Soy un convencido que para tener siempre la recompensa del Eterno Dios, desde sus bendiciones, todo matrimonio necesita desarrollar una vida de oración.
Jesús insistió en la necesidad de la oración, pues las dificultades de un hogar no son solamente de orden natural, sino también espiritual.
Yahvéh creó el matrimonio con propósito. Ese propósito fue el de reflejar Su Gloria en la Tierra. El enemigo de la familia no quiere que se refleje esa gloria. Por lo tanto, no te engañes, el demonio, nuestro adversario, detesta a la familia, y en forma muy particular, el matrimonio, porque son diseños claves de Dios para bendecir a la Creación toda. Así que, nuestro matrimonio necesita estar armado de la gracia de Dios para vencer sus emboscadas y maldades. Pues contra Dios y su gracia él nada puede. Nuestro Señor Jesús aseguró que “era necesario orar siempre sin desanimarse” (Lc 18:1); “Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26:41); “Pedid y se os dará” (Mt 7:7).
La oración es para la familia lo que un techo es para la casa; protege a los que están adentro, de los enemigos y las adversidades de la vida. Aún cuando orar juntos como pareja para muchos es una experiencia desafiante e incomoda, experimentaremos mucha bendición al hacer de ésta una práctica en nuestro matrimonio (Mateo 18:19).
Es por eso que cuando detectamos que algo está sucediendo con nuestro cónyuge, cuando algo amenaza la unidad matrimonial, cuando la rutina nos acecha, o las finanzas no andan bien, cuando no hay intimidad placentera o el egoísmo prima, cuando hay asomos de violencia, una queja, altibajos emocionales o simplemente sentimos que algo pasa pero que no identificamos: es necesario orar.
Sin oración, ninguno de nosotros queda de pie espiritualmente y nadie logra hacer la voluntad del Eterno Dios. La razón es muy clara: “porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15:5). Jesús dejó claro: este “nada” indica que, por nosotros mismos, no conseguiremos hacer el bien y, peor aún, evitar el mal. San Pablo insistió: “pero es el mismo Dios que obra en todos” (1 Co 12:6).
Cuando el Señor manda: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis” (Mt 7:7), en el fondo, Él desea que reconozcamos que sólo Él es el autor de nuestros bienes y que, por lo tanto, debemos sólo recurrir a Él.
El amado apóstol Pablo expresó todo eso en pocas palabras: “Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1Ts 5:16-18).
La oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por ello cuando oramos, y más aún cuando lo hacemos en pareja, nuestra unión matrimonial se fortalece y nuestra fe se acrecienta cuando tienes al Todopoderoso como centro de tu vida y le expresas tus alegrías, tristezas, triunfos, fracasos, ideales y realidades.
La oración es uno de los dones más misteriosos y maravillosos que el Eterno Dios, nuestro Abba, nos ha dado. Es nuestra línea vital de comunicación con el cielo, nuestra oportunidad para expresar directamente nuestras alabanzas y deseos al Creador del universo. Hay un poder en ese hecho que no se puede explicar cabalmente, sin embargo no se puede negar jamás: “La oración del justo es poderosa y eficaz” (Santiago 5:16).