«En el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de Sinaí. Habían salido de Refidim, y llegaron al desierto de Sinaí, y acamparon en el desierto; y acampó allí Israel delante del monte.
Y Moisés subió a Dios; y YHVH lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a Mí.
Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Éstas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.»
(Éxodo 19: 1-6)
El Eterno sacó a los israelitas de la esclavitud con un propósito. Ahora se lo revelaría claramente: el pueblo de Israel sería un pueblo santo, una nación de sacerdotes por medio del cual cualquiera podría acercarse a Dios libremente. El Eterno llama a Su pueblo a la sabiduría de lo alto que es la conocimiento de cómo aplicar la verdad. Esta sabiduría solamente se conseguirá desde la ciencia que se encuentra escondidas en los códigos de la Torah (Instrucción).
Mientras los israelitas eran esclavos en Egipto, Yahvéh santificó para sí a todo hijo primogénito de Israel cuando destruyó a los primogénitos egipcios en la décima plaga. (Éx. 12:29; Núm. 3:13). Por consiguiente, estos primogénitos pertenecían a Yahvéh, eran su propiedad especial, y solo podían utilizarse para servir a Dios de algún modo especial. El Eterno asignó a todos estos varones primogénitos de Israel como sacerdotes o cuidadores del santuario.
El texto (v. 2) remarca que Israel levantó «el campamento de Refidím«. Moshé, al escribir esto, quiere exponer su especial significado etimológico. El nombre Refidim proviene de rifión yadáyim, que se traduce «la debilidad de las manos«, es decir, la fe vacilante, o sea la duda, signo de la deserción del Pueblo.
Ahora bien, los Israelitas levantaron sus tiendas y dejaron ese lugar que encarnaba para ellos una actitud de escepticismo, en donde se preguntaron: ¿está Dios entre nosotros o no? Saliendo de Refidím, se sobrepusieron a tal incredulidad. Las pruebas (y las experiencias) del pasado habían realizado su cometido. El período de la “fe vacilante” cedió el lugar a la convicción y a la confianza, la verdadera emunáh (fe) y fue en ese estado de espíritu con el que abordaron el desierto del Sinaí.
Al leer estos versículos, los comentaristas notan que desde la salida de Mitzrayim y hasta Refidim, allí donde los hijos de Israel acampaban había siempre descontento, perturbación entre el pueblo. Sin embargo, al llegar al monte de Sinaí reinaron en las tiendas de Israel una paz y una profunda armonía. Todos, parecía que formaban un solo cuerpo y una sola voz para obedecer a Yahvéh y a Moisés. Este es el significado de las palabras: «… y acampó allí Israel, frente al monte» (v. 2) en vez de «y acamparon allí los hijos de Israel«, señal de que el pueblo formaba una sola unidad.
Justamente, fue al comprobar esta unidad cuando Yahvéh juzgó al pueblo de Israel merecedor de recibir la Torah. El filósofo judío Rabí Sa’adiá Gaón, demuestra que la Torah representa el agente unificador del Pueblo de Israel. Cualesquiera que sean las oposiciones internas, las divergencias tanto de temperamento, como de opiniones; más allá de todas las querellas y las discordias que se dé entre ellos, la Torah permanece siendo la única plataforma capaz de unir al Pueblo del Eterno. Frente al Monte Sinaí, el Pueblo está compenetrado como un solo hombre.
El Eterno no juzgó al pueblo de Israel apto para recibir la Torah antes del tercer mes de su salida de Egipto. Desde la salida de Egipto, las siete semanas habían sido el período de purificación, necesario para la elevación, con el fin de hacerlos aptos para recibir la Luz Divina.
Es así como el Pueblo, cuya alma había sido mancillada en Egipto por las influencias paganas, debió atravesar las pruebas de los sufrimientos físicos (el hambre y la sed) y de la guerra contra Amalek (la duda), para impregnarse de creencia y de confianza en Dios antes de unirse en cualquier iniciativa con Él, para para una Alianza Eterna.
