por Rav Ari Kahn
Vaerá (Shemot/Éxodo 6:2-9:35)
Ideas avanzadas basadas en el Midrash y la Kabbalah.
Tal como Dios le había prometido a Abraham cientos de años antes, los hebreos, sus descendientes, saldrían de Egipto, pero el éxodo no sería instantáneo sino que se desarrollaría lenta y deliberadamente. Moshé es enviado a «negociar» la liberación de los esclavos israelitas, pero el Faraón niega conocer al Dios de Israel (Shemot 5:2) y se mantiene firme. Desde el comienzo, el Faraón elige hacer las cosas «por las malas».
A Moshé y Aharón les ordenaron mostrar la fuerza y el poder del Dios que el Faraón afirma no conocer, y sus instrucciones son bastante específicas: deben usar la vara, un símbolo con el que Dios ya le mostró Sus milagros a Moshé. Debemos resaltar que la vara, el símbolo del pastor, se transforma en un cocodrilo,1 uno de los símbolos más importantes de Egipto.2 Cuando los hechiceros del Faraón logran imitar esta misma muestra de poder, el Faraón piensa que ese «milagro» no es nada más que un truco de magia. Pero cuando la vara de Aharón3 se traga la representación simbólica de Egipto, el Faraón comienza a preocuparse. Para él, la escena que acaba de presenciar es un presagio apocalíptico. Los hebreos, que llegaron a Egipto siendo pastores, fueron excluidos, menospreciados4 y eventualmente esclavizados. Ahora estaban allí, sugiriendo que los pastores esclavizados se tragarían a todo Egipto, que lo harían desaparecer. Sin embargo, pese a sus temores, el Faraón pone cara de malo y sigue adelante.
Poco después se convierte en sangre el Nilo, un pilar no sólo de la economía egipcia sino también de su teología.5 Ante los ojos egipcios, la deidad que adoran como una poderosa fuente de vida parece mortalmente herida. Una vez más los hechiceros del Faraón repiten el milagro y crean más sangre, dándole al Faraón una excusa para continuar con su comportamiento desafiante.
Si el Faraón hubiera analizado la situación con objetividad, la lógica le hubiera dictado un curso completamente diferente. Incluso en esta etapa temprana, el Faraón debería haber entendido que ya había perdido la guerra, aunque sus hechiceros lograron terminar cada batalla con un aparente empate. Cada uno de los pequeños y simbólicos ataques de los representantes de los hebreos se enfocó en un símbolo egipcio de poder, un símbolo de lo que hacía poderoso al Faraón. A medida que continúa el proceso de liberación de los judíos, se verán atacados más símbolos fundamentales de Egipto, incluyendo la oscuridad que eclipsará al dios sol, que es el Faraón mismo.
Pero el Faraón no efectúa un análisis desapasionado. La plaga siguiente, ranas, sigue rápidamente a la primera. Como si el descalabro generado por Moshé y Aharón no hubiera sido suficiente, casi cómicamente los hechiceros del Faraón crean todavía más ranas, incrementando el ruido y la destrucción.
Nuevamente el Faraón se envalentona cuando su equipo se mantiene a la altura del desafío. Sus hechiceros apuntalan su coraje lo suficiente para enfrentar el siguiente castigo: piojos. Aunque puede ser que esta no sea la peor de las plagas, sin dudas es molesta. Pero esta vez la plaga desciende sobre Egipto sin previo aviso. Los piojos simplemente aparecen, y todo el polvo de la tierra se transforma en piojos o es consumido por ellos. Esta vez, aunque los hechiceros intentan imitar la maniobra, no lo consiguen.
Los magos hicieron lo mismo con sus hechizos para producir piojos, pero no pudieron
(Shemot 8:14)
Al fracasar, los hechiceros debieron ser particularmente cuidadosos: una palabra fuera de lugar podía llevar a un final dramático y repentino de sus carreras… y de sus vidas. Midiendo sus palabras, transmiten a su rey una declaración meticulosamente pensada:
Los magos le dijeron al Faraón:
«¡Este es el dedo de Dios!».
Pero el corazón del Faraón se endureció y no los escuchó
(Shemot 8:15).
El texto hebreo de esta declaración es extremadamente breve, sólo tres palabras. Pero esas palabras tienen una importancia crítica. Si las leemos como se debe, entendemos que transmiten un mensaje muy fuerte. En primer lugar, es posible que los magos hayan intimidado al Faraón al decir que el Dios de los judíos existe y que es más poderoso que los dioses egipcios. Por otro lado, como señalan muchos comentaristas, los magos usaron una forma muy genérica para referirse a Dios. ¿Quizás se estaban refiriendo a una deidad egipcia y no al Dios de los judíos? ¿Trataban de impartir un nuevo escepticismo respecto al dominio continuo del Faraón sobre los judíos, o estaban atribuyendo los milagros a una fuente ajena al Dios de los judíos?
