En las Sagradas Escrituras encontramos que el Eterno dice: «… que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de aquellos, digo, que me aborrecen»(Éxodo 20: 5-6). Vemos pues que es inevitable que los hijos sufran las consecuencias de la maldad de sus padres. Es importante aclarar que no son castigados por la culpa de sus padres, a no ser que participen de los pecados de éstos. Sin embargo, generalmente los hijos siguen los pasos de sus padres. Por la herencia y por el ejemplo, los hijos llegan a ser participantes de los pecados de sus progenitores.
Las malas inclinaciones, el apetito pervertido, la moralidad depravada, además de las enfermedades y la degeneración física, se transmiten como un legado de padres a hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Esta terrible verdad debiera tener un poder solemne para impedir que los hombres sigan una conducta pecaminosa.