Es que la unión de amor matrimonial no puede ser sellada sino sobre la base de la creencia y de la confianza. Por ello,eEste trato de Yahvéh para con Israel fue semejante al que se sometía la mujer convertida a la fe de Abraham, que necesita de un período mínimo de tres meses para adquirir el derecho de casarse con un israelita amante de la Torah.
La palabra hebrea bajódesh («en el mes«), debe aquí dividirse en dos, transformándola en Ba-Jódesh («llegó el mes«), esto es, el mes verdadero, el mes solemne de la iniciación sacerdotal de los hebreos, a través de una boda con el Eterno.
Interesante es saber que jódesh (mes) deriva de la palabra jadash (nuevo), dándonos a entender que Israel fue un pueblo nuevo, en todos los sentidos, después de recibir la Torah y sus leyes en el Sinaí.
«Ustedes han visto lo que he hecho a los egipcios, y cómo los he tomado sobre alas de águilas y los he traído a Mí«.
(Éxodo 19:4 – NBH)
El Eterno les está diciendo el conocimiento que han adquirido de Mí no se basa en una creencia más más o menos vaga, transmitida dogmáticamente y en forma oral. Más bien, el conocimiento que tienen de Mí se fundamenta en una convicción obtenida desde la experiencia vivida personalmente. Por ello, la salida de Egipto y la Revelación en el Sinaí, son las dos realidades históricas sobre las cuales se fundamenta la fe de Israel. Ellas excluyen toda posibilidad de ser una ilusión, porque ellas han sido vividas y observadas por centenas de millares de individuos.
Por esto es que la Torah repite este argumento, con insistencia (Deuteronomio 11), acentuando el hecho, de que la Doctrina que emana de ella no descansa sobre la especulación filosófica, sino sobre acontecimientos históricos reconocidos y confirmados.
Hay aquí una revelación maravillosa que no podemos pasarla por alto. Esta porción del discurso celestial designa al Todopoderoso, ante todo, como el Dios Dueño de la Historia Universal. Israel había visto y palpado que era con esa cualidad que Él se había revelado desde la salida de Egipto ante los ojos de los hombres, quienes hasta entonces, sólo lo habían reconocido como Creador del Cielo y de la Tierra.
La acción Providencial que había elevado a los hijos de Israel al rango de una nación libre, gracias a una serie de hazañas milagrosas se destaca en la expresión: “…yo os he llevado sobre las alas de águilas”. Un vuelo de águila significa que no ha habido ningún obstáculo ni problema, que se ha pasado por encima de todo, y a una altura en la cual nada de la tierra puede afectar la serenidad del viaje. El texto no quiere decir que la travesía haya sido sencilla y sin traspiés, sino que alude a que el Eterno estuvo con ellos a cada momento, capacitándolos para llegar a esta hora, frente al monte Sinaí.
Debemos entender que esta imagen ilustra la rapidez con la cual los hijos de Israel fueron arrancados de los abismos de la inmoralidad egipcia para ser transportados hacia las alturas mesiánicas; lugares celestiales donde los seres humanos se sienten liberados de las cadenas del mal. Regiones donde flotan en las esferas de la pureza y de la luz.
La liberación de la esclavitud de Mitsrayim significaba para ellos al mismo tiempo, la liberación de la esclavitud de las pasiones y de los malos instintos. Ellos se vieron milagrosamente elevados hacia un mundo ideal “para ser llevados hacia el Eterno”. Por este motivo Israel será invitado a realizar una Alianza de Amor con el Eterno.
“Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes (mamleket kohanim) y un pueblo santo (goy kadosh) . Estas mismas palabras les dirás a los hijos de Israel.«
(Éxodo 19:6)
Ahora bien, lejos de ser un privilegio que le confiere derechos o ventajas particulares, la elección trae consigo, para Israel, una tarea claramente determinada: la de ser para la Humanidad un “Pueblo de Sacerdotes” que establecen el Gobierno del Eterno en la Tierra. Así como el sacerdote propiamente tal debe estar más cerca de Dios en los actos de culto, y, como representante de Dios, es el intermediario entre el mismo Dios y el pueblo, así Israel, como primogénito de Yahvéh entre todos los pueblos, es el sacerdote-intermedio entre Dios y la misma humanidad.
