Por P.A. David Nesher
«Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Ángel de Yahvéh en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.
Éxodo / Shemot 3: 1-3
Entonces Moisés dijo:
Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema.«
Por un lapso de cuarenta años Moshé vivió como un pastor oculto en el desierto de Madián. Hasta este punto su vida era tan humilde que él no tenía ningún ganado al que pudiera llamar como propio,… ¡las ovejas pertenecían a su suegro!… Sin embargo, en aquel día, lo cotidiano se volvería para él en algo sobrenatural.
Siempre me imagino la escena. Cuando Moshé se levantó aquella mañana y contó las ovejas, no se dijo a sí mismo: «Creo que llevaré las ovejas al lado occidental del desierto, junto al Monte de Dios«. El monte Horeb era simplemente eso: el monte Horeb; una roca indistinta en el desierto como tantas otras colinas y montañas, de aspecto completamente ordinario. No tenía nada de especial. El monte Horeb se convirtió en el monte Sinaí, la montaña de Dios, simplemente porque el Eterno lo eligió, no porque fuera más alto, más poderoso o más santo que cualquiera de las colinas y montañas circundantes. (Horeb significa “desierto” o “desolación”)
De manera similar, Moshé se convirtió en Moshé, el Profeta del Altísimo porque Dios lo llamó, lo encontró y lo comisionó, no porque fuera más piadoso, más poderoso, más inteligente o más elocuente que otros hombres.
Con este relato descubrí que Dios está en lo ordinario,… ¡Él goza esconderse allí para ser hallado! Así mismo se me reveló que siempre los encuentros con Dios ocurren en lugares ordinarios. Lo diferente está en que cuando ese encuentro con Dios ocurre, lo ordinario se transforma inmediatamente en extraordinario y sobrenatural.
El muy común Monte Horeb se transformó en el extraordinario Monte Sinaí debido a que la presencia de Dios estaba allí. Así también, el Moshé muy común, un simple hebreo exiliado de Egipto, un pastor de ovejas perdido en el desierto, se transformó en Moshé, el Hombre de Dios, el mayor profeta de todos los tiempos porque se encontró con Dios. ¡El Eterno transformó al hombre común en algo extraordinario, y así continúa obrando hoy!
Estoy convencido que alguno de ustedes, a esta altura de la bitácora, se estará cuestionado: «¿Cómo podría Dios usarme para algo? No soy nadie en especial. Solo soy una persona normal con una vida normal.«
La mayoría de nosotros no nos consideramos personas extraordinarias. Probablemente, al igual que yo, tú te consideras una persona bastante corriente con una vida bastante común y ordinaria. Sin embargo, desde la perspectiva de Yahvéh, eso es perfecto. Tú eres la persona indicada para el cumplimiento de Su propósito eterno. Tú eres el alma perfecta con la que puede hacer cosas extraordinarias. ¡Él no busca profetas!; ¡Él solo busca personas normales que se desenvuelvan en circunstancias normales!
Lo que sí necesito que entiendas, es que cuando Moshé vio la zarza ardiendo, el relato destaca que él se desvió para investigar aquel fenómeno. Sólo entonces el Santo Bendito Sea se reveló a Moshé como el Dios de sus padres. Justamente allí está nuestro problema. Generalmente no nos tomamos el tiempo para desviarnos e investigar la Voz que se esconde en la zarza, es decir las Sagradas Escrituras.
Todos tenemos la intención de crecer espiritualmente. Todos imaginamos que un día, nos tomaremos un tiempo para estudiar, para crecer en Torah, para hacer un mitzváh (mandamiento) , para orar con regularidad. Pero no puedes llevarte las buenas intenciones a la tumba. Un rabino famoso dijo una vez:
“No te digas a ti mismo:
‘Cuando tenga más tiempo, estudiaré Torah. Quizás no tengas más tiempo ‘”
(m. Avot 2: 4)
Ante esto te propongo: ¡Dispónte a ejercer proactividad ante tu buena y correcta intención! ¡No digas, cuando tenga más tiempo, me desviaré, es posible que no tengas más tiempo!