Por P.A. David Nesher
Va’ered lehatsilo miyad Mitsrayim uleha’aloto min-ha’arets hahi el-erets tovah urejavah el-erets zavat jalav udevash el-mekom haKna’ani vehaJiti veha’Emori vehaPrizi vehaJivi vehaYevusi.
«Y por eso he descendido, para salvarlo del poder de los egipcios y para hacerlo emigrar de aquella tierra hacia una tierra buena y amplia, tierra de la que fluye leche [de cabra] y miel [de dátiles e higos]; al lugar [donde habita el pueblo] kenaanita, el jitita, el emorita, el prizita, el jivita y el ievusita.»
Shemot/Éxodo 3:8
Los términos «Zavat halav udevash» (“que fluye leche y miel”), hacen alusión a la fertilidad de la tierra. La expresión «Leche» es la metáfora para riqueza ganadera, y «miel» la analogía ideal para frutos de la tierra.
Pero esto puede ser entendido también en otro nivel; la leche es el alimento primario y básico de todo ser humano en su primer período de vida. El lactante depende, inexorablemente, de la “halav” (leche) de su madre y recurre a ella, naturalmente, como fuente segura de nutrición.
Muy diferente es «devash» (miel), ya que es un alimento «externo» producido por la naturaleza después de una ardua intervención del hombre para obtenerlo, su importancia se debe, básicamente, a su sabor.
Estos dos alimentos representan, en el lenguaje simbólico, la nutrición espiritual que cada redimido por el Mesías debe recibir:
a) la leche: son las enseñanzas de la Torah que ha bebido desde sus primeros instantes de vida;
b) la miel, que es el sabor placentero de toda la peregrinación interpretativa que aprende a realizar cada hebreo peregrinando en las parashot, a través del método PaRDeS.
Ambas cosas en conjunto determinan un crecimiento armónico del alma hebrea.