Todo el tiempo, especialmente desde los ámbitos mentales religiosos, se nos habla de pecar o no pecar. Pero, ¿qué es un pecado?
Yo diría que un pecado es unir un cable de energía negativa con uno de energía positiva y recibir una descarga. Sin embargo, debemos reconocer que la unión de los cables no es hecha por una Fuerza Divina, es hecha por ti y por mí. Voluntariamente decidimos hacer esa nefasta unión.
Así mismo, cuando despertamos y pensamos algo negativo, cuando decidimos en la mañana que el día está gris y las cosas no marcharán como queremos, cuando buscamos la satisfacción inmediata pasando por encima de alguien más o de nuestro bienestar, cuando nos quejamos o decimos cosas negativas en voz alta para que las entidades que nos rodean puedan escucharlas y manifestarlas: todo esto provoca un cortocircuito. Pero un cortocircuito no significa que una mano Divina vendrá a nuestra realidad y lanzará granizo y azufre sobre nosotros. Un corto circuito es causado por ti y por mí porque todos somos responsables de todo lo que hacemos, y como somos responsables, también podemos reformar todo.
La verdad es que el pecado, tal como se define en las traducciones originales de las Sagradas Escrituras, significa “perder el camino” o «errar el blanco«. El camino, en este caso, es el estándar de perfección y plenitud de vida establecido por el Eterno Dios y evidenciado por Yeshúa, Su Hijo y Mesías. Bajo esa luz, queda claro que todos nosotros somos pecadores.
Por ello, cuando asumimos la responsabilidad total de todo lo que vivimos, tenemos el poder de cambiar nuestra realidad.
