Una de las embestiduras maravillosas que el Mesías nos ha entregado como redimidos es el «ministerio de la reconciliación» (2Corintios 5:18); dentro del ejercicio de este servicio se encuentra la corrección fraterna el acto del amor perfecto derramado en nuestros corazones. Esta acción es una de las muchas formas de mostrar preocupación por la salud espiritual de los demás integrantes del Cuerpo redentor del Mesías. A pesar de ser una práctica que se remonta a los tiempos de las primeras comunidades, ha sido “bastante olvidada” en nuestros días.
Cuando pensamos en actos de amor fraternal, pareciera que nuestros pensamientos de los solamente se concentraran en las “obras corporales de servicio caritativo” que se dirigen a las necesidades físicas de nuestros allegados como dar de comer al hambriento, dar vestidos o emplear voluntariamente nuestro tiempo para atender a los enfermos, pero guardamos silencio total sobre nuestra responsabilidad espiritual hacia nuestros hermanos y hermanas. Pareciera que la actitud errada de Caín prevaleciera en nuestras almas; ninguno quiere ser «atalaya de su hermano».
Sin embargo, esto no era así en las comunidades de los primeros siglos, aquellas comunidades que
eran maduras en la fe. Ellas, en su diario convivir, se ocupaban no sólo por la
salud física de sus hermanos, sino también, y prioritariamente, por su salud
espiritual y su destino en el Propósito Eterno de Dios.
eran maduras en la fe. Ellas, en su diario convivir, se ocupaban no sólo por la
salud física de sus hermanos, sino también, y prioritariamente, por su salud
espiritual y su destino en el Propósito Eterno de Dios.
La corrección fraterna de cara a la salvación eterna era, en aquellas comunidades de fe, la práctica de la advertencia al prójimo por parte de otro con el propósito de que enmiende su conducta pecaminosa o, si es posible, prevenirla.
Toda la Escritura, especialmente las líneas neotestamentarias, claramente exhorta al Pueblo del Eterno a ejercer la corrección fraterna. En Mateo 18:15-18, nuestro mismo Mesías dice:
«Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. De
cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el
cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.»
cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el
cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.»
Evidentemente para nuestro Señor, y sus primeros apóstoles, señalar las faltas de nuestros hermanos es un gran servicio, pero sólo si es inspirado por el amor y por el deseo profundo de ayudarlos a caminar más rectamente por los caminos del Propósito del Señor. Desde este protocolo del amor perfecto, será necesario que entendamos que antes de señalar las faltas de los demás, deberemos asegurarnos de que estamos preparado para dejar que los demás nos corrijan.
La reprensión o exhortación mesiánica fraternal nunca encuentra su motivación en un espíritu de acusación o recriminación, pro el contrario siempre deberá moverse por la dinámica del amor y la misericordia, y así brotar de una auténtica preocupación por el bien del otro. De este modo, la corrección fraternal se convierte en una calle de doble dirección, una avenida del verdadero amor, que después de todo es la mejor definición del diálogo. Recordemos que la Escritura nos dice que incluso «el justo cae siete veces» (Proverbios 24, 16), y que «todos somos débiles e imperfectos» (1 Juan 1, 8).
Retomando el espíritu escondido en las letras de Mateo 18:15-18 encontramos que para Yeshúa no sólo existe la corrección activa, sino también la pasiva. Es decir que no sólo existe el deber de corregir, sino también el deber de dejarse corregir. Es justamente aquí donde se ve si uno es suficientemente maduro para corregir a los demás en el poder del amor fraternal. ¡Quien quiere corregir a alguien tiene que estar dispuesto a ser corregido!
En la cultura relativista actual, que domina lamentablemente la mente de la mayoría de creyentes evangélicos, la “corrección mesiánica fraterna” parece siempre un juicio. Si embargo, el tema de fondo y forma, es que estamos llamados a hacer juicios sobre las acciones, aunque sólo el Eterno Dios puede juzgar a las personas con el fin de condenar o justificar. Ante esto, debemos pues admitir y darnos cuenta de que no todas las elecciones son buenas, y la corrección fraterna debería ser una consecuencia de ello.
La Iglesia madura siempre reconoce que hay ciertos juicios que nos están prohibidos. Por ejemplo, no podemos valorar si somos mejores o peores que los demás antes que Dios. Tampoco podemos comprender siempre (y juzgar) la culpabilidad última o las intenciones culpables de otra persona como si fuéramos el Eterno. El verdadero creyente en el Mesías sabe que no todo juicio está prohibido, algunos juicios son obligados. La corrección al pecador es tan caritativa como virtuosa (Santiago 5:20).
Así considerado resulta que la corrección fraterna, con todo, se sostiene sobre ciertos fundamentos, incluyendo, primero, la conciencia de que la verdad existe y de que los actos son a veces objetivamente erróneos; y segundo, la comprensión de que los seres humanos estamos afectados por el pecado, habiendo sido creados para la salvación eterna de Yahvéh en el Mesías.
