P.A. David Nesher
«No harás lo que se hace en la tierra de Egipto donde habitaste, ni harás lo que se hace en la tierra de Canaán adonde te llevo; no andarás en sus estatutos.»
(Levítico 18:3)
Al estudiar la parasha Ajarei Mot, nos encontramos con que Yahvéh nos ordena que seamos un pueblo apartado. Una nación santa fácilmente distinguible del contexto secular que nos rodea; y de acuerdo a este llamado divino, una de las formas más obvias en las que deberíamos ser diferentes es en el área de la sexualidad.
Mientras los hijos de Israel viajaban de Mitzrayim (Egipto) a la tierra de Canaán, el Eterno advirtió a Su amado pueblo Israel que no imitaran los caminos de los egipcios; Él los instó a que no se volvieran atrás, a la maldad de su pasado, y les dijo que no aprendieran el comportamiento de los cananeos, es decir que también los aconsejo para que no se dejasen seducir por nuevas tentaciones.
De acuerdo a los datos históricos, se sabe que tanto los egipcios, como los cananeos practicaban la inmoralidad sexual como si obedecieran un código legal; es por eso la Torah dice:
“No andaréis en sus estatutos”
(Levítico 18:3)
El sabio Rashi explica que la expresión “sus estatutos” se refiere a asuntos grabados en el tejido de la sociedad, tan básicos para la cultura que se observan como si fueran leyes regidoras de una normalidad social. Este exégeta señala los entretenimientos que se encuentran en “teatros y estadios” como un ejemplo de estatutos paganos. En otras palabras, los estatutos del mundo son los que se reflejan en los valores de entretenimiento del mundo. No debemos caminar en ellos. Está bien claro en la revelación divina que el pueblo de Yahvéh es un linaje de personas completamente diferente, por eso que la Torah dice:
“… para que la tierra a la cual os llevo a vivir, no os vomite”
(Levítico 20:22).
De igual modo, por medio de los datos históricos, se sabe que en el primer siglo, la inmoralidad sexual se entretejía en la urdimbre y la trama del mundo dominado por el imperio romano. Los devotos de los dioses seguían sus hazañas sexuales mitológicas e imitaban su comportamiento básico en los rituales del templo que, en algunos casos, incluso incorporaron la prostitución sagrada. La cultura romana, a pesar de ufanarse en un discurso filosófico austero de moderación, siempre se entregó a todo tipo de perversidad, lascivia y depredación.
Por causa de todo esto, los apóstoles aplicaron las leyes relativas a los extranjeros en medio del pueblo de Israel a los creyentes gentiles. Justamente el Sefer Vayikrá (Levítico), en el capítulo 18, incluye específicamente a los extranjeros en su jurisdicción:
“Ninguna de estas abominaciones cometerás, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros.” (Levítico 18:26).
Por lo tanto, las leyes que rigen la sexualidad se aplican por igual a los judíos y a los creyentes gentiles temerosos de Dios.
Los apóstoles reforzaron la regla en sus epístolas. En pasaje tras pasaje, los apóstoles exhortaron a los discípulos a vivir vidas apartadas del mundo gentil sexualizado y libres de inmoralidad sexual. Los creyentes gentiles adoptaron las normas judías de modestia, vestimenta y decoro. En medio de la atmósfera sexualmente cargada del primer siglo, los creyentes se destacaron como un pueblo apartado. El apóstol Pedro observó:
“Los otros gentiles se sorprenden de que no corréis con ellos en los mismos excesos de disipación, y os calumnian”
(1 Pedro 4:4).