Por P.A. David Nesher
Recordemos que nos encontramos en lo que se llaman los Yomim Norayim, o «Días Terribles» o «Días Memorables«. Orar, agradecer, pedir, reflexionar, pensar en buenos deseos… son algunas de las muchas acciones que se hacen es estas épocas de fiestas que va desde Yom Teruah a Yom Kippur, en los que se despierta una conciencia más o menos común con la esperanza de una mejora en lo que resta del año, y grandes cosas para el próximo.
Es en estos días cuando reconocemos nuestras faltas ante los demás, para recibir su perdón. Por eso, es costumbre hebrea que a los dos días próximo al Día de la Expiación pedirle perdón a las personas para que tengas un año de mucha bendición manifiesta. Se considera a esto un paso imprescindible.
Son días especiales en los que el Eterno presenta a cada hijo primogénito la oportunidad de reparar, de pedir perdón a las personas que se lastimó, de arrepentirse… ¿Pero cómo pedir una disculpa que realmente limpie el alma?
Generalmente, el ser humano desconoce si causa daño a otros de manera inconscientemente. Aceptemos que aunque a veces nuestras intenciones son buenas, sin querer pueden manifestarse en una actitud negativa que termina afectando a otros.
Lo cierto es que en el diseño de la vida, el perdón forma parte de cotidianidad, podemos ofender, decir o hacer algo molestando a los demás, asimismo en este mismo rango está el callar lo qué sentimos quizás porque no estamos acostumbrados a expresarlo o, por miedo a molestar con nuestros comentarios a otra persona.
La sabiduría de la Torah explica en sus códigos que “perdón” no es un simple pedido que se hace de la boca hacia afuera, sino una fase especial, en la que el hombre comienza a comprender que en el mundo espiritual existe una fuerza que une todas las almas en una unidad única y maravillosa.
Esta inmensa distancia que el hombre descubre entre él y esta fuerza que prevalece entre las almas, la fuerza de amor y unidad, lleva al hombre a hacer un profundo examen interno. Éste ve que él mismo actúa a través de motivaciones egoístas de explotar y aprovechar al prójimo para su propio beneficio y que no puede hacer nada para cambiar esta situación. Entonces, irrumpe de su interior el perdón, como un grito de las profundidades, como una petición de un cambio interno, como una plegaria.
¡Qué difícil que es disculparse, sobre todo cuando uno se equivoca. Saber reconocer que ha lastimado sin querer es un acto de verdadera teshuvá!
Disculparse sinceramente es incómodo; pero hay que reconocer que aceptar el error cometido y reparar los daños causados, conduce a mejores relaciones, sin tantas complicaciones y sobretodo, sin discusiones innecesarias y justificaciones vanas. La mayoría de los grandes conflictos siempre se generan por un pequeño incidente que no se resolvió adecuadamente.
Cuando se pide una disculpa, se libera el alma, además de que se gana el mérito del perdón, con lo que se hace justicia y lo más importante, es que da la pauta para que uno sea juzgado con la misma benevolencia y compasión.
El pedir perdón puede ser uno de los atributos más grandes y más humildes que se puede hacer. Así que el pedir disculpas, actúa y beneficia directamente a la persona que lo hace.
Saben lo que acontece ahora verdad… Pues debo extender mis disculpas por toda palabra aquí vertida que te haya podido ofender o incomodar.
Si de algo nos caracterizamos de los demás pueblos es que podemos estar durante un año discutiendo, intercambiando impresiones y generando controversia pero existe una fecha especial que en nuestra nación y desde nuestra condición hay que hacerla notar para ser hijos nuestro Abba kadosh; dicho lo cual he aquí prestos y solícitos para iniciar una nueva relación en Shalom.
Yom Kipur selijáh! (Son palabras desde mi corazón)