Tenemos que reconocer en este versículo una fusión misteriosa de dos grandes conceptos de autoridad espiritual: el reinado y lo sacerdotal.
Los israelitas habían oído hablar de reyes y también de sacerdotes, pero solo un hombre de la antigüedad, Melquisedec, había desempeñado ambos cargos con la aprobación de Yahvéh (Gén. 14:18). Ahora el Eterno ofrecía a la nación la oportunidad de producir “un reino de sacerdotes”. Tal como indicaron posteriormente los escritos inspirados, eso significaba que habría reyes que también serían sacerdotes, o lo que es lo mismo, un real sacerdocio (c.f 1Pedro 2:9).
A lo largo de la historia, el Rey, quien era la máxima referencia, se encargaba de las finanzas del pueblo, era juez supremo y comandante general en jefe del ejército.
Por otro lado tenemos a los Sacerdotes, los cuales eran la máxima referencia en doctrina y emunáh (Fe), siendo ellos los encargados de conectar al rey con la palabra de Yahvéh, tanto en la vida diaria como en épocas de guerra, junto con las obligaciones religiosas diarias en el Templo (sacrificios, incienso, etc).
El sacerdote está llamado a hacer resplandecer el conocimiento y la fe en Dios, gracias a su ejemplo y a su palabra, como lo proclama el profeta Malaquías (2: 7). Debe lucir ante los hombres como “un ángel del Eterno« (en hebreo ki maláj ha-Shem tzeváot hú).
Por sobre todo sacerdote nombrado por Yahvéh representa a los pecadores ante Dios y suplica a favor de ellos mediante ofrendas prescritas. Y por otra parte, también representa a Yahvéh ante el pueblo, enseñándole la Instrucción divina (Lev. 10:8-11; Mal. 2:7; Heb. 5:1).
Mediante sus servicios, los sacerdotes que reciben un nombramiento divino tratan de reconciliar a la gente con Dios.
Por eso, esta unión de oficios mesiánicos (reyes y sacerdotes) resulta para los israelitas bastante sorprendente ya que aparentemente ésta es contradictoria. En la teoría el rey y los sacerdotes forman parte de sistemas totalmente diferentes. Sin embargo, Yahvéh revela que tal es la vocación de Israel en el medio de las naciones. Deberá permanecer siendo la nación apóstol de la verdad y de la virtud.
Desde esta revelación, Aarón y sus hijos (y todos los sacerdotes generacionales) enseñarán a Israel que la santificación del Nombre de Dios (Kidush Hashem), tiene lugar no solo en la “vida practicada en el Templo, sino también en todos los rubros de la vida personal y general del pueblo, ya sea en la política, la economía, el ejército, el arte, la música, etc.«, tal como escribe el rey Shelomo (Salomón) en el libro de Mishlé:
“Tenlo presente (a YHVH) en todos tus caminos”
(Proverbios 3: 6).
Con esta cosmovisión en su mente y corazón, nuestro amado Mesías enseñará a sus discípulos que no falte esta intención en su vida de oración cotidiana, al enseñar a orar así:
«… santificado sea tu Nombre…»
(Mateo 6: 9)
¿Reino de sacerdotes? Sí, así es, gente dedicada diariamente a las cosas sagradas, con una vida centrada y girando alrededor de la santidad.
¿Nación santa? Sí, así es, gente separada, diferente, especial, que se distingue meritoriamente del resto de los seres humanos en palabras y acciones.
