P.A. David Nesher
«Vayomer YHVH el-Moshe neteh yadeja al-erets Mitsrayim ba’arbeh veya’al al-erets Mitsrayim veyojal et-kol-esev ha’arets et kol-asher hish’ir habarad…Vayejas et-eyn kol-ha’arets vatejeshaj ha’arets vayojal et-kol-esev ha’arets ve’et kol-peri ha’ets asher hotir habarad velo-notar kol-yerek ba’ets uve’esev hasadeh bejol-erets Mitsrayim.
«Yahvéh le dijo a Moshé:
(Shemot/Éxodo 10:12)
“Levanta tu mano sobre la tierra de Egipto, para que surjan las langostas sobre la tierra de Egipto, que consumirán toda la vegetación del país, todo lo que quedó del granizo…
Cubrió la superficie de todo el país [tan espesamente] que la tierra se oscureció. Consumió toda la vegetación de la tierra y todos los frutos de los árboles, remanentes del granizo. No quedó nada de verdor, ni en los árboles ni en las plantas del campo, en todo Egipto.«
En la parashá (porción) Bo, de esta semana, se completa el relato precedente (desde la anterior parashá Vaerá) de los 10 golpes o “plagas” que el Altísimo asestó contra la tierra de Mitzrayim (Egipto). La porción inicia con el octavo golpe, la plaga de langostas, en hebreo ארבה – léase: Arvé-.
Haciendo memoria de lo visto hasta aquí, recordaremos que cuando Moshé se presentó por primera vez ante Faraón, este dijo con irónica soberbia:
«¿Quién es Yahvéh para que yo oiga su voz y deje ir a Israel?»
(Éxodo 5:2)
El hecho de que Faraón aún no se sometiera al Eterno mostraba de que él no sabía quien era el Señor aún. Esto fue a pesar de que Yahvéh, nuestro Dios, hubiera puesto en claro de quien era Él:
· Más grande que el dios Khnum (el guardián del Nilo)
· Más grande que el dios Hapi (el espíritu del Nilo)
· Más grande que el dios Osiris (quien tiene al Nilo como su torrente sanguíneo)
· Más grande que la diosa Heqt (la diosa rana de la fertilidad)
· Más grande que la diosa Hathor (madre diosa con forma de vaca)
· Más grande que el dios Imhotep (el dios de la medicina)
· Más grande que Nut (la diosa del cielo)
· Capaz de detener toda la adoración de los dioses egipcios con repugnantes piojos y enjambres de insectos.
A pesar de todo esto, Faraón mostró que él todavía no conocía a Yahvéh Dios. Por lo tanto, el Eterno le mostraría aún más.
Por ello, Moshé trajo una nueva plaga, las langostas que devoraron la vegetación del país.
Por decirlo de alguna manera, la plaga de langostas se convierte en una bisagra, entre el golpe anterior, el granizo, y el golpe inmediatamente siguiente, la oscuridad.
Entrando a considerar los códigos de este 8º golpe celestial, nos damos cuenta, que durante el relato de la plaga de langostas se menciona en tres ocasiones [Éxodo 10:5, 12 y 15] la palabra ברד –barad-, refiriéndose al granizo que había caído previamente. Pero también utiliza el término (חשך- joshek), quizá anunciando el siguiente golpe que vendría sobre Egipto, la oscuridad.
Necesitamos saber que justamente existe un denominador común para las tres últimas plagas, es el factor llamado “oscuridad” (en hebreo: Joshek) relacionada con el vers. 2 del primer capítulo de Bereshit (Génesis 1:2). Esto significa que en el lenguaje metafórico (amén del significado real de las mismas), la mente de Paróh ya estaba sumida en la contusión y la oscuridad propia de la influencia del infra-mundo.
En relación a la plaga de las langostas (hebreo: arvéh אַרְבֶֶׁ֔ה), leí que el rabino Ibn Hezra comenta acerca de la calamidad que suponía esta plaga. Él cita al profeta Yoel (Joel), en cuyos días se originó una devastadora plaga de langosta que afectó a la tierra de Israel. Llama la atención que, con referencia a dicho episodio, Yahvéh, por boca de su profeta Yoel denomina a la langosta חילי הגדול , («Heli haGadol«), que se traduce como “Mi Gran Ejército” (Yoel 2:25). No podemos menos que concluir remarcando la ironía que encierra el enfrentamiento de Paróh y el Creador de la Naturaleza, pues mientras Paróh contaba con un inmenso ejército bien pertrechado, el Creador de la Naturaleza enfrentará también con Su “gran ejército», que consiste en débiles y frágiles langostas que, por su numerosa cantidad, oscurecen la luz del día.
