Por P.A. David Nesher
Esta Porción abarca el estudio desde Éxodo 21:20 – 22:4
A partir de la teofanía momentánea en el Sinaí, que leímos en la parasháh anterior (Yitró), la Torah viene ahora a enseñarnos que el Dios de la revelación es simultáneamente el Dios que comanda, que ordena, que tiene todo en control. Desde esto los escogidos hebreos deberán comprender que la unicidad de Israel se apoya en esta legislación holística que abarca todos los aspectos de la vida, tanto de la persona como de la comunidad. Sólo desde la concreción de estos mitzvot (mandamientos)… aquellos que son Su Pueblo producirán una expansión cuántica que promocionará al cosmos en su regreso al Infinito.
Recordemos que el pueblo hebreo no recibió una copia escrita de la Torah hasta el final de sus cuarenta años en el desierto, justo antes de la muerte de Moshé (ver Deuteronomio 31:24).
Por eso, durante estos 40 años, ellos estudiaban Torah oralmente y ya sabían todos sus conceptos. La forma escrita es básicamente un esquema de esta información. Es decir que, durante 40 años, todos los hebreos, aprovechando la estructura organizacional de gobierno sugerida a Moshé por Yitró, se convocaban en encuentros de reflexión mediante los cuales podían establecer normas de convivencias, sujetas a los códigos develados en mishpatim. Justamente, la Torah (Instrucción) divina contiene estas leyes, aparte de otro tipos de mandamientos (mitzvot), a fin de otorgarnos las reglas de relación social. Los mishpatim son leyes cívicas para juzgar con justicia en acorde con la voluntad divina.
Lo más remarcable de esta parashá parece ser la compenetración mutua entre lo “civil” y lo “ritual”, el entrelazamiento de los derechos y daños sobre la propiedad con la santidad del Shabat y los detalles del Kashrut. Es decir, la perfecta convivencia de alianza entre el Mundo de Arriba con el Mundo de Abajo. Justamente por eso es que la yuxtaposición de esta Sidrá (que trata principalmente acerca de las leyes civiles y de la responsabilidad civil) con los Aseret HaDibrot (Diez Mandamientos) y las leyes del Altar, nos abre los ojos a una característica del judaísmo que muchos juzgarán sorprendente.
Debo aquí decir que para el Eterno no existe el ámbito de la «religión», o en el sentido coloquial del término. La mayoría de la gente circunscribe la religión a la esfera de lo estrictamente ritual y espiritual. La cultura occidental traza una línea divisoria entre Iglesia y Estado. Sin embargo, para la Torah no existe tal distinción. Por el contrario: todos los ámbitos de la vida están entrelazados y la santidad que se genera al hacer negocios —por ejemplo— según la forma prescrita por las halajot o leyes necesarias surgidas de esta sección (Mishpatim) no es inferior a la que proviene de la devoción en los asuntos rituales. Los Sabios enseñan que quien desea ser jasid, es decir, una persona escrupulosamente piadosa y devota, debe ser muy meticuloso en áreas relacionadas con las leyes civiles y la responsabilidad civil (leer Bava Kamá 30a).
Por esto es que el concepto del «Templo» en el judaísmo se aplica tanto en la corte como en la sinagoga. Ese es el mensaje central que nos transmite la ubicación contigua de ambos capítulos.
Con base en esta proximidad, los Sabios deducen que el Sanhedrín —la corte de setenta y un jueces que constituía la suprema autoridad en temas halájicos— debía tener su asiento en el monte del Templo, junto al Templo mismo, pues tanto uno como el otro son expresiones de santidad y de servicio a Dios.
Un juez que dicta sentencia acertadamente es considerado como socio en la Creación, en tanto que quien comete atropellos judiciales es un destructor del mundo de Dios. Por Io tanto, es lógico que la Torah -inmediatamente después de habernos permitido reconocer el poder de Yah, manifestado en los milagros de la partición del mar, y la Revelación del Sinaí— ahora nos presente leyes que parecen casi mundanas, aunque en realidad, de mundano no tienen nada. Más bien, son expresiones de la grandeza de YHVH no menos intensas que el primer mandamiento, con su elocuente proclamación de la existencia y soberanía Divina. Este punto aparece gráficamente ilustrado en el primer grupo de leyes de la Sidrá, el de los siervos israelitas. Hasta las personas del más bajo escalafón en la sociedad —los siervos y siervas—, han sido creadas a imagen de Yahvéh, por lo cual la Torah legisla el trato que debemos dispensarles con una atención al detalle no inferior a la que dedica a los rituales del servicio del Templo en Yom Kippur.
