“El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. Maranatha.”
(1 Corintios 16:22 _RV 1909_)
Estamos viviendo días muy especiales. Son tiempos con especificidad profética en los que cada jornada se convierte en una sumatoria de señales del fin de este sistema. Día a día, el corazón de los escogidos se eleva en expectativa de fe, esperando ese Gran Día en el que el Señor, con voz de mando, con trompeta de Dios, establecerá el inicio de nuevos tiempos para esta Tierra. Por ello, he descubierto que en las naciones, el testimonio de las primeras comunidades de discípulos del Mesías acerca de la pasión con la que esperaban Su regreso, resuena hoy más sugestivo que nunca.
Es más, en el versículo final de la primera epístola a los corintios nos encontramos con la curiosidad de que el apóstol Pablo utilizó la palabra Maranatha en arameo, a pesar de que la epístola fue escrita en griego. El hecho se debe a que esta palabra ya había adquirido cierto crédito y peso de poder entre los creyentes de las primeras comunidades. La misma era utilizada como expresión de la esperanza de la Parusía de Cristo.
Muchos documentos antiguos testifican como las congregaciones de los primeros cinco siglos, en efecto, acompañaban las celebraciones y las oraciones con la aclamación Maranathà, una expresión formada por dos palabras arameas que, según como se silabeen, se pueden entender como una súplica: «¡Ven, Señor!», o bien como una certeza alimentada por la fe: «Sí, el Señor viene, el Señor está cerca».
Referente a la composición de ésta palabra, el diccionario VINE (en su versión electrónica para E-Sword) comenta:
“La primera parte, que finaliza en «n», significa «Señor»; en cuanto a la segunda parte, los «Padres» la consideraban como un tiempo pretérito, «ha venido». Los modernos expositores la toman como equivalente a un presente, «viene», o futuro, «vendrá». Ciertos eruditos en arameo consideran que la última parte consiste en «tha», e interpretan la frase como una exclamación, «Ven, nuestro Señor», o «Oh, ven Señor». Sin embargo, el carácter del contexto indica que el apóstol está haciendo una declaración en lugar de expresar un deseo o de pronunciar una oración.”
Referente al motivo de su uso en los primeros cristianos, el citado diccionario dice:
“En cuanto a la razón de por qué se usaba esta expresión, lo más probable es que fuera una expresión corriente entre los cristianos primitivos, que incluía la consumación de sus deseos. «Al principio el título Marana o Maran, utilizado al dirigirse a Cristo y al referirse a Él, no era otra cosa que la respetuosa designación del Maestro por parte de los discípulos».
Esta expresión solamente aparece en 1ª Corintios 16:22 y parece ser que era usada como un saludo recordatorio con relación a la Segunda Venida del Señor:
- Filipenses 4:5: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca”.
- Santiago 5:8: “Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca”. (Ver también Apocalipsis 1:7).
De acuerdo a Apocalipsis 3:11, el mismo Señor Jesús afirma Su venida, confirmando de esta manera muchos de los pasajes Bíblicos que hablan de Su regreso inminente, regreso que todo Cristiano no solamente deberá anhelar y amar sino también esperar: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”.
De allí que no haya que temer, porque será el momento de nuestra salvación definitiva. Será, además, el momento más espectacular y más importante de la historia de la humanidad: ¡Cristo viniendo en la plenitud de su gloria, de su poder, de su divinidad! Si hace dos mil años Él vino como un ser humano cualquiera, en su segunda venida lo veremos tal cual es, “cara a cara” (1 Cor. 13: 12).
Será el momento de nuestra definitiva liberación: nuestros cuerpos reunidos en la resurrección prometida para ese momento final. Es cierto que algunos “de los que duermen en el polvo despertarán para el eterno castigo” (Dn. 12: 1-3). Pero ésos serán los que no hayan cumplido la voluntad de YHVH en esta vida terrena, los que se hayan opuesto al Eterno Dios y a Su Instrucción (Torah). Aquellos que hayan buscado caminos distintos a los del Eterno. Es decir, ese castigo será para los enemigos de nuestro ios.
Pero los justos, los que hayan buscado cumplir la voluntad de Dios en esta vida, los que por esa razón “están escritos en el libro … despertarán para la vida eterna … brillarán como el esplendor del firmamento … y resplandecerán como estrellas por toda la eternidad” (Dn. 12: 1-3).
Es cierto, también, que ese momento será precedido por “un tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo”. Sin embargo, las pruebas y sufrimientos de esa tribulación serán la última llamada a conversión para los que se encuentren en estado de pecado y será la última purificación para los elegidos. En ese sentido, esa etapa de sufrimientos es fruto de la infinita misericordia de Dios que quiere que todos sus hijos sean salvados.
Será un momento en que “el universo entero se conmoverá”, pues veremos “al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y El enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo” (Mc. 13: 24-32).
Con esta esperanza se comprende cómo desde el comienzo de la Iglesia los primeros discípulos del Mesías, deseosos de volver a ver el rostro glorioso de su Señor, se mantenían firmes y vigilantes siempre, esperando la Parusía.
Por toda esta manifestación gloriosa, el apóstol Juan, que da testimonio de todas las cosas escritas en Apocalipsis 22:20, recoge del Señor Jesús su frase de cierre: “Ciertamente vengo en breve.” Y apóstol de acuerdo le responde: “Amén; sí, ven, Señor Jesús«. Es la exclamación en la que culmina toda la Revelación de la Nueva Alianza, al término de la maravillosa contemplación que nos ofrece el Apocalipsis (Revelación) de Juan (Ap 22: 20). En ese caso, es la Iglesia-Esposa que, en nombre de toda la humanidad y como primicia, se dirige a Cristo, su esposo, no viendo la hora de ser envuelta por su abrazo: el abrazo de Jesús, que es plenitud de vida y plenitud de amor.