«Y respondió Moisés al pueblo: No temáis, porque Dios ha venido para poneros a prueba, y para que su temor permanezca en vosotros, y para que no pequéis.»
(Éxodo 20:20)
En los ambientes babilónicos (la religión) es popular decir: «Dios es amor y no se le debe temer”. Es cierto que al Eterno no le debemos tener «miedo» en el sentido en que hoy se usa la palabra. Ese miedo que paraliza o que impulsa a huir de Dios y evitar pensar o acordarse de Él (Génesis 3: 10). Ciertamente Dios es amor infinito (1 Juan 4:8) y nos creó para que lo amemos. Yeshúa enseña sobre los Mandamientos de Dios:
“El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos”
(Marcos 12:29-31)
Pero existe un temor de Dios que es un don del Espíritu Santificador de Yahvéh: temer ofenderlo. Con este don tememos al realizar nuestra propia debilidad y al saber que con facilidad podemos caer en pecado mortal y condenarnos.
En el pasaje de hoy leemos que después de la manifestación tremenda que hubo en el monte Sinaí, el pueblo tenía mucho temor del Eterno. Un temor de muerte les había inundado sus mentes y corazones de manera que ya no querían escuchar la voz audible del Eterno desde el cielo.
Por eso Moshé les dijo al Pueblo que no temieran , pero en la misma oración también dice que el Eterno había venido con estas manifestaciones impresionantes para producir un temor permanente en ellos a fin de guardarlos del pecado. En el texto hebreo aparece la misma palabra las dos veces. Por un lado no debían temer, pero por el otro lado tenían que temer siempre para no pecar.
Esto nos enseña que hay dos tipos de temor y que también hay un equilibrio que uno debe tener en cuanto al temor al Eterno.
Si hablamos de dos tipos de temor, podíamos explicarlos con dos palabras diferentes, miedo y respeto. No es bueno tener miedo del Eterno puesto que Él es amor y el amor echa fuera el miedo. Por otro lado hay que tenerle tanto respeto que casi se convierte en pavor.
Por eso, diremos que el arte de aborrecer el mal, es en grandes rasgos, el epicentro del temor de Yahvéh . Es ampliamente reverencia, y no miedo. El miedo viene de otro lado.
El temor a Dios no se trata de un miedo, ni distancia, sino el humilde reconocimiento de la infinita grandeza del Creador. Es temor a ofender al Eterno, reconociendo nuestra propia debilidad. El alma se preocupa de no disgustarlo, de permanecer y de crecer en el amor perfecto (Juan 15: 4-7).
La entrega de la Torah por el mismo Dios, garantiza que este arte se desarrolle en el alma. Esa fue la intención del Eterno en Sinaí con nuestros ancestros. Pero ellos, se llenaron de miedo y prefirieron huir de esa Presencia. Por eso, años después Yahvéh prometerá por sus profetas que esa Intención sería cumplida sí o sí en la era mesiánica:
» Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten del mí».
(Jeremías 32: 40)
Hablar del pacto eterno entre Yahvéh y su pueblo es innecesario, todos lo conocemos. Añadir que Él no piensa volverse atrás de lo que promete, tampoco. Sin embargo, enfatizar en que es Él quien ha puesto la reverencia (el temor) en nuestros corazones, sí es necesario. Porque nos deja en evidencia la razón y el motivo por el cual se necesita ejercitarlo y ejercerlo.
» Ahora, pues, Israel, ¿Qué pide Yahvéh tu Dios de ti, sino que temas a Yahvéh tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Yahvéh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Yahvéh y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?
(Deuteronomio 10: 12-13)
Aquí el Eterno presenta sus requerimientos mediante una serie de verbos muy activos que hacen referencia a varias actitudes. Temas, andes, ames, sirvas, guardes. Los verbos denotan fidelidad a Dios y explican así lo que significa el temor a Dios, explayándose en la continuidad de este pasaje.
Por lo tanto, nosotros los creyentes en Yeshúa no debemos “tener miedo” de Dios. No tenemos razón para tenerle miedo. Tenemos Su promesa de que nada podrá separarnos de Su amor (Romanos 8:38-39). Tenemos Su promesa de que nunca nos dejará o desamparará (Hebreos 13:5). El temer a Dios significa tener tal reverencia por Él, que éste tenga un gran impacto en la manera en que vivimos nuestras vidas. El temor a Dios es reverenciarlo, someternos a Su disciplina, y adorarlo con admiración .
¡Temer sí, pero sin miedo alguno!
Que el Eterno infunda mucho temor en nuestros corazones para que no pequemos, y que no tengamos nunca temor de acercarnos a Él como nuestro Padre celestial.