Los comentaristas debaten sobre la intención de las palabras de los hechiceros. Su declaración habla sobre el poder de un dios, ¿pero qué dios?6 Desde la primera confrontación con los nuevos líderes de los hebreos, el Faraón negó conocer al Dios de Israel. La pregunta respecto al nombre con el que Dios es conocido es un tema central del libro de Shemot. Moshé presenta este tema en su primer encuentro con Dios en la zarza ardiente. La respuesta de Dios fue muy precisa: el «Nombre Inefable«, con el que Moshé debía presentar a Dios tanto a los israelitas como a los egipcios. Sin embargo, los hechiceros no usaron este nombre, ni ningún otro apodo claramente identificable. El término que usaron, «Elohim«, es un nombre más genérico y no específico de Dios, uno que a menudo se usa para referirse a dioses de idolatría e incluso puede utilizarse para hablar de poderosos jueces o gobernantes humanos. ¿Cuál fue la intención de los hechiceros al usar el término que traducimos como «el Todopoderoso»? Quizás, tan importante como la pregunta anterior, ¿qué fue lo que entendió el Faraón?
Como dijimos, la plaga de los piojos llegó sin una advertencia previa, lo que dejó la puerta abierta para que la atribuyeran a causas naturales. Al parecer los magos no deseaban darle al Faraón el consejo que necesitaba escuchar: «Esta es la mano del Dios Inefable de los hebreos, que vino a castigarte por tus pecados en contra de Su pueblo«. En cambio, le restaron importancia al ataque describiéndolo como «el dedo de Dios«, un término poco claro que el Faraón podía elegir entender como una «fuerza de la naturaleza» o incluso como «el acto de un dios egipcio«.7
La falta de advertencia previa, que hace que la plaga de piojos parezca ser sólo un evento fortuito de la naturaleza, junto a la minimización de la responsabilidad de Dios en la plaga, le permitió al Faraón continuar con su negación. Sus «consejeros» resultaron ser empleados serviles que temían decir lo que sabían, lo que era obvio que su jefe no quería escuchar: que Egipto estaba perdido, y que enfrentaban un poder incomprensible e incomparable. En cambio, alentaron al Faraón a mantenerse firme y seguir abusándose.
De todas formas, la culpa de las malas decisiones del Faraón no yace exclusivamente en los hechiceros, sino que es compartida. Un jefe mejor hubiera tenido mejores consejeros. Si el Faraón hubiera creado una atmósfera de diálogo sincero, si hubiera permitido opiniones discrepantes, su equipo no habría sido tan reticente. Si el Faraón hubiese alentado la expresión y la discusión honesta, sus consejeros podrían haber expresado sus dudas o realizado sugerencias novedosas para enfrentar esa amenaza.
Por otro lado, en base a lo que sabemos del Faraón, el cruel asesino, tirano paranoico y xenófobo que esclavizó toda una nación y decretó el asesinato de los inocentes, no nos sorprende que no haya conquistado las mentes y los corazones de quienes lo rodeaban. Un hombre mejor hubiera tenido mejores amigos, pero un hombre mejor no hubiera esclavizado a otra nación ni hubiese llevado a su imperio a esa situación imposible.
Aparentemente el Faraón se merecía el abuso que recibió. Su propia tiranía ayudó a crear la atmósfera que eventualmente provocó su caída. Si bien mucho antes se había decretado que los israaelitas sufrirían el exilio y la esclavitud antes de su eventual redención, la crueldad y la obstinación del Faraón fueron sus propias decisiones. Si hubiera tomado un camino diferente, no necesariamente habría tenido que sufrir los horrores de las plagas. De una u otra forma los judíos iban a ser liberados. El Faraón, y sólo él, fue responsable de elegir cómo iba a ocurrir. Debería haber elegido el camino fácil, admitir que se había equivocado y escoger el camino de la reconciliación. Pero en cambio eligió el camino difícil.
Tomado de: Aish Latino
NOTAS:
1. Shemot 7:9-10.
2. Ver Iejézquel 29:3.
3. Una lectura cuidadosa del texto sugiere que fue la vara de Aharón la que se tragó a las otras, y no su vara en la forma de un cocodrilo.
4. Bereshit 46:34, y citado por Moshé en Shemot 8:22.
5. Ver Iejézquel 29:3.
6. Ver Ibn Ezra, Shemot 8:15.
7. Ver Malbim, Shemot 8:15.