Por P.A. David Nesher
“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”.
(Génesis 3:4-6)
Hemos dicho que los ojos son el símbolo del conocimiento sensorial, es decir el conocimiento que se adquiere a través de la experiencia de los sentidos intentando descubrir y dominar todo el cosmos que está fuera del hombre.
Ahora, tenemos que señalar que desde allí (los ojos) comenzó la religión matriz («Simiente de la Serpiente«) que inspira los paradigmas anti-Dios de todas las demás formas religiosas. Su nombre es el Materialismo Práctico. Su sustancia reptiliana: el racionalismo que surge de las experiencias sensoriales y de acuerdo a ellas elabora opiniones relativas. La acción destructora del racionalismo se logra con el ejercicio autónomo del libre albedrío. De esta manera el materialismo se sostiene energizando a la serpiente antigua y su sistema de cosas.
En pocas palabras, el materialismo es la madre de toda “iniquidad”, que es la atadura con la que HaSatán logra mantener esclavizados a los seres humanos de las distintas generaciones.
¿Cómo consigue el materialismo que la iniquidad ate a las personas?
Por medio de sus tres garras:
- 1º_ El Individualismo
- 2º_ El Hedonismo, y
- 3º_ El Utilitarismo
Estas tres garras la religión conducen al hombre a ser un consumista y este es el sentido del pecado.
En el capítulo tres del libro de Bereshit (Génesis) vemos al materialismo aparecer como la doctrina creada por “los ojos” de la humanidad caída. Sus dogmas sostienen que está bueno «aquello» lo de «más allá» la persona humana. La dinámica de muerte de esta doctrina funciona así: todo lo que está fuera de mí es mejor que lo que yo mismo soy. Entonces se desarrolla en mi interior paradigmas anti-Dios que hace al objeto que miro agradable porque considero que me sirve para alcanzar sabiduría, es decir plenitud adquirida con la acumulación de mis experiencias.
La mujer vio que el árbol era bueno; lo que está afuera es mejor que lo que hay dentro del ser humano. Eso es materialismo. Entonces la mujer percibió que su fruto era agradable, la podía llevar a experimentar placeres nunca antes vividos. Se produce así el hedonismo, que es la búsqueda del placer por el placer mismo. El placer como fin máximo y absoluto de la existencia. El espíritu de la religión empieza así a expandirse en sus consecuencias. El fruto me permitirá sí o sí ser exageradamente feliz (bienaventurado). Entonces la cosa se convierte en útil y valiosa. Por lo tanto, yo comienzo a perseguir la utilidad de las cosas, e incluso las personas, para alcanzar esa plenitud que en mi interior no encuentro. Así surge entonces la tercera garra de la religión es utilitarismo; entonces la utilidad se vuelve principio de mi moral.
Observando esta secuencia en el relato del hombre caído (Génesis cap. 3) notamos que aparece el individualismo. El varón ya no la llama Ishá (Varona) a su compañera, tal y como lo hizo cuando la discernió con su espíritu (Gn. 2:23) Ahora, bajo la hipnosis reptiliana, la separa como alguien diferente a él. Ella, ahora es la que le provoca problemas y es digna de ser tenida en menos. La sexualidad se denigra a la mera y simple genitalidad sensorial. El materialismo ha provocado la primera guerra mundial: la de los sexos.
Con toda esta estructura mental anti-diseño divino, la misión del hombre convertirá en consumismo.
Por causa de esta desobediencia y esta auto-degradación, el Eterno Dios le advierte al hombre las características que tendrá el nuevo estilo de vida asumido:
“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 18 Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo”.
(Génesis 3:17-18)
La tierra no les va dar nada sino “cardos y espinos”. Para que el hombre pueda extraer de la tierra su alimento necesitaría luchar contra la tendencia natural de la tierra de producir espinos y cardos. Los espinos y cardos que produce la tierra son el símbolo de una tierra maldita por el pecado del hombre que escogió consumir desde dogmatismos carnales, en vez de producir desde su sacerdocio santo.
Por causa del materialismo, todo el interior del hombre se volverá un deseo obsesivo e insaciable por todo lo que está fuera de él.