Esta es la referencia que el profeta Yoel hace acerca de la invasión de langostas en la tierra de Israel:
“…día de tinieblas y lobreguez, día nublado y de densa oscuridad. Como la aurora sobre los montes, se extiende un pueblo grande y poderoso; nunca ha habido nada semejante a él, ni tampoco lo habrá después por años de muchas generaciones.”
(Joel 2:2 )
¿Cómo es posible que en la Torah esté escrito que no habría tantas langostas (v.14) después cuando el profeta Yoel dice que nunca ha habido nada semejante?
El sabio Rashí dice que la profecía de Yoel muestra que esa plaga de langostas fue más severa que la de Moshé. Pero no hubo contradicción porque la plaga de Yoel estaba compuesta por numerosas especies de langostas en conjunto: las especies arvéh, yélek, jasil y gazam (Joel 2:25). Pero la plaga de Moshé consistió en una sola especie, e igual a ella no hubo antes ni habrá después.
También podríamos interpretar estos dos textos de manera que las dos plagas ocurrieron en dos países distintos, Egipto y la tierra de Israel. La promesa de que nunca será algo semejante se refiere sólo a Egipto. La plaga que se menciona en el libro del profeta Yoel está en relación con la tierra de Israel, y allí no había ocurrido nada semejante, ni tampoco habrá después.
La plaga dañaría lo verde que aún quedaba en Egipto y que pudiese servir como alimento. Esta octava plaga fue por el pecado de los egipcios de obligar a los hebreos a plantar y cosechar para que solamente los nativos gozaran de sus frutos.
Registran los antiguos midrashim (estudios/comentarios), que los egipcios se alegraron del anuncio de esta plaga porque vieron en estos insectos una oportunidad para atraparlas y comerlas; pensaban almacenar todas las que se pudiesen. Pero no imaginaban que estas langostas fuesen de una naturaleza diferente a las que esperaban, no eran una especie común, ni comestible.

Como se ha señalado, una plaga semejante se registra en el libro de Yoel 2:2. Sobre esta plaga, dice el pasuk (versículo) que no quedó nada verde en árbol ni en planta del campo en toda la tierra de Egipto (vers. 15). Esto significa que millares y millares de langostas se interpusieron entre el sol y la tierra. Desde lejos, el enjambre de langostas parecía como una pesada nube extendida por todo el territorio. Al acercarse ensombreció la atmósfera y oscureció el lugar por completo -al impedir que llegasen los rayos del sol-. Por dondequiera que pasaba este enjambre devastaba el suelo, y los últimos vestigios de verdor desaparecían de los campos.
Con esta plaga el Eterno se reveló a Sí mismo más grande que al equipo de divinidades egipcias conformado por:
- Anubis: deidad de los campos.
- Isis: deidad femenina protectora contra la langosta.
- Serapis: deidad que resultaba de la asimilación de Apis, a su muerte, con Osiris.
- Min: deidad de la fertilidad y la vegetación, protectora de la cosecha.
- Nepri: el cual era el protector de los cultivos, las cosechas y el pan.





Aquí les pido que recordemos que con estas plagas Dios hizo con Faraón lo que Él hará siempre en nuestras vidas: exponer y derribar a cada dios falso que creamos en nuestra mente mística y dogmática. Cuando confiamos en estos dioses seguramente dolerá el verlos caer, pero es mejor que el verlos expuestos delante nuestro alimentando la cáscara del yetser hará (tendencia al mal) o ego.
Los consejeros de Paróh, le pedían a su rey que dejara en libertad a los hebreos, que no tenía sentido que ellos siguieran en Egipto. Faraón pide perdón a Elokim por su pecado pero siguió oponiéndose a Sus órdenes.
Trascendiendo su estricta literalidad, el texto nos interpela con agudeza y profundidad en relación a las dramáticas horas que vivimos.
Sabemos por la visión que tuvo el apóstol Juan en Patmos, que demonios en forma de langostas, que vendrán sobre el mundo en los últimos tiempos, (cf. Revelación 9:1-11). Justamente eso es lo que hoy estamos viviendo. La oscuridad en sus diversas formas, acecha nuestra humanidad. Avaricia de poder, desidia, indiferencia, intolerancia, egoísmo resultan en penumbras que nos abruman y confunden, al extremo de desconocernos; y tras este desconocimiento del prójimo, provocamos a la vez el desconocimiento de nuestra común condición humana. Así, sumidos en las penumbras, nos alejamos del camino de la Luz Infinita y de Su redención.
Es imperioso en los tiempos que corren, ejercitar la generosidad asumiendo el compromiso con y por el otro, a fin de que la solidaridad nos convierta en una vasija restaurada que puede volver a reconectarse con la Luz.
La actual crisis de la civilización postmoderna pone en el tapete la “cuestión espiritual” como posible instancia de refundación de nuevos proyectos de comunidad humana que posibiliten la coexistencia, a la vez que potencien todo lo divino que mora dentro de lo humano que somos.