Hasta ese momento, ellos solamente sabían que volverían a su casa, según las promesas divinas dadas a Avraham, Isaac y Jacob. Entendían que se establecerían, que construirían una patria en su suelo designado. Eso estaba claro, repetido y memorizado. Nadie podía dudar del ideal nacionalista, de retorno al hogar patriarcal y crecimiento en él. Pero ahora, ¿qué era todo este cuento de santidad, de pactos, de atender voces celestiales, de funcionar como sacerdotes? Más allá de cualquier cuestionamiento, los israelitas estaban ante la Presencia, sin poder objetar en lo más mínimo.
Haciendo una mirada retrospectiva, entendían que había sido necesario caer al subsuelo del pozo de la desconfianza para poder elevarse por encima de toda duda, hasta tener la certeza y la convicción de la experiencia personal.
Precisaron todo esto para darse cuenta de que la finalidad de su existencia nacional estaba íntimamente fundida con la finalidad espiritual del propósito eterno de Dios. El mismo YHVH, la misma Voluntad, buena, agradable y perfecta, manifestándose en todos los planos existenciales de su vida.
La definición del propósito eterno de Dios para Israel quedaba sellada en estas palabras. El camino para ser una nación consagrada, es siendo, sí o sí un reinado de sacerdotes.
El método para su éxito ontológico consistirá en reunir y fusionar las cualidades de Rey y de Sacerdote en cada hijo primogénito.
El secreto será consagrar con amor el nombre de Yahvéh en todos los aspectos de la cotidianidad.
El Eterno reclama así de Su Pueblo que se comprometa a preservar los valores fundacionales.
Reinado de sacerdotes significa que deberían respetar con amor las leyes que recibirían desde la Instrucción (Torah) que se les iba a entregar. Era una invitación divina a la justicia y a respetar al prójimo practicando la misericordia al aplicar la Torah con equidad y amor.
Desde aquí la santidad tendrá una cosmovisión clara y bien práctica, ya que la misma será expresada esencialmente por la perfección moral expresada en un lenguaje sacerdotal.
La revelación de esta función ontológica subraya cuánto degrada al hombre la obscenidad del lenguaje; y relaciona nuestro versículo con el deber de todo redimido, de imponerse el uso de un lenguaje puro y noble que repara y transforma el cosmos (Tikún Olam).
En la concepción de este texto, la santidad, la dignidad sacerdotal y el linaje real deja de ser prerrogativa de una clase determinada y se convierte en la herencia de toda la comunidad de la Alianza. De este modo, Israel es guiado a repensar y reformular su identidad como Pueblo de Yahvéh en la Tierra. Es así, y sólo así, como Israel se transforma en un pueblo especial. Ya no pertenece a Faraón (Paróh) y su imperio de muerte (Mitzrayim), ahora es propiedad única y exclusiva de Yahvéh y Su Reino Celestial.
Israel tuvo que aprender y aceptar que su elección tenía designios divinos amplísimos y multigeneracionales. Su destino histórico era preparar, desde su interior, la venida del Mesías, siendo entonces el vehículo de la transmisión de las promesas salvadoras de la humanidad. La voluntad salvífica del Eterno en la historia ha tomado como instrumento oficial de su realización al pueblo hebreo. Los profetas insistirá con sus oráculos celestiales en el sentido mesiánico de esta elección de Israel. De este modo, Israel como colectividad, es un «reino de sacerdotes«, una casta especial en la humanidad con un destino concreto sobrenatural.
Quiera el Todopoderoso que podamos llevar a cabo nuestra misión en este mundo tanto en la vida personal de cada uno de nosotros como en la vida general como Pueblo de Dios, siendo un Reinado de Sacerdotes. Desde esta actitud, deseo también que podamos ver muy pronto el restablecimiento del Reinado de David, prontamente en nuestros días, el cual será eterno bajo el cetro de Siló, nuestro amado Yeshúa, y a Él sea dada la obediencia de los pueblos (Génesis 49:10).
«…Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable;…»
(1Pedro 2: 9)
En amistad y servicio de amor los bendigo: P.A. David Nesher