preciosos como representación de su propia devoción al Creador. Pero, al mismo tiempo estaba profetizando acerca del sacrificio del Cordero de Dios que iba a venir más adelante para quitar su pecado y los de todo el mundo.
Los animales sacrificados no expían el pecado, tal como el escritor de la epístola a los Hebreos lo expresa tan bellamente:
“es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados”
(Hebreos 10:4).
Sólo el Mesías, la Simiente de la Mujer, puede hacer eso. Así que antes de la venida del Mesías, los pecados de los creyentes del Tanak (Antiguo Pacto) se colocaron temporalmente a un lado cuando trajeron una ofrenda aceptable como lo hizo Abel.
¿Sobre qué base se puso su pecado a un lado? Fue su emunáh (fe). Cuando trajeron sus ofrendas demostraron su fe, sabiendo que sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6). La razón por la que el aroma del animal quemado era grato al Señor, era porque representaba la fe. Y entonces «Yahvéh dijo en Su corazón» (Binah o Inteligencia Emocional):
“Nunca más volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud; nunca más volveré a destruir todo ser viviente como lo he hecho. Mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán.”
(Génesis 8:21-22)
Al repetir el Eterno las palabras “nunca más volveré” estas palabras se convierten en un juramento. Un juramento es parte de un pacto.
Esto era agradable para el Eterno y por eso pronunció un juramento, como también está escrito en:
“Porque esto es para mí como en los días de Noaj, cuando juré que las aguas de Noaj nunca más inundarían la tierra; así he jurado que no me enojaré contra ti, ni te reprenderé.”
(Isaías 54:9)
Así que aquí se instituye un Pacto con el Cielo y la Tierra, tal como lo dejara explicado el profeta Jeremías en su oráculo:
“Así dice el Eterno:
«Si pudierais romper mi pacto con el día y mi pacto con la noche, de modo que el día y la noche no vinieran a su tiempo…
Así dice el Eterno:
«Si no permanece mi pacto con el día y con la noche, y si no he establecido las leyes del cielo y de la tierra”
(Jeremías 33:20 y 25)
La expresión “Y Yahvéh dijo en Su corazón”, indica que se trataba de algo muy importante en que Él iba a comprometerse. Pero, tenía aspectos tanto negativos como positivos.
Negativamente, Yahvéh prometió esto:
aunque las intenciones del ser humano son perversas desde su juventud, nunca más volveré a maldecir la tierra por culpa suya. Tampoco volveré a destruir a todos los seres vivientes, como acabo de hacerlo (8:21b).
Esta es la manera del Señor para revelar que la humanidad tiene la naturaleza de pecado. Esto se convierte en la fuente de la doctrina de la inclinación al mal (Yetser Hará) que da origen al ego (falsa identidad del hombre). Esta doctrina enseña que todo ser humano nace con una inclinación al mal y una inclinación a lo bueno. Pero la inclinación al mal a menudo gana dominio sobre la inclinación al bien. Pero a pesar del hecho de que toda inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud, Yahvéh prometió que Él nunca más volvería a destruiría todo ser viviente, como lo había hecho con el Diluvio. Ya con este evento, el Eterno había enseñado a la humanidad que el pecado inevitablemente trae juicio. La destrucción de la humanidad cada tanta generación no serviría a ningún propósito útil.
Ahora positivamente, mientras la tierra exista, habrá siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, y días y noches (8:22). En primer lugar, la siembra y la cosecha; en segundo lugar, el frío y el calor; en tercer lugar, el verano y el invierno; y en cuarto lugar, el día y la noche. Mientras exista la tierra, el ciclo de la vida continúa (8:22).
Esto es lo que Jeremías llama el pacto con el día y la noche (Jeremías 31:35-37, 33:17-26). Esto enseña que este juramento sólo se aplica siempre y cuando la Tierra exista, y el ser humano se asuma responsable de todo lo que en ella acontezca.
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Querido lector y seguidor, te sugiero que te esfuerces y estudies esto:
AMEN ,MUY BUEN ESTUDIO.