Por Moisés Franco
“…Señor mi Dios, yo te he obedecido y he hecho todo lo que me mandaste. 15 Mira desde el cielo, desde el santo lugar donde resides y, tal como se lo juraste a nuestros antepasados, bendice a tu pueblo Israel y a la tierra que nos has dado, tierra donde abundan la leche y la miel.”
(Deuteronomio 2:14-15)
El pasaje da una idea simple: obedecimos todo, por eso queremos ser bendecidos. Debemos recordar siempre que la palabra “torah”, mal traducida como ley, significa instrucción. Toda instrucción consiste en un conjunto de directivas que, si son cumplidas adecuadamente, permiten alcanzar un objetivo; es decir, cumplir un propósito.
La pregunta es, ¿cuál sería el propósito de la Torah del Eterno?
Romanos 10:4 dice:
“Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (RVA 2015).
Este versículo ha sido utilizado (en el sentido más utilitarista del término) para justificar la doctrina errada de que por medio de Jesús, el Eterno anuló la Torah (mal llamada ley) ya que Él la cumplió para que ahora vivamos “por la gracia”.
Esto no es así. Primeramente, porque antes de la llegada del Mesías también se vivía por gracia, dado que nadie alcanzaba la salvación por las obras de cumplimiento de la “ley” sino que por la fe en la promesa mesiánica se obedecía la instrucción. Como demuestra el capítulo 11 de Hebreos.
En segundo lugar, las traducciones no son inocentes: una ley puede anularse, una instrucción es válida siempre. Sólo dependerá de los individuos el seguirla o no para llegar a su objetivo, pero una vez cumplido el objetivo, la instrucción no deja de ser, sigue ahí para todo el que la quiera seguir.
Un ejemplo simple pero didáctico de esto sería: una ley de la Constitución se puede anular, pero una receta (que es una instrucción) para una torta, no se anulará porque alguien cocine esa torta, sino que será válida para todo el que quiera seguirla y hacer una y otra vez el platillo.
Volviendo a Romanos, la palabra traducida como “fin” es telós en griego y además de límite o finalización, significa “propósito”. Es decir, que el Espíritu Santo está revelando en Pablo que el propósito, la intención, el objetivo de la torah es Cristo.
Ahora bien, si creemos que el término “cristo” se reduce a un nombre propio, como si fuese el segundo nombre de Jesús, se puede pensar que el objetivo de la “ley” se cumplió con la venida del Salvador.
Sin embargo, cristo o mesías (hebreo) significa ungido, esto es alguien capacitado. ¿Para qué? Para unir Cielo y Tierra, lo cual es la función de todo sacerdote. Entonces, entendemos según 1 Pedro 2:9 que YAHVÉH nuestro Dios, por medio de Jesús el Mesías, nos hizo sacerdotes, no para anular la torah sino que por medio de la fe en Su Hijo, pudiésemos obedecer la Torah con su ayuda e interpretación (yugo) a fin de llegar a ser justos.
Por eso el pasaje citado dice: “…para justicia a todo aquel que cree”.
En este sentido se puede entender mejor lo declarado por nuestro Maestro:
“Ciertamente les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre”
(Jn. 14:12).
Jesús nos habilitó con su sangre el perdón de nuestros pecados y por la fe en Él podemos estar en Él y así en el Padre.
Pero la fe en el Hijo no anula la instrucción, sino por el contrario, nos habilita para hacer las mismas cosas que Él hizo, que básicamente se resumen en reconciliar, elevar, reconectar el mundo físico para que esté unido en amor al Creador.
Por eso, Juan 14, es decir, el mismo capítulo donde dice que haremos las mismas obras que Cristo, declara: “Judas (no el Iscariote) le dijo:
―¿Por qué, Señor, estás dispuesto a manifestarte a nosotros, y no al mundo?
23 Le contestó Jesús:
―El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él. 24 El que no me ama, no obedece mis palabras. Pero estas palabras que ustedes oyen no son mías, sino del Padre, que me envió”. (Jn 14:22-24)
La condición para que la presencia de El Señor viva en nosotros es que obedezcamos su Palabra, no en nuestras fuerzas sino desde la fe en el Mesías. Porque, ¿cómo podría Jesús haber anulado la Torah y al mismo tiempo decir que quien lo ama debe cumplir las palabras de Su Padre?
Y al cumplirla, el Eterno nos bendecirá como juró que lo haría a Abraham, Isaac y Jacob, como declara el versículo con el que encabezamos esta reflexión. Es simple, sólo debemos creer y obedecer.