Sin embargo, y pese a todo esto, en una dictadura del relativismo como la que impera en el sistema de cosas actual, estos principios no son reconocidos. Los habitantes del mundo, sujetos a esa dictadura, prefieren vivir su día a día en coexistencia, sin valorar el ejercicio que exige la convivencia. Se prefiere la ausencia de opiniones y valores morales ‘rígidos’, y se acepta la falsa imagen de ser alguien «tolerante» y de «mente abierta». Este estilo de persona generalmente profesará alguna variante del relativismo, sosteniendo el oscuro cliché de «esa es tu verdad y esta mi verdad» por lo tanto «tu a lo tuyo y yo a lo mío«, como una filosofía personal certera y conveniente. Muchos en esta línea de pensamiento, entre ellos la mayoría de los evangélicos, se consideran ejemplares de una iluminada actitud a la que la civilización le ha costado llegar, y si se les intima a ello, admitirán sentirse ligeramente superiores a todas esas pobres almas de las generaciones precedentes forzadas a plegarse bajo obligaciones morales y religiosas. Por esto, la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecuan a la mentalidad relativista común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien revelado por Yahvéh en Su Instrucción (Torah).
Evidentemente para corregir fraternalmente al hermano, debemos reconocer la existencia de la Verdad, y si la rectitud o equivocación de un acto. No obstante, no es una invitación a hacer juicios, o a intentar juzgar al otro como sólo Dios puede hacerlo.
Es necesario entender que la corrección fraterna tal y como la manda nuestro Amado Mesías es “una aplicación espiritual del principio de subsidiariedad» que establecía en Israel que todos los asuntos deberían solucionarse primero al nivel más local posible, y sólo cuando no se pueda solucionar a nivel local es cuando debería llevarse al siguiente nivel de autoridad. La exhortación de Yeshúa proscribe la murmuración o la queja de los demás sobre algo mal hecho. Al contrario, dice el Señor, lleva el problema al hermano que está cometiendo el pecado. Él claramente está mandando que el problema se resuelva primero a un nivel local. Este principio de subsidiariedad va contra nuestro primer instinto cuando nos sentimos heridos, que es quejarnos a alguien. Decirlo a un tercero, y luego a un cuarto, y luego a un quinto a todos los que están alrededor, excepto a la persona a la que estás criticando. Es que lamentablemente para los hombres es más fácil murmurar, desahogarse con alguien, sin buscar estar cara a cara con el ofensor. Pero lamentablemente esto no encauza ni resuelve el problema, y mancha la reputación de esa persona.
Pero si ese hermano ignora la corrección dada individualmente, entonces deben encontrarse dos o más hermanos, que sirvan de testigos en esta preciada tarea del ministerio de la reconciliación. Sigue estando presente el principio de subsidiariedad: tomar a uno o dos hermanos que ven lo mismo; ir al siguiente nivel de autoridad. Al dar este segundo paso surgen dos consecuencias positivas: el testimonio de uno o dos testigos que da mayor peso a la situación, dado que al menos dos personas están de acuerdo. Esto motiva más al pecador a corregir su camino. Pero además tener que buscar a otros dos o tres constituye un examen de la propia percepción del hermano que corrige. Obliga este último a preguntarse: «ese pecado que veo en mi hermano ¿es sólo un problema mío, de mi propia personalidad y una forma equivocada de ver las cosas? ¿O los demás están de acuerdo conmigo?«
Si el hermano ignora también a esos dos o tres, el próximo paso que señala el Maestro es llevarlo a la Asamblea (Iglesia). De este modo, el Mesías vuelve a prohibir el murmurar en general. La comunidad de la Iglesia está actuando con amor, y seguramente con el testimonio de tantos, el pecador se verá impelido a corregir sus caminos. De este modo tendrá muy pocos argumentos para persistir en su negativa. Es interesante destacar que aquí Yeshúa no está hablando de una humillación pública sino de un intento de traer con amor a esa persona de vuelta. Es que el amor no hace mal al otro. Por el contrario, lo acoge y lo restaura, restituyéndolo a su peregrinación de fe.
Este es el primer ministerio que tenemos los justos, pero no es enseñado en los lugares religiosos ya que es más fácil así manipular. Yo lo aprendí en profundidad en Monte Santo y me costó al comienzo amar a ese otro que no es igual a mí, aunque decía amar a Dios estaba cumpliendo a la mitad la instrucción del amor gemelo. Mateo 22: 38 Y El le dijo: AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU MENTE. 38Este es el grande y el primer mandamiento. 39 Y el segundo es semejante a éste: AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO.… Las religiones solo enseñan y enfatizan que debemos amar a Dios pero la Escritura nos dice que debemos amar al que tenemos próximo como nos amamos a nosotros mismos. Estos son los falsos paradigmas que coloca el sistema del dragón. Gracias por enseñar la Verdad!!!