Por P.A. David Nesher
Vayet Moshe et-yado al- hayam vayolej Adonay et-hayam beruaj kadim azah kol-halaylah vayasem et-hayam lejaravah vayibak’u hamayim. Vayavo’u veney-Yisra’el betoj hayam bayabashah vehamayim lahem jomah miyeminam umismolam.
«Moshé extendió su mano sobre el mar y Hashem hizo soplar el fuerte viento, [el viento] del Este, durante toda aquella noche, transformando el mar en tierra seca. Y las aguas se partieron. Los israelitas cruzaron por el lecho del mar, en seco. El agua estaba a los costados, en estado sólido, como sendos muros, a derecha y a izquierda.«
Shemot/Éxodo 14: 21-22)
Los egipcios cruzarían las aguas confiándose que este fuerte viento era un fenómeno de la naturaleza y no un poder supremo. Pensar de ese modo sería su trágico fin. ¿Quién da el primer paso para cruzar antes de ser divididas las aguas? Leamos el siguiente dato:
«…Parados en la orilla, las tribus pensaban quienes entrarían primero al mar. Benyamin avanzó primero (…) Pero fue Najshón Ben Aminadav quien saltó al agua. Al verlo, todo Yehudá siguió sus pasos. Luego ingresaron todas las tribus (…) Las tribus fueron ampliamente recompensadas, en premio a la santificación del Nombre de Dios al entrar al mar en primer término. La tribu de Benyamin fue digna de que la Presencia divina reposara en su porción del territorio (…) A excepción de Benyamin, todos los hijos de Yaakov nacieron mientras él seguía llamándose Yaakov. Recién después que regresó a Kenaan se le cambió el nombre y se lo llamó Israel (Gen 32:29, 35:10). Inmediatamente después nació Benyamin (…) El Templo Sagrado se encontraba, una mitad en la porción de Benyamin y la otra mitad en la porción de Yehudá, pero el Santo de Santos (Kodesh Hakedoshim), se encontraba solamente en la porción de Benyamin. En alusión a esto, está escrito: “Allí Benyamin, el más joven, los gobierna (Sal. 68:28)…»
[Meam Loez, pág 170-171].
En mérito a su acto de fe, Yahvéh recompensa a la tribu de Yehudá otorgándole el derecho a la realeza de toda la nación de Israel. Una vez partido el mar, cuentan así los midrashim:
«…La plaga de la obscuridad había durado seis días, el Eterno reservó el día siete de aquella plaga para emplearlo este día, previo al cruce del mar (…) Los egipcios intentaban lanzar sus flechas pero la nube de Elokim era el escudo protector de los hebreos. La nube gloriosa se interpuso entre los egipcios y los hebreos (…) Mientras los egipcios maldecían y lanzaban sus flechas bajo la obscuridad, los hijos de Israel comían, caminaban rumbo al mar y alababan a Elokim gozosos…».