Lo primero que notamos es que YHVH le revela a Israel que Él quiere involucrarse en las relaciones interpersonales de su pueblo. Por ello, al igual que un padre desarrollará una estrategia pedagógica que permita generar la convivencia ideal que conduzca a la unanimidad de visión y causa.
El método de enseñanza que utiliza Yahvéh a través de Su Torah, es presentar un caso extremo a partir del cual se pueden extrapolar principios claves para aplicarlos a la vida diaria.
Estas diferentes regulaciones son singulares, dado la justicia y la prudencia que garantizan que sean normas llenas de humanidad.
La conclusión a la que permanentemente arribaba un hebreo que estudiaba las mishpatim era que la vida humana era el valor más preciado en todo el cosmos. Por ello, se necesitaba tener paz y un buen entendimiento en cada vecindario. Esta será la calidad de estos mitzvot, revelando así que todas las leyes buenas y sanas deben tener como propósito el evitar el desencuentro entre los hombres, que conduzca a la aparición de crímenes, que produzcan una sociedad esclava de la impunidad.
Estas “leyes”, o mejor dicho, estos “juicios” o “normas” (mishpatim), son dados como precedentes para guiar a los magistrados civiles de Israel en los casos de asuntos civiles. El amplio rango de carácter de estas sentencias o normas muestra que Yahvéh las dio como leyes para ellos mismos, pero también para asentar los principios y precedentes, necesarios para la praxis jurídicas de todas las generaciones venideras.
El mensaje de esta parashá nos enseña que la ley ciertamente provee un sentido trascendente a nuestras vidas cotidianas; y también demanda de nosotros un compromiso de emuná hacia la ética yahvista; al tiempo que sostiene una visión perfecta de lo verdaderamente humano y lo correctamente social.
El rabino Eli Levi dice al respecto:
«En mishpatim leemos muchas leyes en la Torah que tienen que ver en la relación del hombre y el resto de la sociedad, desde cómo tratar a los sirvientes, como cuidar la propiedad del prójimo, y en síntesis como manejar y sostener una sociedad justa. Mishpatim es una continuidad directa de las diez declaracioness, incluso los textos están enlazados con el texto de la semana pasada. Muchos podemos pensar que solo aquellas leyes que atañen a las Aseret HaDibrot (Diez Palabras) son de más importancia. Pero el trato con nuestros empleados o socios comerciales no es algo que sea de la incumbencia de la Torah. Pero justamente ahí se revela que tan profundo una persona recibió y acepto en su corazón las enseñanzas de la Torah, en el trato sensible y cuidadoso con su prójimo. Si una persona estudia y cumple la Torah pero es insensible al dolor y al sufrimiento ajeno, es probable que la Torah no haya permeado en el, pero si una persona actúa honestamente según las leyes que leemos en nuestra parashá entonces realmente entendió lo que El Eterno quiso transmitir en los 10 mandamientos.«
Con esto El Eterno nos da un mensaje muy interesante que luego el Mesías ratificaría en la Enseñanza del Monte. Dios insertó la lectura de Mishpatim antes de retornar al pasado para abordar aspectos claves de la narración sobre la entrega de la Torah. Con estos mitzvot, Yahvéh estaba diciendo a aquel pueblo: “¡Antes de poder recibir la Torah por completo, … mientras Moshé recibe mi ketubáh escrita, quédense estudiando las Mishpatim! ¡Aprendan a ser humanos bondadosos, decentes, y rectos que respetan el ser, la dignidad y la propiedad de otros. Una vez que lo hayan hecho, entonces podré entregarles la Torah y elevarlos para ser una ‘goi kadosh’, una nación santa, llena de mi sacerdocio”.